Manu, el héroe

Diego Morini

Fragmento

Manu es el principio de todo en el básquetbol argentino
(Prólogo)

Cuando escribí mi vida —o conté, mejor, porque eso fue lo que yo hice, contar— en “Yo soy el Diego”, me pidieron que dedicara el libro. No sé, tal vez pensaron que iba a hacer lo que hace cualquier escritor: dedicárselo a una o dos personas. Bueno, pensaron mal: empecé a tirar dedicatorias y pasé de la familia a los amigos, de los amigos a los compañeros, de los compañeros a los políticos, de los políticos a… A todas aquellas personas que por alguna razón me habían llegado al alma. Y en ese momento, les estoy hablando del año 2000, más o menos, a mí me llegaban al alma las Torres Gemelas. No, no me refiero a las de Nueva York, que también me llegaron: me refiero a las Torres Gemelas de San Antonio. Sí, a Tim Duncan y David Robinson. Los amaba, casi tanto como a Shaquille O’Neal y Michael Jordan, a los que también les dediqué el libro. Amaba, y amo, ver la NBA.

Lo que no me imaginaba en aquellos tiempos, lo que nunca podía llegar a imaginar, era que algún día iba a ver a un argentino entre esas torres. Y a un argentino que no se iba a achicar ante nadie. Nunca imaginé que algún día iba a ver a un argentino como Manu Ginóbili en la admirada NBA.

Yo digo que Manu es el principio de todo en el básquetbol argentino. Sí, ya sé que hubo gente importante antes y que vino más gente importante después. Pero en el medio de todo está él. Está él.

Él hubiera jugado en mi equipo, siempre. Ahora que se cumplen 30 años de nuestra última Copa del Mundo en fútbol, la de México 86, me la he pasado recordando cosas, porque mucha gente me pregunta. Y una de las cosas que siempre cuento, porque me viene al corazón, es que yo empecé a ser campeón del mundo el día que me nombraron capitán. Y el día que me nombraron capitán quise, y logré, imponer una idea: se iba a poner la camiseta de la Selección Argentina aquel jugador que la llevara como una bandera, aquel jugador que, cuando tuviera puesta la celeste y blanca, no se iba a sentir menos que nadie. Y aquel que, jugara en el club en el que jugara, fuera un equipo grande o fuera un equipo chico, iba a salir a ganar porque se sentía el mejor. ¡Se sentía el mejor, aunque no lo dijera!

Bueno, eso es Manu para mí. Un tipo capaz de salir a ganar siempre, jugando con quien sea —como me pasó a mí, muchas veces, con el Nápoli— y contra quien sea —como me pasó a mí, muchas veces, contra rivales como Brasil o Inglaterra. Manu tiene la misma sangre que yo, está hecho de la misma madera: somos argentinos y no nos achicamos ante nadie.

Me acuerdo bien el día que vino a visitarme a mi programa, “La noche del 10”, allá por el año 2005. El tipo ya había sido campeón con los Spurs, estaba de vacaciones, de merecidas vacaciones, pero no dudó en darme el sí cuando lo invitamos.

—Ningún argentino duda en darte un sí, porque te lo debemos... —me dijo, y yo me agrandé tanto, tanto, que por un ratito pensé que estaba a su altura. Lo miraba para arriba, me acuerdo, y se me iluminaban los ojos. Ahí lo tenía, la tercera torre al lado mío.

Por eso, no dudé en decirle…

—Si bien vos me decís que yo les di mucho, y te agradezco, yo tengo que decirte que vos agarraste la posta. Que vos sos el representante argentino más grande en el mundo. Cada cosa que hacés vos, Manu, repercute.

Esperen, esperen, antes de empezar a armar una polémica con esto: les estoy hablando de 2005, todavía no teníamos un Papa argentino y todavía Messi no era el número uno del fútbol, como lo es ahora.

Pero Manu, en cambio, ya era Manu. Y no iba a parar de crecer. Igual, en ese tiempo, lo que a mí más me impresionaba era su espíritu ganador. Yo digo: si a Ginóbili lo exigieron en la Argentina y respondió como respondió; si a Ginóbili lo exigieron en Italia y respondió como respondió; si a Ginóbili lo exigieron en los Estados Unidos y respondió como respondió… yo digo que un día a Ginóbili lo van a exigir en la Luna y ¡la va a romper en la Luna!

Yo lo veía desde Cuba, cuando estaba allá y me conectaba para ver todo, y decía: “No puede ser que se meta sobre el lomo a tipos ya experimentados como el mismo Duncan, como un montón de jugadores que tienen la responsabilidad pero también la trayectoria, y que él se imponga, como si gritara, todo el tiempo ‘acá estoy yo, querido, ¡acá estoy yo!’”. Levantó la bandera argentina y la puso allá arriba, bien arriba. Tomar las responsabilidades, hacerse cargo. Eso es lo que me impresiona de Manu. Con millones de personas mirándolo en todo el mundo. Hay que tener algo más, algo diferente, algo distinto a todos para asumir esa responsabilidad.

