Una patria con madre

Elisa Queijeiro

Fragmento

Título

plecap

INTRODUCCIÓN

Este libro comenzó el día en que mi madre murió. Alcancé a besarle los pies, a decirle al oído que la amaba, a darle las gracias y saber, con certeza, que estábamos en paz. Sostuve su cabeza los últimos minutos, y en ese momento lo supe: mi siguiente libro sería para ella. Lo que no sabía es que también iba a ser sobre lo que estaba sintiendo: unión, pérdida, vínculo, congruencia, dolor, amor, despedida, verdad, posibilidad… poder, honra, agradecimiento, orgullo, privilegio, retorno, libertad. Vida.

Hay vórtices donde un profundo entendimiento lo acomoda todo.

Retornar a la madre es uno de los actos más reconciliadores para el ser humano. Todos nos hemos sentido retados, en algún momento, por la relación con nuestra madre. En mayor o menor medida su imagen se forma y se deforma ante nuestros ojos conforme crecemos. Nos vaciamos de ella entre juicios y reproches. Reconciliarnos con su esencia y aceptar amorosamente su humanidad son caminos que reconfortan. A veces se tiene que vivir la muerte y la verdadera ausencia para entenderlo. Pero cuando integramos su luz y su sombra, paradójicamente, recuperamos la propia aceptación. Nos independizamos de viejos patrones que no queremos en nuestra vida. Nos volvemos nuevos por un acto de humildad. Reconocer su camino nos fortalece. Honrar su legado nos libera.

Mi encuentro con Malintzin fue fortuito, buscaba una investigación interesante que compartir en el mes de la patria. Me pareció que la historia de la mujer indígena, considerada madre del mestizaje, pero también traidora por haber sido la traductora de Cortés, sería una muy buena opción. No tenía idea de lo que estaba a punto de descubrir. Conforme avanzaba en mi investigación pasé de la sorpresa a la indignación. Malinche había sido una esclava que en medio de las circunstancias más complejas se convirtió en una mujer libre a partir de sus dones y talento, que fue valiente y digna, inteligente y honorable; documentación precisa y vasta lo sustentaba. Entonces, ¿por qué el invento de la traidora? ¿Quién lo había empezado? ¿Qué había tenido que pasar para que la mujer más admirada del siglo XVI se hubiera convertido en la más odiada?

Se abrieron frente a mí la realidad de los rencores y el dolor de los mexicanos por la Conquista y su interpretación, pero también el machismo y la ceguera, así como el invento como parte de una necesidad para justificarnos dignos frente a nuestra historia, perpetuando el victimismo y la soberbia. Construimos un mito alrededor de Malinche y su vida quedó opacada: nació la “vendepatrias”. No podíamos integrar la verdad del mestizaje. Alguien debía tener la culpa de lo que había pasado en el antiguo territorio de México, porque a los indígenas, sobre todo a los aztecas, los habíamos convertido en héroes estoicos que vieron caer su civilización, sin mayor explicación. Editamos de la historia los capítulos donde tlaxcaltecas, totonacos, otomíes, entre cientos de miles de indígenas se unieron a los españoles para vencer a los aztecas porque estaban cansados de sus conquistas, opresión y tributos exorbitantes.

En estos contextos que excluyen y culpan, los “chivos expiatorios”1 se buscan hasta que se encuentran, se necesitan traidores que señalar y culpar, generalmente construidos de mentiras tan parecidas a la verdad, que ésta se vuelve borrosa hasta que se extingue en una nueva versión de la historia. Este “chivo” tiene características muy específicas para ser elegido: no puede defenderse, es débil por género, por su raza o por pertenecer a una minoría desfavorecida. Cuando la culpa se coloca en el “chivo”, el resto del grupo se libera, su sacrificio es tan necesario como irracional. Después de que el culpable fue expuesto y expulsado, el tema se agota, nadie más lo cuestiona. Sin embargo, la herencia de esa mentira construida será tarde o temprano huella que denote su raíz podrida. Malinche fue nuestro chivo expiatorio: doña Marina2 dejó de ser la que fue y se convirtió en la que inventamos. Admirada por unos y respetada por otros, se convirtió sin duda en la mujer más importante de la Conquista. Nosotros traicionamos su memoria. Pareciera inofensivo o poco relevante: una leyenda más de nuestra historia. Pero esto nos ha hecho más daño del que alcanzamos a ver. Avergonzados por nuestro origen no hemos integrado nuestra grandeza. Ser hijos de una traidora nos vuelve huérfanos de madre honesta. Nos arrebata el derecho que sí tenemos de ser dignos y coherentes, de merecer desde la cuna lo que queramos. Creímos encontrar una solución señalando a Malintzin, pero nos colocamos en la víctima que nada lo puede para transformarnos en victimarios que todo lo arrebatan. Por esto Octavio Paz nos llamó en el Laberinto de la soledad “hijos de la chingada” por ser “hijos de la Malinche”, la rajada.3 Hemos aceptado estas premisas sin medir las consecuencias. Decidimos ser huérfanos, vivir sin madre.

Descubrir este dolor, este daño y sus consecuencias, fue el motivo principal por el cual escribí Una patria con madre. La pérdida de Malinche como madre digna de México me conectó con mi propia historia. No hay edad para la orfandad, yo sabía lo que era sentir ese vacío y desconexión con el origen. Pero también había comprendido que el verdadero consuelo, el que sana de manera profunda, está en la honra, en el recuerdo y en integrar la verdad. Necesitaba contar su historia, ayudarla a recuperar su lugar.

Malintzin fue puente, no cuchillo. El retorno a nuestras raíces de una forma honesta y objetiva nos devuelve la dignidad que perdimos, acomoda las piezas en el rompecabezas de la justicia devolviéndonos el poder interno que, entre cuentos e inventos, nos arrebataron. El daño más grande de la Conquista no fue la lucha y la caída, sino la interpretación de la pérdida y la colocación de la culpa en una mujer que era al mismo tiempo origen y madre del mestizaje.

El conocimiento es semilla de libertad.

Una patria con madre se divide en tres partes. La primera, “El contexto”, nos introduce al libro y desmenuza la historia de México haciendo ancla y detalle en los momentos históricos en donde la imagen de Malinche se fue desvirtuando, por eso su título: “Nosotros traicionamos a la Malinche”. Igualmente importante fue para mí denunciar en este capítulo a quienes la llamaron “barragana” o “rajada”, “traidora” o “vendepatrias”, ya que fueron sus opiniones, adjetivos y descripciones manipuladas los que se incrustaron en la psique colectiva de los mexicanos; atrevernos a mirarlo también nos permite poner luz en las raíces descompuestas y profundas del machismo que ha denigrado a la mujer en nuestro país cuantas veces ha podido. Sus posturas ideológicas y políticas exponen la realidad de la sociedad mexicana que ha creído y sustentado el ataque a la mujer. El li

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Product added to wishlist