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Cómo ganar amigos e influir sobre las personas

Dale Carnegie

Fragmento

Cómo ganar amigos e influir sobre las personas

PREFACIO

Como hija de Dale Carnegie, tengo el placer inmenso de presentar una nueva edición de Cómo ganar amigos e influir sobre las personas. Durante mucho tiempo esperamos la posibilidad de actualizar este libro sin traicionar el contenido ni la redacción del original. La primera publicación se remonta a 1936; sin embargo, la información no resulta obsoleta y aún conserva su relevancia. Este libro ha despertado la atención de generación tras generación, y continúa haciéndolo en los lectores de hoy en día. De por sí, el título se convirtió en una frase hecha que suele citarse, parafrasearse y parodiarse en todo tipo de textos, desde humor político hasta novelas.

Aunque parezca mentira, en el momento de su publicación, nadie predijo la aceptación increíble que tendría el libro, y mucho menos mi padre. Mi madre, Dorothy Carnegie, contó lo siguiente en 1981, la única vez que este clásico tuvo una modificación:

Cómo ganar amigos se publicó por primera vez en 1936 en una edición de solamente 5.000 copias. Ni los editores, Simon & Schuster, ni Dale Carnegie pensaron que venderían más de esa cifra. Para su sorpresa, el libro se convirtió en un éxito de la noche a la mañana, y las imprentas lanzaban una edición tras otra para satisfacer la demanda creciente.

Cómo ganar amigos pasó a ocupar un lugar en la historia editorial como uno de los libros más vendidos de todos los tiempos. Despertó la atención de los lectores y llenó un vacío. Fue más que una moda pasajera de la época posterior a la Gran Depresión; así lo demuestra su venta ininterrumpida hasta el día de hoy. El libro se tradujo a casi todos los idiomas conocidos. Todas las generaciones descubren algo nuevo y relevante en él.

Hace más de cuarenta años que mi madre escribió esas palabras, y aún siguen resultando vigentes.

Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, con sus más de treinta millones de copias vendidas hasta ahora, no es simplemente el ejemplo más notorio dentro de su género: se podría decir que este libro inventó el género. Fue el primero de ese estilo. En 1936 no existía en las librerías el sector para los libros de superación personal. Ese concepto se asociaba al aprendizaje de los buenos modales en la mesa o a una mejor apreciación de las artes y la literatura. Nadie aprendía a hacer amigos leyendo un libro. Algunas personas nacían con el don del éxito y la popularidad, y otras, no.

Dale Carnegie quiso cambiar eso. Sabía que las relaciones humanas podían enseñarse. Había dado cursos para adultos durante años. El más famoso fue el de oratoria. Por su nombre se creía que se trataba de un curso para aprender a hablar en público, pero abarcaba mucho más: Dale Carnegie creía que, al aprender a dirigirse a una audiencia, las personas adquirían la confianza que necesitaban para llevar a cabo sus ideas, y que eso les abría la puerta para transformarse en lo que querían ser. Para mi padre, era un trabajo que presentaba ciertos desafíos, pero también le daba satisfacción. Los cursos iban cada vez mejor y lo mantenían tan ocupado que jamás pensó en escribir un libro basado en el material de sus clases… hasta que conoció a Leon Shimkin.

En 1934, Shimkin, el joven y brillante editor de Simon & Schuster, asistió a una conferencia de mi padre y quedó tan cautivado que se anotó en uno de sus cursos. Lo que vio y escuchó en las primeras sesiones lo sorprendió tanto que intentó entusiasmar a mi padre para que escribiera un libro.

Al principio, mi padre se negó a restar tiempo de sus clases para dedicarlo a un proyecto de esas características, pero Shimkin insistía. Creía que había un mercado para “el arte de relacionarse con las personas” y convenció a mi padre de escribir un borrador usando las grabaciones de sus conferencias como material. A medida que avanzaba en la escritura, mi padre se dio cuenta de que la idea tenía futuro y se comprometió con el proyecto.

Decía “Yo no escribí Cómo ganar amigos. Lo que hice fue armarlo. Me limité a poner por escrito las conferencias que había dado para brindar a los demás herramientas que los ayudaran en su vida social y profesional; y también incluí las sugerencias para tener éxito que, sin darse cuenta, esas personas me habían dado”. En ese momento, mi padre jamás pensó que su libro sería leído por otras personas, más allá de los alumnos que concurrían a sus clases..

