1.ª edición: octubre, 2016
© 2016 by Ebony Clark
© Ediciones B, S. A., 2016
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-562-3
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Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com
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Contenido
Portadilla
Créditos
Prólogo
Londres, estudios de la BBC One
Mentone, Texas. Dos días después
Las Vegas
Londres, estudios de la BBC One
Mentone, Texas
Nota de la autora
Promoción
Prólogo
McKenzie: adjunto justificante de transferencia contra la cuenta corriente facilitada. Espero que todo esté a la altura de las expectativas. Kitty Barret.
El hombre sonrió mientras releía aquellas líneas y bajó de inmediato la tapa del portátil al escuchar los pasos de Tyler a su espalda. Había conocido muchas clases de mujeres, pero aquella Kitty era sin duda la más sorprendente de todas. Acababa de sellar un trato con ella en el que se comprometía a proporcionar a su mejor amiga una aventura que jamás olvidaría. La idea era divertida. Y se sentía un poco miserable por prestarse a los manejos de una británica medio chiflada. Pero así estaban las cosas.
—¿Algún problema? —preguntó Tyler.
Contuvo una carcajada. Problema no era precisamente la palabra que describía lo que se avecinaba.
—Todo en orden, Ty.
—Me alegro. —El otro hombre ni se despidió, tan solo agitó la mano en el aire en un gesto distraído.
—Ya veremos si te alegras tanto dentro de un par de días —murmuró para sus adentros.
***
Londres, estudios de la BBC One
—¡Quédate conmigo! —exclamó el chico mostrando la claqueta—, episodio 135... ¡Acción!
Las luces parecieron cobrar más intensidad, y empezó la acción. De pronto, estaban en el plató de rodaje de una de las series de mayor audiencia de la cadena británica. Los actores interpretaban a sus personajes bajo la atenta y, en ocasiones, eufórica dirección del director de la serie. Durante algo más de media hora, la perversa Elora trataba de recuperar a su marido, el atractivo doctor Lockarne, mientras Wendy, su amante ingenua a la que el público adoraba, contemplaba la escena desolada.
En la siguiente toma, el doctor Lockarne suplicaba a Wendy otra oportunidad, mientras ella se debatía entre el amor que sentía por él y el remordimiento por la traición a Elora.
—Quédate conmigo, Wen...
—Adiós, Andrew.
Una voz en off dio por concluida la grabación.
¿Podrá Wendy separarse del único hombre al que ha amado ?Y si lo hace, ¿resistirá su amor al paso del tiempo, la distancia y las maquinaciones de Elora...? Quédate conmigo... Descubre el desenlace en el último episodio de la temporada. Mañana a las nueve de la noche, después de las noticias, en tu canal favorito...
—¡Corten! —gritó el director—. Ha quedado perfecto. ¡Sois geniales, chicos!
Alguien se sorbió las lágrimas ruidosamente y suspiró, contagiada por la atmósfera de dramatismo y romance que había impregnado el ambiente.
Los aplausos llenaron el estudio de grabación, y, al instante, la enfermera, el médico y la embustera paciente abandonaron sus puestos y se unieron al resto del equipo.
—Grabaremos la escena de la despedida en el aeropuerto y después... ¡unas merecidas vacaciones! —Ewan los señaló con su amuleto, una pulsera que había pertenecido a Grace Kelly y que había comprado en una subasta por una cantidad astronómica que jamás había querido revelar—. Os quiero a todos de vuelta en media hora, estáis advertidos.
Al pasar junto a la mujer que interpretaba el papel de Elora, Ewan se detuvo.
—Tenemos que hacer algo con tu papel, querida —informó—. Los telespectadores no han dejado de llamar durante toda la semana. Te odian con un odio irracional. Han enviado cientos de mensajes a la cadena pidiendo tu cabeza. Te quieren muerta en la próxima temporada.
—Eres un cerdo, Ewan. Y sabes que no puedes rescindir mi contrato. Aún quedan dos años —se jactó ella, encendiendo un cigarrillo mentolado y echándole el humo en la cara—. Tengo una idea. ¿Por qué no hacemos que sufra de amnesia, olvido que soy una arpía y Andrew se enamora de mí otra vez?
—Andrew ama a Wendy, Elora.
—Ese es tu problema, querido mío. ¿Qué opinas, Kitty?
—Que no escribiré otro guion absurdo para salvarte el culo —informó la otra mujer, dedicándole su mejor sonrisa forzada. Se dirigió hacia la joven que en ese momento trataba de escabullirse en busca de un poco de intimidad y la abrazó para felicitarla—. Has estado genial. Tu hermana Chelsea ha llamado hace un minuto, a cobro revertido, ya la conoces. Ha dicho que ha llorado a moco tendido durante todo el episodio... Vamos, te invito a comer.
***
—Dame una buena razón por la que no deba romperle la nariz a ese gilipollas.
Amanda sonrió para sus adentros mientras contemplaba con cierta fascinación a Kitty. Era menuda como ella y sus pies pequeños siempre parecían dispuestos a patear el trasero de alguien que lo mereciera. El cabello castaño le caía en desorden sobre las sienes y la frente, huyendo de algo que Kitty solía llamar recogido de guionista indigente sin tiempo para la peluquería y que, en definitiva, era una coleta de caballo que nacía un poco más arriba de su nuca y se deslizaba con rebeldía sobre su espalda. Sus ojos color avellana, enmarcados por unas espesas pestañas, brillaban intensamente y no auguraban nada bueno.
