Cartas literarias a una mujer / Cartas desde mi celda

Gustavo Adolfo Bécquer

Fragmento

Introducción

Introducción

El célebre poeta Gustavo Adolfo Bécquer, amado por todas las generaciones que siguieron a su muerte (1870), fue ignorado en su tiempo, salvo por unos pocos amigos que le admiraron y fueron fieles a su memoria publicando sus obras en el año 1871, ya que él únicamente había dado a la imprenta algunos escritos aislados, escasos poemas y varios artículos periodísticos, algunos sin firma. Era sevillano, nacido el 17 de febrero de 1836, hijo de padre pintor, al que perdió a los cinco años. Eran seis hermanos, de los cuales el más famoso como pintor sería Valeriano, heredero de las cualidades artísticas de su padre, de las que participó también, aunque en menor medida, el propio Gustavo Adolfo. El apellido Bécquer lo adoptaron de sus antecesores familiares. Los primeros apellidos de Gustavo Adolfo eran Domínguez Bastida Insausti. Gustavo Adolfo a veces indicaba mediante la inicial «D» el apellido «Domínguez», como así figura, por ejemplo, en la portada del Libro de los gorriones, y su hermano Valeriano hacía otro tanto, como hemos podido comprobar en alguno de sus cuadros. En el año 1847, es decir, cuando Gustavo Adolfo tenía once años, falleció también su madre. Un año antes había ingresado en el Colegio de San Telmo de Sevilla, centro orientado fundamentalmente a los estudios de Náutica. Allí parece que conoció a Narciso Campillo (quien a la larga sería catedrático de Retórica y Poética), manifestando ambos inclinaciones literarias. Gustavo Adolfo quedó al cuidado de su tía María Bastida, al igual que sus otros hermanos, pero tuvo que dejar el Colegio por cerrarse éste justo durante ese mismo año. Afortunadamente, Gustavo fue tutelado por su madrina Manuela Monnehay, en cuya casa había una notable biblioteca que él frecuentaba. Allí pudo familiarizarse con la lectura de los más importantes escritores románticos. En una carta de Campillo a Eduardo de la Barra, confiesa aquél haber seguido carrera y compartido las enseñanzas que había recibido con Bécquer, quien no podía tener estudios por ser más pobre. Campillo tenía tal afición a la lectura que en su casa le llamaban «tragalibros». Lo que Bécquer quizá no pudo conseguir por medios económicos lo consiguió en parte por una buena amistad. Pronto empezaron ambos a desarrollar sus inquietudes poéticas e incluso a publicar sus primeros versos en revistas de Sevilla. Durante los años siguientes (de 1850 a 1853) ingresó Gustavo en el taller de pintura de Cabral Bejarano y luego en el de su tío (también pintor, como su padre) Joaquín Domínguez Bécquer. O bien las inclinaciones literarias eran demasiado fuertes, o bien no vio su tío en él un futuro pintor. El caso es que Gustavo abandonó por consejo de aquél los estudios de pintura, que sin embargo siguió desarrollando su hermano Valeriano con extraordinario provecho.

Durante el año 1853 conoció en Sevilla al madrileño Julio Nombela, que residía allí accidentalmente; trabaron amistad y decidieron trasladarse a la capital para probar fortuna en las letras. Al año siguiente Gustavo Adolfo marchó a Madrid, residiendo en una pensión de la calle Hortaleza. Conoció a Luis García Luna, con el que pronto le unirán lazos amistosos. En colaboración con él y bajo el pseudónimo de Adolfo García escribirán obras teatrales de género diverso, especialmente zarzuelas y sainetes. Por falta de recursos, se vio obligado a abandonar la pensión en la que vivía y se trasladó a la de García Luna, de la que era dueña doña Soledad, una viuda sevillana que le hospedó gratuitamente por algún tiempo. Pronto también conocería a Ramón Rodríguez Correa, con quien ingresó como escribiente en la Dirección de Bienes Nacionales, pero fuera de plantilla. A este tenor, cuenta el propio Rodríguez Correa (véase la semblanza de Bécquer que realiza su amigo en las Obras del poeta en la primera edición de 1871), Gustavo seguía con sus aficiones por el dibujo, lo que le costó el despido de su lugar de trabajo. No parece que el autor de las Rimas demostrara demasiadas inquietudes políticas, tan frecuentes en aquella época en los ambientes burgueses, por lo que había decidido vivir de sus colaboraciones periodísticas. Ya en el año 1855 había fundado el semanario El Mundo, junto con sus amigos García Luna, Nombela y Márquez, periódico del que únicamente llegó a aparecer un número. También participó en el periódico El Porvenir, pero al poco tiempo cesó. Proyectó una magna obra, la Historia de los templos de España, y fue recibido por los reyes, quienes aceptaron el proyecto y se suscribieron a él. Esto sucedió en 1857, y en ese mismo año comenzó la publicación, cuya última entrega realizó al año siguiente.

En el año 1858 una enfermedad le dejó postrado y obligó a su hermano Valeriano a ir a Madrid. Parece que Gustavo tuvo que guardar cama durante dos meses. En mayo de ese mismo año empezó a publicar El caudillo de las manos rojas en el periódico La Crónica de Madrid, que según Rodríguez Correa sirvió para sufragar los gastos de la enfermedad de Gustavo. También en ese mismo año conoció a las hermanas Espín (Julia y Josefina). Cuenta Julio Nombela en sus Impresiones y recuerdos (1909-1912) (Madrid, Ediciones Tebas, 1976) que, estando Gustavo convaleciente de su enfermedad, paseaba con frecuencia por el Retiro y por Príncipe Pío. En uno de estos recorridos, dice Nombela, fuimos «hacia la calle de la Flor Alta, frente a la cual había una casa de vecindad de muy buen aspecto, desde cuyos balcones se veía un trozo de la calle Ancha de San Bernardo. Cuando pasamos estaban asomadas a uno de los balcones del piso principal dos jóvenes de extraordinaria belleza, diferenciándose únicamente en que la que parecía mayor, escasamente de diecisiete o dieciocho años, tenía en la expresión de sus ojos y en el conjunto de sus facciones algo celestial. Gustavo se detuvo admirado al verla y, aunque proseguimos nuestra marcha por la calle de la Flor Alta, no pudo menos de volver varias veces el rostro extasiándose al contemplarla» (Julio Nombela, pp. 179 y ss.). Se han realizado infinidad de conjeturas acerca de este encuentro y sobre todo de su posible continuación. Parece que hubo relación entre ellos, aunque el alcance de la misma es difícil de determinar. Rafael Montesinos (Bécquer. Biografía e imagen, Barcelona, Editorial R.M., 1977) apunta la fecha de 1860 o finales de 1859 para las primeras visitas de Bécquer a la familia de los Espín. En casa de don Joaquín Espín Guillén se reunían, en veladas musicales y literarias, personalidades del mundo artístico, ya que éste era director de los coros del Teatro Real. Julia parece que tenía buena voz y llegó incluso a cantar ópera. Los Espín estaban emparentados con Rossini, del cual Julia era sobrina política, pero la relación, de la que ellos estaban muy ufanos, quedaba un poco lejos, como ha señalado Montesinos. Este crítico ha ahondado en lo posible en el sentido de esta historia de Julia con Gustavo y ha realizado un minucioso rastreo en los textos del poeta

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