Historia de Chucho el Ninfo y Los fuereños

JoseTomas De Cuellar

Fragmento

Historia de Chuco el Ninfo y Los fuereños

Prólogo

“¡QUIÉN DIJO MIEDO! YO SOY AUDAZ”:
VISTAZOS A LA OBRA DE JOSÉ TOMÁS DE CUÉLLAR

El 13 de septiembre de 1847, la simbólica toma del Colegio Militar, ubicado en el Castillo de Chapultepec, por el invasor ejército norteamericano, representó uno de los episodios más traumáticos de la desigual y violenta guerra entre Estados Unidos y México, que culminó con la pérdida de la mitad de nuestro territorio. A pesar del valor con el cual las tropas nacionales intentaron defender aquel punto estratégico de la capital del país, el enemigo, mejor organizado y armado, logró un triunfo que dejó una honda huella en las jóvenes generaciones de mexicanos. Nacido en el seno de una familia acomodada, José Tomás de Cuéllar (1830-1894), también conocido con el seudónimo de Facundo, fue uno de los tantos cadetes que se encontraban en el Castillo cuando ocurrió el asalto estadounidense; aquella dramática experiencia lo llevó no sólo a abandonar de forma definitiva la carrera de las armas, sino a abrazar con determinación el camino de la literatura y el periodismo.1

Al igual que muchos de sus compatriotas, nuestro autor experimentó el desasosiego de vivir en una nación que luchaba por definirse después de haber logrado su independencia; un México donde los constantes enfrentamientos por el poder político, al interior y al exterior, impedían el desarrollo pleno de las actividades sociales y culturales. A la violencia y la desorganización, Facundo opuso, con humor e inteligencia, la fuerza imaginativa y formadora de la literatura, cuya principal fuente de inspiración fue la sociedad de su momento. Para él, esta manifestación artística no sólo era “el termómetro de la civilización”, sino también “el reflejo de la historia de los pueblos”; era “la voz inmortal de las grandes catástrofes y de las transformaciones seculares, el acento expresivo de los sacudimientos y de las revoluciones, que [resonaba] desde los siglos más remotos hasta la más remota posteridad”.2 En consonancia con lo anterior, el hombre de letras debía erigirse como el gran custodio de la memoria de la comunidad nacional, pero también como un factor de cambio y del progreso. En otras palabras, según Facundo, en un país donde todo estaba por construirse, los escritores tenían la obligación de llenar los huecos de la historia pasada, al mismo tiempo que representar el presente e imaginar creativamente el futuro.

Como era usual en la época, Facundo dedicó sus iniciales experimentaciones creativas a la poesía; temas como la patria, Dios o la familia aparecen en sus primeros versos, muchos de ellos escritos por encargo para conmemorar algún acontecimiento histórico o literario. Si bien alcanzó algún reconocimiento con estos trabajos, fue en el teatro donde cosechó sus inaugurales conquistas literarias y se dio a conocer entre el público mexicano. Por desgracia, dadas las deficientes condiciones de las industrias editorial y teatral del país en aquellos años, el autor sólo dio a la imprenta una de esas piezas, titulada Deberes y sacrificios (1855), un drama en el que, por medio de una historia de amor imposible, se exaltaban los valores patrióticos. Aunque no contamos con las otras composiciones, gracias a la prensa sabemos que buena parte de sus dramas y comedias fue bien recibida por los espectadores, quienes, entre levantamientos armados y cambios de gobierno, se daban tiempo para asistir al teatro en busca de entretenimiento.3

Una de esas obras que no trascendió al formato impreso tiene especial importancia por sus repercusiones políticas y artísticas en una etapa crítica para el país. En 1866, una vez consumada la Intervención Francesa que llevó al trono de México a Maximiliano de Habsburgo en 1864, Cuéllar escribió y puso en escena Natural y figura, una comedia en la cual se ridiculizaba con agudeza el afrancesamiento de ciertos sectores de la sociedad capitalina. Al decir del dramaturgo, en cada función el público aplaudió con furor; el éxito fue tal que, supuestamente, el propio Maximiliano, disfrazado de civil, acudió al teatro a ver la obra. Más allá de la leyenda, la representación de este texto puede ser “leída” como un acto de resistencia política y literaria del propio Facundo, quien, si bien no combatió con las armas al Imperio, empuñó la pluma en su contra por medio de creaciones donde se incitaba a rechazar su influjo. No es casual, en este sentido, que un año después la obra se volviera a representar, justamente, para celebrar el regreso de Benito Juárez a la Ciudad de México, tras el triunfo definitivo de las fuerzas liberales sobre el ejército imperialista.

Después de esa victoria, Cuéllar no volvió a los escenarios; sin embargo, el paso por ellos dejó claros rastros en su escritura, visibles sobre todo en su espléndida capacidad para crear diálogos amenos e hilarantes, así como en la puntual utilización de recursos propios del arte dramático para componer historias jocoserias. Por medio de ellas, pretendió cumplir la misión que se autoasignó: ser portador de la memoria de su pueblo, así como convertirse en una conciencia crítica y vigilante de éste.

NACE UN NOVELISTA: LA LINTERNA MÁGICA DE FACUNDO

La derrota definitiva del Imperio de Maximiliano en 1867 despertó un espíritu de optimismo entre nuestras clases letradas; para éstas, la tan ansiada paz traería el desarrollo económico y cultural de la nación, especialmente el de las bellas letras, que se beneficiarían del cambio del fusil por la pluma. En un ambiente de efervescencia reconstruccionista, escritores como Cuéllar encontraron en el género novelístico la mejor arma para participar no sólo en la generación de una literatura propia, inspirada en el paisaje, las costumbres y la historia nacionales, sino también en la formación de un lector mexicano quien, por medio de las creaciones de sus compatriotas, aprendiera a comportase y conducirse como un ciudadano ideal. Gracias a la novela, según un colega de Facundo, el reconocido Ignacio Manuel Altamirano, “los hombres pensadores de [aquella] época” podrían “hacer descender a las masas doctrinas y opiniones que de otro modo habría sido difícil hacer que aceptasen”. Poderosa arma ideológica, dicho género contribuiría de esa forma “a la mejora de la humanidad y a la nivelación de las clases por [medio de] la educación y las costumbres”.4

Partícipe de esa visión ilustrada, aunque siguió frecuentando otras modalidades genéricas, Cuéllar dedicó casi por completo sus esfuerzos creativos a la escritura de novelas de largo aliento. Exiliado en la ciudad de San Luis Potosí por su oposición al régimen juarista, publicó por entregas El pecado del siglo. Novela histórica [Época de Revillagigedo-1789] (1869) y la primera versión de Ensalada de pollos. Novela de estos tiempos que corren tomada del “carnet” de Facundo (1869-1870); esta última en las páginas de La Ilustración Potosina, semanario fundado por el aut

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