A mediados de los años 30, las consecuencias de la Gran Depresión comenzaron a mitigarse. A pesar de las amenazas de guerra en Europa, en Estados Unidos la mirada estaba puesta en la reconstrucción de la economía y de la vida de los ciudadanos. Después de las privaciones de la década anterior, se había instalado un ánimo de optimismo moderado, y todos querían confirmar sus potencialidades de cara a un futuro mejor. Era el momento indicado para un libro del estilo de Cómo ganar amigos.

Cuando Cómo ganar amigos salió a la venta, generó mucho interés en el público, y se vendieron unos doscientos cincuenta mil ejemplares en los primeros tres meses. Hoy en día, las cifras siguen siendo importantes, lo que indica que el deseo de conectarse con los demás y la necesidad de crecer son parte de la psique humana.

Esto nos lleva a una pregunta obvia: ¿para qué hacer una nueva versión de un clásico, que demostró que su valor trasciende las épocas y que a muchos continúa resultando atractivo? ¿Para qué correr el riesgo de arruinar un éxito?

Una vez más, fue mi madre quien lo explicó muy bien en 1981:

Lo primero que debemos tener en cuenta es que mi esposo fue, durante toda su vida, un revisor incansable de su propio trabajo. Perfeccionaba sus cursos constantemente para dar respuesta a las necesidades cambiantes de una audiencia que no dejaba de crecer. Si estuviera vivo, él mismo habría actualizado Cómo ganar amigos para reflejar los cambios culturales que ocurrieron en el mundo desde su primera edición.

En esta nueva versión, continuamos con la tradición de mi padre de adecuar el trabajo a la generación de lectores, sin alejarnos de la potencia ni la autenticidad del original. Mi padre escribía como hablaba, de una manera coloquial y profusamente exuberante, por haber crecido en un ambiente rural en el centro-norte de Estados Unidos. Y no quisimos cambiar eso. Conservamos el estilo alegre y descarado de Dale Carnegie, incluso su argot de los años treinta; su voz alentando a los lectores a hacer cambios casi siempre drásticos en la forma de relacionarse con sus familias, sus compañeros de trabajo y su comunidad.

No “cambiamos” Cómo ganar amigos: se trata solamente de un retoque. No quisimos reescribir el clásico ni atenuar la magia de la voz de mi padre.

Sí eliminamos algunas referencias a personas o acontecimientos que los lectores de hoy no identificarían o que consideramos que están muy alejadas de la realidad actual; eso incluye parte del material que se agregó en la revisión de 1981. Queríamos recuperar el original tanto como fuera posible y, a la vez, adaptarlo para las nuevas generaciones, así que empezamos de cero y trabajamos a partir de la primera edición, la de 1936, la fuente no contaminada.

Decir que Cómo ganar amigos es atemporal es subestimar su influencia. Hasta aquellos que no leyeron el libro son capaces de reconocer muchas de las ideas que se mencionan ahí. Los líderes empresariales de aquella época rápidamente adoptaron los principios de mi padre, tan en sintonía con lo que las personas querían y necesitaban en ese entonces. En la actualidad, los programas de Recursos Humanos y de liderazgo corporativo anuncian esos mismos principios como estrategias revolucionarias. Tanto profesionales como ciudadanos de a pie han tomado prestado, modificado y parafraseado esos principios, con la promesa de revelar a otros cómo aumentar su confianza, desarrollar habilidades de gestión y mejorar su vida social.

Mi padre no inventó los conceptos sobre los que escribió, pero fue pionero en la manera de explicarlos. Muchos de los gurúes actuales de “sé la mejor versión de tú mismo” deben el éxito y los temas de sus charlas a las bases que este libro sentó hace casi noventa años, y muchos de los libros que más se venden hoy han surgido del contenido de Cómo ganar amigos. El eje y el tema dominante de este libro son cómo ver las cosas desde el punto de vista de otras personas. En tiempos de conflictos políticos y sociales, es necesario, más que nunca, que aprendamos a relacionarnos. El libro habla de cómo mantener una conversación civilizada con alguien con quien no se está de acuerdo, explica por qué hay personas que no entienden razones y ofrece ayuda para sanar rupturas que parecían definitivas con familiares y amigos. No son tareas fáciles, pero su importancia es vital. La ayuda, esa ayuda que muy probablemente le cambie la vida, está aquí, en estas páginas.

Los desafíos de mi padre no fueron fáciles. No tenía problema en admitir que no era el ejemplo en relaciones humanas que todos imaginaban. Las lecciones le presentaban las mismas dificultades que a los demás. Tenía siempre a mano un registro de “Cosas muy tontas que hice” para recordar sus propias equivocaciones: “Hoy me presentaron a dos señoras: me olvidé del nombre de una al instante”. Una vez perdió la paciencia con un empleado que no lo atendió como debía y escribió: “Yo, que les cobro a otros para decirles cómo lidiar con la naturaleza humana, fui inútilmente cruel ¡y me porté como un cavernícola!”. O “Perdí veinte minutos odiando a fulano cuando se suponía que estaba escribiendo un libro sobre autocontrol”.

