1.ª edición: junio, 2016
© José Joaquín Brunner, 2016
© Ediciones B Chile, S. A., 2016
Andrés de Fuenzalida 47, piso 7, Providencia.
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ISBN DIGITAL: 978-956-304-210-8
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A Edgardo Boeninger K.,
amigo y maestro
Así, pues, calificamos de ilusión una creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, del mismo modo que la ilusión prescinde de toda garantía real.
Sigmund Freud
El porvenir de una ilusión
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Cita
Prólogo
Introducción
Parte I. Malestares en la sociedad
El discurso del malestar: Opinión pública y privada
Discurso del malestar: De la democracia
Discurso del malestar: Contradicciones culturales
El malestar del panóptico: secretos de la familia, el poder y el conocimiento
Parte 2. Gobernanza y trayectoria de conducción
2015: El año que no fue
Las disputas de la gratuidad
Gratuidad sin conducción
Gratuidad universal: por gracia o por mérito
Crisis de confianza: ¿qué salidas hay y hacia dónde?
Gestión política del cambio de paradigma: desventuras de una ideología
Crecimiento económico y contradicciones culturales del capitalismo
Aprendices de brujo en climas inciertos
Opinión pública encuestada y política comunicacional
Administración Bachelet: gestión política, desempeño y evaluación
Para Príncipes irresolutos, mujeres y hombres
Consejo prácticos para Vuestra Magnificencia
Fallas de conducción en diagnósticos, sintonía social y gestión
Conducir significa optar: No hay realismo sin renuncia
Tiempo del reformismo: acción ideológica y lenguaje
Coalición discursiva emergente
Hacia dónde se dirige el centro de gravedad del gobierno
Problemas de fondo, escenarios de salida
Mensaje presidencial con lecturas encontradas
Bloques en pugna dentro de la administración
Cambio de gabinete y redes de poder
Disputa de ideas en la Nueva Mayoría
Clase media, educación y DC
Educación: prioridad confusa y llamativos vacíos
Equivocado diagnóstico de la educación escolar
Parte 3. Élites: Escenarios y bastidores
La tecnocracia y el asunto de la gratuidad
Nuestras élites y su momento Savonarola
Las no-élites que las élites fabulan
Élite política: escándalos y reputaciones
La élite mediática y la libertad de prensa: Bienes inestimables, males inevitables
Conflicto, circulación de élites y sistemas de mediación
Élites y gobernabilidad
Nueva Mayoría: ¿una élite antiélite?
Concertación y Nueva Mayoría en el campo de las élites
Élites diversificadas: teoría, ideología, práctica
Élite de las cuatro cuadras
Mérito, élites y un neoprogresismo
Instituto Nacional y la formación de élites
Élites expertas: industria de educación comparativa
Liderazgos discursivos en el ámbito de las élites
Roles de liderazgo y narrativas de identidad
Parte 4. Ideologías del progresismo
Guerras burocráticas o ideológicas
Las izquierdas y sus identidades flotantes
Las izquierdas tras el fin del kirchnerismo
Sobre expansión o eliminación de la competencia
Formación ciudadana, deliberación democrática y educación cívica
Representación, participación y deliberación
De la Concertación a la Nueva Mayoría: desplazamientos ideológicos
Morfología ideológica del espacio político chileno
Centro político, ¿un espejismo?
Talento, selección y méritos: ¿caben en el ideario socialdemócrata?
Políticas, clases y doctrinas
Visión social de la educación
Reforma equivocada, instrumentos inconducentes
Proyecto del neo-progresismo
Bienestar en el nuevo Estado social
Los vaivenes del desarrollo y la educación
Política en grado mínimo menor
Infantilismo progresista: ¿de qué hablamos?
¿Quién no desea invertir en sus hijos?
Referencias y bibliografía consultada
Agradecimientos
Prólogo
Este libro de José Joaquín Brunner —que se agrega al par de decenas que ya ha publicado— puede ser leído como el diario de un intelectual, una especie de bitácora de un sujeto ilustrado que se irrita con lo que ocurre en derredor y, fiel a su oficio, transforma esa irritación en escritura. Cada una de sus páginas fue escrita en el día a día del proceso —los dos primeros años del gobierno de Bachelet— que analiza y que critica. Se trata de reflexiones públicas, desprovistas de cualquier vicisitud personal, escritas al compás de los hechos a los que se refieren, que tienen el sabor de lo inmediato; pero al mismo tiempo poseen la distancia reflexiva que confiere el mirar la realidad a través de la teoría. Porque las personas ilustradas, justamente porque son ilustradas, cuando son aguijoneadas por la realidad inmediata, en vez de dejarse invadir por la adhesión o el rechazo emocional, son capaces de elaborar razones que se ofrecen a la lectura para desatar, a su vez, otras reflexiones.
Este libro, pudiéramos decir, es entonces un diario reflexivo de un intelectual de centroizquierda que mira críticamente a un gobierno de centroizquierda.
Y a los intelectuales que lo inspiran.
Brunner está consciente, como pocos, que uno de los mares de fondo de estos años es una disputa por el campo intelectual del que él ha sido un protagonista central. Detrás de las críticas a la tecnocracia y la cultura de expertos, latiendo por debajo de los anuncios del derrumbe del modelo, subyaciendo en los motivos que se han divulgado para criticar la modernización de estos años, piensa Brunner, hay también una lucha por hacerse de la palabra, por elaborar la narrativa de la realidad, por desplazar a la élite intelectual de la que él ha sido parte y reemplazarla por otra. Y José Joaquín Brunner —este libro es una muestra de eso— no está dispuesto a ceder un ápice de terreno en esa disputa.
Y tiene, claro, todo el derecho de hacerlo.
Su vida pública ha estado atada, como pocas, a la cultura nacional. Su trayectoria intelectual coincide con la institucionalización de las ciencias sociales en Chile que él ha contribuido, como pocos, a desarrollar (primero en la Pontificia Universidad Católica, luego en la Flacso, más tarde en la sociología de la cultura y en la educación) y su vida política se acompasa con la Concertación de Partidos por la Democracia en uno de cuyos gobiernos fue Ministro Secretario General de Gobierno (y no de Educación, como suele atribuírsele, en un lapsus que indica que ese era el lugar que todos sabían le correspondía; pero al que nunca hasta ahora, sin embargo, accedió). Se trata pues de un intelectual que sabe de libros, pero que además conoce la política por dentro y está, por eso, muy lejos de eso que Hegel llamaba Alma Bella. Un Alma Bella era, para Hegel, ese tipo de persona que se solaza en la afirmación de los valores más estimables; pero que se niega a reconocer que para llevarlos adelante y promoverlos hay que ser capaces de reconocer el barro de la realidad. Las Almas Bellas (que abundan en algunos intelectuales de la izquierda de hoy) profesan eso que los españoles, en expresión inmejorable, llaman “buenismo”, la creencia que la buena política es un asunto de buena voluntad y que la realidad es fea e indócil porque la queremos fea e indócil. No hay nada de buenismo en José Joaquín Brunner: lo que en él abunda es la vocación por comprender la realidad y saber por qué ella suele ser indócil a lo que anhelamos.
