Apuntes de un ambientalista

Máximo Mazzocco

Fragmento

Comentario preliminar

Este libro es el resultado de más de 10 años de experiencia en el sector socioambiental.

En la parte 1, «Apuntes de un ambientalista», puse en común algunas notas y reflexiones escritas durante mi activismo de juventud (18 a 30 años), antes de experimentar la pandemia por covid-19, de vivir un fuerte cáncer y de que lo socioambiental llegara a primera plana. Algunas observaciones, desde luego, las ajusté con datos y ejemplos más recientes, a fin de favorecer el argumento.

En la parte 2, «Filosofía para la sostenibilidad», propuse cuatro tesis: 1) «Una sostenibilidad insostenible». 2) «Pluralismo». 3) «Pangeísmo». 4) «La praxis de la sostenibilidad», con la intención de valorar la diversidad individual y colectiva, invertir en las similitudes y establecer un horizonte mancomunado.

«Cuando bebas agua, recordá la fuente», dice un proverbio chino. Por lo tanto, les agradezco infinitamente a todas las personas que hicieron, hacen y harán del mundo un lugar mejor. Son mi oasis, mi inspiración.

GRACIAS, muchas gracias.

Sobre el uso del lenguaje inclusivo: las palabras terminadas en o/os hacen referencia a todas las personas, sin distinguir su género, a menos que el sentido de la oración lo aclare. Desde ya, no tengo la intención de excluir a nadie.

Parte 1:
Apuntes de un ambientalista (2008-2020)

Ecología

De vez en cuando sucede algo (...) y todo el espíritu y el ritmo de la vida cambian, y las personas adquieren una nueva perspectiva que se refleja en su comportamiento político, sus modales, su arquitectura, su literatura y todo lo demás.

GEORGE ORWELL

La ecología (del griego οἶκος [oikos], «casa», y -λογία [-logía], «tratado, estudio, ciencia») es el estudio de la única casa que tenemos y debemos compartir entre miles de millones de seres vivos. El mal llamado, a mi criterio, planeta Tierra, porque «planeta Agua» le quedaría mejor.

La ecología analiza las interrelaciones entre los individuos, las poblaciones, las comunidades y su entorno; la trama de incontables vínculos que existen en la naturaleza. El tronco hospeda al caracol, el pajarito se come al caracol, y el zorro se come al pajarito. Una ecuación fácil, vista desde afuera, pero esencialmente compleja.

En 1920, cuando los lobos del Parque Nacional de Yellowstone (EE. UU.) fueron exterminados deliberadamente, los alces crecieron en número y devastaron la vegetación local. Al ser reintroducidos 70 años después, los álamos prosperaron, los sauces sanaron, los osos proliferaron y los castores retornaron al lugar. El ecosistema floreció rápido, nuevamente, gracias a las especies paraguas e indicadoras, centinelas de la calidad ambiental. «Los árboles necesitan a los lobos», declararon los colibríes. «La ecología nos revela, una y otra vez, que todo está conectado». Es decir, cuando deforestamos un bosque, no estamos matando árboles, sino una comunidad ecológica entera; las motosierras, negligentemente, cortan las telarañas de la madre Tierra, matrices de la vida en el planeta. Sin ecología no hay equilibrio, y sin equilibrio, no hay paz. Estamos protegiendo la armonía ecosistémica.

Así, comprender lo que estamos defendiendo (e intentando restaurar) es fundamental para cambiar las conductas a pequeña y gran escala. Desde hace años que me reúno con diseñadores de moda para aminorar el impacto socioambiental de la industria textil, una de las más contaminantes. «¿Contaminamos mucho?», me preguntó una de estas personas, muy reconocida, medio inocente, medio haciéndose la tonta. La moda rápida o fast fashion— es la estrategia contemporánea utilizada para lanzar diseños nuevos, fabricados a bajo costo, de manera continua y acelerada, para que los consumidores fluyan in aeternum en la rueda de comprar, tirar y volver a comprar. De acuerdo con un informe de 2018, las prendas de vestir y los textiles representan un 5% (aproximadamente) de los productos de manufactura del comercio internacional, y son la cuarta industria más representativa del sector. Esto es, cientos de miles de trabajos basados en que los seres humanos cambiemos la ropa constantemente.

«La remera tiene un agujero», «estoy aburrido», «fue el programa del fin de semana», «me distrae», «me hace bien», «ya me vieron mucho con esta remera», «necesito algo nuevo para la fiesta de hoy», «la bombacha/el calzoncillo tiene una manchita» (¡¿cuántos lo notarán?!) y, fundamentalmente, «porque pasó de moda», son algunos de los motivos por los que un sinfín de individuos participan de este baile. Pues, disculpen, pero debo preguntar: ¿quién se cree alguien para decirme qué está de moda y qué no? Por supuesto, con todos los «motivos» mencionados claramente trascendentales y de suma importancia, ¿cómo vamos a consultar, analizar o revisar el detrás de escena y la historia de cada prenda? ¿Cómo nos vamos a preguntar cuál es el camino que debió atravesar una corbata para llegar hasta la tienda?

Una amiga, especialista en slow fashion —la antítesis de lo que estamos hablando, me contó que la moda rápida, potenciada por la publicidad barata en redes sociales (recordemos que una enorme cantidad de instagramers, por ejemplo, promocionan sus canjes de ropa), arroja un promedio de siete usos por prenda antes de ser desechada o regalada un desastre, y que el consumo de ropa mundial aumentó un 400% en los últimos 20 años. ¿Alguien, no sé quién, le avisó a alguien, no sé a quién, que la premisa del nuevo paradigma es REDUCIR? Producir una simple camisa de algodón consume entre dos y tres mil litros de

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