El crimen del Padre Amaro (Los mejores clásicos)

José Maria Eça de Queirós

Fragmento

cap

INTRODUCCIÓN

Monóculo

El 12 de julio de 1871, en un salón del Casino Lisbonense, Eça de Queirós pronunció una conferencia titulada La nueva literatura o el realismo como nueva expresión del arte. Tanto tiempo después podemos imaginar al público, los bigotes, las chisteras, los asentimientos de aprobación o los susurros de desacuerdo; podemos imaginar el sonido de la voz de Eça. Hasta podemos imaginar el texto original de esa conferencia que no ha llegado hasta nuestros días, que se perdió. Sin embargo, los ecos de aquellas palabras en los periódicos de la época son claros, nos permiten saber que Eça rechazó con vehemencia el romanticismo, cuya influencia era omnipresente, y defendió con la misma fuerza aquello que llamó «realismo».

António Salgado Júnior reconstruyó de forma verosímil los fragmentos de esa conferencia y, según ese trabajo, Eça habría afirmado que el realismo «es una base filosófica para todas las concepciones del espíritu: una ley, un prontuario, una guía del pensamiento humano en la eterna región de lo bello, lo bueno y lo justo. Así visto, el realismo deja de ser, como algunos podrían suponer equivocadamente, un simple modo de contar: minucioso, trivial, fotográfico. Eso no es realismo: es su adulteración. Es darnos la forma por la esencia, el proceso por la doctrina. El realismo es otra cosa: es la negación del arte por el arte; es la proscripción de lo convencional, de lo enfático y de la sensiblería. […] Es el análisis con la mirada en la verdad absoluta. Por otro lado, el realismo es una reacción contra el romanticismo: el romanticismo era la apoteosis del sentimiento, el realismo es la anatomía del carácter. Es la crítica del hombre. Es el arte que nos pinta ante nuestros propios ojos para que nos conozcamos mejor, para que sepamos si somos de verdad o de mentira, para condenar lo malo que hay en nuestra sociedad».

Conocidas como las «Conferencias del Casino», las organizaba el poeta Antero de Quental y se citan con frecuencia como el manifiesto de una generación literaria enfrentada estética y políticamente al statu quo de la época. Con esa misma carga programática, la participación de Eça revela de forma especial las ideas que sirven de base a la obra que empezaba a construir. La reforma propuesta tenía varias dimensiones, quería influir en diversos niveles de la vida y el pensamiento del país. En este contexto, la literatura renuncia a la predilección romántica por el individuo y se afirma como una vía de investigación social.

A raíz de todo lo anterior aparece en 1875 la primera versión de El crimen del padre Amaro, en forma de folletín, publicada en A Revista Ocidental. La elaboración de la trama tiene una clara intención colectiva al retratar un Portugal hipócrita, mezquino. Si bien es cierto que podemos hacer una lectura a la luz de las circunstancias específicas de la época, no lo es menos que hoy, casi ciento cincuenta años después, continúan siendo pertinentes las interpretaciones que sugiere. No obstante, esa primera versión tenía características bastante diferentes de las dos posteriores. Le faltaba sutileza en el tratamiento del tema, lo que suscitó las críticas de Camilo Castelo Branco, el otro gran novelista portugués del siglo XIX. Esa diferencia entre versiones se aprecia en la extensión misma del texto: la versión de 1875 tiene poco más de ciento cuarenta páginas; la segunda, publicada en 1876, tiene el doble; la tercera, de 1880, más del doble que la segunda.

Si tenemos en cuenta el prefacio que hizo para la segunda versión, Eça empezó a escribir la novela cuando se incorporó a la administración pública en 1870, a los veinticinco años de edad, con el puesto de administrador municipio de Leiria, ciudad donde se desarrolla la trama. Pero siguió trabajando en ella tras acceder a la carrera diplomática en 1873, destinado en La Habana. También lo acompañó en sus destinos ingleses: Newcastle y Bristol, donde vivió entre 1874 y 1878.

Antes de la primera edición de El crimen del padre Amaro, Eça de Queirós ya había escrito las colaboraciones de prensa que se compilaron de forma póstuma bajo el título de Prosas bárbaras; también había compuesto ya los textos que, años más tarde, se publicarían en el libro El misterio de la carretera de Sintra, escrito a medias con Ramalho Ortigão y que constituye la primera obra del subgénero policíaco de la literatura portuguesa. Aun así, El crimen del padre Amaro es su primer libro publicado, su estreno. Además de su importancia en el contexto de la literatura portuguesa, tiene también la particularidad de limpiar en las ediciones posteriores las huellas del romanticismo que aún quedaban en sus textos iniciales. Al utilizar el subtítulo Escenas de la vida devota, define el principio del realismo portugués y, de todas las páginas que se escribieron en la línea, son muchos, yo incluido, quienes la consideran una de las obras más extraordinarias de ese movimiento. No me parece una exageración afirmar que ciertamente se cuenta entre las obras noveles más impresionantes de todo el siglo XIX.

Zola es una de las influencias notorias en la literatura de Eça de Queirós, en general y en este caso particular. En 1881 el autor francés empezó a publicar Los Rougon-Macquart, título genérico de las veinte novelas que escribió entre 1871 y 1893; el subtítulo de esa serie es Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Machado de Assis, el gran novelista brasileño contemporáneo de Eça, llegó a acusarlo de que El crimen del padre Amaro era una pobre imitación de El pecado del padre Mouré, de Zola, el quinto título de la mencionada serie, publicado también en 1875. Más allá de la semejanza de los títulos, en el prefacio a la tercera versión de la novela es el propio Eça quien señala las diferencias fundamentales entre las dos obras, refiriéndose a esa acusación como «obtusidad córnea o mala fe cínica». De hecho, lo que Eça bebe de Zola es, sobre todo, la idea de una escritura literaria como especie de ciencia social y humana: aquello que Zola llamó «naturalismo» y que Eça llamó «realismo».

Si bien es cierto que ambas obras tienen como protagonista a un miembro del clero que mantiene una relación con una mujer, rompiendo sus votos, en el caso de Zola se trata de un texto cercano a la parábola, cuya acción tiene lugar en un espacio idílico, mientras que en el caso de Eça es una censura directa a un Portugal provinciano, regido por una moral fingida, donde la Iglesia católica condensa y difunde esas características negativas.

En la lógica creada por la novela, son los condicionantes de la Iglesia y del sacerdocio los que, en vez de atenuarla, agravan la decadencia moral de Amaro. Estamos en un mundo en el que la idea del pecado está siempre presente, nortea todas las opciones, aunque esa lógica esté fuertemente distorsionada en favor de los intereses de la época. «Somos hombres», le dice Amaro al canónigo. Y, de hecho, a partir de un determinado momento trasciende la falta de respeto por los votos y lo vemos jurar en vano, mentir, maldecir la religión y hasta desear la muerte de niños y fetos, ser connivente con la crueldad insensible de la «tejedora de ángeles».

Sin embargo, aunque estamos ante una novela que se levanta ostensivamente contra la Iglesia católica, la reacción de

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