El mejor ejemplo de esa vocación se encuentra en el debate sobre el malestar de la sociedad chilena que Brunner llevó adelante en los noventa, cuando un informe del PNUD llamó la atención acerca del desasosiego que la modernización había desatado. Entonces Brunner defendió la idea de que el proceso que en Chile se había desatado —la expansión del consumo, la masificación educativa, la individuación en casi todas las esferas de la vida— tenía un significado liberador para las mayorías históricamente excluidas. Las tesis de Brunner de entonces —avaladas por el diagnóstico que el mismo Marx y casi toda la sociología clásica hizo de la sociedad moderna— han sido inexplicablemente caricaturizadas por algunos como si su trabajo se limitara a una celebración del mercado. Es difícil encontrar en los debates intelectuales en Chile una deformación mayor: adjetivar de celebratoria del mercado la constatación de los aspectos liberadores que, para una sociedad excluyente, como fue la chilena durante casi todo el siglo XX, poseyó, incluso con todos sus defectos, la modernización capitalista.
Sin volver estrictamente sobre ese debate, la primera parte de este libro rememora parte de él: intenta dilucidar cuánto de verdad hay en ese diagnóstico de desasosiego que, más de una década después, ha vuelto a la esfera pública. Y ha vuelto con tal fuerza que incluso el programa de gobierno de la Presidenta Bachelet se presenta como una cura de esa incomodidad subterránea que padecería la sociedad chilena.
La opinión de Brunner es que en el diagnóstico de malestar se entrecruzan, hasta confundirse, tres tipos de desasosiego que poseen orígenes y remedios —cuando los tienen— distintos.
Una cosa, explica, es la molestia derivada de las incomodidades y carencias de la vida cotidiana en una sociedad que ensaya, como consecuencia de su propio bienestar, políticas públicas de variada índole (y cuyo ejemplo más notorio sería el Transantiago); otra cosa es el desasosiego que deriva de las dificultades de la democracia de masas y sus problemas de representación, la inevitable distancia entre los políticos cada vez más convertidos en ejecutores de un oficio, y la ciudadanía cada vez más diversa y más autónoma que aspiran a representar (y que se manifiesta en desconfianza hacia la clase política, una desconfianza que cada escándalo no hace más que reafirmar); y una tercera es lo que Daniel Bell llamó las “contradicciones culturales” del capitalismo, el hecho de que la modernización capitalista socava los mismos valores que necesita para funcionar.
En el debate público en Chile, sugiere José Joaquín Brunner, esos tres niveles se confunden en un solo diagnóstico (por ejemplo, en aquel según el cual el modelo estaría en crisis) sin advertir que se trata de cosas distintas que poseen soluciones, cuando las poseen, también distintas. Cuando las poseen, claro, porque podría ocurrir, y este es un diagnóstico de índole weberiana que atraviesa la primera parte del volumen, que el destino del capitalismo (no otra cosa es la modernidad de Chile) sea algo parecido a la famosa jaula de hierro: un mundo que se despoja de significados compartidos y donde lo que los seres humanos tienen en común es el anhelo de recuperar ese sentido que alguna vez los animó.
Ese malestar (una de cuyas manifestaciones sería la desconfianza en las instituciones) se agudizaría, sin embargo, agrega Brunner, por la grave crisis de conducción del gobierno. Todo ello, sumado a la emergencia de una nueva elite, la de los medios de comunicación social, explicarían por qué la carga de la nave del estado no se logra, todavía, estibar.
Uno de sus desequilibrios fundamentales, opina Brunner, sería el de la crisis de conducción.
Buena parte de este libro intenta probar que los tropiezos de estos años, los tropiezos del gobierno de la Presidenta Bachelet, derivan de una obvia inconsistencia entre su modelo ideológico (la narración, la representación fantasmática de una realidad posible) y la pobre gestión (el diseño de políticas, la forma de conducir el proceso político) con que se lo ha pretendido llevar adelante. La expresión “crisis de conducción” que atraviesa buena parte de las páginas de este libro, alude a esa inconsistencia entre un diagnóstico y una propuesta de línea gruesa (a la que Brunner llama el “otro modelo”; aunque no es seguro que sea la que se contiene en el libro del mismo título) y la torpeza con que se ha conducido la public policy y el proceso político necesario para implementarla. El ejemplo en el que Brunner, por dedicación profesional, abunda, para mostrar esa crisis de conducción, es la propuesta de gratuidad universal que el gobierno de la Presidenta Bachelet ha repetido una y otra vez y con la que, desgraciadamente, ha tropezado una y otra vez también, desatando, casi simultáneamente, entusiasmo y decepción.
¿Logrará salir la Presidenta Bachelet de sus tropiezos cuando, al experimentar los obstáculos, proclamó el “realismo sin renuncia”?
José Joaquín Brunner opina que no.
La frase, diagnostica, no sería más que una argucia más o menos retórica para evitar pronunciarse entre los dos puntos de vista que, luego de la crisis de gabinete, se hicieron manifiestos: el de quienes anhelan recuperar sin sonrojo la vocación morosa del cambio incremental que animó a la Concertación (el bloque reformista) y el de quienes insisten en la transformación más o menos radical del proyecto de modernización de estos años (el bloque rupturista).
Los años de la Concertación impulsaron en Chile una provisión mixta de bienes públicos: en salud, en educación, en carreteras, se pensó que una cosa era el financiamiento y otra la producción de esos bienes. Había, pues, bienes típicamente públicos, como la educación escolar, financiados con rentas generales pero provistos por empresas. El cambio que la Nueva Mayoría ha intentado impulsar consistiría en apartar de la circulación del capital ciertas áreas de la vida social (entre ellas la educación) cercando, por decirlo así, al mercado y evitando que se inmiscuya en todas las áreas de la vida social. A este tránsito entre una forma de concebir la organización social y otra, se le ha denominado un cambio de paradigma y en derredor de él se ha estructurado, explica Brunner, la identidad de una nueva élite, parte de la cual, agrega, desmiente la reproducción hereditaria que, sin embargo, denuncia.
