¿Puedo hablar de mi salud mental!

Enrique Aparicio (Esnorquel)
Beatriz Cepeda (Perra de Satán)

Fragmento

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PREFACIO

Pero… ¿este libro qué es?

Cuando le quitamos el polvo a la vieja Olivetti para escribir las páginas que tienes entre las manos, lo hicimos con un objetivo: publicar el libro que las personas que no se atreven a ir a terapia necesitan leer para que se les quite el miedo, la inseguridad o el recelo.

Somos dos personas que necesitaron ayuda profesional para lidiar con su mente y que tardaron demasiados años en pedirla. Dos personas que han pensado en más de una ocasión «Si lo hubiera sabido antes…». Hoy se habla más abiertamente de ansiedad, depresión o de trastornos de la alimentación, pero a muchísima gente le sigue pudiendo el miedo a dar el primer paso, y la mayoría no acaba de creer que un psicólogo o un psiquiatra los va a ayudar de verdad. Para terminar con esas ideas, creemos que lo más honesto y lo más directo es contar nuestro caso, nuestra experiencia.

Esto no es un manual de psicología ni una guía de autoayuda. Es la narración detallada de dos procesos terapéuticos: una relación de nuestros traumas, de los condicionantes que nos han desestabilizado, del recorrido hacia lo más profundo de nuestro propio infierno y de cómo logramos salir de él con ayuda profesional.

Nuestras circunstancias son personales e intransferibles, pero creemos que las cosas que nos han hecho sufrir también las padece mucha gente. Y, aunque no sean las mismas, el relato de nuestro camino puede ser ejemplo para muchos otros retos relacionados con la salud mental.

A nivel práctico, el libro va intercalando capítulos de cada una, así que, como si de Rayuela se tratara, puedes elegir cómo leerlo: los capítulos de una u otra seguidos, o linealmente, saltando entre las dos narraciones. La de Bea trata más la ansiedad, la de Enrique, la depresión. Y en ambas hablamos mucho de los trastornos de alimentación, que compartimos cual canción de las Spice Girls: «2 become 1».

Si escuchas nuestro programa, ¿Puedo hablar!, no te sorprenderá comprobar que en este libro hay muchos traumas, pero también muchos chascarrillos. El humor ha sido nuestra válvula de escape de los trastornos que padecemos y lo usamos para explicarlos. Eso no quiere decir que no nos tomemos en serio nuestros problemas, sino que hemos aprendido a convivir con ellos con la ayuda de la risa. Reírnos de nuestras desgracias les arrebata poder, y muchas veces puede ser el primer paso para enfrentarnos a ellas.

Ojalá este libro sirva para eso: para aprender sobre nosotras mismas y para comprobar que somos más fuertes que los trastornos a los que hemos de hacer frente. Y todo eso mientras nos echamos unas risillas.

ENRIQUE Y ANA BEA

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PARA TODO HAY UNA PRIMERA VEZ

Bea

El día que salí de la primera consulta del psicólogo creía, pero de verdad, que acababa de vivir el peor momento de mi vida. Como una bruja en un proceso inquisitorial, tuve que reconocer mis pecados delante de la gente que más me importa (mis padres estaban allí conmigo) y salí convencida de que la única solución para mí era una buena condena. Me fui de allí hundida y confundida, con la sensación de que yo había hecho lo correcto, que había confesado por fin todo lo que llevaba tantos años callándome, aunque sin entender muy bien lo que acababa de pasar.

¿Por qué había sido tan duro? ¿Por qué había llorado tanto? ¿Por qué me habían puesto esa penitencia (la peor, para mí)? Yo había logrado pedir ayuda, después de tanto tiempo sufriendo a solas, y encima me había llevado una buena regañina. ¡¿Por qué les pasan tantas cosas malas a las chicas buenas?!

Una parte de mí era optimista y pensaba que si en esa sesión ya había pasado lo peor, a partir de ese momento mi vida ya solo podría ir a mejor. Lo difícil estaba hecho. Ya había reconocido delante de un profesional (en realidad, dos; dos psicólogos para mí solita, así de mal estaba; ¡y encima uno era muy mono!) que tenía un problema; ya les había dado la razón a mis padres públicamente. ¡Hala, estaréis contentos!

Pero otra parte de mí estaba muy triste, cansada y enfadada. Y llena de mocos. Me había repetido mil veces a mí misma: «No voy a llorar, no voy a llorar, soy una persona adulta, podré contar lo que me pasa sin llorar», pero allí había derramado lágrimas como si acabasen de clavar en una cruz a mi único hijo después de torturarlo durante horas y Mel Gibson en persona me hubiera enseñado el vídeo de lo ocurrido. Una cosa grotesca. La forma en la que lloré, no el vídeo de Mel Gibson.

Yo le había contado a ese señor, al que enseguida percibí como una autoridad (el psicólogo guapo estuvo callado la mayor parte del tiempo; meses después supe que estaba empezando), todo lo que me había ocurrido en los últimos años. Muy bien resumido, porque llevaba días preparándome este discurso de presentación. Quise ponérselo fácil para que él no dudara ni un momento en el diagnóstico, que yo misma ya le estaba dando bien masticadito: tengo un trastorno de la conducta alimentaria, más conocido por las siglas TCA, que me ha llevado a estar obesa perdida y a tener ya un pie en la tumba, porque, claro, como todo el mundo sabe, pesar 115 kilos significa que estoy en un tris de tener diabetes tipo 2, problemas coronarios, de huesos, hipertensión, el hígado para trasplantar y el colesterol… bueno, no me ha salido alto en los últimos análisis, pero dadme tiempo.

«Tengo un trastorno por atracón, siento que soy adicta a la comida, si no tomo mi dosis no consigo dormir, y si no duermo, no puedo trabajar y hacer mi vida, que ya gira en torno a la comida, y necesito ayuda porque yo sola no puedo. He intentado frenarme muchas veces, y NO PUEDO». Comenzaron las lágrimas, que no cesarían hasta el final de la sesión. Él sacó una caja de pañuelos de papel porque, en el fondo, para un psicólogo ver llorar es como para un cirujano ver sangre. Su día a día.

Pronunciar estas palabras, para mí, fue como una patada en el estómago. Como una

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