Así los trata la muerte

María Rosa Lojo

Fragmento

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Prólogo

Cuando los muertos hablan

Dicen que los muertos no hablan. Esta máxima favorita de los criminales se revela en seguida como errada. La desmienten los buenos detectives forenses y también la desacredita la literatura de imaginación —empezando por la fantástica o la sobrenatural, que incluyen fantasmas—. Como bien lo sabía Francisco de Quevedo, hablamos con los muertos cada vez que leemos, porque los escuchamos con los ojos.

En este libro se hacen oír de todas las maneras posibles. Monologan. Se hablan entre sí. Les hablan (o les escriben) a los vivos e interactúan con ellos. Se dirigen a una instancia superior (¿Dios? ¿Diosa?) que puede asumir las formas más insólitas. A veces, de extrañas y diversas maneras, resucitan por un rato o por unos años.

Curiosidades, asignaturas pendientes, afinidades electivas, empujan a estas presencias tan fantasmales como reales a encuentros cercanos de todo tipo, incluso con seres de quienes los separaban siglos en la cronología de la Tierra.

Descubrir quiénes son y por qué están forma parte del juego estético de estas historias. Por eso, no voy a incurrir en spoilers. Solo adelantaré que en todos los cuentos por lo menos uno de sus personajes tuvo un referente histórico que fue enterrado (o enterrada) en el Cementerio de la Recoleta. Los relatos se ordenan según el año de sus muertes. O, si preferimos llamarlo de otro modo, el año de su ingreso al “otro lado” desde donde ahora los vemos actuar.

No me parece necesario repetir aquí informaciones anecdóticas sobre la célebre necrópolis, ya accesibles por tantos medios (desde guías turísticas hasta monografías historiográficas o textos de divulgación). Basta recordar que en 1822 fue instituido como cementerio general de Buenos Aires por el gobernador Martín Rodríguez, sobre terrenos pertenecientes a la orden de los frailes recoletos. Se le impuso el nombre oficial de Cementerio del Norte pero la denominación popular de su emplazamiento (la Recoleta) ganó la partida, y con ella se lo conoce hasta el día de hoy. Fue el único cementerio público de la ciudad hasta la habilitación del Cementerio de la Chacarita en 1871, debido a la epidemia de fiebre amarilla.

Justamente famoso por sus obras de arte, también es un tesoro patrimonial en otro sentido, como friso de la historia argentina. “La patria del mañana”, lo llamó Sarmiento, la morada de la memoria colectiva, construida generación tras generación, donde se inscriben los grandes protagonistas, pero no solo ellos; donde reposan miembros de las élites políticas y económicas, pero también hay otros.

Para mí es sobre todo un territorio literario que ya he visitado con placer y fascinación1, un repertorio de historias singulares, valiosas por sí mismas y por sus conexiones con un país cuyos hitos y mutaciones simbolizan. Emprendo ahora la aventura de contar otras, con distintos personajes y desde un nuevo ángulo narrativo.

Quienes recorran Así los trata la muerte podrán hallar algunos apellidos notorios, de amplio dominio público, asociados con la historia y la leyenda: Sánchez de Thompson, O’Gorman, Mansilla, Sarmiento, Ocampo, Álzaga Unzué, aunque no necesariamente quienes los llevan sean próceres; en el último caso, más bien lo contrario. Otros, como Calaza Couso o Segers, seguramente no dirán mucho a la mayoría lectora de hoy. No por eso sus vidas y sus posvidas son menos dignas de conocerse. Tanto como las de algunos “invitados” universalmente ilustres: desde la monja medieval Eloísa, trágica amante de Abelardo, hasta Nerón, que quizá no fue, después de todo, el autor del incendio de Roma en el año 64 d.C.

Decimos posvidas tanto en sentido metafórico como literal. Porque las historias se narran, siempre, una vez traspuesta la barrera de la muerte, desde otro lugar no tan alejado de este como pudiéramos creer. ¿Qué es ese “otro lado”? ¿Cielo, Infierno, Purgatorio? No hace falta aplicar las denominaciones de ningún viejo sistema familiar y conocido, no sirven para estos espacios inestables y ambiguos. ¿Su karma lleva a los protagonistas donde tienen que ir? Tal vez. O, como enuncia el proverbio inglés: indefectiblemente terminan acostándose en la cama que tendieron2. En esto la muerte los trata a todos, sin duda, de la misma manera.

Nunca están en soledad. A veces hay compañías inesperadas (algunas con base empírica, o bien seres por completo ficticios); en otros casos, no pueden ser más lógicas: se trata de personas con las que compartieron parte o buena parte de sus vidas, o momentos decisivos. Pero lo esencial es la revelación introspectiva que fatalmente se produce. Porque quien muere —dijo el apóstol Pablo— deja de ver “mediante un espejo y en enigma”; puede por fin conocer(se) y conocer, coronar el aprendizaje de la Tierra.

Desde luego, no es este un libro confesional, ni pretende serlo. Se abre en plenitud hacia la conjetura literaria y desde ese peculiar saber que es propio de la ficción, invita a sus lectores a trasponer el pórtico del Cementerio y de la Historia, para asomarse a la Poética.

Si alguien se pusiera a buscarle parentescos más y menos lejanos, podríamos pensar en el antecedente clásico de rigor: Diálogo de los muertos (siglo II d.C.), de Luciano de Samósata, y en la obra teatral Os vellos non deben namorarse3 (1941), del gallego Alfonso Rodríguez Castelao.

La curiosidad suele ser un motor fundamental de todos los viajes por el tiempo. Quienes deseen indagar un poco más en el mundo que despliega cada relato encontrarán al final de este volumen una bibliografía de lecturas seleccionadas.

María Rosa Lojo


1. Mi primera incursión narrativa en este ámbito fue el libro Historias ocultas en la Recoleta, cuentos de María Rosa Lojo e investigación histórica Roberto L. Elissalde, Buenos Aires: Alfaguara, 2000, reeditado en varias oportunidades.

2. You made your bed, now lie in it.

3. Los viejos no se deben enamorar.

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1848

Te perdona y te abraza

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