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Maribel Verdú

Nuria Vidal

Fragmento

Prólogo

Prólogo

El verano de 2011 me encontré buscando un tema para un libro de cine que pudiera tener actualidad y no fuera crítico o ensayístico. Un libro que conectara con la gente y que, al mismo tiempo, permitiera reflexionar sobre el cine y sobre todo lo que significa. Lo más natural era hacer un estudio sobre un director, pero pensé que sería más interesante aproximarme a un actor o, mejor aún, a una actriz. Hay muchas actrices con las que tengo una buena amistad; sin embargo, no conseguía decidirme. De repente se me ocurrió: ¿por qué no Maribel Verdú? No la conozco, así que la descubriré al mismo tiempo que los lectores del libro. No haber coincidido nunca con ella era un reto que hacía más estimulante el proyecto.

Poco a poco fue fascinándome la idea de buscar a la mujer que había detrás de la que es sin duda una de las actrices españolas más importantes de su generación. Empecé a pensar en ella y sus películas y me di cuenta de que llevaba ¡veintiséis años trabajando!, que había colaborado con directores de todas las edades, que venía del cine de la Transición y estaba en el cine del futuro. Cuantas más vueltas le daba, más me gustaba la idea de hacer un libro con ella y sobre ella.

Sin demasiadas esperanzas llamé a su representante, Trini Solano. Trini accedió a hablar conmigo. Me dijo que se lo consultaría a Maribel, que entonces estaba rodando Blancanieves fuera de Madrid. No confiaba demasiado, pero para mi alegría, Trini me contestó un par de días después y me dijo que a Maribel le parecía bien, que iba a estar en Barcelona rodando durante unos días y que me llamaría. Y me llamó. Y allí, en un palacete de la calle Muntaner de Barcelona, donde la madrastra trama su venganza contra Blancanieves, empezó la aventura de este libro.

Maribel es demasiado joven y tiene mucho futuro por delante; por eso, desde el principio le planteé que no quería hacer una biografía convencional. Lo que me apetecía era hacer un recorrido por su vida y su carrera como espejo de la realidad de un mundo que ha cambiado mucho en los últimos veintiséis años. Una reflexión sobre la historia reciente de nuestro país y sus gentes.

Cuando Maribel me dijo que sí, yo me puse a investigar, a descubrir en realidad, a una mujer de la que tan sólo tenía idea de su trabajo en el cine, pero de la que desconocía prácticamente todo lo demás.

En Barcelona establecimos un calendario de entrevistas. La primera tuvo lugar en Madrid, en su casa, una calurosa tarde de principios de agosto justo al terminar el rodaje de Blancanieves. La segunda fue a principios de septiembre, en su terraza, una tarde de finales de verano, uno de los días de descanso en el rodaje de Fin. La tercera fue en noviembre, después de acabar la Seminci de Valladolid donde le concedieron la Espiga de Honor. Hacía frío y el cielo que se veía desde sus ventanas estaba nublado. Aún tuvimos una cuarta entrevista. Fue en Barcelona, en un hotel. Fue una entrevista muy corta y con dos testigos de excepción: una pareja de gaviotas que vivieron una apasionada historia de amor delante de nosotras.

Entretanto yo buscaba información sobre ella, leía todo lo que se había publicado, mucho, porque siempre ha sido muy generosa con la prensa, veía todas sus entrevistas en televisión. Poco a poco fui reuniendo una cantidad enorme de material que complementaba lo que hablábamos entre las dos. Maribel me regaló el libro escrito por su gran amigo Luis Alegre, La novia soñada, donde hay fotos comentadas por ella misma. Este libro, publicado en el año 2003 por la Semana de Cine Español de Lorca, ha sido una de mis principales fuentes de información, pero no la única. Averigüé muchas cosas que no sabía en la entrevista que le hizo Andrés Arconada en el programa Mujeres de hoy en TCM, en el año 2007; en el programa De par en par, de Canal+ con Maruja Torres, en 2009; en las entrevistas que conserva el programa de cine de TV3 Cinema 3 y que tan generosamente me cedieron para utilizarlas; en las varias entrevistas-reportaje que le ha hecho Elvira Lindo para El País a lo largo del tiempo; en el programa Versión Española, y en las críticas de sus películas, entrevistas de otros periodistas y ruedas de prensa.