¿Tiene visos de tener éxito ese tránsito?
Todo ello dependerá, sugiere Brunner, de la capacidad que tenga ese proceso de mantener la expansión del consumo sobre el que se ha erigido la nueva clase media en Chile, ese grupo que apenas en una generación ha cambiado radicalmente sus expectativas y condiciones de vida.
¿Es correcta la descripción que en estas páginas hace José Joaquín Brunner del transcurso de la sociedad chilena de las últimas décadas?
Detalles más o menos, no cabe duda que se trata de una notable descripción; aunque se echa de menos un pronunciamiento acerca del fundamento normativo que ha inspirado la política de la Nueva Mayoría. Después de todo, las posiciones políticas no se dibujan solo a partir de la forma en que describen la facticidad, también se distinguen por la manera en que imaginan una facticidad alternativa y posible. Es verdad que la Nueva Mayoría ha andado a tropiezos y que su capacidad de narrar un futuro posible —una sociedad al menos parcialmente desmercantilizada— está muy por encima de la capacidad que ha mostrado para alcanzarlo; pero queda pendiente en este libro si acaso el dibujo del futuro que ha hecho la Nueva Mayoría merece o no la pena.
Lo que abunda en el trabajo de José Joaquín Brunner es, en otras palabras, la vocación por comprender la realidad, su voluntad de seguir los trazos del cambiante mundo social. Y esa es su virtud. Una virtud que, sin embargo, arriesga un leve defecto que no es intelectual, sino político: el de dejar en las sombras el horizonte normativo, el futuro posible, en el que cree.
Nada de eso, sin embargo, ensombrece el trabajo de José Joaquín Brunner, un intelectual que, a diferencia de muchos de sus rivales, sigue dispuesto al debate de razones.
Y este libro es la mejor prueba de ello.
Carlos Peña
Introducción
Rotación de los signos
El período cubierto por nuestro cuaderno de bitácora —aquel en el que se anotan los sucesos ocurridos durante la navegación— abarca unos 16 meses de travesía que si bien es apenas un movimiento de párpados para la historia de la República, para la polis —la ciudad política— puede parecer un tiempo extraordinariamente largo.
Las crónicas que componen este volumen trabajan con materiales recogidos durante la navegación: recortes de prensa, discursos, conversaciones, estadísticas, proyectos, comunicados oficiales, vocerías de diferentes organizaciones gubernamentales, no-gubernamentales y de la sociedad civil, relatos de identidad, proclamas, programas, resultados de encuestas, debates parlamentarios, tomas de posición de dirigentes y partidos, expresiones ideológicas de diverso tipo, cartas a los directores de medios, editoriales, consignas voceadas en la calle. Se dirigen a un público diverso, no especializado, dispuesto a participar en la ininterrumpida conversación sobre las cosas públicas. Son ensayos críticos para el ejercicio deliberativo propio de una ciudadanía democrática, escritos en los tiempos rápidos de la prensa, lo que no significa a la rápida, variando de tópico cada semana, con el objetivo de retener el momento y sujetarlo a inspección, descripción y análisis.
Una versión inicial de estos ensayos apareció semanalmente en el medio electrónico El Líbero como columnas de opinión, aunque la mayor parte posee la extensión de una crónica o artículo reflexivo. Son el resultado de reflexiones escritas en diferentes ciudades del país, a veces en aeropuertos o en vuelo hacia otros países, en la antesala de reuniones, en días domingo, generalmente en reacción a noticias o prolongando conversaciones con amigos, colegas, periodistas y otros compañeros de ruta.
Nuestro tiempo de referencia, el año 2015, indica nada más que un espacio en el calendario. Sin embargo, para Chile fue la contracara, en tonos grises, del exultante año anterior en que se instaló la administración Bachelet con una explosión de ilusiones, expectativas e intensos ideales de renovación política, generacional, técnica y, sí, también moral. Según anunciaba el Programa del gobierno, se trataba de “entrar a un nuevo ciclo político, económico y social”, frase que pronto se convirtió en su espíritu y pretensión: fundar un nuevo ciclo histórico.
Según señaló la Presidenta de la República en el mensaje del 21 de mayo de 2014, a poco de iniciar su segundo mandato: “Hoy estamos ante un momento histórico. Chile vive un nuevo ciclo social y político, y el país tiene la fuerza para enfrentar los lastres de su desarrollo, principalmente la desigualdad, y construir las bases de un futuro de progreso, tanto en las grandes cifras como en los pequeños detalles de nuestra vida cotidiana”.
En otro pasaje, Bachelet anticipa que los cambios impulsados durante este nuevo ciclo “deben colaborar a sentar las bases de un Chile moderno. Es decir, de un país que crece armónicamente, con sustentabilidad, y [en el] que sus habitantes se sienten protegidos frente a la adversidad y el abuso, que respeta la diversidad étnica, religiosa y sexual, y que ofrece oportunidades educacionales, laborales y sociales a todos y todas por igual”.
He ahí el tono y el sustento de una ideología refundacional. Estábamos en efecto al comienzo de una gran transformación. A este enfoque se agrega la idea de un “cambio de paradigma” que, aplicado al campo de las políticas educacionales, por ejemplo, debía conducir a una renovación estructural del sistema escolar y la educación superior.
Transcurrido un año de esa empresa inaugural, al iniciarse un 2015 que terminaría siendo visto como funesto, el ánimo de la Presidenta comenzó a mudar, seguramente como consecuencia de las denuncias dirigidas en contra de su hijo y nuera por comportamientos poco éticos, abusivos y necesarios de ser investigados, mientras el gobierno en su conjunto, su coalición de apoyo y sus políticas, perdían progresivamente el respaldo de la ciudadanía. Al final del 2015, el ánimo gubernamental y la atmósfera que lo rodeaba habían pasado de la exaltación al pesimismo, de las ilusiones a las justificaciones, de la seguridad en los propios postulados a la confusión. También la opinión pública se había desplazado de un extremo al otro: de altas adhesiones a la Presidenta a la impopularidad de su figura, de la ilusión con respecto a los fines de las reformas a la desilusión frente a sus medios e implementación.
