INTRODUCCIÓN
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Suele decirse que la principal disfunción sexual de las mujeres es la falta de deseo. Pero ¿de verdad no deseamos? Y si fuese así, ¿alguien se detuvo a pensar en las razones? ¿No sentir deseo sexual es un problema? ¿Para quién? ¿Y si en realidad no es que no deseamos, sino que nuestra libido está puesta en otro lado? A las mujeres se nos cuestiona el deseo y la falta de deseo, según el caso. ¿Qué nos pasa, realmente, cuando decimos o nos dicen que perdimos el deseo? ¿Acaso se nos quiere patologizar?
La (falta de) educación sexual, los mensajes que recibimos y los pequeños y grandes traumas que sufrimos a lo largo de nuestra vida influyen directamente en la forma de vivir la sexualidad. Es muy probable, incluso, que la falta de información haya hecho que durante años creyeras que el deseo llegaba por arte de magia, que de un momento al otro podías estar en llamas cuando en realidad tu cuerpo no funciona así.
La mayoría de las disfunciones sexuales están relacionadas con temas psicológicos, emocionales, no físicos. En condiciones físicas normales, la falta de deseo se puede atribuir al estrés, la angustia, la depresión, a los problemas de pareja, a la falta de comunicación, la poca autoestima, el cansancio, algún medicamento, el dolor durante los encuentros o la escasa información, entre muchos otros factores. Y es un problema solo si sentís que te está afectando. Pero las presiones sociales y los mandatos hacen que terminemos buscando soluciones exprés cuando en realidad debemos hacer un camino más largo y de mucho aprendizaje sobre nosotras mismas y sobre nuestro cuerpo.
Ante el deseo sexual y la falta de una respuesta física esperada, las personas con pene cuentan con su pastilla azul —también hay de otros colores— para conseguir una erección. Erección necesaria para seguir viviendo una sexualidad coitocéntrica que no encuentra todavía otras formas de disfrute. Y un día llegó también la pastilla —obvio— rosa, que se suponía venía a resolver la mayor disfunción de las personas con vulva: la falta de ganas. Pero claro: no dio los resultados esperados, porque el deseo es un camino mucho más complejo que una respuesta fisiológica.
Los laboratorios invirtieron (o mejor dicho, ¡gastaron!) cientos y cientos de millones de dólares en buscar una receta mágica para que nuestro cuerpo se encienda. Pero no somos máquinas, nuestro cuerpo es mucho más complejo y en la falta de deseo entran en juego muchas causas. Algunas veces sentimos que no encajamos en el ideal de belleza, que para desear primero tenemos que bajar de peso, eliminar la celulitis, borrar las arrugas, hacernos la depilación definitiva, gastar tiempo y dinero para recibir la aprobación del ojo ajeno y así tener la autoestima por los cielos. Para tener deseo sexual, además, debemos tapar los pequeños y grandes traumas por los que pasamos todas; que sufrí yo, vos y todas las nuestras. Esas vivencias que están en la mochila que llevamos a la cama y que se supone que debemos hacer desaparecer para que mágicamente empiece la acción.
Sé que el camino que debemos recorrer es mucho más arduo que el de comprar una pastilla, pero vale la pena. Vale la pena por nosotras, por las que vendrán y por las que hicieron tanto esfuerzo para que hoy podamos escribir una nueva historia.
En este libro vamos a buscar apropiarnos del deseo y no será para satisfacer al otro ni para cumplir con la supuesta frecuencia sexual ideal. No será para colgarnos un cartel de loba sexual ni para no ser tildadas de frígidas. La apropiación del deseo es pura y exclusivamente por y para vos, por y para las mujeres cis, las trans, las lesbianas, las disidencias. Porque la sexualidad es primero con vos.
