¡Primera caída! (El enmascarado de terciopelo 1)

Diego Mejía Eguiluz

Fragmento

Título

1

estrella UN NIÑO TAN BONITO COMO CUALQUIERA estrella

Mi nombre de batalla y el diseño de mi máscara se remontan al principio de los tiempos, o sea cuando era niño (y por favor, no empiecen con los gritos de “uy, ya llovió”, apenas tengo veintiún años). En aquellos entonces odiaba que los maestros me dejaran de tarea escribir una composición sobre “qué quiero ser de grande”. ¿A qué sádico se le ocurre pedir eso a una pobre criatura de ocho años? Los niños quieren ser todo: bomberos, astronautas, doctores, directoras de orquesta, luchadores... ¡Y sí pueden! Para empezar, para eso juegan, ¿no? ¿O a poco no les gusta jugar a que son grandes y tienen trabajos muy sofisticados?

Aunque no quisiera, tenía que hacer la tarea, no había de otra. Y es que yo tenía la mala suerte de que mi tía era una de las maestras de mi escuela. ¿Se imaginan? No sólo me tenía vigilado en las mañanas, sino que muchas veces iba a comer a mi casa para visitar a su hermana (mi mamá, pues). Reconozco que nunca fue de chismosa con mi familia, pero me echaba unas miradas tipo “sé que no has hecho la tarea”, de esas miradas de pistola, así que mejor me iba a mi cuarto. Pero eso tuvo sus ventajas: siempre saqué buenas calificaciones, y así no me tenían estudiando horas extra en las vacaciones.

Yo habré tenido unos ocho años cuando se me ocurrió poner en una de esas tareas que de grande quería ser un famosísimo cantante y dar conciertos donde la gente se emocionara, bailara y aplaudiera mucho. En aquella época estaba de moda una canción que se llamaba “Lentito, por favor”. No había lugar donde no la escucharas: radio, televisión, hasta en películas. Era uno de los videos más vistos en las redes, imposible no conocerla, y a fuerza de tanto escucharla, pues se nos pegaba a todos y ahí estábamos, repitiéndola a cada ratito. La única razón por la que no la bailamos en el festival del Día de las Madres fue porque la canción se puso de moda en septiembre. Comprenderán, entonces, por qué escribí que quería ser cantante.

No sé si a mi maestra le gustó mi composición, o si se estaba desquitando de algo que hice (esto último lo veo improbable, era un niño encantador), pero me hizo leerla delante de todos. Hasta ahí todo iba bien, no era la primera vez que alguno de nosotros pasaba al frente para leer su tarea. Lo malo fue cuando una de las niñas me pidió que cantara algo, y a los demás se les hizo una buena idea y empezaron a gritar: “Que cante, que cante...”. Por supuesto elegí “Lentito, por favor”, y hasta hice los pasos de baile del video. ¡Ay, no saben qué desastre fue eso! Creo que las palabras que más usó la maestra fueron “desafinado, horror, apocalipsis, falta mucho para la jubilación”. En el salón, nadie dejaba de reírse, y hubo dos niños que se quedaron sordos unos diez minutos. El director tuvo que ir al salón a callarnos. Menos mal que en la escuela no permitían los celulares y nadie pudo grabarme. De seguro hubiera sido trending topic, o mínimo algo viral por diez minutos.

Pero yo no iba a dejar que eso me desanimara, de verdad me gustaba cantar y bailar, así que cuando llegué a la casa, les comuniqué mi decisión a mis papás. A ellos no les pareció una mala idea y hasta me pidieron que cantara algo. Yo lo hice fascinado, y un minuto después una vecina llamó por teléfono a la policía para reportar que estaban matando a alguien en el departamento de al lado. Después de convencer a los oficiales de que no torturábamos a nadie en la casa, mi papá me prohibió volver a cantar. Mi mamá hubiera querido apoyarme, pero terminó con un dolor de cabeza terrible y se fue a su cuarto a descansar.

pleca

—Miren, ahí va el ídolo.

—¿Te sabes otra además de “Lentito, por favor”?

—Sí, me sé muchas.

—¿Cuándo sacas tu disco?

—No sé, apenas voy a empezar mi carrera. Quiero pedirles a mis papás que me inscriban en una escuela de canto.

—No lo necesitas, tienes talento natural.

Imaginan bien. Muchos en la escuela empezaron a hacerme burla (menos mal que ninguno era mi vecino y no supieron lo de la policía). En el recreo se me acercaban para pedirme autógrafos, y al principio yo se los daba encantado; después me di cuenta de que no me los pedían en serio. Yo creo que eso duró unas dos semanas. Afortunadamente mis compañeros se aburrían rápido, y después encontraron otras cosas de las cuales mofarse. No digo que esté bien burlarse de los demás, pero al menos ya no era de mí. Sólo hubo un niño que siguió dando lata con lo del canto. No les voy a decir su nombre, confórmense con que me refiera a él como el Pecas.

El Pecas era el típico niño que se hacía el gracioso en las clases y se burlaba de todo el mundo. Lo peor era que sus comentarios a veces sí eran chistosos y eso contagiaba a los demás, que preferían seguirle el juego antes de que los molestara a ellos. Como no era mal estudiante (regularsón, la verdad), los maestros lo toleraban, aunque sí lo regañaron más de una vez.

Mi relación con él siempre fue difícil. Nos conocimos en segundo de primaria. Él había llegado a mitad de curso, pues la escuela donde estudiaba se quemó. Según esto había sido un accidente de unos alumnos de preparatoria en un laboratorio, pero muchos sospechábamos que el Pecas había estado involucrado. La maestra tuvo la genial idea de sentarnos juntos, y ese ha sido uno de los momentos cumbre en la historia de los desastres de la humanidad. Yo trataba de concentrarme en las clases, pero el Pecas era muy insistente con sus bromas, así que un día hablé con la maestra para pedirle que me cambiara de lugar y la profesora, en lugar de guardar el secreto (¿dónde quedó la confidencialidad alumno-maestro, eh?), le dijo al Pecas que por favor me dejara tranquilo. Digamos que ese fue mi primer strike con él.

El segundo fue cuando le compartí de mi sándwich un viernes, en el recreo. No, leyeron bien, yo le compartí de mi sándwich. Siempre me enseñaron a no ser egoísta, pero al parecer al Pecas no le gustó que mi mamá usara las sobras de la cena para hacerme un sándwich de germinado de alfalfa con nopales, espinacas y humus. Según él, le dio diarrea todo el fin de semana.

Pero la gota que derramó el vaso fue cuando tuvimos examen sorpresa de Matemáticas. Pobre Pecas, entiendo que se pusiera nervioso; todos lo estábamos, pero no es mi culpa que él hablara tan quedito. Después de lo que, al parecer, fue media hora, el Pecas logró llamar mi atención (con un pellizco, el muy salvaje).

—Pásame la tres —no sé cómo le hice para leer sus labios.

Qué lástima que no tuviera la capacidad de hablar tan quedito como él.

—Yo tampoco me la sé.

T

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