Con las niñas no y tampoco los niños

Frida Guerrera

Fragmento

#Con las niñas no

Prólogo

¿Por qué y para qué es necesario escribir sobre la violencia que padece nuestra niñez? Porque parece que aunque es evidente, aunque se menciona, nadie la ve. Es importante continuar mostrando ese horrible rostro de dolor que se desdibuja entre la infinidad de encabezados, artículos y notas relacionadas con todos los tipos de violencia que desde hace varios años son parte de nuestra cotidianeidad.

El feminicidio infantil jamás se debería de invisibilizar; tendría que rompernos el alma, hacernos enfurecer, movernos a actuar y a terminar con él. A nosotros nos pasa cada día, porque a diario nos enteramos de pequeñas lastimadas, ultimadas. Cada vez que documentamos un caso de una bebé o una niña, nos asaltan montones de cuestionamientos: ¿Quién las cuidaba? ¿Alguien las escuchó? ¿Nadie se dio cuenta? ¿Por qué no denunciaron? ¿Qué hay en la mente del perpetrador? ¿Por qué la indiferencia?

La violencia extrema que padece nuestra niñez es visible, aunque cerremos los ojos. Ésta no sucede de un momento a otro, es un proceso: la mayoría tienen historias desgarradoras de violencia sistemática desde su nacimiento. Entonces nos cuestionamos: ¿En dónde estaban los familiares cercanos? ¿Nadie vio o escuchó? ¿No les pareció que los gritos y los insultos eran actos de violencia? ¿Asumieron los golpes y las heridas como parte de una crianza adecuada? ¿Por qué los adultos caen en la omisión e inatención? ¿Creen que gritar, amenazar, golpear o aterrorizar a la niñez es lo correcto?

¿Para qué escribimos este libro? Primero, para dar voz a esas pequeñas que fueron arrebatadas, para darles visibilidad: bebés, niñas y también niños asesinados. Segundo, para cuestionar nuestro actuar como adultos, para provocar la reflexión y la autocrítica, para mover a la acción, para ser conscientes de lo que hacemos al ver que un ser pequeño es violentado. ¿Volteamos los ojos a otro lado, pensando que si no lo vemos, no sucede? ¿Justificamos con la idea de que como padres saben cómo educarlo? ¿O tomamos las cosas con aparente respeto, pensando que cada quien su vida? Esto nos convierte en cómplices, voluntaria o involuntariamente.

Si ya éramos omisos, a inicios de 2020 sobrevino una pandemia que empeoró las cosas y dejó indefensas a cientos de mujeres, bebés, niñas y niños. Ni las autoridades, ni la sociedad civil, ni círculos de amistades o familiares las atendieron, escucharon o auxiliaron. La atención se centró en la enfermedad, en los seres cercanos que la padecieron, en quienes se fueron y en los que lograron superarla. Dominaba el temor de ser contagiados, de ponernos en riesgo en lo personal y a nuestros seres amados.

Muchos nos obsesionamos con el aislamiento, al grado de juzgar y etiquetar como “inconscientes” a quienes debían salir a trabajar, no por gusto, sino por necesidad. Ese grado de autoprotección terminó de cegarnos hacia el entorno; más que nunca, nos centramos en nosotros y dejamos de escuchar, de “meternos” con los demás.

Para muchos es inconcebible descubrirnos inertes, indiferentes hacia la violencia que se ejerce (o que incluso ejercemos) contra la niñez: vulnerable y sometida en un mundo de adultos que realmente se preocupa y ocupa muy poco de ella.

Algunas víctimas de los últimos años

En Morelia, Michoacán, el 29 de junio de 2018, Valentina perdió la vida a sus cuatro años después de que su padrastro la violó cuando su mamá salió a trabajar. Desde ese día su presunto feminicida se encuentra prófugo. Brenda, la madre de la niña, sumida en el dolor y la culpa, ha sufrido ataques por parte de una sociedad que ni oye, ni ve, ni actúa, pero sí la señala y responsabiliza, asesinándola con cada acusación: ¿Por qué no se fijó, por qué no se fue a tiempo? Esta sociedad responsabiliza a las víctimas mientras que las autoridades, incapaces, siguen sin encontrar al responsable.

El 14 de octubre de 2018, en Melchor Ocampo, Estado de México, Valeria, de doce años, salió a comprar un refresco para la comida y no volvió. Encontraron su cuerpo al día siguiente en un terreno baldío muy cerca de su casa. Su feminicida la había violado y estrangulado. Jesús García Sandoval había sido sentenciado a veintidós años de prisión por un crimen previo, pero las autoridades decidieron liberarlo sin completar su sentencia en febrero de 2018. Salió a seguir lastimando niñas. Gracias a la difusión del feminicidio de Valeria y, en ese caso, la intervención pronta de las autoridades, lo detuvieron. García Sandoval fue declarado culpable y sentenciado a ochenta y tres años de prisión en enero de 2020; sin embargo, el imputado apeló a la sentencia y un juez la redujo a sesenta y seis años.

El 1° de enero de 2019 volvió a suceder. En cuanto abrí mis redes sociales leí lo indescriptible. Camila tenía nueve años. En la víspera de Año nuevo, Marciano se la llevó de la puerta de su casa. En cuanto notaron su ausencia los padres de Camila iniciaron la búsqueda con el apoyo de sus vecinos. Lamentablemente, en el primer día del nuevo año, encontraron su cuerpo en un cuarto que se utilizaba como caseta de vigilancia. La habían violado y estrangulado. Su padre la tomó en sus brazos: “¡Pensé que sólo estaba desmayada!” El primer feminicidio del año, el primer feminicidio infantil, me produjo vergüenza e impotencia: “¡¡¡Chingada madre!!! ¿Cómo era posible?” Una nena, otra más que vivió sus últimos momentos llena de terror frente a un ser que decidió utilizarla para saciar sus necesidades asquerosas. Marciano fue condenado a prisión vitalicia el 24 de febrero de 2020; sin embargo, apeló y un juez aceptó la apelación, reduciendo la sentencia a sesenta y cuatro años de prisión.

En el camino, hemos acompañado los casos de estas menores y otras más. Por supuesto, aplaudimos las sentencias que con mucho esfuerzo y perseverancia se han logrado, pero eso no alivia ni nos despoja de la idea de que en el mundo no deberían de existir sujetos como estos que a diario nos arrancan a nuestras pequeñas.

Durante 2019, ciento cincuenta niñas menores de diecisiete años fueron asesinadas, la mayoría en casa por padres, padrastros, vecinos o primos. Algunas por predadores bien identificados, otras, por perpetradores invisibles que hasta hoy se desconocen.

Los nombres de las víctimas se repiten a diario como un mantra para no ser olvidados. La lista, desgraciadamente, crece. Lo terrible es que cada una de estas pequeñas debió ser protegida; todas tenía una vida, historia, sueños. En algunos casos, contaban con el amor de sus padres, que hoy son condenados por una sociedad omisa pero inquisitiva que los señala, haciendo que el peso de la culpa y la pérdida sean insostenibles. La documentación de aquellos feminicidios infantiles recopilados por la prensa de todo el país —y no son todos— debería ser suficiente para helarnos el alma y terminar con nu

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Product added to wishlist