La conducción política del 2015
La propia Presidenta Bachelet se hizo cargo del cambio de clima al expresar que éste había sido el peor de todos los años que hasta ahora comprendían sus dos mandatos (recuérdese que el primero de ellos terminó con la pesadilla del 27F, terremoto y tsunami). Esta sentencia se parecía a otra frase pronunciada con un dejo irónico por ella un tiempo antes: “Llegué a inventar casi un eslogan: “Cada día puede ser peor. Eso me tiene preparada para lo que venga’”. Confirmaba así, sin dejar lugar a dudas, que el 2015 había sido un annus horribilis (año horrible) de su administración, y no, como ella y su entorno habían augurado, un annus mirabilis (año milagroso), con su retórica inaugural.
No todo fue horribilis durante este período, sin embargo.
No colapsó el sistema político a pesar de que el piso se movió fuertemente bajo los pies de las élites del sector que, en su conjunto, perdieron poder, prestigio e influencia. El gobierno vio descender su popularidad, pero no se hundió ni ha dejado de estar a cargo —por deficiente que haya sido su gestión— del orden constituido. Ha existido un enfriamiento de la economía y una pérdida de dinamismo de la producción, la inversión, el ahorro y el consumo —en definitiva, los mercados están más lentos y se han estrechado por el momento— pero el país no ha entrado en recesión ni en caída libre, ni experimenta una crisis estructural.
Más bien, el tiempo cubierto por el análisis se caracteriza por una débil conducción del gobierno, contradictoria, técnicamente floja, poco orgánica políticamente, mal coordinada, precariamente ensamblada, ideológicamente confusa, con rasgos de improvisación e impericia, y en general insegura. A esto se le suma un bajo desempeño del Estado en áreas claves como seguridad ciudadana, proceso legislativo, modernización del aparato burocrático e incluso en sus relaciones internacionales.
Luego, como resultado de lo anterior y de las gloriosas expectativas generadas por el programa gubernamental, instaló la sensación de estar frente a una administración meramente coyuntural, que corre continuamente tras plazos autoimpuestos, improvisa proyectos o los revisa tras aprobarlos, con una gestión precipitada y propensión a envolverse en escaramuzas secundarias.
Como nunca antes desde 1990, el año 2015 ha sido testigo de un gobierno que quedó atrapado en la brecha que el mismo creó, o no supo evitar, entre la narrativa y el discurso que lo comunican con la sociedad, por un lado, y su desempeño, capacidad de gestión y resultados, por otro. Expresión nítida de ese desbalance entre expectativas y resultados, ha sido la dificultad de la Presidenta para constituir un equipo de conducción política sólidamente establecido en torno suyo, a cargo del timón de la nave gubernamental.
A lo largo de la navegación registrada en esta bitácora, ese núcleo cambió drásticamente de composición desde la dupla Peñailillo-Arenas a la dupla Burgos-Valdés: cambiaron los respectivos estilos de acción, identidades políticas, modos de operar y vínculos con la Presidenta, comunicación con los media y la sociedad y el nivel de colaboración (o competencia) del equipo político con el “segundo piso” de la Presidenta (su grupo de colaboradores personales, al que en otras latitudes llaman kitchen cabinet o gabinete íntimo, doméstico, de la cocina presidencial).
Efectivamente, la dupla original encarnaba el programa, el discurso refundacional, un nuevo paradigma de política pública, el “otro modelo” de desarrollo ofrecido al país, los sueños trascendentes de cambios estructurales. Estaba plenamente identificada con la Presidenta, su esperado retorno desde Nueva York, las elecciones primarias al interior de la Nueva Mayoría (NM, en adelante) y los dos turnos de la campaña presidencial. Además, representaba la voluntad de ruptura con la antigua Concertación, asociándose culturalmente, por el contrario, al sesgo antitecnocrático y antielitario, al menos en apariencia, de la NM. Incluso los encargados de sacar lustre al aparato comunicacional del gobierno (spin doctors) difundieron el rumor de que las críticas a la dupla se debían al origen mesocrático de sus miembros, su asistencia a colegios subvencionados, la falta de apellidos aristocráticos y un estilo de vida burgués. ¡Se non è vero, è ben trovato! (“Aunque no sea verdad, está bien contado”).
Por el contrario, la dupla sucesora Burgos-Valdés representa una dosis de “realismo sin renuncia” en la conducción del gobierno. Llegó allí prometiendo un manejo más acompasado, menos frontal y polémico, de mayor continuidad con la Concertación, con un discurso más reformista que rupturista y descreído de la infalibilidad del programa. Fue percibida de inmediato como más habituada a negociar los límites de lo posible y a considerar las restricciones de la caja fiscal que a arremeter a ciegas contra los obstáculos. Y se aplaudió el hecho de tener ella un vínculo menos personalizado y más funcional con la Presidenta Bachelet; por ende, de estar en condiciones de decir “no” al poder.
En suma, en algo más de un año la cultura del gobierno, su estilo, formas de conducción y liderazgo, discurso, tono emocional, clima interno y vínculo con la sociedad habían mutado.
Cuestionamiento de las élites
Para ser justo, el año 2015 no fue un annus horribilis únicamente para la Presidenta y su gobierno. Como veremos enseguida, lo fue para la clase dirigente en su integridad, tanto para las élites centrales como para otras capas directivas de campos relevantes de actividad pública.
Hablamos de la suerte corrida por los “altos círculos de la sociedad”, como los llama el sociólogo norteamericano Charles Wright-Mills, concepto que por mi parte extiendo a las cúpulas de otros sectores de actividad con repercusión pública. Este entramado de “alturas” cumple en su conjunto una función importante en la gobernanza de la sociedad, más allá de las funciones y competencias específicas del gobierno y los demás órganos del Estado.
Durante 2015 dos élites centrales de la sociedad —la política y la empresarial— se vieron envueltas en un ambiente turbulento, producto del contacto entre el poder y los negocios, la política y el dinero, o simplemente por conductas indebidas (colusiones y abusos) en los mercados. Al ingresar en la esfera medial —de los medios de comunicación y las redes sociales— ellas quedaron atrapadas en un ciclo de escándalos todavía en curso, provocando una reacción de espanto moral. La sociedad, ayudada por los media, percibe un estado de transgresión legal y moral y siente amenazado y en riesgo el orden social (Cohen, Krinsky). En este clima vivimos los chilenos durante 2015, con la plaza pública transformada en un espacio de ordalías, inculpaciones y exculpaciones.
