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Cuando éramos horteras

Oché Cortés

Fragmento

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CRÓNICASENTIMENTALDELOS70OCHÉCORTÉSCRÓNICASENTIMENTATATLDELOS
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OchéCortésescomunicadorderadioyTV,escri-tor, cantante y músico. Ha trabajado en muchos medios como COPE, Cadena Cien o 13TV. Como músico, ha compartido escenario con cantantescomo Pablo Abraira, Carlos Goñi, Cómplices,Efecto Mariposa, Helena Bianco, Tony Ronald,Paco Pastor de Fórmula V, Micky, Lorenzo San-tamaría, Danny Daniel, Javier Ojeda de Danza Invisible o Carlos Segarra de Rebeldes. Ha publicado los libros de cuentos Las aven-turas de Quique Piripi y su abuelo El Renegado y La niña furiosa y los cuentos que nunca te dije.© EVA OLIVA FOTO ART
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ÍNDICELa España de los 70 en el corazón 9Single 1: Precaución, amigo conductor 13Single 2: Gavilán o paloma 37Single 3: Fiebre del sábado noche 71Single 4: Ven, Capitán Trueno, haz que gane el bueno 91Single 5: La vida es una tómbola 117Single 6: Habla pueblo, habla 145 Single 7: Busca siempre un amigo 165 Single 8: Si mi boca fuera pluma 185 Single 9: Viva Eurovisión 207Single 10: Don´t go breaking my heart 229Bonus track: El indio de Cuatro Caminos 247AgrAdecimientos 252créditos 254
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La experiencia es lo último que se pierde.moncho Alpuente
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Aquí nos tenéis a mi hermanay a mí, yendo al colegio un díade primavera a finales delosaños 60. Sujeto su manita comosi me la fueran a robar, queen aquella época estaba suelto el hombre del saco y los niños éramos muy responsables desde pequeños con lo nuestro, y andá-bamos por la vida con el terrormetido en el cuerpo. Así queenla foto estoy con cara de no fiarmedel fotógrafo, casi deseando que el momento pase pronto. Imagino quecualquiera de vosotros habrá caído en que en algún sitio del desván o del garaje hay una foto parecida de vuestra propia vida, una en blanco y negro —y niños de los 60— con las piernas delgadas y las orejas como sifueran el carenado de una Vespa. Miamigo Antonio Agudo dice que los niños de esa época éramos orejones, porque nos cortaban el pelo a tazón si me la fueran a robar, queen aquella época estaba suelto el hombre del saco y los niños éramos muy responsables desde pequeños con lo nuestro, y andá-bamos por la vida con el terrormetido en el cuerpo. Así queenla foto estoy con cara de no fiarmedel fotógrafo, casi deseando que el momento pase pronto. Imagino quecualquiera de vosotros habrá caído en que en algún sitio del desván o del garaje hay una foto parecida de vuestra propia vida, una en blanco y negro —y niños de los 60— con las piernas delgadas y las orejas como sifueran el carenado de una Vespa. Miamigo Antonio Agudo dice que los niños de esa época éramos orejones, porque nos cortaban el pelo a tazón
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locarlo sobre la tele en la salita de estar y desprenderse para siemprede la bailaora y del pañito bordado.Algunos de los que llegamos sin mu-chos problemas a los 70 ahorramos para un casete Sanyo con micro de pasta, un tocadiscos mono con tapa extraíble y un bolígrafo Bic naranjaque escribía fino, porque el Bic cristalescribía normal, pero había dema-siado disimulo en aquellas vidas, contanto olor a sardinas y a potaje en los zaguanes de cada casa. Fuimos progres con trenca, bufanda larga ymiedosescasos,algunosfueronquin-quis y se morían en las películas de atracos. Un grupo era pijo, aunque antes los llamábamos niños-pera, y se cubrían con abrigos verdes de la misma Austria. Gente curiosa, quecuando ya no tenía nada que decir con muchas eses, mantenía la mi-rada erguida, como una ternera de Atlanterra cuando otea la línea del horizonte. Las madres leían Garboy fotonovelas en las peluquerías y se hacían moños impensables. Todo el mundofumaba,queestababienvis-to. Y le colocaban al pulmón lo que fuera con tal de echar humo, desde aquellos viejos Imperiales hasta los dos veces al año: en Semana Santa y para aguantar el verano. Somos niños de una España mentirosa ygrandilocuente donde se formaba el espíritu nacional, se rezaba mucho yhabía polos de hielo, de Franco y de desarrollo, aunque de los dos últimosnunca llegué a probar ninguno, perolos