Internet ha sido una ayuda increíble. No sé cómo habría podido saber lo que dijo Maribel al aceptar el Ariel o el Goya sin los vídeos que hay colgados en la red. Porque yo quería que todo lo que pusiera en su voz fuera dicho de verdad por ella. Y para eso, la única garantía era verla y escucharla en directo y, en el caso de las entrevistas escritas, que el entrevistador fuera alguien muy fiable.

Así fue surgiendo el retrato de una mujer que representa como pocas la evolución de este país. De niña-actriz descarada y guapa, a mujer-actriz segura y guapa. De adolescente precoz a adulta con una gran experiencia. Una persona que nace en el franquismo, se hace en la Transición y alcanza la madurez emocional y profesional en estos momentos convulsos de cambios en todos los sentidos. Una vida que permite recorrer más vidas, que es espejo de un país, su cultura y su cine.

Sin darme cuenta, al mismo tiempo que el suyo fui recomponiendo mi propio relato, mi propia experiencia de mujer de una generación distinta que reconocía muchas cosas en sus palabras y aprendía otras. Por eso, probablemente este libro no es una biografía de Maribel Verdú, sino un relato a dos voces sobre cuarenta años de vida.

Barcelona, febrero de 2012

1. Bel, Maribel

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Bel, Maribel

Toda historia tiene un comienzo, y la de Maribel Verdú empieza el 2 de octubre de 1970, en Madrid. Era viernes y la capital de España se preparaba para recibir la visita del presidente Richard Nixon. La guerra de Vietnam pasaba por uno de sus momentos más cruentos, pero en El Pardo todo eran sonrisas para el presidente estadounidense. Madrid estaba en obras permanentes, parece que en eso España no ha cambiado mucho. La Castellana ofrecía un aspecto de ruina bélica mientras se levantaba la que iba a ser la plaza de Colón. Picasso exponía en... Aviñón, lejos de la cultura nacional, y en los deportes Ricardo Zamora, el mítico portero de fútbol, reflexionaba sobre los inconvenientes de que los jugadores tuvieran que participar en tantas competiciones al mismo tiempo (en eso tampoco han cambiado las cosas).

La cartelera de cine era un auténtico espectáculo. En ella convivían películas de grandes clásicos, Bergman (Los comulgantes), Chaplin (Candilejas), Hitchcock (Rebeca), con películas del nuevo cine inglés como Petulia, de Richard Lester, o Darling, de John Schlesinger; o films de autores americanos consagrados, El compromiso de Kazan y Hello Dolly! de Gene Kelly. La Europa contemporánea estaba representada por El manuscrito encontrado en Zaragoza, de W. Has, o La mujer infiel, de Claude Chabrol. Y como platos fuertes, los estrenos de El valle del fugitivo, de Abraham Polonski, y Aeropuerto. ¡Ah!, sin olvidarnos de que aún se podía disfrutar de Dos hombres y un destino.

Pero nada de esto importaba a la joven pareja formada por Isabel Rollán y Gregorio Verdú, quienes, en la Clínica San José de la calle Cartagena de Madrid, vivían un parto de dieciséis horas tras el cual nació su primera hija, Maribel, a la que todos llamaron Bel. Ella tenía veinticinco años; él, veintiséis.

Los nuevos padres se instalan en un barrio periférico de Madrid, en San José de Valderas. A los dos meses su pequeña sufre una bronquitis asmática que les hace temer por su vida. Pero Maribel demuestra ya de bebé tener una naturaleza muy fuerte y supera la enfermedad.

Lo primero que me viene a la memoria es una infancia muy feliz con unos padres que ejercieron de padres de verdad. Que me llevaban a Cercedilla con la tortilla de patatas y la ensaladilla a pasar un domingo. Y en verano a la playa de San Juan o A Coruña. Mi padre me hacía aguadillas y eso, creo, es lo único malo que recuerdo, por culpa suya soy claustrofóbica. Mi padre jugaba mucho conmigo. Eran muy jóvenes. En verano mi padre se echaba la siesta mientras mi madre y yo nos íbamos a comer helado o las dos solas a la playa.

Maribel fue la primera hija, la primera sobrina, la primera nieta de una familia que la cuidó y la mimó como una joya única. Quizá por eso, cuando nacen sus hermanas gemelas, el 2 de noviembre de 1975, ella, con sus cinco añitos recién cumplidos, lo lleva bastante mal. Ni Maribel ni sus padres, preocupados por un parto difícil, pudieron enterarse de que en una playa romana, en Ostia, moría asesinado ese mismo día uno de los grandes poetas y directores de cine europeo: Pier Paolo Pasolini. Un asesinato provocado por la intolerancia y el miedo a los diferentes, a los libres, a los que expresaban su homosexualidad y su disconformidad con un mundo que no les gustaba. Un crimen que a la Maribel adulta seguramente le habría horrorizado.

