Antes de la última campanada

María Heredia

Fragmento

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Prólogo

Octubre

Era el día de la final. Después de varios meses de emisión, galas semanales y una gran repercusión en redes sociales, Misión Éxito, el talent show de la temporada, llegaba a su fin. Y yo no podía estar más nerviosa. Aquel era mi primer trabajo importante en el sector, así que nunca había vivido un acontecimiento de semejante magnitud.

Al principio nadie confiaba en el formato, de manera que no me había costado demasiado entrar a formar parte del equipo gracias a una antigua compañera de facultad. Habían tenido un par de bajas de última hora y había pensado que a mí podría interesarme. Siendo sincera, yo tampoco tenía demasiada fe en el programa. Al fin y al cabo ya se habían emitido otros similares que no habían cosechado un gran éxito y la industria musical parecía estar saturada de cantantes. Sin embargo, el sueldo era bueno y tendría más responsabilidades de las que había tenido hasta aquel momento, por lo que había acabado aceptándolo. Quedaría bien en mi currículum y, con un poco de suerte, aprendería un par de cosas.

No obstante, no tardamos en darnos cuenta de nuestro error. La gala de presentación obtuvo unos datos discretos, pero la audiencia no tardó en dispararse gracias al auge de las redes sociales, donde tanto los concursantes como el propio programa subían contenido exclusivo de manera constante. La audiencia joven se enganchó y la primera gala fue uno de los programas más vistos del mes. Y, sorprendentemente, los buenos datos se mantuvieron. La gente hablaba de aquel programa tanto por redes como en el mundo real. No era raro ir a la peluquería y oír al resto de clientas comentar las últimas actuaciones e incluso una vez en la frutería escuché al tendero quejarse de lo injusta que había sido la nominación de su concursante favorito. Misión Éxito se había convertido en un auténtico fenómeno que aquella noche llegaba a su fin y el equipo estaba trabajando sin descanso para terminar por todo lo alto. No queríamos que ningún problema técnico ensombreciera lo que habíamos conseguido durante aquellos meses. La renovación ya estaba prácticamente firmada, pero los productores consideraban que lo mejor sería no jugárnosla hasta tener el acuerdo cerrado.

Por suerte las cosas estaban yendo bastante bien. El sonido era perfecto, todos los vídeos habían entrado a la primera e incluso íbamos bien de tiempo. Si no surgía ningún problema, se anunciaría al ganador a la hora prevista y conseguiríamos el mejor dato de audiencia no solo del día, sino de todo el año. Por encima incluso de Eurovisión y la final del Mundial de fútbol.

Correteaba por la sala de control, atenta a las pantallas que mostraban las imágenes de las distintas cámaras. Hacía lo mismo de siempre con tranquilidad, disfrutando de mi último programa por el momento. Había sido una experiencia muy enriquecedora, así que quería disfrutar de aquellas últimas horas al máximo. Pero, de repente, sucedió algo que no entraba en mis planes y que lo estropeó todo. Mi superior empezó a encontrarse indispuesto y tuvo que marcharse corriendo, dejándome a mí al mando de la retransmisión. No pude evitar entrar en pánico. Era la primera vez que me enfrentaba a algo así y no sabía muy bien cómo actuar. Evidentemente había visto cómo se hacía, pero nunca antes había estado en mis manos. Nadie me había dado tantas responsabilidades hasta aquel momento.

A pesar del miedo, puse todo de mi parte y, después de unos primeros minutos caóticos, logré que el programa siguiera según lo previsto. Poco a poco me fui confiando. Y quizás ese fue mi error. Cuando llegó, por fin, la hora del veredicto cualquier rastro de nerviosismo había desaparecido. Me movía de un lado a otro de la sala con seguridad, sin fijarme en nada más que las pantallas, consciente de que estaba logrando una retransmisión perfecta… y entonces dejó de serlo. No sé muy bien qué pasó, supongo que tropecé con algo que no vi. Solo recuerdo que empecé a caer y, en un vano esfuerzo por evitar la caída, me así a lo primero que encontré. Y acabé poniendo un anuncio (el del patrocinador que más dinero había pagado y que debía emitirse justo después del anuncio del vencedor) justo cuando el presentador estaba leyendo la tarjeta en la que estaba escrito quién había ganado el concurso. Todo el equipo entró en pánico pero, por muy rápidos que intentamos ser, recuperamos la conexión demasiado tarde. Toda España se perdió el anuncio y solo pudo ver a la flamante ganadora llorando mientras sus compañeros la abrazaban. Acababa de cargarme la final yo solita.

Después de aquello todo fue un caos. Nos llovieron las críticas por lo que había pasado, salimos en todos los programas de zapping, se hicieron miles de memes del momento e incluso empezamos a recibir amenazas de fans descontentos que nos acusaban de querer boicotear a la ganadora. Los productores no podían creerse que hubiéramos cometido aquel fallo, así que empezaron a pedir cabezas que no tardaron en rodar. Empezando por la mía, por supuesto, ya que era la responsable en aquel momento. Ni siquiera esperaron al día siguiente para despedirme.

Pero aquello no fue todo.

El patrocinador sufrió pérdidas millonarias porque la gente odió que su anuncio estropeara el momento que llevaba meses esperando e incluso se planteó presentar una demanda contra la productora por daños y perjuicios.

La cadena decidió no renovar para una segunda temporada porque las críticas en redes sociales fueron tan duras que consideraron que no merecía la pena volver a arriesgarse.

La productora perdió todos los contratos que tenía con aquella cadena y algunos proyectos que iban a comenzar a rodarse fueron cancelados de forma inmediata, dejando a mucha gente en el paro.

Fue el fin del concurso.

Y el de mi carrera.

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Capítulo 1

Diciembre

Me bajé del tren, tirando de mis abultadas maletas con cara de fastidio. Después de pasarme casi siete horas hacinada en aquel vagón de mala muerte que probablemente no habían renovado desde los años 80, solo tenía ganas de llegar a casa y tumbarme a descansar. Y de darme una ducha porque alguien había tenido la brillante idea de poner la calefacción como si estuviéramos en el mismísimo infierno. A punto había estado de quitarme el jersey y quedarme en sujetador delante del resto de pasajeros, pero había logrado contenerme por miedo a que me obligaran a bajar en cualquier estación o apeadero en mitad de la nada.

Suspiré y comencé a recorrer el andén con la mirada. Por suerte, no tardé en da

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