La alternativa del diablo

Frederick Forsyth

Fragmento

La alternativa del diablo

PRÓLOGO

El náufrago habría muerto antes de ponerse el sol, de no haber sido por la aguda visión de un marinero italiano llamado Mario. Cuando lo descubrieron, estaba sumido ya en una inconsciencia total; las zonas de su cuerpo casi desnudo expuestas al aire mostraban quemaduras de segundo grado producidas por el implacable sol, y las partes sumergidas en el agua del mar aparecían blandas, blancas y ulceradas, como las extremidades de un pato en estado de putrefacción.

Mario Curcio era el cocinero-camarero del Garibaldi, simpático, viejo y enmohecido cacharro que había zarpado de Brindisi rumbo al este, en dirección al cabo Ince y a Trebisonda, en el extremo oriental de la costa norte de Turquía. Tenía que recoger un cargamento de almendras de Anatolia.

Nadie preguntó por qué Mario había decidido, precisamente aquella mañana de la última decena de abril de 1982, vaciar su cubo con mondaduras de patata por la borda, en vez de hacerlo por el canal de la basura situado a popa, y si se lo hubiesen preguntado no habría podido decir el porqué. Quizá fue para respirar un poco de aire fresco del mar Negro y romper así la monotonía del humo y el calor de la estrecha cocina; pero lo cierto es que salió a cubierta, se dirigió a la barandilla de estribor y arrojó la basura en el indiferente y sufrido mar. Después dio media vuelta y echó a andar, para reanudar sus quehaceres. Pero a los dos pasos se detuvo, frunció el entrecejo, se volvió y retrocedió hacia la barandilla, intrigado e inseguro.

El barco seguía el rumbo este-nordeste para salvar el cabo Ince, y por eso, al hacer el hombre visera con la mano para mirar hacia popa, el sol de mediodía le dio casi de lleno en el rostro. Pero estaba seguro de que había visto algo allá, sobre las olas verdeazules, entre el barco y la costa de Turquía, que se extendía a unos treinta kilómetros al sur. Incapaz de divisarlo de nuevo, trotó por la cubierta de popa, subió la escalerilla exterior del puente y volvió a mirar. Y entonces lo vio con toda claridad durante medio segundo, entre dos olas que oscilaban suavemente. Se volvió hacia la puerta abierta que había detrás de él, que conducía a la caseta del timón, y gritó:

Capitano!

El capitán, Vittorio Ingrao, tardó un poco en dejarse persuadir, pues Mario era un zoquete; pero como buen marino sabía que, ante la posibilidad de que hubiese un hombre en el agua, su deber era virar y comprobarlo más de cerca; además, el radar había revelado algo. Le costó media hora conducir el barco al sitio indicado por Mario, y entonces también él lo vio.

El bote tenía menos de cuatro metros de largo y no era muy ancho. Se trataba de una embarcación ligera, como las que suelen remolcar los barcos más grandes. Casi a la mitad del bote, hacia proa, había un solo banco, con un agujero para plantar un mástil. Pero, o nunca existió tal mástil, o el que llevaba estaba flojo y había saltado por la borda. Con el Garibaldi detenido y meciéndose en las olas, el capitán Ingrao se apoyó contra la barandilla del puente y observó a Mario y al contramaestre, Paolo Longhi, que ponían en marcha el bote salvavidas para ir en busca del náufrago. Desde su puesto elevado pudo mirar al interior del esquife cuando éste era remolcado.

El hombre yacía boca arriba, sobre varios centímetros de agua salada. Estaba flaco y demacrado, con la barba crecida y se hallaba inconsciente; tenía ladeada la cabeza y respiraba en breves jadeos. Gimió varias veces cuando le izaron a bordo y los marineros tocaron los llagados hombros y el pecho.

En el Garibaldi había siempre un camarote vacío que hacía las veces de enfermería en caso necesario, y el náufrago fue depositado en él. Mario, que pidió autorización para cuidarle, pronto le consideró como algo propio y le prestó una atención especial, como un chiquillo habría hecho con un perrito al que hubiera salvado de la muerte. Longhi cogió una inyección de morfina del botiquín y se la administró al enfermo para aliviarle el dolor. Después, los dos marineros empezaron a curarle las quemaduras.

Por su condición de calabreses sabían algo sobre las quemaduras causadas por el sol y prepararon el mejor remedio para ellas. Mario trajo de la cocina, en una jofaina, una mezcla, a partes iguales, de zumo de limón y vinagre; un paño de algodón que cortó de la funda de su almohada, y un cuenco lleno de cubitos de hielo. Después que hubo mojado el paño en la mezcla y envuelto en él una docena de cubitos, aplicó suavemente la compresa sobre las zonas más dañadas, donde los rayos ultravioleta habían penetrado casi hasta los huesos. Pequeñas nubecillas de vapor brotaron del cuerpo inconsciente cuando el astringente helado absorbió el calor de la carne tostada. El herido se estremeció.

—Más vale tener un poco de fiebre que morir de quemaduras —le dijo Mario en italiano.

El hombre no podía oírle, y, de no ser así, tampoco le habría comprendido.

Longhi fue a reunirse con su patrón en la popa, donde había sido izado el bote.

—¿Hay algo ahí? —preguntó.

El capitán Ingrao meneó la cabeza.

—El hombre no lleva nada encima —dijo Mario—. Ni reloj, ni placa de identidad. Sólo unos calzoncillos baratos, sin etiqueta. Su barba parece ser de unos diez días.

—Aquí tampoco hemos encontrado nada —informó Ingrao—. Ni mástil, ni vela, ni remos. Tampoco hay comida, ni un frasco de agua. Y ni siquiera el bote lleva nombre. Aunque tal vez haya saltado.

—¿Un turista de vacaciones que ha sido arrastrado hacia alta mar? —preguntó Longhi.

Ingrao se encogió de hombros.

—O el superviviente de un pequeño carguero —repuso—. Dentro de dos días llegaremos a Trebisonda. Las autoridades turcas podrán averiguarlo cuando él se despierte y empiece a hablar. Mientras tanto sigamos nuestra ruta. ¡Ah! Debemos cablegrafiar a nuestro agente allí y decirle lo que ha ocurrido. Necesitaremos una ambulancia cuando atraquemos.

Dos días más tarde, el náufrago, todavía medio inconsciente e incapaz de hablar, fue acostado entre blancas sábanas en una sala del pequeño hospital municipal de Trebisonda.

Mario, el marino, había ac

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