En este Camino del Sexo te invito a que le saquemos el peso al deseo y a que vayamos liberándonos de a poco y así explorar otras rutas. Te invito a hacer conmigo un camino de ocho estaciones que van desde el conocimiento de nuestros genitales hasta las diferentes formas que tenemos de encontrar el deseo, pasando por la comprensión de nuestra propia respuesta sexual, que no es igual en todas las personas y en todo momento de la vida. Y como no somos todas iguales, usaré a lo largo de este Camino un lenguaje que nos incluya a todas las personas con vulva: muchas nos definimos como “mujeres”, pero el menú es más amplio.
Vamos a reflexionar sobre cómo nuestra historia, los mandatos, los abusos, la desigualdad y las presiones cotidianas inciden en nuestra vida sexual. Avanzaremos por una ruta en la que analizaremos minuciosamente todo lo que nos pasó, para que luego de transitarla puedas despertar, ser consciente, y vaciar tu mochila de todas las cosas que ya no sirven, para dejar lugar a nuevos aprendizajes.
Así que, si estás preparada y tan emocionada como yo, emprendamos este camino de transformación. Agarrate fuerte porque, como todo viaje, el Camino del Sexo te puede sacudir. Y también a los y las que te rodean.
Recordá que una mujer deseante todavía provoca recelo y que una independiente, consciente y con los ojos bien abiertos aún es considerada un peligro.

¿Y SI DESEAMOS...
a otra mujer?
ser libres sin culpa?
indagar en otras prácticas?
pero no a la persona que tenemos al lado?
no tener pareja?
sexo sin genitalidad?
encuentros sin presiones?
algunas noches de caricias y otras de sexo desenfrenado?
decidir sobre nuestro cuerpo?
dejar de elegir entre ser pasivas o dominantes?
encuentros sin presiones?
pero no ser penetradas?
vivir una vida sin sexo?
LA MOCHILA
Después de una larga espera en el aeropuerto, escucho el llamado de mi vuelo, es el 308 con destino a Indonesia. Llevo solo una mochila, voy ligera; la temperatura suele rondar entre los 30 y 35 grados, por lo que estoy segura de que no voy a necesitar abrigo. Acomodo mis bártulos y me siento junto a la ventanilla, el aire acondicionado del avión está tan fuerte que me obliga a tomar la manta que se ofrece envuelta en plástico sobre el asiento. No termino de acomodarme que ya estoy buscando una película para ver.
La mujer que ocupa la butaca a mi lado tendrá unos 35, 40 años. De facciones asiáticas, tiene el cuerpo cubierto de tatuajes y una hermosa dentadura. Nos miramos y nos sonreímos, nos cubrimos del frío, cuando el avión despega, ambas ponemos play a nuestras respectivas películas.
Cuando las luces se apagan, el vaivén del avión me hace entrar en un profundo sueño. El espacio entre asiento y asiento es bastante pequeño, no dejo de dar vueltas buscando la posición ideal y trato de no despertar a mi compañera de vuelo. Al cabo de un rato, tengo su mano sobre la mía, compartiendo el apoyabrazos; se siente cálida, me quedo ahí.
Un cosquilleo recorre mi cuerpo, se me eriza la piel y llevo mi mano sobre la suya, la muevo. Me corresponde, hace exactamente los mismos movimientos. Reclino mi cabeza, cierro los ojos, libero tensiones y me dejo llevar por el momento. Sus dedos van armando un caminito de hormiga y con pasitos cortos recorren mis piernas, parecen estar muy seguros de hacia dónde se dirigen y trato de no entorpecerles el camino.
Los pasitos, que al principio fueron rápidos, ahora son cada vez más lentos, como si empezaran a dudar de poder avanzar hacia su meta. Quiero que sigan avanzando, pienso en soltar un gemido, uno tan suave que resulte imperceptible para los oídos de los demás pasajeros, pero bien audible para quien está haciendo muy bien su labor. Inspiro llenando mis pulmones y expiro con un pequeño sonido. Ese es el aviso que ella necesitaba para continuar.