vi en el No-Do. Yo nací la tarde de un 29 de ene-ro de 1961, en un hospital de Puerto-llano que tenía enfrente una plaza con la cabeza del doctor Flemming en el pebetero. Así que, si pertenecéisa una quinta parecida, seréis de la generación que tolera la penicilina porarrobas,lospalosen ellomo,las películas de arte y ensayo y los librosdelJabato.Losquenacimosese año somos analógicos y lleva-mos bien el desamor, que siemprelo identificamos con una canción de Aute, porque oyéndolas parece que el artista canta en nuestro auxilio y tenemos la sensación de cargar con la pena a medias. Solo nosotros tu-vimos un Vídeo 2000, algo que no mucha gente puede acuñar en su fe de vida, porque era una máquina tan aparatosa, y con las cintas tan grandes, que había que decidir si co-10
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Dunhillextrafinos.Cuandohabíapeligro, lo decía la radio cada do-mingo, porque siempre pasaba ensitios que se llamaban Altabix yLos Cármenes. Por eso aprendimospalabras de domingo, como Pasa-rón, y nombres para siempre, como Federico. Echamos a correr con ElFugitivo y tuvimos que soportar queBonney M confundiera a El Lute conRobin Hood.Muchos nos hicimos geografía. Esdecir, tratamos de pasar desaperci-bidosparano destacardemasiado,como contaban nuestros padres de lamili, un lugar que debió de ser ho-rroroso, porque el que sobresalía ter-minaba limpiando la mierda de losdemás. Así pues, como tantos de migeneración, simplemente fui un hor-tera discreto y de buen corazón que se vestía como todo el mundo, comíalo que todo el mundo y cantaba las canciones de la radio, como todo el mundo. Porque, aunque no lo creáis, ser hortera en los años 70 fue unestilo de vida. Solo tenéis que obser-var las corrientes actuales para des-cubrir que muchas cosas que nosparecíanhorterasahorasonvintageo tendencia, si es que no lo petan en las redes. Así que al caer la noche y desaparecer el ruido de fondo, poníala radio para escuchar El Búho Mu-sical y me entregaba a soñar viendoel póster del Che que dominaba mi cabecero, porque entonces preferíamorir de pie a vivir de rodillas. Es curioso, igual que ahora. Cuandoéramos horteras, los años 70 fueronnuestro tiempo vivido. Y ahora,como los niños de la fotografía, osdoy la mano para contaros una par-te personal de la historia de esta ge-neración emparedada entre dos dé-cadas sobrevaloradas por demasiadosmitos y leyendas. Diez años de emo-ciones que me trajeron regalos ines-perados de libertad, canciones inolvi-dables, momentos únicos y un deseoirrefrenable de vivir para contarlo.Misqueridoshorteras:antesdeque me tenga que poner a cortarlasadelfas del patio, debo recuperar al-gunos abrazos que me he dejado en el camino y recontar con los dedos los amigos que me quedan. Que lo disfrutéis y que haya alivio.11
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Viajar en los 70 era como atravesarel bulevar de los sueños rotos de LosÁngeles, en medio del rodaje de Tardede perros. Las personas se desplaza-ban por necesidad o porque huían dealgo, o del pueblo. Y aunquefumaban Lucky y Camelcorto, no tenían todavíaasumido ese modo de vidaamericano, donde habíafamilias que saltaban deestadoen estado porcarreteras se-cundarias en un coche grande, mien-tras lo llenaban de comida rápida,bolsas de papel ycancionesde WillieNelson. En la España de los 70 habíafamilias como la mía, que cada cur-socambiaban de ciudad. A mi pa-drelotrasladaban constantemente y,por eso, los cuatro teníamos claro queel verano terminaba en un lugar y elcurso siguiente empezaba en otro.Mi madre era una profesional de la maleta y la caja. Recibía de mi pa-dre una escueta información por la tarde y, al día siguiente, antes del el verano terminaba en un lugar y elMi madre era una profesional de la maleta y la caja. Recibía de mi pa-dre una escueta información por la tarde y, al día siguiente, antes del
EL CINCO
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CON NERVIO
