No elijas: vive y trabaja (edición actualizada)

Luis Muiño

Fragmento

1

A veces pensamos, a veces actuamos

Te invito a iniciar tu viaje en busca de una forma sana de conciliar tu vida laboral, tu vida familiar y tu vida personal.

Tu tiempo vital transcurre entre estos tres mundos. Como todas las personas que viven esta época difícil y estimulante de principios del siglo xxi, tienes una parte de tu vida puesta en cada uno de estos ámbitos. Y estoy seguro de que ya te has dado cuenta de que cada uno de ellos requiere de ti distintas formas de actuar, de controlar el tiempo, de comunicarte...

Aprender a optimizar tu forma de ser en cada uno de estos universos sin dejar de ser tú mismo es uno de los objetivos de este libro.

El otro objetivo es ayudarte a encontrar estrategias vitales que impidan que esos mundos colisionen entre sí. Es decir, vamos a buscar juntos ideas que te permitan vivir plenamente cada una de tus tres vidas sin que las otras interfieran. En el mundo en que te ha tocado vivir, los trasvases entre los tres ámbitos son continuos y, a veces, no nos gustan las consecuencias. Woody Allen decía, por ejemplo, que «el trabajo es una invasión de nuestra privacidad». El método que propone este libro quiere ayudarte a prevenir esas sensaciones negativas.

Para emprender este viaje, te sugiero que te plantees en primer lugar una pregunta: ¿Cuál quiero que sea el final de este viaje? Es decir: ¿cuáles son mis objetivos?

La cuestión parece sencilla. Pero los seres humanos no solemos tener a mano la respuesta: casi nunca sabemos claramente qué queremos conseguir cuando empezamos a cambiar aspectos de nuestra vida.

Hay una razón para esta falta de autoanálisis. En los períodos normales de nuestra vida, solemos seguir hacia delante sin plantearnos adónde esperamos llegar. En realidad, muchas de nuestras conversaciones se parecen a la que tiene Alicia con el Gato de Cheshire en un determinado momento de su viaje al País de las Maravillas:

—Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?

—Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar —dijo el Gato.

—No me importa mucho el sitio... —dijo Alicia. —Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes —dijo el Gato.

—... siempre que llegue a alguna parte —añadió Alicia como explicación.

—¡Oh, siempre llegarás a alguna parte —aseguró el Gato—, si caminas lo suficiente!

A Alicia le pareció que esto no tenía vuelta de hoja.

Diálogos tan locos como este son muy habituales en las etapas vitales ordinarias. Cuando no nos sentimos en crisis vamos respondiendo a los acontecimientos de forma automática. No nos planteamos hacia dónde queremos dirigir nuestros pasos y formulamos continuamente frases que demuestran que no tenemos un rumbo claro: «Yo creo que habría que ir planteándose el asunto ese de tener hijos», «Convoquemos la reunión y ya decidiremos después el orden del día», «Es viernes, ¿vamos al cine? No he mirado la cartelera, pero seguro que echan algo que...».

Hablamos así cuando nos encontramos en un período rutinario de nuestra vida. En esos momentos, estas frases son habituales: cuestionar todo el tiempo nuestro rumbo sería un tremendo gasto de energía vital. Así que seguimos adelante sin pensar. En los períodos de calma es más adaptativo que dediquemos nuestro empuje a la acción y no a la reflexión. Cuando nos sentimos bien, es mejor pensar poco y hacer mucho. En los momentos en que tenemos las cosas claras, la felicidad suele consistir en no tener tiempo de plantearnos ni siquiera si somos felices. Disfrutamos y punto.

Sin embargo, cuando las cosas no nos están saliendo como nos gustaría, resulta útil pararse a pensar. Las crisis suponen un paso atrás necesario para luego avanzar dos pasos hacia delante. Y, en parte, ese paso atrás supone repensar qué esperamos de la vida.

No estamos consiguiendo nuestros objetivos, ¿quizá deberíamos replanteárnoslos?

Cuando ayudo a las personas a encontrar una fórmula para conciliar vida laboral, vida familiar y vida personal, empiezo siempre por trabajar con ellos sus objetivos. «¿Qué le pides a tu trabajo?», «¿Cuál sería la relación ideal con tu familia?», «¿Cómo te gustaría sentirte en tu tiempo libre?» son algunas de mis preguntas habituales. Y muchas veces me encuentro con que parte de sus problemas al tratar de equilibrar los tres mundos tiene que ver con que sus expectativas no eran realistas.

Pedro esperaba que todos sus compañeros de trabajo se comportaran como amigos del alma. Acababa decepcionado cada vez que sentía que le traicionaban.

María actuaba como si su objetivo fuera realizar su labor siempre de forma impecable. Por culpa de ello, no podía aceptar críticas que le habrían ayudado a aprender. Su perfeccionismo la llevaba a acabar siendo ineficaz.

Ana se sentía una mala madre cada vez que su hijo experimentaba un acontecimiento vital y ella no había estado a su lado. Su culpabilidad le impedía estar a gusto en el trabajo, pero también le impedía disfrutar de su hijo. Y eso era el motivo de su sufrimiento: la relación con el chaval se estaba deteriorando. Pero él no se quejaba de la cantidad de tiempo que pasaban juntos, sino de la calidad. Ana, culpabilizada, se había convertido en una madre rígida, tensa y con poco sentido del humor.

Estas y otras muchas situaciones causadas por objetivos imposibles de cumplir son habituales en mi práctica clínica. Por eso te sugiero que este sea tu primer ejercicio:

¿CUÁLES SON MIS OBJETIVOS?

Haz una lista en tu «cuaderno de conciliación» de las metas que tienes en mente al empezar este programa. Para elaborar esos objetivos, te propongo que trates de responderte a estas preguntas: ¿Qué entiendo por conciliación de vida personal, vida laboral y vida privada? ¿Cómo tendrían que ser estos tres mundos para que me sintiera feliz?

Imagina un día, dentro de tres meses, en el que te levantas por la mañana y tu vida funciona como a ti te gustaría en esos tres niveles... ¿Cómo sería ese día ideal? ¿Qué habría cambiado con respecto a tu situación actual?

Después de completar esa imagen de un «día ideal», trata de desmenuzar lo que ocurre en él y haz una lista de tus objetivos.

EJEMPLO

Recuerda la historia de Raquel, la mujer de la que te hablé en el prólogo y que nos servirá de ejemplo a lo largo del método. ¿Cómo responde Raquel a esta primera pregunta?

Pensando en ese «día ideal», veo claro el objetivo general: quiero conseguir mejorar mi desempeño laboral, pero no quiero, para ello, renunciar a mi papel de madre ni dejar de disfrutar de la vida.

Ese día, por ejemplo, podría hablar con mis hijos por la noche de sus historias. Tendría tiempo y energías. Quiero estar ahí cuando mis hijos tienen algo que contarme.

Por otra parte, tampoco quiero renunciar a mi historia con Jorge. Desde luego, para mí, el problema es el tiempo. Necesito dar prioridad a lo que más me importa. Imaginando ese día, deseo que sea un día en el que me dedique a lo que realmente quiero hacer y en el que no pierda ni un minuto.

Analizando mis imágenes del «día ideal», creo que mis objetivos son:

— Sentirme menos estresada.

— Divertirme más en el trabajo.

— Hacer las cosas bien.

— Estar menos cansada físicamente.

— No sentirme continuamente evaluada.

— Estar en todos los momentos importantes de aquellos que me importan.

— Manejar mi propia vida hacia donde yo quiero.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Product added to wishlist