Suave es vivir solo (Flash Poesía)

Fernando Pessoa

Fragmento

cap-36

TABAQUERÍA

No soy nada.

Nunca seré nada.

No puedo querer ser nada.

Aparté de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,

de mi cuarto de uno de los millones de gente que nadie sabe quién es

(y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?),

dais al misterio de una calle constantemente cruzada por la gente,

a una calle inaccesible a todos los pensamientos,

real, imposiblemente real, evidente, desconocidamente evidente,

con el misterio de las cosas por lo bajo de las piedras y los seres,

con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,

con el Destino conduciendo el carro de todo por la carretera de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.

Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme

y no tuviese otra fraternidad con las cosas

que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle

la fila de vagones de un tren, y una partida pintada

desde dentro de mi cabeza,

y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos a la ida.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.

Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo

a la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,

y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

He fracasado en todo.

Como no me hice ningún propósito, quizá todo no fuese nada.

El aprendizaje que me impartieron,

me apeé por la ventana de las traseras de la casa,

me fui al campo con grandes proyectos.

Pero solo encontré allí hierbas y árboles,

y cuando había gente era igual que la otra.

Me aparto de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué voy a pensar?

¿Qué sé yo del que seré, yo que no sé lo que soy?

¿Ser lo que pienso? Pero ¡pienso ser tantas cosas!

¡Y hay tantos que piensan ser lo mismo que no puede haber tantos!

¿Un genio? En este momento

cien mil cerebros se juzgan en sueños genios como yo,

y la historia no distinguirá, ¿quién sabe?, ni a uno,

ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.

No, no creo en mí.

¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones!

Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?

No, ni en mí…

¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo

no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?

¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas

—sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,

y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero ni encontrarán quien les preste oídos?

El mundo es para quien nace para conquistarlo

y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.

He soñado más que lo que hizo Napoleón.

He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,

he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.

Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,

aunque no viva en ella;

seré siempre el que no ha nacido para eso;

seré siempre el que tenía condiciones;

seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta

y cantó la canción del infinito en un gallinero,

y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.

¿Creer en mí? No, ni en nada.

Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente

su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,

y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.

Esclavos cardíacos de las estrellas,

conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;

pero nos despertamos y es opaco,

nos levantamos y es ajeno,

salimos de casa y es la tierra entera,

y el sistema solar y la Vía Láctea y lo indefinido.

(¡Come chocolatinas, pequeña,

come chocolatinas!

Mira que no hay más metafísica en el mundo que las chocolatinas,

mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.

¡Come, pequeña sucia, come!

¡Ojalá comiese yo chocolatinas con la misma verdad con que comes!

Pero yo pienso, y al quitarles la platilla, que es de papel de estaño,

lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)

Pero por lo menos queda de la amargura de lo que nunca seré

la caligrafía rápida de estos versos,

pórtico partido hacia lo Imposible.

Pero por lo menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,

noble, al menos, en el gesto amplio con que tiro

la ropa sucia que soy, sin un papel, para el transcurrir de las cosas,

y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,

o diosa griega, concebida como una estatua que estuviese viva,

o patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,

o princesa de trovadores, gentilísima y disimulada,

o marquesa del siglo dieciocho, descotada y lejana,

o meretriz célebre de los tiempos de nuestros padres,

o no sé qué moderno —no me imagino bien qué—,

todo esto, sea lo que sea, lo que seas, ¡si puede inspirar, que inspire!

Mi corazón es un cubo vaciado.

Como invocan espíritus los que invocan espíritus, me invoco

a mí mismo y no encuentro nada.

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