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mos calles, plazas, paseos y avenidas,y luego comíamos en sitios donde nosdaban unas Coca-Colas grandes que hacían el rato mucho más mágico y la trama más intensa, porque en casasolo había refrescos así de grandescuando pasaba algo. Por eso, cuando tocaba traslado, mi vida era una fies-ta. Igual que mi Libro de Escolaridad,que albergaba un montón de sellos de colegios distintos, y uno rojo ygrande que decía Matrícula Viva.Parecía el pasaporte de Willy Fogg. Esomehacíasentirdiferenteamiscompañeros, no me daba tiempo adespedirme de nadie y al final de la tarde, cuando entraba en el vagón amanecer,lacasaaparecíacomosila hubieran robado. Mientras de-sayunábamos, sonaba el timbre yunos hombres con mono azul carga-ban todo en un camión y nosotros nos asomábamos a la ventana o al balcón, dependiendo del sitio, para ver cómo aquel vehículo se perdía camino del norte, o del sur; esa in-formación la recibiríamos en su mo-mento. Cuando en 1970 tienes nueveaños, lo normal es que pienses que tu padre es un héroe y que vives conun matrimonio de espías, que ha-blan poco y en voz baja para pasar-se información sensible, una direc-ción a dónde acudir y una hora paraverse. No sabíamos cómo, pero esa tarde ya no estaba mi padre y no-sotros dos nos pegábamos a mi ma-dre para andar mucho. Atravesába-Piii Piii15
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de un tren que se llamaba Rápido, me sentaba en unos enormes sillonesde escay azul junto a la ventana. Lagente fumaba medio asomada a lasventanillasbajadas.Apartirde1970 nos hicimos unos entendidos entrenes, porque viajamos en Expresos,Rápidos y Talgos que tenían nom-bres de ciudades o de zonas costeras, y camas pegadas a la pared, donde dormíamos junto a familias que no conocíamos de nada. Por los pasillos cantaban los quintos que iban comolocosa hacerse hombres a los cuar-teles, y cuando el tren paraba enAlcázar de San Juan, el personalsebajabaamear entre las vías. Había tebeos y vendedores am-bulantes que llevaban una ces-ta grande de mimbre con hor-nazos, tortas de aceite y trozosde paloduz, una especie deregaliz rural que se masti-caba hasta que te dejaba elpaladar dormido y que losviejos decían que salía delcostado de los muertos.Otro acojono más paraecharse a la mochila delos nueve años. Perocuando el jefe delaestación tocaba elpito y arrancabaaquel convoy que nos llevaba al lugar donde la pare-ja de espías había decidido anidar los próximos meses, yo me sumergía enotroviajeinterestelardeFlashGordon, que iba en busca de su no-via Dale Arden, porque Ming elDespiadado la había raptado para conseguir algún invento chulo deZarkov, el científico que era el cole-ga fetén del protagonista del tebeo. ga fetén del protagonista del tebeo. ga fetén del protagonista del tebeo. ga fetén del protagonista del tebeo. ga fetén del protagonista del tebeo. ga fetén del protagonista del tebeo. cantaban los quintos que iban comocantaban los quintos que iban comocantaban los quintos que iban comolocosa hacerse hombres a los cuar-locosa hacerse hombres a los cuar-locosa hacerse hombres a los cuar-locosa hacerse hombres a los cuar-teles, y cuando el tren paraba enteles, y cuando el tren paraba enteles, y cuando el tren paraba enteles, y cuando el tren paraba enAlcázar de San Juan, el personalAlcázar de San Juan, el personalAlcázar de San Juan, el personalsebajabaamear entre las vías. sebajabaamear entre las vías. sebajabaamear entre las vías. Había tebeos y vendedores am-Había tebeos y vendedores am-Había tebeos y vendedores am-bulantes que llevaban una ces-bulantes que llevaban una ces-bulantes que llevaban una ces-ta grande de mimbre con hor-ta grande de mimbre con hor-nazos, tortas de aceite y trozosnazos, tortas de aceite y trozosde paloduz, una especie dede paloduz, una especie dede paloduz, una especie dede paloduz, una especie deregaliz rural que se masti-regaliz rural que se masti-regaliz rural que se masti-caba hasta que te dejaba elcaba hasta que te dejaba elcaba hasta que te dejaba elpaladar dormido y que lospaladar dormido y que losviejos decían que salía delviejos decían que salía delcostado de los muertos.costado de los muertos.Otro acojono más paraOtro acojono más paraecharse a la mochila de16
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En algún vagón, alguien encendía un transistor y se oía «Gwendoly-ne», la canción que en 1970 puso aJulio Iglesias en el altar de los diosesdeunaEspañaque soñaba condejarde pasar fatiga y tener los dientesblancos. Entonces, Flash Gordon memiraba con un poco de melancolíadesde el ventanuco de su nave y se-guía su camino hacia Mongo, queera lo que tenía que hacer. Y yo ce-rraba los ojos soñando que algún díaiba a tener una sonrisa como la deJulio Iglesias, cuandofuera elegidopor aclamación para representar aEspaña en el Festival de Eurovisión.