Pero no fue lo único terrible de aquel año oscuro y doloroso. 1975 es un año crucial en la historia de España y en la de Maribel. España vive una época negra, Franco agoniza desde hace meses y el país está sumido en una tristeza callada. Pocos días antes de que Maribel cumpla cinco años, se producen los últimos asesinatos del franquismo: la ejecución de cinco jóvenes fusilados en la madrugada del 27 de septiembre: tres miembros del FRAP y dos militantes de ETA. Faltaban dos meses para que Franco muriera, el 20 de noviembre, y España empezara una nueva etapa histórica.

También Maribel empezó una nueva etapa a su corta edad. No sólo por el nacimiento de sus hermanas, sino porque por primera vez asiste al colegio Santo Ángel de la Guardia donde habían estudiado su abuela, su madre y sus tías. La tradición de la familia Rollán se mantuvo y la pequeña pasó a vivir con sus abuelos en el barrio de Argüelles mientras sus padres seguían en San José de Valderas ocupándose de las niñas pequeñas. La hermana mayor vuelve cada fin de semana al barrio y aprende a vivir con esas nuevas hermanas. Aunque no sin dificultades.

Yo me crié en casa de mis abuelos. Vivía allí, en aquella casa enorme, con todas mis tías. En casa de mi madre eran ocho hermanos, cuatro chicos y cuatro chicas, pero en esa época los chicos ya se habían ido de casa. Mi abuelo era militar, coronel, bastante de derechas y muy tradicional. Pero todas mis tías eran socialistas. Me acuerdo de que me llevaban al Parque del Oeste a oír a Rosa León. Iban con sus novios y me encantaba que me subieran en sus hombros.

El recuerdo de haber sido muy feliz lo ha mantenido toda su vida. A lo largo de distintas entrevistas en el tiempo, Maribel ha insistido en ello. En 1994 decía: Me pasaba todo el día jugando en la calle. Y para merendar, me comía un exquisito bocadillo de leche condensada con rodajas de plátano preparado por mi madre.

La influencia de su madre era muy grande. Ahora, en 2011, me cuenta:

Mi madre nació en Galicia, en A Coruña. Es una mujer muy alta y espectacular. En Galicia, cuando ella era joven, las boutiques tenían modelos que pasaban las colecciones. Ella era muy elegante y trabajó como modelo en esas tiendas mientras estudiaba. A mí me encantaba disfrazarme con sus cosas, ponerme sus zapatos, sus vestidos. En el colegio, a final de curso, todos los años había un concurso de disfraces y yo siempre lo ganaba. Me inventaba disfraces de todo. Compraba cartulinas y me hacía trajes. Recuerdo uno muy bonito, era de Día y de Noche, con un Sol por delante y una Luna por detrás; o me disfrazaba de borracho con la barba pintada y subía a un escenario. O de Pippi Calzaslargas, que era mi ídolo, con las trenzas para arriba. Tenía mucho morro y ninguna vergüenza. Por eso casi siempre, cuando había que preparar la función de fin de curso en el colegio, me escogían mis compañeras para que las dirigiera.

Yo no me acuerdo, pero sí me cuentan mis padres y mis abuelos que, cuando nacieron mis hermanas Carlota y Marina, tuve unos celos tremendos. Que incluso intenté matar a mis hermanas ahogándolas. Un día mi madre estaba tendiendo y me dijo que las vigilara. Salí a la terraza a los dos minutos. «¿Y las niñas?», me preguntó. «Bien, durmiendo», le dije, pero por suerte ella notó algo. Mi manera de matarlas consistía en envolverlas en las mantas y ponerles el capazo encima. Empecé a comportarme mal, a no querer comer. El pediatra le dijo a mi madre: «Déjala, ya se le pasará, ya se le pasará». Una semana después ya se me había pasado. Fui la primera nieta, la primera sobrina, la primera hija. De repente nacen mis hermanas y toda la atención se desvió hacia ellas.

