El ABC del género

Mariana Gabarrot

Fragmento

Título

Introducción

¿Por qué nos embarcamos en discusiones sin límites sobre los roles de género? ¿Puede una persona escoger ser hombre o ser mujer? ¿Puede alguien ponerse y quitarse la feminidad o la masculinidad? Estas preguntas han causado curiosidad, indignación, escándalo o risa, dependiendo del contexto. Se discuten a veces desde la religión, la ciencia, la política o la ignorancia absoluta. Lo interesante es que cada quien tiene sus respuestas. Además, casi siempre tenemos la certeza de estar en lo correcto.

A pesar de ello, los argumentos no terminan de convencernos. Muchas veces nos quejamos de lo que no podemos hacer por ser hombres o ser mujeres. Comúnmente, nosotras nos lamentamos por no tener libertad de ir por las calles sin miedo a que nos griten majaderías, de no poder prescindir del maquillaje o de no tener más tiempo libre por estar a cargo de las “labores del hogar”. Ante nuestras quejas, ellos en general responden que ya les gustaría que los mantuvieran, que los invitaran a salir, que les cargaran las maletas.

Así, vamos buscando un lugar en este mundo que nos incomoda como un pantalón apretado, e incluso a veces como una camisa de fuerza. Pero si esta ropa no es cómoda, ¿por qué la seguimos usando? ¿Por qué se la ponemos a nuestros hijos e hijas? ¿Por qué condenamos a los que osan quitársela? Muchas veces nuestras discusiones terminan en pleito con la pareja, con los papás, con los amigos, con los compañeros de trabajo. A lo largo de los años he aprendido que hablar de género es prácticamente como hablar de religión. Todo mundo tiene una opinión, hay creencias firmemente arraigadas y cánones de hierro que determinan estándares de lo masculino y lo femenino.

La primera intención de este texto es ayudar a evitar los debates ociosos, las pérdidas de tiempo y, sobre todo, las peleas. Obviamente no vamos a estar nunca de acuerdo cuando hablamos de estos temas. Sin embargo, podemos discutir con un lenguaje común para generar sanos desacuerdos. Es decir, debates que nos permitan llegar a puntos de encuentro. Así, podremos buscar alternativas para escapar de estas trampas que nos imponemos sin quererlo, y que día con día nos hacen vivir una vida que no es completamente la que quisiéramos.

Por otro lado, los roles de género están en todas partes. En la casa, en las instituciones, en los espacios que habitamos. Un ejemplo muy sencillo es recordar que vamos al baño de mujeres o al de hombres todos los días. Cada vez que abrimos esas puertas con los íconos de una figura femenina o masculina, estamos reforzando nuestra noción de quienes somos. Ahora bien, si no soy ni un hombre ni una mujer tal como está dibujado en las mentes de los demás, ¿entonces a qué baño entro? Por otro lado, todos los formularios que llenamos a lo largo de la vida son binarios, desde el acta de nacimiento hasta la credencial de elector o la solicitud para entrar a la escuela. ¿En dónde me ubico si todas las interacciones sociales están basadas en estas prácticas que parecieran banales? Si los roles a veces nos cansan como ropa que constriñe, quienes no pueden siquiera ponérsela viven una realidad aún más complicada. Es decir, aquellos a quienes la noción de ser femenino o ser masculino definitivamente no les entra en el cuerpo sufren procesos más graves de exclusión. De ahí el problema para las personas trans o no binarias (que escapan a las dos opciones, hombre/mujer).

Por ello, la segunda intención de este texto es explicar, de manera breve y sencilla, de dónde nos han surgido estas certezas del género. Este sentido común que se nos aparece como realidad incuestionable. Independientemente de que después de este ejercicio nuestra postura cambie o no, por lo menos sabremos por qué nos ponemos ciertos límites a la vez que limitamos a otros.

A grandes rasgos, me enfocaré en tres temas. El primero es reconocer que, efectivamente, cuando se habla de hombres y mujeres o de los derechos de las mujeres, se parte siempre desde un cuestionamiento iniciado hace décadas por el feminismo. Por lo tanto, es importante aclarar que este movimiento no se trata de un grupo de mujeres locas que odiamos a los hombres, sino de una postura que implica el compromiso de ser conscientes de las desigualdades sociales. De tal forma, dedicaré la primera sección no a discutir el feminismo, sino más bien a explicar qué es. Desde ya pido perdón porque al presentarlo lo haré de manera muy elemental, simplemente tratando de sintetizar, de forma osada, lo que en mi opinión todas sus manifestaciones tienen en común.

En la segunda parte analizaré la diferencia entre el sexo como categoría biológica y el género como categoría social, para poder explorar lo que esto significa en nuestro entorno cotidiano. Sobre todo, me enfocaré al análisis de los principales estereotipos de lo masculino y de lo femenino que se adjudican a la naturaleza, aludiendo a ideas como el instinto o las hormonas. Por estereotipo entiendo aquellas nociones amplias que tenemos sobre la realidad y las personas. Estas generalizaciones también podemos llamarlas etiquetas. Usaré a lo largo del texto las palabras “hombre” y “mujer” porque estar repitiendo “estereotipo de hombre” o “estereotipo de mujer” daría como resultado una lectura larga y cansada.

En el tercer apartado presento una reflexión sobre cómo se articula la desigualdad de género en la sociedad. Sobre todo, se desmenuza la noción de machismo tan frecuentemente discutida, pero cuyas raíces e implicaciones rara vez nos detenemos a considerar. Se ofrece un esquema que intenta explicar la estructura social, misma que privilegia las características tradicionales de lo masculino como un ser fuerte, responsable y proveedor, es decir, el hombre como patriarca, como personaje dominante de todas las esferas del poder; y la noción de la mujer como delicada, sensible, madre de familia, relegada al espacio doméstico. Esta estructura patriarcal nos ayuda a entender cómo a veces reproducimos roles y cómo hay otras en las que se nos imponen. También se abordan sus implicaciones en la vida cotidiana. Especialmente, en la familia, el trabajo y la pareja. Buscaré mostrar cómo estos estereotipos/etiquetas se han integrado en toda la vida social… Y cuando escribo toda, me refirero a TODA.

Una vez que analizamos la realidad teniendo en cuenta las desigualdades de género, podemos usar esta perspectiva para abordar dos temas particularmente álgidos en todas las discusiones al respecto: la diversidad y la violencia. Para el primer caso intento ofrecer elementos que ayuden a salir de la trampa de “lo normal”, “lo natural” y “lo bueno”, la cual —espero demostrar— genera discusiones improductivas. Por lo tanto, propongo desistir de esta diferenciación que me parece un callejón sin salida, para entrar a debates más contundentes sobre las identidades, la educación y el tipo de sociedad que queremos construir. Para el segundo caso, doy dos ejemplos que han sido objeto de múltiples conversaciones sobre machismo y feminismo. Por un lado, las denuncias a través de internet iniciadas desde el movimiento #MeToo, que en México además se sumaron a los “tend

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