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Enlostrenes delargorecorrido de 1970 tecruzabas muchasveces con las ca-rreteras y otrasmarchabas enparalelo con ellas duran-te varios kilómetros. En esos ratos,jugaba a memorizar las marcas delos coches, las motos y los camionesque adelantábamos o que estabanparados en las barreras de los pasosa nivel. Y así contaba cuántos Sim-ca1000 había en España,porquemi familia tenía uno marrón al quellamaban«el mierda», por el colorde la pintura. Era un coche cuadrado,como una goma de borrar con ruedasque tuvo mucho éxito por esa época,ya que la publicidad de la tele decíaque era «el cinco plazas con nervio»y nosotros necesitábamos cinco sitiosa veces, porque mi abuelo Agustínse venía a pasar temporadas connosotros. A mi abuelo le llamaban«Alegría»en el pueblo, ya que eraun tipo muy afable que tenía unasimpatía natural. Le caía muy biena la gente, y cuando llegaba laNavidad, sacaba una zambomba,humedecía bien la caña y cantabaunos villancicos con letras espeluz-nantes que removían a los mayoresy fascinaban a los zagales. Así quecuandolacosaestabamástranquila,mi abuelo Agustín se apalancaba lazambomba y cantaba su villancicomás popular. Entonces se montabala división de opiniones en el salónSimca 1000 - el 5 plazas con nervio
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¡¡Rum rum!!
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te corre un lagarto.Por las patas arribaSi no quieres que fumecierra el estanco.de mi tía Tomasa: los mayores sellenaban los ojos con gestos de desa-probación, mientras los chicos, alrede-dor del abuelo, lo vitoreábamos y loanimábamos para que cantara otro.A veces pasaba un Gordini, queeraun coche más antiguo al quellamaban el coche de las viudas,porque la gente aseguraba que eramuy inestable y no dejaba un ma-rido vivo. Aquel Gordini tenía unapalanca de cambios más fina queuna caña y para meter las marchashabíaquehacerunsobreesfuerzomás grande que una palada de unremero.El que siempre estaba ahíera el seat 600, de mil formas y lle-no de cosas o de personas. En cadaviaje contaba muchos, porque estevehículo legendario llegó a tenerprimos de fábrica como el 850, quetambién tenía el motor detrás. Hubogente que le puso autorradio DeWald para ir escuchando los par-tidos en la onda media. Y como latele ya empezaba a poner anunciosde coches chulos, hubo quien firmóun montón de letras para comprar-se un Citröen GS, porque cuando temontabas, parecía que ibas flotan-do y a la gente aquello le resultabamarciano, aunque la verdad es queel secreto estaba en la suspensión.19
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Era un modelo que cada vez se veíamás y que tenía el mismo color dela España de 1970, marrón —comoel Simca de mi familia— y blanco.Claro, como la cosa estaba en tener,pero no aparentar por si destacabas,los colores de estos coches tambiéneran discretos. Todo lo contrario erael Seat 124, que nos encantaba a losniños porque lo podíamos coleccionaren miniatura, se abrían las puertasde delante y venía en color rojo conunos faros cuadrados que lo hacíancasi un deportivo. De hecho, su primo,el 1430, fue después el coche más so-licitado cuando éramos horteras y elmás utilizado por los quinquis en losatracosy las huidasde la GuardiaCivil, y por muchos taxistas. Inclusollegó a ser un prototipo que compe-tía en rallies y fue reconocido en lomás alto de nuestra infancia y ado-lescencia: pertenecía a la escudería deScalextric. Pero el coche que más megustaba contar desde el tren era elRenault 12. Fue durante mucho tiem-po el primer escalón para ser figuradel toreo, ya que los novilleros siem-pre decían cuando los entrevistabanen la tele que los primeros dineros iban «pa un R12»y luego, el Mer-cedes. De esos no se veía ninguno, ano ser que estuvieras en Madrid, hu-biera un entierro, algún emigrantealquilara uno para bajarse al puebloa darse importancia en vacaciones olos vieras en el cine.En el verano de 1970 se me hicie-ron muy simpáticos los camioneros.Ya me caían bien, porque en la vi-sera verde de sus vehículos siemprerotulaban frases llenas de nostalgiay melancolía: «Mi Juanico y mi Es-peranza», «Mis tres amores»y esló-
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ganes parecidos y siempre dedicadosa los herederos, que era para quieneshacían la ruta cada día. Lo normal. Aquel año fuimos al cine de verano y vimos en la sesión doble una de vaqueros que se llamaba Río Lobo, con John Wayne y Jorge Rivero, queen la ficción era el capitán PierreCordona, un nombre que siemprequise ponerme y una idea que nodescarto antes de morir. Es imposi-ble que un tío que se llame PierreCordona ytenga losojosnegros yuna barba que parecía de dos días no fuera de los buenos. Así que solo conseguíanherirloyluegoseligabaa Jennifer O’Neill, que fue mi gran amor de los 70, porque no pude ha-cer otra cosa que soñar con ella desdeque la vi en Verano del 42, donde Jennifer O’Neill
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una señora tremendamente guapa tenía un rollo con un adolescente.Justo lo que necesitábamos paraecharnos más terror a la mente conlo del infierno y salir a la calle con laensoñación en lo alto y los pantalo-nes de campana más apretados de lo habitual.La segunda película era Juicio defaldas, una comedia impensable ennuestros días. Ahí estaba Manolo Es-cobar, que era un camionero muyquerido en su sector, amable, honra-do, pobre y tartamudo. Manolo hacíaque la carretera tuviera otro sentido,porque en cada bar donde se dete-nían a comer —ya sabéis la leyendade parar siempre donde hay camio-nes— aparecía Manolo con su Pegasoy se cantaba una copla que reventa-ba el chiringuito. En mi vida he vistocamioneros más felices. Imagino queManolo cantaba lejos de la fronterade Francia. La trama nos llevaba aque Gracita Morales quedaba embara-zadadeuntartamudoyleechabalaculpa al bueno de Manolo. Imaginadaquel cine de verano, con sus sillasdehierro, sus pipas, sus bocadillos,«llevoloscaramales,caramalitos, rape, mero, ali-oli, oiga, que me losquitan de las manos»y las Mirindas.Toda la familia atenta al desenlacey Manolo sin hablar por no empeo-rarla situación. Entonces, como unvendaval de caballos de hierro, apa-recen por el juzgado los amigos deManolo Escobar, los camioneros, quesellamanenlapelículaLabandadelos Pegaso, y se cantan una melodíacon aires gaditanos:Aquí llega la banda de los Pegasoya se ha «largao» tres lingotazos.que el que más y el que menos
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Y aunque la solidaridad del gremio estaba justificada, la canción noayudaba mucho. Entonces, Mano-lo empieza a cantar, porque cuan-do canta no es tartamudo. Al final la comedia tenía buenos, que eran Manolo, Conchita Velasco y los ca-mioneros, y un tartamudo como un campeón, que era Antonio Ozores, en realidad el padre de la criatura de Gracita Morales. Y como en 1970 todavía había buenos y malos, per-dón para el pecado y misericordia con el que había obrado de mala fe, la gente se levantaba de sus asientoscon la conciencia en su sitio y el culomás cuadrado que un Simca 1000, «el cinco plazas con nervio».23
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