La hija de Marx

Clara Obligado

Fragmento

cap-1

Nota de la autora

Una mañana de febrero de hace ya muchos años yo esperaba una llamada telefónica. Se fallaba el Premio Femenino Lumen de Novela y, con una presunción de novata, estaba segura de que sería para mí. Sonó el teléfono y escuché al otro lado del auricular (entonces no usábamos móviles) a Esther Tusquets, que me preguntaba si estaba dispuesta a corregir el texto. Le dije que, si veía sus objeciones, claro que sí, y, sin más comentarios, la voz de Esther desapareció en la nada. Una semana más tarde llamé a Lumen. ¿Qué pasó con el premio?, pregunté. Tu libro es el ganador, me respondió una voz algo asombrada, ya estamos editando el original. En Barcelona, después de un día agotador de prensa, me entregaron una medalla que Esther se había olvidado de grabar y comimos pizza. Así conocí a la que sería una editora de lujo, perfecta para mí.

Si viajo aún más lejos en el tiempo me veo criando a mis hijas y trabajando en mi primera novela, La hija de Marx. Me veo investigando sin tregua en mis pocos ratos libres, me veo impartiendo un curso de literatura erótica en el Círculo de Bellas Artes. Fue entonces que, como quien juega, me propuse escribir un texto en el que se cuestionaran los tópicos del género, donde la erótica superara sus límites para expresar, también, la historia de una época y una reflexión sobre el sexo y el amor.

Así, en un mundo que se apoltronaba en el olvido, me dispuse a rastrear la historia de las mujeres que habían sufrido los grandes cambios revolucionarios que sembraron las líneas de nuestro pensamiento. ¿Cómo era el mundo que nos precedió, si lo mirábamos desde ellas?

Siguiendo la idea de Virginia Woolf, quien imagina cómo hubiera sido la vida de Judith Shakespeare, soñé que el hijo que Karl Marx había tenido con su criada —y que abandonó en manos de Engels— no era varón, sino mujer. Imaginé que el gran teórico no era el eje de mi historia, sino un pasaje sotto voce. Imaginé que las mujeres vivían y amaban en primer plano. Imaginé que esta supuesta hija de Marx era hija de una exiliada rusa. Y revisitando esta historia de violencia, choqué con mi propio exilio, ese doloroso viaje que me había llevado desde Argentina hasta Madrid.

De este encuentro inesperado de la historia con mi vida brotó una estirpe femenina —madre, hija, nieta— y una novela con tres ramas. La primera resultó festiva y parodiaba una novelita libertina victoriana. La segunda asomó con su aire de novelón romántico y sus personajes anclados en una férrea investigación histórica. La tercera fue convirtiéndose en una historia de entreguerras, que daba cuenta de una época no tan diferente a la nuestra y que presagiaba el fin del amor romántico. Me veo viajando y visitando museos. Escribiendo mientras mis hijas dormían. Hablar del pasado, ya se sabe, es también interrogar al presente. ¿Qué llevaban por fuera y, sobre todo, por dentro, estas mujeres? ¿Cómo era la moda que las liberaba y encarcelaba a la vez? Cintas, encajes, miriñaques. La historia del corsé. Resultaba absurdo escribir «la desnudó y se tendió en la cama», desnudar a una mujer del siglo XIX, que llevaba hasta seis kilos de ropa interior, no era tan sencillo. ¿Y la comida? ¿Se bañaban? ¿Había consoladores? ¿Quién inventó el vibrador? ¿Cuánto se tardaba en viajar desde Moscú hasta París? ¿Cómo vivían las mujeres que amaban a otras mujeres? Miriñaques, polisones, ólisbos. Una relación erótica de la que casi no había pistas.

Han pasado años desde esa mañana en la que me llamó Esther Tusquets, pero los personajes de La hija de Marx no me han abandonado. Su humor, su alegría de vivir, la tragedia de esas vidas, la investigación en un género como el erótico y la relación entre cuerpo e historia me siguen apasionando. Recuerdo que, cuando mi hija menor, entonces adolescente, leyó esta novela, me miró escandalizada y me dijo: «Qué asco, mamá». Pienso que, por esta magia de perdurabilidad que los libros tienen, en esta nueva edición serán, quizá, mis nietos, quienes lean con cierto asombro las historias que escribía su abuela.

Madrid, octubre de 2022

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