Es decir, fue un año de cuestionamiento generalizado de las élites. No solo de aquellas que acabamos de mencionar, cuyos dirigentes han sido juzgados por la prensa, los tribunales y las calles de la ciudad, sino también de otras que juegan papeles decisivos en la mantención del orden moral. Me refiero a la élite eclesial católica, envuelta en abusos sexuales y de poder o en su ocultamiento; a la clase alta tradicional —de familias y apellidos— vinculada por su capital social con las élites empresarial y religiosa cuestionadas, y con la jerarquía militar acusada, junto a otros sectores de alta dirección del Estado, de no cautelar el correcto uso de recursos fiscales puestos bajo su custodia. Sin duda fue pensando en estos fenómenos que el ex Contralor General de la República, en su última cuenta pública, tras ocho años al mando de esa institución, exclamó: “No podemos cerrar nuestros ojos, la corrupción ha llegado”. Junto con ella, llegaron los escándalos que contaminan la atmósfera de la opinión pública, y el cinismo que suele acompañar a estos fenómenos aún más que la ira y la rebeldía.
Durante el 2015, otros campos de actividad exhibieron también crisis de conducción, muy diferentes entre sí, pero vitales para el clima público masivo como el fútbol profesional, o para el clima público de alta cultura como el sofisticado campo de la investigación científico-tecnológica; aquel por uso torcido de recursos y su apropiación indebida, este otro por la errática debilidad de las políticas públicas en el sector.
En suma, hemos vivido un año en el que han sido expuestas las faltas y flaquezas de las élites chilenas, acusadas por sus malas prácticas, humilladas en su prestigio y exigidas a rendir cuentas de sus comportamientos por la prensa y los fiscales, únicos dos actores que se han visto “empoderados” y gozan hoy de mayor poder que antes.
Crónicas sociológicas
La naturaleza mixta de los ensayos reunidos en este volumen, entre periodismo y academia, le confiere características propias en el orden de la producción, transmisión y recepción. No tema el lector sin embargo, ni abandone precipitadamente la lectura, pues este no es un texto académico propiamente sino más bien de aplicación de un modo sociológico de análisis a la cambiante coyuntura de nuestro tiempo.
Como podrá observar el lector al adentrarse en estas páginas, hay un uso frecuente —y espero relativamente consistente y fácil de entender por los contextos de uso— de un vocabulario formado por neologismos y fórmulas idiomáticas que buscan acercar el lenguaje de la sociología al de la prensa y los públicos ilustrados.
Así, por ejemplo, se habla de opinión pública encuestada, de los media (los medios de comunicación en cuanto actores en el campo del poder simbólico) y las mediaciones, de los mercados y la desmercantilización, de los bloques rupturista y reformista dentro de la NM, de la socialdemocracia de tercera vía (como la llamó Giddens identificando también a las políticas del PSOE del tiempo de Felipe González y a otras de impronta reformista y liberal), de los bloques rupturista y reformista dentro de la NM, de las tecnocracias, burocracias y technopols (técnicos y académicos activos en el campo de la política y las políticas públicas), de diferentes élites, de incumbentes y contendientes, de campos de posiciones y esferas de valor, de mundos de vida y de las diversas racionalidades, de fenómenos de la modernidad y la posmodernidad, de la secularización de la cultura y el desencantamiento del mundo.
En vez de armar un glosario con esos términos, que apuntaría hacia una formalización del lenguaje experto, he preferido utilizar cierta jerga —o sea, el lenguaje particular utilizado por los integrantes de un cierto grupo académico, en este caso de los sociólogos— confiado en que ésta puede descifrarse por el sentido de los párrafos en que aparece. Si fuese necesario, está disponible además el Google que todo lo encuentra y lo explica. Adicionalmente, al final de las crónicas podrá consultarse una extensa sección de referencias bibliográficas, donde se listan exhaustivamente los autores, artículos y libros mencionados o citados en el texto, o consultados en algún momento de la escritura o que han servido como apoyo y fuente de inspiración. Destaco entre ellos a algunos pensadores realistas de la política como Nicolás Maquiavelo y Max Weber, y a algunos sociólogos preocupados por el poder simbólico, las ideas y las élites como Pierre Bourdieu y John Thompson.
En fin, los materiales que componen este volumen se hallan agrupados en función de unos ejes temáticos que forman las distintas partes de este libro, buscando enlazar los diversos episodios, darles una cierta coherencia interpretativa, descubrir sus lógicas y dinamismos; en breve, mostrar su evolución. Se trata de encontrar, en medio del torbellino de los sucesos de la política, la sociedad y las batallas culturales e ideológicas, un orden que los explica, unas regularidades, unas interpretaciones que sirvan para la comprensión y la autocomprensión de la polis.
Malestares
La primera parte trata de los malestares, discurso que con la campaña, el programa y la administración Bachelet volvió a desplegarse en nuestro medio —con renovada fuerza— entre los intelectuales, cientistas sociales y technopols progresistas, próximos al poder y a las ilusiones de la NM.
El análisis de esos malestares en su expresión discursiva, lo que podemos llamar el relato ideológico de ellos, preside este volumen pues proporciona el marco cognitivo, socioemocional y narrativo que sirve de trasfondo al programa y a la acción del gobierno, cuyo supuesto esencial es, precisamente, la necesidad de salir a enfrentar, no solo los síntomas inmediatos del malestar sino sus causas más profundas, las que residirían por un lado en las desigualdades de clases y las abusivas estructuras de poder del capitalismo y, por el otro, en el paradigma neoliberal de las políticas impulsadas supuestamente por los cuatro anteriores gobiernos de la Concertación, junto a las tensiones, alienaciones y contradicciones generadas por la modernidad tardía.
Debemos partir por ahí pues el nuevo ciclo histórico —que de acuerdo al anuncio de la NM inauguraría la segunda administración Bachelet— tiene su explicación última, su ultima ratio, justamente en la percepción de un difuso pero agudo malestar acumulado por los sectores mayoritarios de la población, con excepción de los más ricos y poderosos. Señaló la Presidenta, en su primer mensaje al Congreso Pleno, que en el país se percibe “un descontento por los problemas profundos que no hemos sido capaces de resolver como país”; que “no hemos logrado tener los mecanismos que nos permitan enfrentar las desigualdades, ni terminar con los privilegios y abusos en distintos ámbitos de nuestra vida y de la marcha del país”; que “por eso es que propusimos al país un programa de Gobierno que plantea cambios importantes, que abarcan tanto reformas estructurales como iniciativas prioritarias en áreas sensibles y urgentes para la ciudadanía”; y que “hoy estamos ante un momento histórico […] un nuevo ciclo social y político, y el país tiene la fuerza para enfrentar los lastres de su desarrollo, principalmente la desigualdad, y construir las bases de un futuro de progreso, tanto en las grandes cifras como en los pequeños detalles de nuestra vida cotidiana”.