El barrio y el centro, entre estos dos polos discurre su infancia. España mientras tanto atraviesa uno de los momentos más interesantes de su historia reciente: la transición entre una dictadura que había durado cuarenta años y una democracia aún en pañales, que sufre momentos de tensión insostenibles y muy peligrosos, como el que se produjo el 24 de enero de 1976, conocido como «la matanza de Atocha», en la que cinco abogados laboralistas fueron asesinados a tiros por un grupo de extrema derecha en su despacho de la calle de Atocha; y otros más esperanzadores, como la publicación el 4 de mayo de ese año del primer número del periódico El País, un diario que iba a estar muy unido a la vida profesional de Maribel y que sigue siendo una referencia de información.

El 15 de junio de 1977, Maribel tiene seis años, le gusta jugar, leer, hacer travesuras. Las vacaciones de verano están a punto de empezar y seguramente se prepara para ir a pasarlas a la sierra de Guadarrama, a casa de los abuelos, o a A Coruña, o a la playa de San Juan, en Alicante, donde solían veranear. Pero antes, sus padres tendrán que votar por primera vez en unas elecciones democráticas. Es un día histórico que la niña vive sin enterarse.

En diciembre de 1978 se vota la Constitución casi al mismo tiempo que la pequeña Maribel sube al escenario de su colegio para representar Los habladores, uno de los Entremeses de Cervantes, dirigido ¡por ella! a sus ocho añitos.

El domingo 26 de mayo de 1979, Maribel disfruta de uno de los momentos más felices de cualquier niña: el día de su primera comunión. Seguro que el día anterior, llena de emociones y de nervios, ni siquiera se enteró de que en la Costa Azul terminaba el 32 Festival de Cannes donde triunfaban en toda regla dos directores que serían importantes en un futuro ni siquiera imaginado: Francis F. Coppola con Apocalypse Now conseguía la Palma de Oro y Terrence Malick, realizador que a Maribel le gusta mucho, inspiración de uno de sus últimos films, De tu ventana a la mía de Paula Ortiz, se alzaba con el premio a la mejor dirección por Días del cielo. Pero ella sólo pensaba en su fiesta. La religión no era algo importante en su vida, pero la fiesta, el traje, los regalos, eso sí lo era. Estaba preciosa con su vestido blanco de monja y sintiéndose el centro de todas las miradas.

Sonará a topicazo, pero la verdad es que, hasta mi boda, fue el día más feliz de mi vida. La hice de monja, aunque, en ese momento, hubiera preferido algo más cursi, porque claro, tú quieres que te vistan de princesa, de repollo. Pero ahora, de mayor, me encanta la sobriedad del traje, pienso que estoy muy elegante, muy mona, con esas sandalitas y una cruz de madera, pero entonces... Fue muy emocionante levantarme temprano por la mañana, probarme las braguitas que me había hecho mi abuela, esperar los regalos, estar con mis compañeras, leer en público y comer en el restaurante...

2 de octubre de 1980. Maribel cumple diez años. España está en plena Transición. La nueva Ley del Divorcio empieza a tramitarse en el Congreso. Es una de las primeras muestras de que el país está cambiando, y mucho. El mundo también cambia. En un punto del mapa más asociado a los cuentos de Las mil y una noches que a la vida cotidiana, se produce una guerra entre Irán e Irak que tendrá consecuencias muy graves en la historia mundial; también tendrá consecuencias la primera reunión presidida por Lech Walesa en la ciudad polaca de Gdansk, donde empieza a fraguarse la caída del comunismo.

El cine español está sumergido en la oleada del destape que, como una botella de champán explotando de alegría y vitalidad, llenó las portadas de las revistas de chicas enseñando los pechos y las pantallas de cine de ese subgénero que se llamó Cine S. Unos meses antes de que la niña cumpla diez años se estrena en toda España la primera película de un joven director que va a ser fundamental en su vida: Ópera prima, de Fernando Trueba. El día de su cumpleaños, si sus padres quisieran, podrían llevarla a ver la segunda entrega de La guerra de las galaxias, El imperio contraataca, que acaba de estrenarse. Pero a Maribel no le gusta este tipo de cine. Vio la primera parte y ya tuvo bastante. A Maribel le gusta la realidad más que la fantasía galáctica.

Leer, jugar, imaginar, son las cosas que llenan su vida. La rutina. Estudiar, las monjas, los libros, las gemelas. A Maribel le gusta el colegio. No le gusta tanto la disciplina, ni madrugar.

