Páginas escogidas

Rafael Sánchez Ferlosio

Fragmento

cap-1

PRESENTACIÓN

I

Entre los años 2015 y 2107, tres sellos del grupo Penguin Random House (Debate, Debolsillo y Literatura Random House) han publicado la práctica totalidad de los escritos dados a la luz por Rafael Sánchez Ferlosio a lo largo de más de seis décadas. A punto de cumplir los noventa años, Ferlosio recibe así el más grande homenaje que cabe rendir a cualquier escritor que llega a esa edad: que toda su obra se halle disponible y en circulación en ediciones accesibles, bien cuidadas y controladas por él mismo. Por sí solo, el dato es un indicio elocuente del aprecio y de la admiración que Ferlosio ha ido cosechando en el transcurso de su larga trayectoria, y que le han valido las más altas distinciones. Aprecio y admiración que conviven, sin embargo, con al menos dos malentendidos que tal vez sea éste un buen lugar y momento para tratar de despejar.

El primero atañe a la supuesta dificultad de la prosa de Ferlosio. Durante los trabajos de edición de sus libros, los editores han tenido ocasión de constatar el respeto no exento de cautelas que a menudo suscitan los textos no narrativos de Ferlosio, incluso entre lectores avezados. Sobre la prosa del Ferlosio articulista y ensayista pesa la leyenda de su complejidad; una leyenda abonada, entre otros, por el propio autor y las manifestaciones que en distintos lugares ha hecho acerca de su afición por la prosa hipotáctica, un término éste —«hipotáctica»— que tiene efectos disuasorios incluso entre quienes no aciertan a precisar bien su significado. Lo cierto es que la descomunal extensión de algunos de los artículos publicados por Ferlosio en la prensa periódica, sumada a la imprevisibilidad y a la agudeza con que vertebra sus argumentos, suelen reclamar una atención, una tensión intelectual que se compadecen mal con la superficialidad y las prisas que determinan por lo común la lectura de los diarios. De ahí que no sea raro que a muchos se les antojen poco menos que inaccesibles determinados textos que, leídos en otras circunstancias, apreciarían como apasionantes aventuras de la razón y de la lengua.

La impaciencia de algunos frente a lo que a menudo, en relación tanto a los ensayos como a los artículos de Ferlosio, se considera prolijidad y complicación excesivas —cuando no gratuitas— tiene que ver, sobre todo, con el hecho de proceder Ferlosio en un sentido contrario al que determina el curso de una época tutelada por los genios de la publicidad y del periodismo. Lo señaló Adorno en 1944: «Centrar la expresión en la cosa en lugar de la comunicación es sospechoso: lo específico, lo que no está acogido al esquematismo, parece una desconsideración, una señal de hosquedad, casi de desequilibrio». Sólo «la palabra acuñada por el comercio», la que se abandona a «la corriente familiar del discurso», se beneficia de la garantía de inteligibilidad. «La expresión vaga permite al que la oye hacerse una idea aproximada de qué es lo que le agrada y lo que en definitiva opina.» La rigurosa, en cambio, «contrae una obligación con la univocidad de la concepción, con el esfuerzo del concepto», que reclama del lector «la suspensión de los juicios corrientes respecto a todo contenido», exponiéndolo a un desamparo al que enérgicamente se resiste. De ahí surge el rechazo o el vacío que suelen rodear a quien se empecina en el rigor de la expresión. Rechazo o vacío que amplifica la muy extendida propensión a confundir la complejidad con la oscuridad, cuando precisamente la primera es una de las armas de que dispone la razón para adentrarse en la segunda.

El caso es que el bien ganado prestigio de Ferlosio como prosista demasiadas veces se asocia prejuiciosamente a una exigencia que desalienta al lector aun antes de confrontarse directamente con sus textos. ¿Por dónde empezar a escalar una mole de tan escarpada reputación?, se preguntan no pocos lectores abrumados por la visión de los cuatro gruesos tomos que reúnen en la actualidad la obra ensayística de Ferlosio (comprendidos artículos y conferencias). La iniciativa de armar el presente volumen trata de salir al paso de una pregunta como ésta, proponiendo no tanto una ruta supuestamente preferible a otras, ni mucho menos un atajo, sino más bien una placentera excursión por algunos de los más amenos o espectaculares parajes de un paisaje pródigo en ellos, y que no por montañoso resulta menos transitable.

El segundo de los malentendidos a que la recepción de la obra de Ferlosio suele dar lugar es el que establece una estricta divisoria —por no hablar de incompatibilidad— entre su faceta de narrador y sus facetas de articulista y de ensayista, supuestamente divergentes. Son muchos los que, habiendo leído El Jarama cuando jóvenes —a menudo por imperativo académico—, conocen de Ferlosio solamente esa primera faceta de narrador, conservando un recuerdo más o menos fosilizado, según la edad, de aquella novela o, en el mejor de los casos, de un libro todavía más antiguo: Industrias y andanzas de Alfanhuí. También en esto es el mismo Ferlosio el principal responsable de que muchos piensen que, poco después de haber publicado El Jarama, embargado de «horror o repugnancia por el grotesco papelón de literato» al que lo abocaba el éxito de esa novela, renunció a su carrera como narrador para consagrarse en lo sucesivo a sus «altos estudios eclesiásticos» (como ha llamado con ironía a sus estudios de gramática), y, más adelante, a sus artículos y ensayos (a los que, con la misma ironía, él mismo alude en ocasiones como «sermones» y «homilías»).

Sin embargo, en 1986 —es decir, treinta años después de El Jarama— publicó Ferlosio El testamento de Yarfoz, un extenso relato de resonancias épicas segregado de lo que a todas luces constituye un proyecto narrativo de mucha mayor amplitud, en el que Ferlosio habría trabajado durante años: la Historia de las guerras barcialeas. Con anterioridad a esa fecha, había publicado en la prensa, en 1980, el relato titulado «El escudo de Jotán», y posteriores son otros de tan diversa catadura como «El huésped de las nieves», «El reincidente» o «Plata y ónix». De lo que se desprende que Ferlosio nunca ha llegado a aparcar del todo, ni mucho menos, su faceta de narrador. Algo evidente desde siempre para quienes, familiarizados con sus ensayos, tienen constancia de la frecuencia con que recurre en ellos a procedimientos y expedientes narrativos, cuando no introduce elementos netamente ficcionales (véase, sobre esto último, el apéndice de este volumen).

Y luego están los pecios, claro: ese material heteróclito constituido por apuntes, aforismos, ocurrencias, exabruptos, citas, fragmentos ensayísticos y hasta poemas y relatos. Los pecios son sin duda la vía más llana para cobrar conciencia de lo que este volumen se propone mostrar más cabalmente: que la escritura de Ferlosio, cualquiera que sea el género al que se oriente, es esencialmente proteica, combina casi siempre numerosos registros (entre ellos, constante, así sea en sordina, el humor) y, ya discurra linealmente o lo haga «tridimensionalmente», mediante esas largas y complejas frases poliarticuladas de largo aliento que caracterizan su estilo de madurez, se atiene siempre a lo que él mismo, tomándolo de Fernando Savater, ha señalado como el «principio general de la lealtad a la palabra: “Que no se hable en vano”».

II

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