El diagnóstico de los malestares ha servido pues para justificar el programa, postular un modelo diferente de desarrollo, impulsar un cambio de paradigma de las políticas públicas y cambios profundos en la conducción de la sociedad chilena. La idea de una refundación de la República nació allí y se expresó en la propuesta de reformas estructurales (educativa, tributaria y constitucional), al igual que su estilo, resumido en la infeliz metáfora de la “retroexcavadora”, que sería necesaria para remover de raíz los pilares mal dispuestos de nuestra sociedad, empleada por uno de los voceros de la tesis rupturista.
Conducción
La segunda parte de este volumen describe y analiza la crisis de conducción que se ha instalado en el gobierno partiendo, como mostrará nuestro análisis, con aquel simplista y equivocado diagnóstico de los malestares, y culmina con fallas organizacionales, de personal y gestión política.
Hablamos aquí de una “crisis de conducción” o de gobernabilidad, no de una crisis generalizada de la sociedad, sus aparatos de producción y reproducción, la economía en sus fundamentos, la institucionalidad del Estado o la subjetividad de masas. Tampoco hablamos de una marea ascendente de explotación, abuso, corrupción o masiva postergación de las necesidades más elementales de las personas y los hogares. Si bien el discurso de los malestares, en algunas de sus formulaciones más vulgares, pareciera apuntar en esa dirección, no hay evidencia alguna que avale tal hipótesis. No estamos frente a una revolución latente, un levantamiento de masas en ciernes, un cambio emergente de régimen o una confrontación ideológica de grandes proporciones. Por el contrario, las bases del sistema se hallan operativas, tanto en la objetividad de las estructuras organizacionales como en la subjetividad de la población. Hay un Estado de derecho en forma y no ese tipo de convivencia hobbesiana que torna solitaria, pobre, malévola, bruta y corta la vida de mujeres y hombres. En general la violencia se encuentra bajo control, con excepción, quizás, de La Araucanía. Se respetan las libertades civiles y políticas, la economía de mercado funciona con bastante eficacia a pesar de sus numerosas limitaciones el crecimiento de los ingresos combinado con las políticas públicas focalizadas han permitido reducir la pobreza, los servicios sociales esenciales —medidos por el Índice de Desarrollo Humano (IDH)— tienen un desempeño comparativo satisfactorio, y así por delante. Naturalmente, en cada una de estas dimensiones hay problemas, desigualdades, insuficiencias, ineficiencias, abusos y, por lo mismo, necesidad de cambios y mejorías, “asignaturas pendientes” como suele decirse.
Sin embargo, como mostrará esta crónica de los tiempos recientes, sí existe una crisis en múltiples aspectos de la conducción gubernamental, y quien habla de crisis de conducción de una u otra forma habla de ingobernabilidad. Según señala Luis Aguilar en un artículo académico, “ingobernabilidad significa la posibilidad o probabilidad de que el gobierno deje de gobernar a su sociedad o no la gobierne, [y] la probabilidad o improbabilidad de gobernar se deriva de la capacidad o incapacidad del gobierno de dirigir a su sociedad”. Precisamente de eso hablamos aquí.
En este tipo de crisis se conjugan elementos endógenos y exógenos. Aquellos endógenos tienen que ver con el manejo de los asuntos del gobierno, su liderazgo, composición, coalición, funcionamiento e identidad. También con el programa, la agenda del gobierno, la gestión política y burocrática, el instrumental de trabajo disponible en la caja de herramientas del mando gubernamental, su comunicación, capacidad de construir redes y vincularse con las partes interesadas de la sociedad civil, de innovar y coordinar las complejas actividades del Estado.
Los factores exógenos de la conducción, en tanto, tienen que ver con aquellos elementos que rebasan al gobierno o gobernabilidad propiamente hacia la noción contemporánea de la gobernanza. Según explica el mismo Aguilar citado más arriba, gobernanza es “un proceso de dirección de la sociedad que ya no es equivalente a la sola acción directiva del gobierno y en el que toman parte otros actores [...] Es un nuevo proceso directivo, una nueva relación entre gobierno y sociedad, que difícilmente puede ser ya en modo de mando y control, en virtud de la independencia política de los actores sociales y de su fuerza relativa en virtud de los recursos que poseen. Más aun, la gobernanza incluye a la gobernabilidad, en tanto requiere la acción de un gobierno capaz y eficaz, pues sin esta condición cumplida no existiría una condición esencial para que pueda haber dirección de la sociedad antes y ahora; pero el gobierno competente es solo uno de los actores requeridos para una dirección exitosa de la sociedad. En este sentido, gobernanza significa el cambio de proceso/modo/patrón de gobierno: el paso de un centro a un sistema de gobierno, en el que se requieren y activan los recursos del poder público, de los mercados y de las redes sociales. En conexión, es el paso de un estilo jerárquico centralizado a un estilo de gobernar asociado e interdependiente entre organismos gubernamentales, organizaciones privadas y sociales”.
Se trata pues de anillos concéntricos. Al centro, en el núcleo, el anillo del gobierno que ocupa el vértice del sistema y conduce; alrededor de él, el anillo de la gobernanza que integra y articula a los procesos de conducción a una serie de actores no-estatales, no-gubernamentales, propios de la sociedad civil.
Élites
Dentro del esquema de gobernanza así entendido, un componente clave del anillo externo que rodea a la gobernabilidad es aquel donde las diversas élites de la sociedad compiten por incidir en la dirección de la sociedad, la economía y la cultura, y lo hacen no solo en el terreno específico de la gobernabilidad sino, además, en el de la autorregulación ética, la influencia cultural, las redes de política pública, la orientación de los diferentes mundos de vida o esferas de actividad que constituyen a las sociedades modernas: esferas política, económica o del mercado, científica, educacional, religiosa, estética, comunicativa, íntima o familiar.
En todas estas esferas las élites son una parte esencial de las redes de gobernanza y, cuando se hallan en crisis como ocurre en el Chile contemporáneo, esas crisis inciden en la crisis de conducción (gobernabilidad) y en la crisis de gobernanza a nivel de la sociedad en su conjunto. En efecto, las redes de la gobernabilidad y la gobernanza son una fina e intrincada malla que durante 2015 se fue gastando y rompiendo en varias partes, no solo en la esfera interior del gobierno, sino en múltiples puntos de contacto de éste con las élites y de éstas con la sociedad en su conjunto.