Yo era feliz en el colegio. Nunca he hecho pellas. Ni un día de mi vida. Primero porque no me atrevía. Hago pellas y no quieras saber al llegar a casa la que me esperaba. Tanto mis abuelos como mis padres eran muy estrictos. Nunca me han pegado, pero estrictos sí. Cuando mi madre me hacía un gesto con los ojos, yo ya sabía qué tenía que hacer. Me quedaba callada. No hacía falta que me dijera nada más. Por ejemplo, si con una visita, de repente te pasabas un poco, una simple mirada de mi madre era suficiente. Me callaba automáticamente.

De esa época en el colegio conserva la amistad de su amiga Nuria.

Nuria sigue siendo mi amiga, pero nos vemos poco. Una vez al año más o menos. Ella vive fuera, hablamos de vez en cuando, me envía alguna foto. Tiene una vida completamente distinta de la mía. Vive en el campo. Tiene dos niños que ha parido en casa, cuida sus gallinas, sus burros, es maravillosa. Es una mujer feliz porque yo creo que la felicidad es vivir como a uno le apetezca. Si tú quieres plantar patatas en un pueblo perdido y lo consigues, serás feliz. Nuria es mi infancia, es todo. Es de esas personas buenas de verdad. Hace poco le hicieron una entrevista en un periódico de la zona y me lo mandó muy orgullosa. Estamos en contacto y cuando hago teatro, siempre viene a verme. Es la única amiga que tengo de esa época. Yo me iba a la sierra con ellos y ella venía a la playa de San Juan.

De todos modos, no todo fue alegría en esa escuela. En una entrevista en 1993 recordaba su salida del colegio de monjas: Me decían que cuando en un cesto de manzanas hay una podrida, contamina a todas las demás. La manzana mala era yo, naturalmente.

Pero lo peor era madrugar.

Lo único que no soportaba del colegio era tener que levantarme pronto. Y sigo sin soportarlo. Para mí es un trauma, es el único trauma de mi profesión. A veces pienso que no quiero hacer más cine por eso. Sólo quiero hacer teatro, no quiero volver a madrugar nunca más. Es tal el trauma, que el día antes ya estoy amargada sabiendo que tengo que despertarme temprano. Si no trabajo me despierto a las diez o diez y media. Pero ¡por Dios, a las seis de la mañana es un horror!

Yo me acuesto todos los días a eso de las dos, dos y pico. Pero cuando ruedo soy una monja. Cuento ocho horas de sueño en función de la hora de levantarme. Pero ¡qué tortura! Hay gente que no le importa. En el rodaje de Blancanieves, en Barcelona, al principio tuvimos un horario genial. Empezábamos a las diez de la mañana. Yo era feliz, pero la última semana lo cambiaron y empezábamos prontísimo. Pero si rodábamos en un interior, ¡qué más nos daba empezar más tarde! Pues no, porque había gente que había pedido madrugar y salir a las siete. A mí me daba igual salir a las siete. ¡Si estábamos lejos y cuando llegábamos a Barcelona estaba todo cerrado! Yo prefería acabar de rodar a las nueve, cenar y relajarme un poco, pues no.

El año pasado cuando filmaba en Sarajevo tenía que levantarme a las cuatro y media todos los días. Me recogían a las cinco menos diez, a las seis en punto era de día y a las cuatro anochecía. Era todo en exteriores y había que aprovechar la luz. De todos modos lo de Sarajevo lo entendía. Teníamos sólo quince días de rodaje, todo era exterior y había que aprovechar las horas de luz.

Es evidente que la aparición de este rodaje en la conversación provoca una digresión. ¿Sarajevo? ¿Qué hacía Maribel en Sarajevo el año 2010?

Estaba haciendo una película, se titula 1.395 días sin rojo. Es un documental experimental muy diferente de todo lo que he hecho hasta ahora. Los directores son una chica bosnia y un chico de Albania, se llaman Sejla Kameric y Anri Sala. En realidad son dos videoartistas que viven en Berlín desde hace muchos años. Hacen arte conceptual, fotos, instalaciones, todo muy alucinante. En el documental yo asumo el papel de Sejla. Ella vivió la guerra de Sarajevo y perdió a un familiar muy querido. Durante cinco años recorría todos los días la ciudad, arriesgando la vida en las esquinas dominadas por los francotiradores. Su experiencia es increíble. Cuando estuve allí preparando la película, haciendo entrevistas y viendo dónde ocurrían las cosas, alucinaba. No conseguía entender qué sucedió. Lo único que sé es que es bochornoso que eso haya pasado ahí mismo, hace sólo quince años y a nuestro lado. En el documental no hay diálogos. La banda sonora es la Patética de Chaikovski, versionada por un músico neoyorquino que vive en Berlín y ha dirigido la orquesta sinfónica de Sarajevo. Es una preciosidad. Se presentó en el Festival de Locarno y no se va a estrenar en salas. Sólo en museos de arte contemporáneo.

