La defensa del Elíseo

Brandon Sanderson

Fragmento

cap

La mujer se revolvía entre espasmos tumbada en una cama de hospital. Tenía el cabello oscuro pegado a la cabeza por el sudor y sus movimientos descontrolados parecían casi epilépticos. En cambio, sus ojos no tenían el frenesí de la locura, sino que se veían enfocados. Decididos. La mujer no había perdido el juicio: era solo que no podía controlar los músculos. No dejaba de mover las manos por delante haciendo unos gestos torpes, unos gestos que a Jason le resultaban extrañamente familiares.

Y lo hacía todo en silencio, sin pronunciar ni una sola palabra.

Jason apagó el holovídeo y se reclinó en la butaca. Lo había visto ya una docena de veces, pero aun así el vídeo seguía desconcertándolo. De todos modos, no podría hacer nada hasta que llegara a Vísperas. No le quedaba más remedio que esperar.

Jason Write siempre se había sentido identificado con las Plataformas Exteriores. Había algo en la forma en que flotaban solas en el espacio, sin dejarse reclamar por planeta ni estrella alguna. No eran solitarias, sino… independientes. Autónomas.

Jason iba sentado junto al ojo de buey del transbordador, por el que se veía Vísperas mientras la nave se aproximaba a ella. La plataforma, como todas las de su tipo, era una lámina metálica de ochenta kilómetros de longitud con edificios asomando de sus dos caras. No era una nave, ni una estación espacial siquiera, sino apenas una sucesión de edificios aleatorios rodeados por una burbuja de aire.

De todas las Plataformas Exteriores, Vísperas era la más remota. Situada entre las órbitas de Saturno y Urano, era el puesto de avanzada humano más alejado en el espacio profundo. En cierto modo era como un pueblo fronterizo del antiguo Oeste, señalando el límite de la civilización. Solo que en el caso de Vísperas, opinara lo que opinase la humanidad, la civilización estaba al otro lado de la frontera, no en su interior.

A medida que la nave se aproximaba, Jason pudo empezar a sentir los alzacielos y edificios individuales de la ciudad, muchos de ellos conectados por pasarelas. Tenía los ojos vueltos hacia el ojo de buey, pero la postura era irrelevante. Lo habían declarado legalmente ciego al cumplir los dieciséis años. Hacía mucho tiempo que ya no podía distinguir ni siquiera las sombras y la luz. Por suerte, contaba con otras maneras de ver.

Podía sentir las luces que brillaban en las ventanas y las calles. Para él, su resplandor blanco era un leve zumbido en la mente. También podía sentir la hilera de edificios que emergían, de un modo que casi le recordaba a las siluetas recortadas contra el horizonte de un antiguo paisaje urbano de la Tierra. Por supuesto, en Vísperas no había un verdadero horizonte ni un cielo. Solo la negrura del espacio.

«Negrura». Voces riéndose al fondo de su mente. Recuerdos. Jason los apartó.

La lanzadera entró en la envoltura atmosférica de Vísperas. La plataforma no tenía esfera exterior ni campo de fuerza como los que utilizaban algunas estaciones espaciales más antiguas. Los generadores gravitatorios elemento-específicos habían eliminado la necesidad de esos mecanismos y habían abierto el espacio a la humanidad. Los GGE y los generadores de fusión implicaban que la especie humana podía escupir un pedazo de metal inerte al espacio y poblarlo con millones de individuos.

Jason se reclinó mientras la lanzadera iniciaba la aproximación final. Viajaba en un compartimento privado, por supuesto. Estaba bien amueblado y era cómodo, como requería un trayecto tan largo. La estancia aún conservaba el tenue aroma del filete que había tomado para cenar, pero por lo demás tenía un olor estéril, a limpio, que le gustaba. De haber tenido casa, Jason la habría mantenido también de ese modo.

«Supongo que se acabaron las vacaciones», pensó. Se despidió en silencio de su relajada soledad, levantó la mano y tocó el pequeño disco de control que llevaba sujeto a la piel detrás de la oreja derecha. Sonó el chasquido que indicaba que su llamada estaba transmitiéndose por el vacío hasta la lejana Tierra. La comunicación superlumínica era un regalo entregado a la Tierra como recompensa por la pifia diplomática más garrafal de toda su historia.

—Caramba, por fin me llamas —dijo una animada voz femenina en su oído.

Jason suspiró.

—¿Lanna?

—Ajá.

—¿No hay nadie más por ahí? —preguntó Jason.

—No, estoy solo yo.

—¿Y Aaron?

—Asignado con Riely —dijo Lanna—. Están investigando los laboratorios de la CLA en la plataforma Júpiter Diecisiete.

—¿Doran?

—De baja por maternidad. Te toca aguantarme a mí, viejales.

—No soy un viejales —repuso Jason—. La lanzadera acaba de llegar. Voy a establecer un enlace constante.

—Entendido —dijo Lanna.

Jason sintió que la nave se posaba en el atraque.

—¿Dónde está mi hotel?

—Queda bastante cerca de los muelles para lanzaderas —respondió Lanna—. Es el Regency Cuarto. Tienes reserva a nombre de Elton Flippenday.

Jason se quedó callado un momento.

—¿Elton Flippenday? —preguntó en tono inexpresivo mientras notaba que las abrazaderas de atraque hacían temblar la nave—. ¿Qué pasa con mi alias de siempre?

—¿John Smith? —replicó Lanna—. Demasiado aburrido, viejales.

—No es aburrido —dijo Jason—. Es discreto.

—Ya. Bueno, pues he visto piedras menos «discretas» que ese nombre. Es aburridísimo. Se supone que los agentes lleváis una vida emocionante y peligrosa, así que John Smith no te encaja.

«Va a ser una misión muy larga», pensó Jason.

Un leve zumbido en el compartimento le indicó que el atraque había concluido. Jason se levantó, recogió la única maleta que llevaba, se puso las gafas de sol y salió al pasillo. Sabía que las gafas quedaban raras, pero sus ojos ciegos tendían a poner nerviosa a la gente. Sobre todo cuando dicha gente se percataba de que era evidente que podía ver a pesar de sus pupilas desenfocadas.

—Bueno, ¿qué tal el viaje? —preguntó Lanna.

—Bien —respondió Jason con sequedad.

Cruzó el pasillo de la lanzadera e hizo un asentimiento agradecido al capitán. Dirigía una buena tripulación: en opinión de Jason, toda tripulación que lo dejara en paz era buena.

—Venga, hombre —insistió Lanna en su oído—. No puedes dejarlo en un «bien». ¿Qué te han puesto de comer? ¿Has tenido algún problema con…?

Lanna siguió parloteando, pero Jason dejó de prestarle atención. Estaba concentrado en otra cosa, un leve gorjeo que había distinguido en la voz de Lanna. Duró menos de un segundo, pero Jason supo al instante lo que significaba. La línea estaba pinchada.

Aunque Lanna sin duda también lo había oído —era locuaz, pero ni por asomo incompetente—, siguió hablando como si no pasara nada. Esperaría a que Jason le diera la señal.

—¿Qué tal los chavales? —preguntó Jason.

—¿Mis sobrinos? —dijo Lanna, acusando recibo de la solicitud codificada sin perder el ritmo de la conversación—. El mayor está bien, pero el pequeño ha pillado la gripe.

El pequeño era el que estaba enfermo. Significaba que el pinchazo estaba en el lado de Jason, no en el de ella. «Interesante», pensó. Alguien había logrado acercarse lo suficiente para escanear

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