La tercera parte de este volumen está dedicada íntegramente a seguir y estudiar las variadas y multifacéticas desventuras de las élites chilenas que alimentan y acompañan a la crisis de conducción gubernamental, al tiempo que la extienden hacia la gobernanza de la sociedad.
Como ya adelantamos, el epicentro del sismo que afectó a las élites durante el año 2015 se halla en la élite política. Su recambio y reorientación —una de las promesas de la NM, reflejada en los equipos de la Presidenta— aparece ahora, en retrospectiva, como una operación fallida.
En efecto, el reemplazo de la Concertación por la NM no produjo una “superación” de la primera por la segunda —renovando y proyectando creativamente su experiencia sociopolítica y cultural— sino que intentó, sin éxito, una refundación, con un nuevo centro de gravedad y estilo de acción. La nueva élite gubernamental se constituyó como un grupo dependiente del liderazgo personalizado o carisma de la candidata, luego Presidenta Bachelet, en vez de desarrollarse transversal y autónomamente con raíces en el proceso sociocultural y político que en su momento dio a luz a la Concertación. Para animar la esfera comunicacional, se intentó que dicho proceso incluyera además un recambio generacional y de “rostros”, lo que se logró solo a medias y sin real impacto sobre la conformación de una nueva élite política.
Asimismo, hubo la intención de apurar la circulación dentro de la élite política gubernamental sustituyendo donde fuera posible a los incumbentes identificados como concertacionistas por los contendientes de la NM, quienes sin embargo buscaban aparecer no como una nueva élite sino como un grupo cercano a los malestares de la calle y sensible a los anhelos de la masas. Tampoco esta figura resultó ni el proceso contribuyó a reforzar la autoridad de la conducción gubernamental.
Ideologías
Algo similar a lo anterior ocurrió con el deseo de crear un gobierno sin sesgos tecnocráticos, alejado de los expertos y más próximo al conocimiento gestionado por los movimientos sociales y la sociedad civil. Pronto se impuso el hecho de que las élites del conocimiento —llámense académicas, de technopols, tecno-burocráticas o intelectual-políticas— son una parte sustancial de las esferas de la gobernabilidad y la gobernanza, las cuales experimentan procesos de racionalización, cientifización y tecnificación inseparables del avance de la modernidad, de acuerdo a Max Weber. Lo anterior llevó a que también en el campo de las ideas e ideologías que subyacen a la política y las políticas públicas —por ejemplo, en torno a la noción del “otro modelo” y el “cambio de paradigma”— se enfrentaran incumbentes y contendientes con sus respectivas determinaciones generacionales, de género y trayectoria, y de inclusión o exclusión en las redes del bacheletismo y la NM.
Trátase en este último caso de una contienda propiamente ideológica —de ideas e ideales, de supuestos y proyectos, de diagnósticos y soluciones— en torno a la orientación y dirección del nuevo ciclo histórico que, a través de su programa, la administración Bachelet se comprometió a poner en marcha. Esa disputa —iniciada en 2014 y sostenida lo largo del año 2015 al interior del progresismo, en la NM y en las redes de política pública constituidas en torno a las principales reformas impulsadas por el gobierno— proporciona el eje temático de la cuarta y última parte de este volumen.
Se muestra allí que las ideologías importan y estuvieron vivamente presentes durante el año 2015. Esta parte final discurre sobre las distintas visiones de izquierda y sus pugnas, pero escasamente se refiere a la derecha, la que se halla casi completamente ausente de esos debates. Analiza la lucha de posiciones en el campo simbólico, en particular dentro del espectro ideológico, y los contenidos (o falta de ellos) de las posiciones identificadas con el centro. También participa, a la manera de un observador comprometido, en los debates sobre las limitaciones de la democracia y sus posibilidades de renovación, así como sobre tópicos clave del período, como derechos sociales, Estado de bienestar, propuestas socialdemócratas, iniciativas de desmercadización, gratuidad educacional, reforma constitucional, meritocracia, segmentos emergentes de clase media, etcétera.
¿Y ahora qué?
¿Qué viene por delante y dónde desembocará la crisis de conducción que actualmente obstaculiza la gobernabilidad del país? Este es el momento para que alguien diga (Macbeth, Acto 1, escena 3): “Si podéis penetrar las semillas del tiempo/y decir cuál crecerá y cuál no,/habladme ahora a mí”.1
En verdad, no sabemos cuáles semillas recogidas a lo largo de la navegación se desarrollarán, en qué dirección ni de qué manera. Pero sí podemos desentrañar la lógica de las dinámicas políticas en curso y los elementos que se han ido combinando durante el año 2015 para anticipar sus efectos durante el tiempo que resta a la administración Bachelet. Desde ese ángulo, el escenario más probable es uno donde prime la regla “más de lo mismo”, con variaciones favorables o desfavorables según apliquemos criterios optimistas o pesimistas.
Efectivamente, en el ámbito de la política, debajo de una superficie usualmente agitada y cambiante, las condiciones de fondo evolucionan de manera dependiente de la trayectoria (path dependent, según la llaman los politólogos); o sea, siguen el curso del proceso ya en desarrollo, donde las decisiones previas limitan las opciones de aquellas posteriores, moviéndose las cosas de forma relativamente conservadora o inercial. Esto es así porque el cuadro de condiciones existentes —que en este volumen analizamos en su génesis y desarrollo, y describimos desde diversos ángulos—, expresa un equilibrio relativo de poderes que como tal tiende a perpetuarse, se halla relativamente institucionalizado a nivel de los mecanismos de gobierno y en las ideas predominantes dentro de éste, y ha creado a su alrededor una trama de intereses e interesados que favorecen el status quo.
En castellano simple y directo, esto significa que en la perspectiva que interesa aquí la crisis de conducción podría continuar hacia adelante, siendo probable que lo haga, aún con relativa independencia del deseo y la voluntad de los actores, quienes también se hallan atrapados en esa lógica dependiente de la trayectoria. Hay posiciones ganadas, cargos distribuidos, redes creadas, flujos de recursos de poder ya direccionados y unas maneras de hacer y de operar cristalizadas en una estructura de gobernabilidad que tiende a reproducirse. Incluso cuando —como ocurre en el caso que aquí observamos— dicha estructura posea fallas y tensiones, vacíos y puntos de mal funcionamiento.
Como podrá constatarse en las páginas de este cuaderno de bitácora, los actores tienden a racionalizar y a explicar la crisis que los envuelve —y que ellos alimentan con sus determinaciones e indeterminaciones, con sus tensiones y luchas— como una consecuencia (casi natural, automática) de las intenciones de cambio que ellos movilizan y buscan materializar a través de proyectos de reforma y otras medidas transformadoras.