Hay una anécdota familiar extraordinaria. Una amiga de mi mamá vino de visita sin avisar minutos después de que mis padres habían tenido una discusión. Mi padre seguía de pésimo humor; iba y venía furioso por la casa. Cuando la amiga le preguntó qué le pasaba, mi madre lo señaló con el mentón y dijo “Ahí tienes al que escribió el libro”. Como Dale acostumbraba a decir, él había escrito Cómo ganar amigos para otras personas, pero también para sí.

Esta revisión fue un acto de amor para mí. Tenía cuatro años cuando mi padre murió en 1955, pero lo recuerdo bien. Era una persona afable, de risa fácil, que sentía aprecio por las personas y siempre se hacía tiempo para mí. Se parecía mucho al hombre cuya voz se escuchará en este libro.

En este proyecto, tuve la fortuna de contar con la valiosísima ayuda del escritor Andrew Postman; juntos revisamos y analizamos una y otra vez cada oración de Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, quitamos los datos irrelevantes y debatimos minuciosamente la conveniencia de cualquier cambio, por pequeño que fuera. Quiero agradecer también los aportes de Stuart Roberts, nuestro editor de Simon & Schuster, por su apoyo inquebrantable, y a Joe Hart y Christine Buscarino, de los cursos de capacitación de Dale Carnegie, por ser nuestra fuente de consulta durante todo el proyecto. Creo que mi padre hubiera estado muy satisfecho con los resultados. Espero que ustedes sientan lo mismo y que saquen provecho de la sabiduría de sus conceptos, sin dejar de disfrutar del viaje.

DONNA DALE CARNEGIE

CÓMO SE ESCRIBIÓ ESTE LIBRO… Y POR QUÉ

Hasta 1935, las editoriales estadounidenses publicaron más de doscientos mil ejemplares de libros de distinta índole. La mayoría fueron terriblemente aburridos, y varios de ellos resultaron fracasos financieros. ¿Dije “varios”? El director de una de las editoriales más importantes del mundo me confesó que, a pesar de su experiencia de setenta y cinco años, siguen perdiendo dinero en siete de cada ocho libros que publican.

¿Por qué iba a ser yo, entonces, tan temerario de escribir otro libro? Y, si lo escribía, ¿por qué alguien se iba a tomar el trabajo de leerlo?

Dos preguntas lógicas. Voy a tratar de responderlas.

Desde 1912 dicto cursos de capacitación para profesionales y empresarios, tanto hombres como mujeres, en la ciudad de New York. Al principio, solo dictaba cursos de oratoria; el objetivo era enseñarles a personas adultas, por medio de la experiencia, a pensar con rapidez y expresar sus ideas con claridad, eficacia y soltura en entrevistas laborales y al hablar frente a un grupo.

Pero, a medida que fue pasando el tiempo, comencé a darme cuenta de que estos adultos tenían una necesidad aun mayor que la de aprender a hablar en público: necesitaban imperiosamente capacitarse en el delicado arte de relacionarse con los demás en su trabajo y en la vida social.

Con el tiempo entendí que yo también tenía esa necesidad. Miro hacia atrás y no puedo creer mi falta de delicadeza y de comprensión. ¡Ojalá hubiera tenido un libro como este en mis manos hace veinte años! Habría sido una ayuda invalorable.

Tratar con otros es probablemente el problema más grande al que nos enfrentamos, en especial en el trabajo. Así es: esto ocurre si uno es arquitecto, ingeniero o también si se está a cargo del hogar. Una investigación llevada a cabo hace unos años por la Fundación Carnegie para el Progreso de la Enseñanza (una fundación que no tiene nada que ver conmigo) reveló un dato muy importante y significativo, que tiempo después confirmaron otros estudios realizados por el Instituto de Tecnología Carnegie (que tampoco tiene que ver conmigo). El dato es que, incluso en ámbitos tan técnicos como la ingeniería, el quince por ciento de los éxitos financieros se deben a los conocimientos en el área y el ochenta y cinco por ciento restante a la habilidad para gestionar las relaciones humanas: es decir, a la personalidad y la capacidad de liderazgo.

