
El Marciano Rompehuesos arquea los músculos de su espalda, grandes y duros como meteoritos. Sus manos son garfios de acero. Sus ojos lanzan llamaradas de rayos magnéticos. Gruñe. Pega saltitos sobre el ring. La lona tiembla como si hubiera un terremoto. Cualquiera saldría de allí muerto de miedo, pero no el Capitán Coraje, el vencedor de los villanos más temibles del universo…
—¡Víctor, Iván!
El Marciano Rompehuesos ataca con una patada voladora, pero el Capitán Coraje, rápido como una pantera, la esquiva…
—¡¡Víctor, Iván!!
El Capitán Coraje le hace una zancadilla al Marciano Rompehuesos, lo tira y le aplica su arma infalible: ¡cosquillas en la panza!
—¡¡¡Víctor, Iván!!! ¿Son sordos?
Fin del encantamiento. El ring vuelve a ser la cama de mi habitación. El aterrador Marciano Rompehuesos, Iván, de siete años. Y el audaz Capitán Coraje, yo, su papá.
—Me prometieron que iban a ordenar el cuartito del patio y acá están, revolcándose en la cama recién tendida…
—Bueno, ma, es una luchita nada más —se defiende Iván—. ¿No querés jugar vos también?
—¡Buena idea! Inventémosle un personaje, a ver… La Chica… ¡del Rayo-que-Acomoda-todas-las-Cosas-en-un Segundo! ¿Qué tal?
—¡Sí! —grita Iván.
—Ja, ja, muuuuy gracioso. Pero acá no hay rayo que valga. Se me van los dos al cuartito del patio ahora mismo o voy yo y les tiro a la basura todos los cachivaches que guardan. Elijan.
No hay opción. Hacia allá vamos con un montón de bolsas vacías que deberemos llenar con los trastos que jamás nos hemos decidido a tirar. El panorama es descorazonador. El cuartito del patio está lleno del piso al techo: juguetes olvidados, pelotas pinchadas, piedras y caracoles recolectados durante las vacaciones, artefactos descompuestos que alguna vez prometí arreglar, revistas viejas, la bicicleta fija que compré para bajar los kilitos de más y nunca usé, tarros de pintura… No será tarea fácil.
—¿Y ahora, pa?
—Saquemos todo y vayamos seleccionando qué es para la basura, qué para guardar, qué podemos regalar…
Parece una buena idea… pero no. Después de una hora, casi todo lo que estaba apilado adentro ahora está desperdigado afuera y no logramos ponernos de acuerdo.
—¡Esto me lo quedo!
—Hijo, ¡para qué querés un camión sin ruedas!
—Para vos es un camión sin ruedas. Para mí, una nave espacial, mirá —e Iván lo hace planear sobre mi cabeza—. ¿Y esas revistas antiguas, pa? ¿Para qué sirven?
—¿Cómo? ¡La colección completa de la revista Goles! ¿Sabés el valor que tiene?
—Entonces vendela y comprá revistas nuevas.
—¡Valor afectivo, digo, insensible!
Lo último que sacamos es un baúl de madera muy antiguo, que duerme en el rincón más oscuro y olvidado del cuartito.
—¡Parece un cofre de piratas! —se entusiasma Iván—. ¿Qué habrá adentro?