Fábulas (Los mejores clásicos)

Félix María de Samaniego

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

1. PERFILES DE LA ÉPOCA

La muerte de Carlos II sin descendencia provocó la Guerra de Sucesión (1700-1713) en la que las potencias europeas que se creían con derecho al trono español pelearon junto a los dos sectores en que se dividió el país: el antiguo Reino de Aragón defendía al archiduque Carlos, radicado en Barcelona, y el resto del territorio era partidario del Borbón Felipe de Anjou que fue el sector que ganó la guerra civil. Felipe V (1700-1746) hubo de iniciar su largo reinado con el cambio de la imagen regia para borrar cualquier signo de la decadencia en que nos habían sumido los Austrias. Poco a poco fueron llegando a España nuevos aires renovadores que intentaban situar a nuestro país a la hora europea siguiendo el modelo francés, blindados por los sucesivos Pactos de Familia entre ambas coronas. Se promovieron reformas en todos los ámbitos de la sociedad, amparadas por el ideario progresista de la Ilustración: la organización política, la economía y la fiscalidad, la industria y las obras públicas, la modernización del ejército, el control del poder religioso y de la Inquisición, la cultura (arte, literatura, diversiones públicas) y la estructura de la sociedad, dando lugar a un fructífero período regenerador. Los escritos de los novatores valencianos y los ensayos del padre Feijoo animaron el panorama social, cultural y literario con abundantes polémicas.

La nueva organización del Estado se hizo más centralista, con una división en cuatro ministerios (Estado, Gracia y Justicia, Guerra, Indias) que se repartían de manera más razonable el gobierno del país. Se mantuvo el Consejo de Castilla como órgano del gobierno con sus funciones de tribunal superior de justicia y de órgano consultivo del rey, entre otras competencias. Se crearon las Capitanías Generales, las Audiencias, y después las Intendencias (desde 1749) para controlar con eficacia las distintas tierras de España, donde sólo el País Vasco y Navarra se consideraban “provincias exentas” que negociaban directamente sus problemas con la Corona. Resultó imprescindible sanear la administración buscando funcionarios más profesionales y eficaces que sirvieran con celo las propuestas reformistas del Monarca. Gobernando ya Fernando VI (1746-1759), en 1754 se creó el Departamento de Hacienda con un intento de ordenar y sanear el variopinto mundo de los impuestos tan necesarios para mantener las reformas, el prestigio de la corona, y las guerras que las tensiones con Inglaterra y el mantenimiento del lejano imperio exigían.

El proyecto reformista creció con fuerza durante el reinado de Carlos III (1759-1788), casado con María Amalia de Sajonia, que ya había velado sus armas de buen gobernante en Parma y en el reino de Nápoles. Los Intendentes, las Sociedades Económicas, y la prensa ilustrada se convirtieron en los principales adalides de la renovación. Fueron promotores de nuevas empresas reformistas en la economía, en la educación, en las costumbres de la gente, en la cultura y en la literatura, abriendo caminos que no siempre se consolidaban según sus deseos. El proceso de cambio, con la profundidad de las reformas de Grimaldi, de Campomanes y del conde de Aranda, inquietó a los poderes tradicionales, cierta nobleza conservadora, la Iglesia oficial y algunas órdenes religiosas a quienes la transformación les estaba dejando fuera del juego social, que movieron los ocultos hilos que dieron paso al famoso Motín de Esquilache (1766). Como consecuencia del mismo la corona disolvió al año siguiente la congregación de los jesuitas a la que se creyó oculta promotora de la revuelta, cuyos miembros hubieron de ir al exilio. Este comportamiento político demuestra que la Iglesia era un estamento que había perdido sus viejos privilegios, que en el presente estaba controlada, acosada por el regalismo, el jansenismo y el laicismo. Algunas autoridades religiosas colaboraron con el poder. La añeja Inquisición no había desaparecido como organismo represor, pero su actividad era mínima y existía una libertad de expresión que encontraba su límite en el respeto a la Corona. Conviene recordar los nombres de otros fieles políticos que hicieron viable esta reforma como Olavide, Rodríguez Moñino, Gálvez, Llaguno y Amírola, o Jovellanos y Meléndez Valdés en el campo de la judicatura y de las letras.

El Despotismo Ilustrado, aun no siendo un movimiento democrático porque el monarca ostentaba un poder absoluto, actuó con prudencia en el ámbito de las libertades ciudadanas. Se buscaba una sociedad más igualitaria en la que la nobleza, abandonando el ocio atávico y el desinterés por el trabajo mecánico, debería colaborar en la reforma de la patria. En nombre del progreso social y de la búsqueda de la felicidad humana, se promovieron proyectos urbanísticos en las ciudades y en los pueblos, se arreglaron caminos y se construyeron canales, se levantaron industrias. Más problemas tuvieron los proyectos de reforma agrícola que afectaban a sectores sensibles de la sociedad, la Iglesia y los nobles terratenientes, que exigían un reparto más equitativo de la tierra. La religiosidad popular, mantenida por clérigos tradicionalistas y predicadores tridentinos, tampoco había sufrido grandes modificaciones. Seguían fieles a sus devociones, predicaciones cuaresmales, procesiones, milagrerías, y otros ritos que remitían al viejo culto contrarreformista. Esta sensibilidad vivía al margen de las propuestas de los deístas, jansenistas, que defendían una religiosidad purificada.

El gobierno de Carlos IV (1788-1808) se inició con la explosión violenta de la Revolución Francesa (1789), que puso severo freno a este proceso de reformas y afectó de manera ostensible al gobierno del país. No se pudieron evitar ciertos incidentes militares como la invasión del Rosellón francés y la toma por los revolucionarios galos del País Vasco ocupado desde marzo de 1793 hasta agosto de 1795. Se adoptó una política errática entre actitudes reformistas o conservadoras guiada por Godoy, el Príncipe de la Paz. Asimismo, se intentó minimizar la influencia del ideario revolucionario, trazando un celoso cordón sanitario al libro extranjero, pero controlando igualmente los viejos caminos del pensamiento ilustrado (prensa, Sociedades Económicas, autorizaciones para leer libros prohibidos), intensificando así la censura civil. También la Iglesia volvió a retomar su antiguo puesto en la sociedad, y se reactivó con celo renovado la histórica Inquisición, antaño dormida. Aunque no se quebró del todo el ideario ilustrado y algunos políticos de este sector incluso retornaron al poder, hubo un progreso ostensible de las fuerzas conservadoras y fueron perseguidos algunos de los antiguos promotores de la política reformista (Urquijo, Jovellanos, Meléndez Valdés…). El Motín de Aranjuez provocó la abdicación real en su joven hijo Fernando VII. Al amparo del Tratado de Fontainebleau (1807) en virtud del cual nos repartíamos con Francia el Reino de Portugal, las tropas galas entraron en España (1808) provocando el levantamiento popular del Dos de mayo y el inicio de la Guerra de la Independencia (1808-1814), tras una extraña ceremonia de cesión del poder político en Bayona a favor de José I Bonaparte, hermano del emperador Napoleón, que gobernó en Madrid con políticas muy progresistas y la colaboración de un nutrido grupo de intelectuales que luego serían acusados de afrancesados.

Durante el gobierno de los Borbones se

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Product added to wishlist