Tras esa incursión en el más rabioso presente, volvemos al tema de madrugar.

Yo firmaría ahora mismo si me dijeran que de aquí a que me muera me van a recoger a las ocho y media todos los días. A las ocho y media te sientes una persona normal. A las seis y media es una depresión. No es humano. ¿Por qué a los niños les hacen eso? A veces pienso que debería haber colegios donde los niños entraran a las once. ¿Por qué un niño tiene que levantarse a las siete de la mañana para ir al colegio? Es que me parece una crueldad. Yo me acuerdo de las mañanas de invierno, de noche, con el leotardo hasta la barbilla y las bragas encima para que no se cayeran y mi abuela poniéndome la bufanda y diciéndome «no abras la boca para que no te entre el frío».

La abuela Isabel, siempre la abuela, una figura fundamental en su vida. Mi abuela y mi madre han sido muy importantes en mi vida. Aunque mi abuela se murió pensando que yo me daba los besos en el cine a través del cristal. Porque para mi abuela, eso de que me besaran, pues no. Yo la adoraba.

El 23 de febrero de 1981 es una fecha grabada a fuego en la memoria colectiva de la reciente historia de España. Seis años después de la muerte de Franco, cuatro después de las primeras elecciones democráticas, el país vivió momentos de angustia rememorando fantasmas del pasado. El intento de golpe de Estado perpetrado por el teniente coronel Tejero y sus guardias civiles, manteniendo retenidos a los integrantes del Congreso de los Diputados durante varias horas, fue el último episodio de una Guerra Civil que había permanecido latente más de cuarenta años. Ese día, mejor dicho esa noche, el rey Juan Carlos pasó página definitivamente y España entró en el camino de las modernas democracias europeas. Maribel tiene diez años y es consciente de que algo pasa. No sabe qué, pero algo pasa. Durante toda la tarde y la noche, en casa de los abuelos hay discusiones, entradas y salidas. No hay colegio. Por suerte, la situación se controla y poco a poco se recupera la normalidad.

Del 23-F me acuerdo perfectamente. Me acuerdo porque no fuimos al colegio y en casa de mis abuelos fue una revolución. Todos estaban conmocionados. Tenía diez años y no era consciente de lo que sucedía, pero sí de que pasaba algo gordo.

En 1982 ganan las elecciones los socialistas por primera vez en España. En la casa de Argüelles hay división de opiniones: las tías están contentas; los abuelos, más preocupados. Sin embargo, en esa familia que representa como tantas la realidad de una España que intenta superar las barreras ideológicas, la vida se impone y el cariño se sobrepone a todo. De esas vivencias le ha quedado a Maribel una tolerancia hacia los distintos pensamientos. Y un gusto por la lectura y la enseñanza que aprendió desde muy pequeña.

Yo tengo amigos de derechas y de izquierdas, nacionalistas vascos y catalanes. Lo único que vale en la vida, por encima de todo, es la bondad de las personas. Es lo único. Hay gente buena y gente mala. Y punto. Da igual lo que piensen. Si la gente es buena, aceptas que tenga unos argumentos y una forma de pensar diferente de la tuya. Tengo amigas del PP que te mueres de la risa con ellas. Son divinas. Están descontentas con la situación y han decidido hacerse de derechas. No lo eran antes. Es curioso.

Yo creo que la gente de izquierdas somos muy infieles siempre. Los de derechas son más fiables. Los de izquierdas, en cuanto pensamos que lo están haciendo fatal, nos vamos a votar a quien sea: a los Verdes, al Partido Comunista. No estamos unidos. Ellos en cambio van siempre juntos, en bloque. Pero lo mejor en la vida es tener amigos entre gente de todo tipo de ideologías, que sean buenos y que te respeten. Hace muchos años leí una novela de Rosa Montero que decía algo así como «estamos tan poco acostumbrados a la bondad que la confundimos con la idiotez».