Mis palpitaciones se aceleran, mi respiración también, tengo mucho calor, me siento empapada. Todo mi cuerpo está bañado en sudor. Ella solo está tocando mis piernas, pero en mi cabeza la película ya comenzó y las escenas cada vez se ponen más interesantes.
Los pasitos se detienen al llegar a lo más alto de mis piernas; ahora, en lugar de avanzar, los dedos realizan pequeñas presiones, lentas presiones, húmedas presiones. Una tela es lo único que separa mi sexo de sus manos, una tela que no impide que mis sensaciones sean tan placenteras. Un hilo conductor va desde lo más bajo de mi vulva hasta mi punto de máximo placer, los labios forman parte del camino. Las presiones son cada vez más fuertes y veloces, mi cuerpo se alza del asiento para que no cesen, mi respiración no deja de acelerarse y ya no pienso en nada ni en nadie, solo estoy ahí. Llevo las manos a mis pezones, quiero estimularlos para que este viaje sea aún más intenso y los presiono lo más fuerte que puedo. Abro los ojos, miro a mi alrededor y mi hermosa compañera ya no está.
Estoy sola en mi cama, toda transpirada, tapada con una sábana y con mi sexo invadido por un charco de agua; pido a gritos que el viaje no llegue a su fin tan rápido. Presiono una pierna sobre la otra, alzo mi sexo y comienzo a realizar balanceos de arriba hacia abajo acompañados por lentas presiones, presiones que a medida que pasa el tiempo van haciéndose más rápidas e intensas. Cierro los ojos y pienso en el sueño, la recuerdo a ella, me la imagino a mi lado. Mi respiración vuelve a acelerarse y a los pocos segundos llegan fuertes contracciones que se pasean vigorosas haciendo un recorrido prolijo desde mi ano hasta mi clítoris, dejando todo mi cuerpo en una especie de placentero vuelo.
Mientras me doy una ducha refrescante, comienzo una conversación conmigo misma, muy parecida a la que tiempo atrás tuve con una de mis mejores amigas. Aquella vez, hablábamos acerca del deseo, y sobre cómo había ido cambiando a lo largo de nuestras vidas y de nuestras relaciones sentimentales. Ella está casada y tiene una hermosa hija, mi sobrina del corazón, y yo estoy en pareja/novio/concubino/amor hace ya varios años. Ambas coincidimos en que al comienzo de la relación éramos dos lobas fogosas y con ganas de experimentar y de tener encuentros sexuales cada vez que encontrábamos el momento. Nuestra vida sexual en aquel entonces era plena y no necesitábamos artilugios externos para tener ganas, con solo estar cerca del otro y algunos besos ya prácticamente estábamos desnudas.
—Bueno, Fran, éramos más chicas, qué sé yo. Teníamos más tiempo, no convivíamos, no teníamos hijos, las cosas cambian. No podemos pretender que sea todo igual que a los veinte.
—Puede ser, no sé —respondí.
Esa conversación me había quedado resonando. No terminaba de cerrarme la idea de que a los 35 o a los 50, los 60, la edad que fuera, la fogosidad y el deseo sexual desaparecieran, y nosotras, de forma pasiva, debíamos comprenderlo, asimilarlo y, lo que es peor, naturalizarlo.
La experiencia sexual de esta mañana, ese sueño erótico que terminó en un hermoso orgasmo en masturbación, cambió algo en mí. Tengo la sensación de que el deseo entró nuevamente en mi cuerpo. No solo me siento feliz, sino que también experimento una extraña sensación de completud y una energía y vitalidad que hacía tiempo no sentía.
Podría quedarme con que solo es un hermoso orgasmo, pero no: lo que yo percibí es el mensaje de que mi deseo sexual no ha desaparecido y que puedo sentir lo mismo que a los veinte. Ahora, el tema es cómo.
Es lunes, son las nueve de la mañana, y como todos los comienzos de mes me reúno con mi asesor, el que siempre me ayuda a ordenar mis ideas como emprendedora y a quien considero un abuelo del cor
