El Té de Dios (Flash Relatos)

César Aira

Fragmento

cap-6

I

Por una vieja e inmutable tradición del universo, Dios festeja Su cumpleaños con un suntuoso y bien provisto Té al que acuden como únicos invitados los monos. Nadie sabe, ni podría saberlo en esas regiones intemporales, cuándo nació esta costumbre, pero se ha vuelto una efeméride en el gran año del Todo, se la espera como a una fatalidad, parece que no va a llegar nunca, pero llega, puntual, y el Té tiene lugar. Se dice, y es bastante verosímil, que originalmente su razón fue negativa: no se habría tratado tanto de invitar a los monos en tanto monos, sino de no invitar a los hombres. Los monos son un sarcasmo, una especie de desaire del Señor, deliberado y rencoroso (en el mejor de los casos: irónico), a una humanidad que Lo defraudó. Es muy probable. Pero una vez que empezó a funcionar de esa manera quedó aceptado al modo de una tradición ancestral, sin un sentido claro pero con el absurdo diluido o asimilado en la contundencia del hecho.

Las tradiciones no pueden extraerse de las sociedades que las crearon. El complejo de tradiciones de una comunidad funciona como su Gran Simpático. Suelen ser bastante irracionales, porque los elementos históricos que las constituyeron se repliegan en el tiempo a una red de causas muy intrincadas, que ni la más atenta reflexión alcanza a desentrañar. En el caso del Té de Dios debería ser más fácil, porque se trata de una tradición del Universo, es decir que no hubo nada particular o histórico en su origen, no hubo un entramado casual sino el mero gong del absoluto. Pero, fácil o difícil, su origen y razón de ser siguen en la sombra, quizás simplemente porque los teólogos no se lo tomaron en serio, o temieron perder credibilidad ocupándose de semejante frivolidad grotesca.

Cabe una aclaración, con todo: no es un hecho natural, como el deshielo o el eclipse o la migración de los patos. Es un acontecimiento social. Podría no suceder, si al Dueño de casa se Le antojara no dar el Té la próxima vez. Hasta ahora, la costumbre sigue vigente, y lo más probable es que persista por toda la eternidad. Hasta Él respeta las viejas tradiciones establecidas, quizás por inercia nada más.

Como toda ocasión social, ésta tiene sus formalidades. La primera, un verdadero sine qua non, es el envío y reparto de las invitaciones. (Esto también podría ser distinto. Alguna vez, en una hipotética sentencia de absolución o conmutación de penas, los invitados podrían ser los hombres.) Van cursadas «a la evolución», y llegan automáticamente al instinto de los monos, como un timbrazo. Las manda todas juntas, en bloque, y no sería i

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