Toda mi familia por parte de madre y por parte de padre, y cuando digo todos es todos, son licenciados en letras. El padre de mi padre fue fundador del Colegio Lae donde estudió mucha gente conocida. José Luis Cuerda, por ejemplo, estaba en un curso por encima de mi padre. Mi abuelo era profesor de latín, mis tíos son profesores de literatura y de latín. Por parte de mis abuelos maternos son profesores de geografía e historia, también de literatura. Por eso yo quería ser profesora. A mí me encantaba. Siempre se me han dado muy bien las letras. En la casa de mis abuelos, una típica casa burguesa, de larguísimo pasillo con muchas habitaciones enormes, había una que llamábamos la Habitación Azul, donde estudiábamos todos. Allí mis tías preparaban las clases y yo hacía los deberes cuando volvía del colegio. Era la habitación de estudiar. En esa habitación había muchos cojines. Desde pequeña he tenido una memoria prodigiosa y me aprendía las lecciones sin problemas, así que colocaba los cojines como si fueran niños y les explicaba las lecciones: los Reyes Católicos, Europa, los ríos. Los cojines eran mis alumnos y yo pensaba: «Seré profesora como mis tías, como todos».

En esos primeros años ochenta, la calle bulle de vitalidad en un Madrid que vive uno de sus momentos más felices y libres. La Movida está en marcha: Alaska y los Pegamoides; Pedro Almodóvar con su segunda película, Laberinto de pasiones, protagonizada por Imanol Arias y Antonio Banderas; el alcalde Enrique Tierno Galván y su famosa frase «¡Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque... y al loro!»; Rock-Ola, el templo del movimiento a los pies de Torres Blancas donde triunfaban Nacha Pop, Radio Futura... Maribel es muy joven para disfrutar directamente de esta efervescencia. Ella prefiere a Los Pecos y jugar al fútbol, una de sus pasiones infantiles. En el libro de Luis Alegre escribió: Los fines de semana jugaba al fútbol, jugaba de delantero en el Domus, uno de los dos equipos de chicas del barrio. Me encantaba el fútbol. Sobre todo meter goles. Era del Real Madrid.

El 20 de agosto de 1982 es muy probable que Maribel estuviera de vacaciones con sus padres y sus hermanas. Seguramente no se enteró de que ese día se estrenaba en toda España una película que iba a marcar una época: Blade Runner, de Ridley Scott, en la que se presagiaba un futuro, entonces lejano, ahora mucho menos, apocalíptico y sombrío. En el año 2019, Maribel estará a punto de cumplir cincuenta años y seguro que podrá descubrir que el futuro que anunciaba Blade Runner no se ha hecho realidad. Tampoco el que ella soñaba a los once años cuando sus deseos estaban entre ser profesora de historia o corredora de rallyes. Nunca actriz. ¿O sí? Porque lo que de verdad le gusta en ese año de 1982 es ser un ángel de Charlie. Y leer, leer mucho.

Un poco mayor quise ser detective privado por Los Ángeles de Charlie. Mi ídolo era Jaclyn Smith, el ángel moreno. Iba por la casa con una pistola de madera, que nos hizo el padre de mi amiga Nuria, y me pasaba el día buscando misterios. Nunca llegué a saber realmente si lo que quería era ser una actriz que hiciera de profesora o de detective, o serlo de verdad. Tampoco sabía que había una profesión de actor. Veía películas, pero no se me ocurría que fuera un trabajo. De pequeña, además de Los Ángeles de Charlie, me gustaban Heidi, Starsky y Hutch, Los hombres de Harrelson, La casa de la pradera, Mazinger Zeta, me encantaba Afrodita, «pechos fuera», La Abeja Maya... Veía mucho la tele y no iba demasiado al cine. Desde luego no tenía ni idea de que existieran niñasactrices como Marisol o Ana Belén.

Lo que hacía era leer mucho. No levantaba un palmo del suelo y en mi casa ya me regalaban libros. Mi madre con doce años me regaló Niebla de Unamuno y leí A sangre fría con doce años también. Era muy buena en letras y un desastre en ciencias. Mi abuelo me hizo leer cuando era muy pequeña Peñas arriba, de José María Pereda, que era como comerte una caja de siete bombillas. Castellano antiguo, papel de Biblia. Pues yo me lo tenía que leer. Me acuerdo de que también leía a Cervantes. Me gustaban en especial los Entremeses, obritas cortas muy divertidas que adapté varias veces para la función de fin de curso del colegio. Si podía actuaba de hombre, siempre con bigote. Era una manera de ser distinta, de representar a alguien diferente, saber que estaba interpretando a un personaje que no era como yo.

