Evolución

Edward J. Larson

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Los evolucionistas del siglo XIX veían la Tierra como un gran laboratorio o taller de desarrollo orgánico: una reluciente esfera de vida que giraba en un universo de grandes dimensiones. Esta imagen inspiró un modo nuevo de entender la naturaleza. Cambió la forma en que nos vemos a nosotros mismos, los unos a los otros, y a todos los seres vivos. Por aquel entonces, dejamos de ser creaciones individuales para convertirnos en competidores mutuamente relacionados. En la actualidad vivimos a la sombra –o a la luz– de esta moderna visión biológica del mundo.

La historia de la moderna ciencia de la evolución no comienza con Charles Darwin, ni siquiera con la biología. Sus inicios se sitúan en los descubrimientos realizados en el marco de la geología y la paleontología a finales del siglo XVIII. De hecho, cuando Darwin adoptó, en la década de 1830, un punto de vista evolutivo para explicar los orígenes de los seres vivos, se consideraba a sí mismo geólogo y biólogo en la misma medida. Por fortuna, en aquella época no tuvo necesidad de definirse con una etiqueta ni con la otra, sino que pudo adoptar el título más genérico de «naturalista», que abarcaba los diversos campos del saber científico en los que se basó para formular su teoría de la evolución por selección natural.

La teoría de Darwin se propagó removiendo los cimientos de la ciencia y la sociedad, de tal modo que fue poco lo que permaneció igual tras sentir su fuerza. Durante casi un siglo, los científicos discreparon radicalmente unos de otros sobre el modo en que actúa la evolución. Hubo que esperar hasta la década de 1930 para ver cómo emergía dentro de la comunidad científica una respuesta de consenso, cuando un conocimiento más profundo de la genética dio lugar a la síntesis neodarwinista moderna. Sin embargo, los científicos discuten todavía sobre los detalles de la teoría de la evolución, y para muchos es en esos detalles donde está la parte más difícil de la cuestión. En la opinión pública, sigue vivo el desacuerdo cuando se discute si las especies evolucionan, y más concretamente si los seres humanos (o la esencia de la humanidad) se originaron solo mediante procesos naturales a partir de otras formas de vida. Lo que está en juego es importantísimo: pocas ideas nos influyen más profundamente que las relativas a nuestros orígenes. Un punto de partida para cualquier discusión relativa a los orígenes de la materia orgánica es el conocimiento del modo en que se desarrolló la moderna teoría de la evolución. Se trata de una extraordinaria historia de descubrimientos que generaron conceptos que, a su vez, afectan a la mismísima idea de lo que significa ser humano. Y está lejos de haber terminado. Seguiremos aprendiendo cada vez más sobre los orígenes de la materia orgánica –y sobre nosotros mismos mientras mantengamos nuestras mentes abiertas a las nuevas ideas que vayan surgiendo dentro de la ciencia.

Esta historia de la ciencia de la evolución se basa en mis cuatro libros anteriores, en los que trataba varios aspectos del tema. Tengo una deuda permanente con las personas y las instituciones que me ayudaron en mi investigación y en la elaboración de aquellos libros, en los que muchas de ellas aparecen mencionadas. A todas estas personas e instituciones, una vez más, gracias. Para este libro en particular, tuve la suerte de contar con los comentarios de Duncan Porter, Michael Arnold, Rodney Mauricio y Thomas Lessl; con el apoyo de mi esposa, Lucy, y el entusiasmo de mis hijos, Sarah y Luke. Os doy las gracias a todos. Finalmente, estoy profundamente agradecido a Will Murphy, de Random House. Fue su visión con respecto a la historia de la evolución la que hizo que este libro naciera; su trabajo de editor lo mejoró.

1. Rebasar los límites del tiempo

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Rebasar los límites del tiempo

Georges Cuvier tenía una gran cabeza –por lo cual era famoso– y un ego más que autosuficiente para hincharse a voluntad. Desde su posición en la cima de la clase dirigente científica de Francia durante el primer tercio del siglo XIX, acumuló altos cargos académicos y honores oficiales, del mismo modo que algunos niños privilegiados coleccionan juguetes: nunca tenía bastantes y jugaba con todos ellos. Por sus aportaciones al proceso que estableció los fundamentos de la biología moderna, Cuvier tuvo que aguantar muy a gusto que se le comparara con Aristóteles, a quien se reconocía el mérito de haber sido el fundador de la ciencia. Como naturalista, Cuvier imaginaba ser «el Newton francés» que había puesto orden en las ciencias de la vida, del mismo modo que Isaac Newton lo puso en las ciencias físicas. Los rigurosos métodos empíricos de Cuvier abrieron ventanas para la observación de la historia biológica de la Tierra, y otros las aprovecharían para obtener una visión de la evolución orgánica que él se negó tenazmente a aceptar. Más que cualquier otro naturalista, influyó de tal manera en el estilo y la sustancia de la biología del siglo XIX que la historia de la moderna teoría científica de la evolución empieza justamente con él, aunque fue su más firme enemigo.

Nacido en 1769 en el seno de una culta familia burguesa que vivía en la zona francófona y protestante del ducado franco-alemán independiente de Wurtemberg, Cuvier estudió en una academia regional para entrar al servicio del gobierno del duque. Su madre le animaba a sobresalir académicamente, por lo que en la educación formal de Cuvier se incluyó una sólida introducción a la historia natural, un tema tradicional que abarcaba campos tan modernos como la biología, la geología, la oceanografía, la mineralogía y la paleontología. Esta disciplina se convirtió en su pasión. En 1788, al no tener en su tierra perspectiva alguna de conseguir un puesto de los que concedía el gobierno, Cuvier aceptó un trabajo como preceptor que le ofrecía una familia noble francesa en Normandía. Mientras estaba allí, como actividad secundaria, se sumergió en el estudio de los invertebrados marinos. Desde la relativa seguridad de la Normandía rural, Cuvier fue testigo de la Revolución francesa, que, según él la vio, comenzó con grandes esperanzas en 1789, pero se transformó en un proceso terrible y lamentable a principios de la década de 1790. Tras convertirse en ciudadano francés en 1793, cuando el gobierno de Francia se anexionó su país de origen, Cuvier aceptó un puesto en la administración revolucionaria de Normandía, a pesar de haberse vuelto visceralmente contrario al régimen del Terror impuesto por el Estado

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