Aparte, no juega: hace magia. Él fue el líder, junto con el Luifa Scola, con el Chapu Nocioni, con Fabri Oberto, a quienes amo también, de un equipo que a mí siempre me puso la piel de pollo: la Generación Dorada. Por eso yo siempre estuve del lado de ellos, del lado de él. Porque son, porque es, el tipo de deportista que te hace feliz. Es cierto: el tiempo pasa para todos y algún día dejarán de jugar juntos y Manu dejará de jugar también. Pero ya nos hizo gritar “campeón”. Y nos hizo gritar “campeón olímpico”. Y eso, nada más y nada menos que eso, a mí y a todos los argentinos nos arrancó una sonrisa. Nos hizo sentir que podíamos competir mano a mano, de igual a igual, con los más grandes.

Con los pies o con las manos, eso no importa. Lo que importa es lo que se transmite. Y Manu te transmite felicidad y ganas de ganar, siempre. Y eso es lo mejor, lo más importante que te puede transmitir un deportista.

Diego Armando Maradona

Hincha incondicional de Manu Ginóbili

y de la Generación Dorada

Introducción

—Te querés ir corriendo a tu casa, ¿no? Estás harto de contestar siempre lo mismo…

La mirada se elevó y me regaló una sonrisa real, nada impostada.

—Tengo varios lugares mejores en los que estar, pero también tengo claro que es parte de mi trabajo.

***

En el viejo edificio del diario La Nación, en Bouchard 557, Emanuel Ginóbili había ido como todos los años a hacer la tradicional entrevista que acordaba con los editores. Miguel Romano, que era el especialista del básquetbol, se acercó a preguntar quién quería participar de la nota y no dudé ni un segundo. Lo había tratado en otras oportunidades, pero ahora implicaba poder charlar de otra manera. Era un 12 de agosto de 2009. Su estampa inspiraba respeto, Manu ya era tres veces campeón de la NBA y su categoría de estrella era indiscutible. Sin embargo, había algo detrás de toda esta perfecta coraza profesional que permitía advertir que era un tipo convencional. Que había una cantidad de intereses que iban más allá del mundo del básquetbol. Que, por ejemplo, hablar acerca de un nuevo modelo de iPhone o charlar sobre una serie de televisión podía resultarle más atractivo que estar ofreciendo una entrevista. Estaba ahí porque también renovaba el contrato por sus columnas con el diario, una relación que nació en 2003, pero esa tarde dejó en la redacción muchas más señales de que había en su esencia un alto sentido de sencillez.

Lo que sucede con este tipo de personajes es que se suele hablar demasiado acerca de su personalidad. Las críticas son una constante cuando la imagen es tan poderosa. Y detrás de eso es muy fácil llenarse de prejuicios. La gente en el diario estaba revolucionada por su presencia. Fueron apenas un par de minutos después de las formalidades de la entrevista en los que nos quedamos charlando de cosas que no tenían que ver con nada de todo aquello. Fue de casualidad el diálogo, pero en ese puñado de segundos fue posible entender por qué se convirtió en una leyenda. “La verdad es que entiendo que estoy acá porque es bueno para mí y les sirve a ustedes. Es así de simple. No hay misterios. Seguro que quiero estar en mi casa comiendo algo o haciendo cualquier otra cosa, pero hacer esto es parte de la agenda que tengo cuando vengo a Buenos Aires. Sin duda que prefiero estar en Bahía (Blanca) con mis amigos organizando una picada”.

***

A unos 20 minutos del centro de la ciudad, en el Practice Facility, donde entrenan los Spurs, estaba Manu preparándose para comenzar a disputar la final de la NBA de 2014 ante Miami Heat. LeBron James le respiraba en la nuca, me confesó unos días después, cuando charlamos acerca de cómo se estaba tomando aquella definición. Era una marea de periodistas la que pretendía hablar con los jugadores de San Antonio. Manu era uno de los más requeridos, por eso primero habló en inglés, después lo hizo en italiano y por último en castellano. Se tomó el tiempo con cada uno que lo solicitase. Si bien había un horario específico para la atención a los medios, él no se preocupó por eso. Incluso, en algún momento se acercó Tom James, el jefe de prensa de la franquicia texana, para recordarle a Ginóbili que estaba por cumplirse el tiempo.

Cuando terminó de charlar con todos, caminó hasta donde estaba yo y me dio su mano. “Me dijeron mis viejos que estabas por acá, porque me contaron que te cruzaron en el aeropuerto”. Esa referencia era real, había estado un par de minutos charlando con Raquel y Jorge, sus padres, mientras esperábamos las valijas. No los conocía, pero todo lo que había escuchado de ellos era tal cual pude comprobarlo. Dos personas absolutamente normales, sin estridencias. “Gracias por intentar darles una mano a mis viejos”, me dijo Manu. Me sorprendí porque fue espontánea su reacción. Yo apenas le había ofrecido mi celular a Yuyo, su papá, para que se comunicara con Luis Oroño, el padre de Many, su esposa, ya que los tenía que pasar a buscar por el aeropuerto y parecían algo desencontrados. No fue necesario, porque Raquel alcanzó a ver el auto que tenía que buscarlos. Evidentemente, para los Ginóbili aquello fue algo más que un simple detalle.

***

La entrevista se acordó desde Buenos Aires. Era abril de 2015. La charla por teléfono para concretar el encuentro en San Antonio había sido muy expeditiva, como suelen ser todos los diálogos con Manu. “A las 11 de la mañana en el Facility. Termino de entrenarme y hacemos la nota”, fue el mensaje por WhatsApp. Conociendo

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos