Infiltrada

D. B. John

Fragmento

9788417384203-1

Contenido

Portada

Dedicatoria

Mapa

Prólogo

PRIMERA PARTE

1

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SEGUNDA PARTE

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Epílogo

Nota del autor

Glosario de términos coreanos utilizados en el libro

9788417384203-2

En memoria de Nick Walker, 1970-2016

9788417384203-3

En Corea del Norte muchas cosas son más extrañas que la ficción. Es una monarquía marxista hereditaria cuya población está encerrada, aislada del mundo exterior. Se les dice a sus habitantes que viven en una tierra de abundancia y libertad, pero mandan a los niños a campos de prisioneros por los «crímenes de pensamiento» de sus padres y el régimen utiliza las hambrunas como medio de control político. Dado que a lo largo de los años el Estado norcoreano se ha comportado de un modo que los extranjeros pueden encontrar muy difícil de creer, y aún más difícil de comprender, tal vez los lectores estén interesados en conocer qué elementos de la novela se basan en hechos reales.

Con este fin, hay una nota del autor al final del libro, aunque sólo debería leerse una vez terminada la novela, ya que contiene algunos spoilers.

9788417384203-4

Prólogo

Isla de Baengnyeong, Corea del Sur

Junio de 1998

El mar estaba en calma el día en que Soo-min desapareció.

Observó al chico, que preparaba una fogata con maderas arrastradas por el mar. La marea estaba subiendo y llegaba acompañada de nubes altas que empezaban a adquirir un tono rosado pálido. Soo-min no había visto ni un solo barco en todo el día y en la playa no había nadie más. Tenían el mundo para ellos solos.

Enfocó con su cámara y esperó a que el chico volviera la cabeza.

—¿Jae-hoon...?

Después, la fotografía que tomó Soo-min mostraría a un joven de diecinueve años, de miembros fuertes y sonrisa tímida. Tenía la piel oscura para ser coreano y una capa de sal le cubría los hombros, como si fuera un pescador de perlas. Soo-min le pasó la cámara y el chico le hizo una foto a ella.

—¡No estaba lista! —protestó la joven, riendo.

En esta fotografía, Soo-min aparecería apartándose la larga melena de la cara, con los ojos cerrados y una expresión de pura alegría.

El fuego se avivaba ya, la madera crujía y se quebraba. Jae-hoon colocó una sartén abollada encima del fuego, la equilibró sobre tres piedras y le echó un poco de aceite. Luego se tumbó al lado de su amiga, donde la arena estaba blanda y caliente, justo por encima de la marca de la marea alta. Se apoyó en el codo y la miró. El collar de Soo-min, que más tarde habría de suscitar tanto sufrimiento y tantos recuerdos, le llamó la atención. Era una fina cadena de plata con un pequeño colgante, también de plata, que representaba el tigre coreano. Jae-hoon tocó la figura con la yema del dedo. Soo-min le cogió la mano y la apretó contra su pecho, y empezaron a besarse con las frentes muy juntas, acariciándose con las lenguas, con los labios. Él olía a océano y a hierbabuena y a sepia y a Marlboro. Su barba rala le rascaba la barbilla. Ella le estaba contando ya a su hermana esos detalles, todos y cada uno de ellos, en la carta que iba redactando de manera inconsciente en su cabeza, y que pensaba enviarle por correo aéreo.

El aceite empezó a chisporrotear en la sartén. Jae-hoon salteó una sepia y se la comieron con salsa de guindillas y bolas de arroz, mientras contemplaban cómo se hundía el sol en el horizonte. Las nubes se habían convertido en puro humo y llamas, y el mar era una extensión de cristal carmesí. Cuando terminaron de comer, Jae-hoon sacó su guitarra y empezó a cantar Rocky Island con su voz clara y tranquila, mirándola con la luz de la hoguera reflejada en los ojos. La canción replicaba el ritmo de las olas, y Soo-min supo que recordaría esa maravillosa escena toda la vida.

De pronto, Jae-hoon interrumpió la canción.

Estaba mirando hacia el mar con el cuerpo tenso, como un gato. Dejó la guitarra a un lado y se levantó de un salto.

Soo-min siguió la línea de su mirada. A la luz de la hoguera, la arena parecía cubierta de cráteres lunares. No veía nada. Sólo las olas que rompían en una tenue espuma blanca que se derramaba por la arena.

Y entonces lo vio.

En una pequeña zona más allá de la rompiente, a un centenar de metros de la orilla, el mar estaba empezando a agitarse y a burbujear, el agua se convertía en una espuma pálida. Estaba brotando un surtidor, apenas visible bajo aquella luz agonizante. Luego, un gran chorro de espuma salió propulsado hacia arriba con un bufido, como el aliento del espiráculo de una ballena.

Soo-min se levantó y buscó la mano de Jae-hoon.

Las aguas agitadas empezaron a separarse ante sus miradas, como si el mar estuviera partiéndose, y apareció un objeto negro y brillante.

A Soo-min se le revolvieron las entrañas. No era supersticiosa, pero su intuición le decía que algo maléfico estaba a punto de manifestarse ante ellos. Todos sus instintos, todas las fibras de su cuerpo le decían que echara a correr.

De pronto, una luz los cegó. Un foco rodeado por un halo naranja estaba saliendo del mar y su luz caía directamente sobre ellos, deslumbrándolos.

Soo-min se volvió y tiró de Jae-hoon. Trastabillaron en la arena suave y profunda y dejaron atrás sus posesiones, pero no habían dado más que unos pocos pasos cuando otra visión los dejó paralizados.

De las sombras de las dunas e

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