Curame

Lorena Pronsky

Fragmento

Curame

Introducción

Me piden que cuente historias con finales felices. De gente que no termina rota. Donde la única sangre que circule no sea por vidrios que cayeron. Por ventanas que explotaron.

Me explican que no siempre todo es tan oscuro. Ni tan opaco.

Ni que todo conduce a fisuras. Muertes.

Me preguntan qué me pasó en la vida.

Me agradecen poder ponerle voz a un silencio que la angustia no puede nombrar.

Me vuelven a decir que no saben qué me pasó para escribir “así”, desde el corazón.

A veces me culpan de ser tan tajante.

Me preguntan de dónde viene tanto dolor.

Y deben suponer que tengo un máster en dar consejos a gente que no los necesita.

Y cada tanto me los piden. Me consultan.

Me cuentan sus penas.

A mí. Que evidentemente mis letras indican que las pasé todas.

Y yo no digo nada.

Me quedo pensando.

Los leo y escucho sus voces. Me llamo a silencio.

No tengo respuesta. No tengo la llave.

No tengo el camino.

No hay casos clínicos. Hay pacientes. Eso aprendí desde muy chica.

Personas.

Humanos.

Cada mundo es un mundo distinto. Cada herida sangra de forma distinta. Cada duelo lleva su propio tiempo.

Cada inconsciente tiene su propia construcción. Su propia casa.

Yo creo en la muerte de todas las cosas, como el camino más hondo y profundo de llegar a nuestra verdad interior. No me importa que duela. La verdad es que no.

El único miedo que tuve y que por suerte ya lo perdí, por falta de méritos, es el de verme dibujada en una foto con una sonrisa impostada, abrazada a gente que no elijo.

Que no me elige.

Cumpliendo mandatos y no sueños. Repitiendo historias que no me pertenecen. Entregando mi vida a expectativas ajenas.

A deseos antiguos.

A fantasías y no a realidades. No me pasó nada.

Nada distinto que a todos.

Perdí el miedo al dolor y quizá pueda nombrarlo. Y sea eso.

La verdad, no lo sé.

Porque el único dolor que sí me dio una mochila de miedo fue el de mi propia mentira.

Ese que hoy no me convoca para sentarme en la misma mesa a cenar con vos. Con ustedes.

Me aburre.

Claro que hay finales felices.

Lo que pasa es que yo no veo la infelicidad en todo lo que tenga que ver con la verdad.

Aunque duela.

Sí. Aunque duela.

Curame

1
Abandono

A todos nos abandonaron un día.

Y cuando digo “abandonar” no me refiero solo a un acto extraordinario. Traumático. No. Es más simple. Pero duele igual.

A todos nos abandonaron en el medio de un quilombo. En el inicio de un proyecto. En el placer del logro cumplido. En el momento menos pensado. En el momento más esperado.

A veces pasa que te das vuelta y no tenés quien te junte los mocos, quien te dé la palmada en la espalda, quien te guiñe el ojo cuando algo te salió bien y quien te limpie las rodillas cuanto te fuiste al pasto.

Todos sabemos de la soledad que se siente cuando nos sentimos solos. Porque todos fuimos abandonados un día.

Y entonces encontramos un secreto tristísimo, un acto paliativo, para tapar ese pozo.

Vemos gente que se come la angustia tragándose un paquete de cigarrillos. Otro que corre y corre como un loco a ver si el viento en la cara le vuela ese agujero en el pecho. Personas que se comen las uñas junto con los nervios y la ansiedad paralizante. Paquetes de galletitas que van a parar a la boca, sin noción de que lo que se intenta matar no es el hambre. O, por lo menos, no esa. Pibes que se perforan la nariz y las venas con alguna que otra cosa que los pase a otra realidad por un par de horas. Y otro que se pone a jugar lo que no tiene. Vos comprás compulsivamente cosas que no necesitás para sentirte un poco vivo por ese instante.

Y yo me quedo mirando una película que me habilita, disimuladamente, a llorar mirando afuera lo que no tengo ganas de mirar adentro.

Es que somos tan jodidos con nosotros mismos que cuando peor estamos es cuando más nos castigamos. Porque todo eso que te comés te come a vos. Te pone peor. Te suma, al abandono, la culpa de hacer algo que sabés que no es genuino. Que no es lo que querés.

No comés así por hambre.

No corrés por deporte cuando te estás rajando de vos.

No te intoxicás por placer.

No te acostás con esa mina por amor.

Tapás. Escondés. Tirás abajo de la alfombra. Cerrás los ojos. Te ponés un bozal y un par de auriculares para no escuchar tu corazón.

Date cuenta. Te estás comiendo a vos. Y quizás el secreto esté en frenar.

En sentir. En recordar que en ese abandono lo que te falta es lo que tenés que buscar. Amor.

Quizá sea hora de pedir ese abrazo.

De acostarte en las rodillas de tu mamá. De poner la pava y llamar diciendo: “Sí, te juro que te necesito”. Es ahora. Después no.

Ahora.

Andá a esa casa. Hablá con quien te quiere. Escuchá. Llorá. Gritá. Decí. Vomitá. Pedí. Da.

Ahora.

Hacer malabares en medio del despelote no te devuelve más que un resultado despelotado. Resultado que no va a curar la herida que te sangra porque le estás metiendo una curita.

Las curitas no curan. Las curitas tapan.

Y vos sabés muy bien que el dolor tapado no es dolor sanado. Pará un poquito. Mirá en el espejo de tu alma.

Frená. Mirá lo que te falta y salí a buscarlo en donde creas que podés encontrarlo. De verdad. No revolotees como mosca en platos vacíos. Pedí lo que necesitás si ves que solo no podés. Porque no hay peor abandono que el que se hace a uno mismo. Con eso sí que no se juega.

No tenés derecho.

Curame

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos