La disculpa

Francisco Martín Moreno

Fragmento

La disculpa

Cuando en el año 1993 se publicó mi novela La disculpa, titulada así porque todos los políticos siempre tienen una disculpa por lo que hacen, y otra por lo que no hacen. Me pareció sumamente atractivo proponer que, por primera vez en la historia política de México, en un país misógino por definición, una mujer ocupara la titularidad del Poder Ejecutivo Federal.

Esa tarea, en aquellos años, no fue sencilla. ¿Cuál debería ser el aspecto físico de la candidata a la presidencia? ¿Cuál su formación académica e intelectual? ¿Cuál su clase económica y social? ¿Cuál su perfil familiar y su edad? ¿Cuáles su lenguaje y su simpatía? Me llamaba poderosamente la atención iniciar una aventura literaria de enormes dimensiones y retos, pues los papeles políticos iban a dar un giro espectacular, tras más de ciento cincuenta años de vida independiente.

Así como me sedujo la idea de un cambio de género en la primera inquilina de Palacio Nacional, me pareció fundamental que la presidenta hubiera hecho su carrera como antropóloga, socióloga o maestra, disciplinas imprescindibles para ocupar, nada más y nada menos, que la Secretaría de Educación Pública. Los antecedentes académicos de mi Josefa Cortines me permitían suponer un giro trascendental en el porvenir de México, ya que el origen de la inmensa mayoría de nuestros males, sin duda alguna, se encuentra en la catastrófica formación que reciben nuestros hijos, nuestros seres más queridos, que deben ser receptores de lo mejor de nosotros.

Ya no se trataría de la pareja presidencial integrada por ciudadano presidente y la primera dama. No, por supuesto que no: el planteamiento en La disculpa experimentaría cambios radicales, pues en ese caso, habría que referirse al distinguido matrimonio como la presidenta y el primer caballero, para continuar con la denominación oficial tradicional. ¿Cuál debería ser la personalidad de un hombre, su pareja, obligado a seguir dos pasos atrás a su mujer encumbrada, saturada de honores y reconocimientos, captada al aparecer en cualquier lugar por una nube de fotógrafos y reporteros con cámaras y micrófonos en mano? La acosarían para pedirle una foto, una declaración o ambas cosas. ¿Cómo tendría que administrar él, un ilustre desconocido, la fama pública de su esposa, su presencia diaria en las primeras planas de los diarios, en radio y televisión, además de las visitas de Estado o los viajes a foros internacionales o a palacios y elegantes y famosas casas de gobierno habitadas por personajes de influencia mundial? Los complejos podrían emerger a la superficie y desquiciar los equilibrios nupciales hasta llegar a un rompimiento irreversible.

¿Cuál debería ser el temperamento, la identidad y el estilo del marido de mi principal personaje? En la feliz búsqueda, di con un viejo y querido amigo como la figura idónea para acompañar a Josefa Cortines en su ascenso meteórico hacia el máximo poder de México. Alonso, ganadero, disfruta su profesión, ama el campo y los animales, las cosechas de chiles y trigo, los negocios agrícolas, las convenciones del ramo y, sobre todo, desconoce el pavoroso y demoledor sentimiento de la envidia. Disfruta los conocimientos de su esposa, su carrera, su personalidad magnética y el amor por su profesión. No le agrede verla estudiando los temas que le preocupan y la enriquecen intelectualmente. Invariablemente tiene una palabra amable y gratificante para quienes lo rodean. Él, Alonso, es el co-protagonista ideal, gozador, feliz, entregado y optimista, siempre y cuando no lo aparten de su rancho. Juntos emprenderían la aventura más inesperada de su existencia, y él sería una ayuda insustituible para ella, de la cual no podría ni desearía prescindir.

Si como sostengo en mi ensayo México engañado, la infancia es destino, siguiendo a Freud, ¿la infancia de una nación determina su existencia de manera ineludible? Por supuesto que no, y por supuesto también que Jose, Chepis, discrepa de semejante afirmación. A través del conocimiento y de la educación, claro que ella cambiaría el destino de la patria y desviaría al país a tiempo de su ruta de colisión. ¿Cómo resolver un problema, se pregunta ella, si ni siquiera aceptamos su existencia? ¿Cómo podemos prever a dónde vamos si no sabemos de dónde venimos? ¿Qué estamos haciendo con los ciudadanos del mañana? Si la educación es uno de los más elementales derechos humanos, entonces nuestros niños carecen de una parte fundamental de dichos derechos. ¿Cómo avanzar y prosperar si insistimos en escandalosas mentiras redactadas en beneficio del gobierno? Basta con salir a la calle para comprobar que en las escuelas mexicanas se incuba la mediocridad, y peor aún en un contexto de globalidad en que la competitividad es voraz y despiadada. ¿Cómo queremos que sean nuestros niños en el futuro que ya llegó, que ya es hoy, ahora mismo?

Los niños que nacieron en 2006 votaron y eligieron a nuestros gobernantes en 2024. ¿Estaban listos para tomar decisiones de tan enorme responsabilidad política? ¿Qué tipo de pensamiento histórico, tan indispensable para su formación como ciudadanos democráticos, se les está inculcando? ¿Se les forja para ser ciudadanos o para ser resignados testigos del espectáculo político, tal y como ocurre en la actualidad?

Como bien dice Josefa Cortines, la educación en un país orientado al futuro debe ser una herramienta mágica, un eficiente motor de progreso individual y colectivo para empoderar a los niños y a los jóvenes, preparándolos para tener éxito en un mundo cada vez más complejo, más competitivo y feroz, en donde, sin piedad, el pez grande se come al chico. Si no evolucionamos juntos todos los sectores de la sociedad y no aceptamos las advertencias de nuestro tiempo, más las que se avecinan, sin duda estaremos condenados a seguir consumiendo aguas negras embotelladas por nuestros vecinos del norte y, a falta de investigación y de inversión científica, continuaremos como cautivos adquiriendo los productos propios de sus avances tecnológicos.

Por último, si Josefa Cortines hubiera sido electa como presidenta de la República en la actual administración 2024-2030, negociaría con la oposición para promulgar una serie de reformas a la Constitución y a las leyes secundarias, con el ánimo decidido de modernizar el sistema educativo y garantizar así el futuro de la niñez mexicana.

Josefa insistiría en su viejo pro

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