Durante muchos años dicté cursos para el Club de Ingenieros de Philadelphia y para la sede en New York del Instituto Estadounidense de Ingenieros en Electricidad. A esas clases asistieron más de quinientos ingenieros. Se acercaban porque finalmente se habían percatado, después de años de observación y experiencia, que los empleados con mejores salarios no eran, en términos generales, los que más sabían de ingeniería. Se puede contratar empleados por un salario razonable, si solamente se tienen en cuenta sus conocimientos técnicos en ingeniería, contabilidad, arquitectura o cualquier otra profesión. Pero aquellos que posean el conocimiento técnico, y además sean capaces de expresar ideas, asumir liderazgos e incentivar a los demás, estarán destinados a ganar salarios más altos.

En el pico de su carrera, John D. Rockefeller dijo que “la capacidad de relacionarse con los demás es un producto comercializable, como el azúcar o el café. Estoy dispuesto a pagar más por esa capacidad que por cualquier otra que exista en la Tierra”.

¿No deberían las universidades dictar cursos para que los estudiantes desarrollen la capacidad mejor paga que existe en la Tierra? Si se dicta algún curso pragmático de ese tipo, aunque más no sea en una universidad del país, debo decir que desconozco ese dato hasta el momento de estar escribiendo esto.

Durante dos años, la Universidad de Chicago y los colegios YMCA realizaron una encuesta para saber qué era lo que los adultos querían estudiar. La última parte de la encuesta se llevó a cabo en Meriden, Connecticut. Se eligió por ser una ciudad típica de Estados Unidos. Entrevistaron a casi todos los adultos en Meriden y se les pidió que respondieran ciento cincuenta y seis preguntas, como “¿Cuál es su profesión o trabajo?”, “¿Cuál es su nivel de escolaridad?”, “¿Qué hace en su tiempo libre?”, “¿Cuál es su ingreso?”, “¿Cuáles son sus pasatiempos?”, “¿Qué ambiciones tiene?” y “¿Qué problemas tiene?”, “¿Qué temas le interesaría más estudiar?”, entre otras. La encuesta reveló que el tema que más les interesaba era la salud; el segundo eran las personas: cómo entender y llevarse bien con otros, cómo caer simpático y cómo hacer que piensen como uno.

El comité que realizó la encuesta resolvió dictar un curso de estas características para los adultos en Meriden, y enseguida se pusieron en campaña para encontrar libros con ejercicios prácticos. No encontraron ninguno. Por último, consultaron con una de las máximas autoridades en capacitación para adultos del mundo; le preguntaron si conocía algún libro que se ajustara a las necesidades del grupo. “No” respondió. “Entiendo qué es lo que necesitan. Pero ese libro todavía no se escribió”.

Sé por experiencia que esa afirmación es cierta. Yo mismo busqué, durante años, un manual sobre relaciones humanas con ejercicios prácticos.

Como el libro no existía, intenté escribir uno para mis propios cursos. Es este. Espero que les guste.

Para prepararme, leí todo lo que encontré sobre el tema: desde columnas periodísticas, artículos de revistas y registros de tribunales de familia hasta filósofos de la Antigüedad y psicólogos más actuales. Además, contraté a un investigador profesional, que pasó un año y medio recorriendo distintas bibliotecas para leer todo lo que a mí se me había pasado por alto. Leyó, uno por uno, tomos eruditos de psicología, estudió cientos de artículos e investigó un sinfín de biografías, tratando de entender cómo los líderes más importantes de todas las épocas se habían relacionado con los demás. Leímos esas biografías. Leímos las historias de vida de los grandes líderes, desde Julio César hasta la reina Victoria, pasando por Thomas Edison. Recuerdo que leímos más de cien biografías solamente de Theodore Roosevelt. Estábamos decididos a no escatimar tiempo ni recursos hasta descubrir las ideas para ganar amigos e influir en las personas que se habían puesto en práctica a lo largo de la historia.

Entrevisté a una veintena de personalidades, algunas conocidas en todo el mundo: inventores, como Marconi y Edison; líderes políticos, como Franklin D. Roosevelt y el director general de Correos, James Farley; líderes empresariales, como el fundador de RCA, Owen D. Young; estrellas de cine, como Clark Gable, Joan Crawford y Mary Pickford; personalidades de la música, como la cantante de ópera Helen Jepson; educadores, como Helen Keller; y exploradores, como Martin Johnson. Y todas las veces, traté de descubrir sus técnicas para relacionarse con los demás.

Con todo este material, redacté una charla breve. Se llamó “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”. A decir verdad, fue breve solo al principio. Pronto creció hasta convertirse en una conferencia de una hora y media. Durante años di esta conferencia a los adultos que asistían a los cursos en el Instituto Carnegie en New York.