Amanda suspiró. Hizo un breve repaso mental de los motivos por los que adoraba a su mejor amiga. Porque tenía aquel encantador acento americano y porque, como ella, odiaba el té. Porque era su caballero de la brillante armadura a pesar de que solo medía un metro cincuenta y poco. Porque estaba dispuesta a liquidar a Jason a pesar de los testigos y a pesar de que Jason era cinturón negro en karate. Sorbió un poco de su helado de chocolate haciendo más ruido del habitual y disculpándose cuando algunas personas las miraron con curiosidad. Por supuesto, hubo dos que ni siquiera giraron la cabeza, ya que permanecían absortos el uno con el otro, haciéndose arrumacos sin importarles quien pudiera observarlos.
—Kitty... déjalo estar. Jason y yo solo hemos salido un par de veces. No hay nada entre nosotros —comentó fingiendo que la escena no la afectaba. En realidad, sentía que las suelas de los zapatos se le derretían de rabia.
Jason le había dicho en su última cita que ella era su preciosa muñeca... Menudo cabrón mentiroso. No es que estuviera perdidamente enamorada de él, pero esperaba un poco más de respeto del tipo que decía ser tu otra mitad mientras te pintaba las uñas de los pies. Así que, para qué negarlo, tenía el estómago revuelto desde que aquellos dos se habían sentado un par de mesas más allá de la suya. Era una cuestión de amor propio más que de sentimientos. Para ser sinceros, Jason estaba destrozando su dignidad públicamente.
—Eso no es una razón —insistió Kitty, apretando inconscientemente su vaso de helado hasta que la tapa plástica saltó sobre la mesa.
—Está bien, te daré varias... Mide treinta centímetros más que tú. Practica artes marciales. Estamos en un lugar público. Todos nos conocen. Tiene derecho a salir con quien quiera. Es el protagonista principal de la serie. Y si le tocas un pelo, su agente, que por cierto es la mujer que acaba de meterle la lengua en la boca, te denunciará —añadió, molesta al comprobar que algunos de los presentes ya habían descubierto su presencia y le dedicaban compasivas miraditas de reojo.
Era lo peor de las rupturas, incluso en aquellas en las que tu ex solo había sido un capítulo casual que desearas cerrar cuanto antes. Sentir aquellos pares de ojos sobre la nuca vigilando tus movimientos, deseando ver en tu interior, cebándose en tu mala suerte... Jason no era tan importante como para provocarle rencor. Sin embargo, no podía evitar el azote de la humillación.
Era bastante guapo, la verdad. Lo miró de reojo. Un bombón relleno de nada bajo cualquier ángulo desde el que se lo observara, incluso con la lengua de aquella pelirroja haciéndole una limpieza bucal. Sacó la pajita del helado con brusquedad y, al hacerlo, unas gotitas de chocolate salpicaron su inmaculado uniforme de enfermera que era parte del vestuario.
—¡Mierda...! —exclamó, mojando de inmediato la tela con un poco de agua sin gas de la botella de Kitty.
Kitty era adicta al líquido elemento. Bebía al menos tres litros diarios, por lo que siempre tenía una buena excusa para ir al lavabo. Solo que en aquel momento parecía querer ir en una única dirección. Y era hacia la mesa donde Jason examinaba las amígdalas de su pelirroja acompañante.
—¿Lo ves? Estás cabreada —afirmó como si acabara de descubrir la fórmula de la Coca-Cola.
Pues claro que estaba cabreada. ¿Qué esperaba? Su pareja pública hasta hacía una semana estaba a punto de montárselo delante de sus narices, en la cafetería de los estudios donde ambos trabajaban, con una mujer que era la versión humana de Jessica Rabbit.
Kitty se levantó, arrastrando la silla con ella.
—Voy a partirle la cara a ese memo, Amanda. No lo aguanto más.
Amanda la siguió. Sujetó su mano con fuerza para detenerla en el instante justo en que Kitty, con su mano libre, le colocaba a Jason el plato de macarrones con tomate por sombrero. La verdad es que estaba muy gracioso con aquellos regueros carmesí con motitas de orégano deslizándose lentamente por sus patillas recién cortadas por el estilista de la serie. Tenía la boca abierta como si quisiera protestar, pero se hubiera quedado paralizado por la sorpresa.
Kitty le metió un palito de pan de cereales entre los labios y le palmeó el cachete con una sonrisa triunfal en el rostro.
—Ahora sí que estás para comerte, Doctor.
—¿Cómo te atreves...? Haré que te despidan, foca entrometida… —la voz de Ronda Swanson, la pelirroja que se comía a Jason con sus labios tan rojos como el cabello, se perdió entre las carcajadas de los compañeros de rodaje.
—Por desgracia para ti, golfa con tetas de silicona, no tienes tanto poder. Soy la mejor guionista de la serie, así que cierra tu boquita de colágeno operada por un cirujano plástico ciego... Y en cuanto a ti...
—Kitty, cálmate… —Jason retuvo con la punta de la lengua un poco de tomate y, aunque estaba bastante ridículo, su gesto tenía un cierto toque sensual, a pesar de aquellos macarrones en la coronilla.
«No tengo remedio, lo sé», pensó Amanda. Jason aún ejercía un peligroso poder sobre ella y estaba dispuesta a probar cualquier cosa para vacunarse contra aquella enfermedad. Quizá no fuera mala idea que Kitty lo vapuleara un poco antes de rodar la última escena.
—No me pidas que me calme, gusano. Le has roto el corazón a mi amiga. —Kitty miró su reloj, contando los segundos y calculando mentalmente el tiempo del que Jason disponía para arreglar el desastre de su rubio y lacio cabello ahora teñido de rojo—. Date por muerto si no desapareces de mi vista en menos de un minuto.
Jason no necesitó que Kitty repitiera la amenaza. La conocía muy bien y sabía que era capaz de arrancarle los párpados con los dientes si no obedecía. Pasó junto a Amanda sin mirarla, seguido de su agente/amante, quien aún mas