Sostendrán, por ejemplo, que aquellos que acusan una crisis de conducción lo hacen para disimular su contrariedad con las reformas estructurales impulsadas por el gobierno y contenidas en el programa. Así, expresarían nada más que una reacción defensiva frente al cambio y obedecerían al deseo de proteger los viejos arreglos de política pública que están siendo desmontados y reemplazados. En suma, la oposición a las reformas constituiría una mera resistencia ideológica y de intereses creados. Su manifestación en la opinión pública encuestada se debería, en tanto, a fallas comunicacionales del gobierno, fácilmente corregibles, y al control que en la esfera medial ejercen los opositores para distorsionar el sentido de las reformas.
Además, quienes protagonizan la crisis de conducción podrán alegar que la trayectoria en curso —más allá de las críticas que recibe y de los obstáculos que frenan su avance— cuenta con la legitimidad de origen del mandato de la Presidenta y con una mayoría en el Congreso Nacional. La mantención del rumbo indicado por el Programa se convierte de este modo en pieza fundamental de la credibilidad de la Presidenta y su equipo, así como del poder de éste al interior de la NM.
Dirán también que aquello percibido como fallas de conducción y un relativo desorden es precisamente lo que podía esperarse, pues ninguna transformación de verdad, con la profundidad estructural y sistémica de las reformas que impulsa el gobierno, deja de provocar este tipo de efectos y reacciones. Al romper el orden establecido interrumpen también el normal curso de las cosas, aceleran la historia, hieren intereses poderosos, favorecen la emergencia de nuevos grupos y generan, por lo mismo, una alteración de los ánimos, de las relaciones de poder y de las expectativas que primaban en el antiguo régimen que está siendo reemplazado.
Por último, podrán sostener que lo importante es dejar las reformas instaladas, establecidas al menos en la legislación, de modo de hacer más difícil y costoso, el día de mañana, volver atrás.
En suma, las fuerzas de la inercia racionalizadas discursivamente son suficientes para proyectar hacia adelante la trayectoria trazada durante los dos primeros años de la administración Bachelet, incluso considerando su baja aprobación en las encuestas, las tensiones de la gobernabilidad, la deficiente gestión política, los malestares específicos generados por el mal funcionamiento de sectores clave para la gente como salud o seguridad pública. Asimismo, avala esta hipótesis el hecho de que la administración no genera grandes entusiasmos aunque tampoco suscita resistencias suficientes como para forzar un cambio de dirección.
Este escenario, el más probable, se ve favorecido además —como se vuelve patente de la lectura de la tercera parte de este volumen— por el estado de desconcierto y confusión en que se encuentran las élites centrales de la sociedad chilena. No solo la gobernabilidad se halla debilitada sino también la gobernanza como fenómeno más comprensivo de orientación de la sociedad, donde el gobierno es parte de un entramado más amplio en el cual las élites juegan un rol importante.
A la mantención de las actuales condiciones —más de lo mismo— contribuye adicionalmente la paradojal coexistencia a nivel de la opinión pública encuestada de los malestares específicos, la falta de entusiasmo con los asuntos públicos y una creciente alienación respecto de ellos junto con una masiva corriente de satisfacción doméstica, familiar y personal. Dicho en otros términos: las personas están relativamente felices con sus vidas privadas aún cuando desconfían y se hallan alejadas de los asuntos públicos. Esto puede significar que su vida cotidiana de trabajo y relaciones próximas en sus comunidades de pertenencia han ido adquiriendo una relativa autonomía respecto a los desempeños de la esfera pública, al punto de que la crisis de conducción en las alturas no necesariamente perturba las condiciones de vida y los proyectos personales.
En tales circunstancias podría estar incubándose en Chile una situación que llama la atención de los analistas y no resulta fácil aceptar, pero que se ha presentado ya en diferentes sociedades democráticas: la separación entre una crisis de conducción pública o gobernabilidad (gobernanza, incluso) y la vida cotidiana de las masas, centrada vitalmente en las necesidades y satisfacciones de la esfera privada, protegida tras un alto muro de desconfianza, cinismo y pasividad respecto de las perturbaciones de la polis. En tales condiciones podría pensarse que el escenario más probable para los próximos dos años —es decir, más de lo mismo— puede perfectamente combinarse con bajos niveles de politización y de conflictividad social.
Sin embargo, también es posible que el escenario descrito se deteriore de manera significativa. La propia Presidenta Bachelet ha dicho con realismo que “cada día puede ser peor”, en el sentido de que las cosas siempre pueden empeorar. Ocurriría así, por ejemplo, si las condiciones de la economía llegaran a evolucionar más negativamente de lo esperado durante los próximos 24 meses, afectando el empleo, los ingresos, el consumo y los ahorros de las personas. Es decir, activando las necesidades y reduciendo las satisfacciones en la esfera de la vida privada.
O bien podría ocurrir que una profundización de la crisis de conducción y de gobernanza reduzca aún más la base de apoyo del gobierno y la Presidenta, aumentando el nivel de desconfianza y crítica de la gente hacia la esfera pública. Motivos para un deterioro tal de la escena podrían ser, por ejemplo, la persistencia o el agravamiento del ciclo de escándalos en torno a los negocios y la política que involucra a figuras de autoridad y dirigentes de la NM; una nueva crisis del núcleo político del gabinete que tensione o fisure todavía más a la coalición de gobierno (lo que estuvo a punto de producirse en los últimos días del año 2015); o los efectos imprevistos de alguna de las reformas gestionadas por el gobierno que pudieran elevar el nivel de desaprobación de los gobernantes o provocar un aumento dramático de la protesta social movilizada. Fenómenos o situaciones de ese orden podrían romper el equilibrio precario de fuerzas que por ahora determinan inercialmente el rumbo de la administración Bachelet, provocando un deterioro de su trayectoria.
Por el contrario, si no ocurren las situaciones adversas mencionadas, también es posible que exista un mejoramiento o superación del escenario de base. Efectivamente, cabe imaginar que la superación o neutralización de algunos de estos factores negativos pudieran crear un cuadro favorable al gobierno. Esto podría ocurrir, por ejemplo, si el ciclo de escándalos perdiera fuerza, disminuyera su virulencia mediática y sus efectos políticos se rutinizaran, entrando de lleno en la fase de resolución judicial. O si la gestión de las reformas se or