Alentaba a la audiencia a que pusiera a prueba en el trabajo y en la vida social lo que había escuchado en la conferencia, y les pedía que luego volvieran para contar cómo había sido la experiencia y cuál el resultado. ¡Qué tarea tan interesante! A esas mujeres y esos hombres, ávidos por superarse, les fascinaba la idea de trabajar en una nueva clase de laboratorio, el primer y único laboratorio de relaciones humanas entre adultos.

Este libro no se escribió como suele escribirse un libro. Fue creciendo, así como crecen los niños. Creció y se fue desarrollando a partir de lo que pasaba en el laboratorio, de las experiencias de miles de adultos.

Comenzamos con unas cuantas reglas impresas en una tarjeta del tamaño de una postal. Al año siguiente, imprimimos tarjetas más grandes, luego un folleto, luego una serie de cuadernillos, que se iban expandiendo en tamaño y objetivos. Después de quince años de experimentos e investigación, llega este libro.

Las reglas que compilamos aquí no son meras teorías o suposiciones. Su efecto es mágico. Aunque parezca increíble, yo mismo vi cómo la aplicación de estos principios revolucionó la vida de muchas personas.

Un ejemplo: un hombre con trescientos catorce empleados comenzó a asistir a uno de los cursos. Durante años, había exigido, criticado y juzgado a sus empleados sin motivo ni tregua. Sus labios no conocían palabras amables, elogiosas o de aliento. Después de leer con atención los principios expuestos en este libro, este hombre cambió radicalmente su filosofía de vida y su liderazgo. Ahora, en su organización, reina la lealtad, el entusiasmo y el espíritu del trabajo en equipo. Los trescientos catorce enemigos se convirtieron en trescientos catorce amigos. Como él mismo relató con orgullo frente a la clase: “Antes, cuando recorría el lugar de trabajo, nadie me saludaba. Es más, si me acercaba, los empleados miraban hacia otro lado. Ahora, son mis amigos, y hasta el encargado de la puerta me llama por mi nombre”.

Este hombre aumentó sus ganancias y obtuvo más satisfacciones y, lo que es infinitamente más importante, fue mucho más feliz en su casa y en su trabajo.

Una infinidad de vendedores aumentaron notoriamente sus ventas al aplicar estos principios. Muchos abrieron cuentas bancarias nuevas… cuentas que, en otro momento, habían solicitado en vano. Los ejecutivos aumentaron su jerarquía, y sus salarios. Uno de ellos relató que su salario había crecido enormemente desde que ponía en práctica estas verdades. Otro, un ejecutivo de sesenta y cinco años de la empresa de gas en Philadelphia, había sido advertido de que lo desplazarían de su puesto por su beligerancia y su falta de destreza para el liderazgo. La capacitación no solo evitó eso, sino que hizo que lo ascendieran y le aumentaran el salario.

En innumerables ocasiones, los cónyuges que venían al banquete de fin de curso me comentaban que su familia era mucho más feliz desde que su esposo o esposa asistía a la capacitación.

Las personas suelen sorprenderse de los resultados. Les parece que es mágico. Hay veces que, en el entusiasmo, me llaman por teléfono a mi casa un domingo porque no pueden esperar a la clase para contarme sus logros.

Un hombre quedó tan conmovido tras una charla sobre estos principios que siguió conversando sobre el tema con otros compañeros hasta bien entrada la noche. A las tres de la mañana, los otros se fueron a sus casas. Pero él estaba tan conmocionado por haberse dado cuenta de sus propios errores, tan esperanzado ante la perspectiva de un mundo nuevo con mayores posibilidades, que no pudo conciliar el sueño. No durmió esa noche ni la siguiente ni la siguiente.

¿Quién era ese hombre? ¿Una persona crédula, sin instrucción, dispuesta a adoptar cualquier teoría nueva que se le propusiera? No. Nada de eso. Era un marchand sofisticado y displicente, un típico hombre de ciudad, que hablaba tres idiomas con fluidez y se había graduado en dos universidades europeas.

Mientras escribía este capítulo, recibí la carta de un aristócrata alemán, cuyos antepasados habían servido, por generaciones, como oficiales del ejército profesional durante la dinastía de los Hohenzollern. La carta, escrita desde un vapor transatlántico, narraba con un fervor casi religioso la aplicación de estos principios.

Otro hombre —un viejo habitante de New York, graduado de Harvard, muy adinerado y dueño de una importante fábrica de alfombras— admitió que, durante las catorce semanas de la capacitación, había aprendido más sobre el delicado arte de influir en las personas que en los cuatro años que estudió en la universidad. ¿Que es absurdo? ¿Ridículo? ¿Fantasioso? Son libres de descalificar la afirmación con el adjetivo que deseen. Yo simplemente repito

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