¡Si te cuento a qué edad leí los Episodios Nacionales no te lo crees! Pero los leí con conocimiento de causa. Para mí, Galdós es uno de los grandes. Me gusta todo y los Episodios Nacionales es una obra apasionante. Soy muy poco de Valle-Inclán, pero soy muy de Galdós. También soy muy de Clarín.

En 1991, declaraba: Yo soy curiosa y busco y rebusco en los libros. Gracias a la lectura distraigo las largas horas muertas de los rodajes, en los viajes y en los hoteles, porque tengo capacidad para meterme en las historias, para desarrollar la imaginación y montarme mi propia película sobre esa historia. Con un libro en las manos, me considero feliz.

El 2 de octubre de 1983, Maribel cumple trece años. Ya es una mujer y tiene un deseo. Ser modelo como lo había sido su madre.

2. ¿Estudias o trabajas?

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¿Estudias o trabajas?

Si alguien le hubiera hecho esta pregunta a Maribel en 1984, la respuesta habría sido: «Estudio y trabajo». Porque entre los trece y los quince años se produce un cambio radical en la vida de la pequeña Maribel. Con tan sólo trece años empieza a trabajar como modelo infantil y en un par de años da el salto a la televisión y al cine. Si hasta entonces ha sido una niña como todas, desde ese momento se convierte en una persona distinta: una niña famosa.

La publicidad

Mi tía Leo, que trabajaba en el Banco de España, vio un anuncio de una agencia que buscaba caras nuevas de niñas para una campaña y se lo comentó a mi madre. Lo primero que hizo mi madre fue meterme en una escuela de modelos que se llamaba New Models en Serrano. Cobraba 30.000 pelas a noventa días cuando me salía algo. Seguía estudiando, pero si tenía que trabajar, lo dejaba. Mi madre me acompañaba a todas partes.

Empecé a hacer publicidad a los trece años. Recuerdo que hice un catálogo de lanas para Pinguin Esmeralda, y una campaña de McDonald’s. Ya entonces trabajaba con fotógrafos importantísimos aunque yo no lo sabía. Trabajé con Peter Müller, con Michael Wray, hice anuncios para El Corte Inglés de «Vuelta al cole», La Casera, la ONCE. Me gustaría volver a ver esos anuncios en los que normalmente hacía de figurante. Sé que en esa época hice un anuncio con José Luis Garci. Pero eso lo hemos averiguado más tarde. ¡Entonces no tenía ni idea de quién era!

Lógicamente, Maribel no sabía quién era José Luis Garci, aunque ya en esa época el director madrileño se había convertido en el primer español en ganar un Oscar en 1982 por Volver a empezar. El cine no era una de las grandes preocupaciones de la adolescente Maribel, volcada en no perder el hilo de los estudios, intentar que su padre no la obligara a dejar el trabajo de modelo y, sobre todo, empeñada en aprender a estar delante de las cámaras.

La publicidad ha ocupado un lugar importante en su vida. No sólo porque sus inicios profesionales fueron en ese mundo. También porque ha sido una fuente de ingresos a lo largo de su carrera. A Maribel no se le caen los anillos por hacer publicidad. Ni ahora, ni antes. En 1997 afirmaba: Creo que lo de la publicidad no es para nada perjudicial. Todos sabemos que es dificilísimo que una empresa te elija. Cuando lo hacen es por algo. Pero es consciente de que la situación ha cambiado y lo piensa un poco más antes de aceptar una campaña.

Como a todos los actores, te van llamando para hacer anuncios de publicidad. Lo que pasa es que no hago tanto como me ofrecen. A ver si me explico. Está muy bien la publicidad, ganas dinero, pero tiene que ser una publicidad que me guste. Eso es lo importante. Hacer publicidad porque sí, no quiero. Soy incapaz de anunciar algo en lo que no crea. Hice una campaña de Wii Fit Plus con Luis Merlo. Nos divertimos mucho. No sabes qué gente, cómo te cuidaban. Desde entonces he hecho una promoción de maquillaje de Yves Saint Laurent y estoy a punto de trabajar con Rochas.

El tema de la publicidad abre un capítulo inesperado en la conversación cuando Maribel dice:A veces me han ofrecido algunas cosas que me interesaban, pero no te pagaban casi nada y volver a cobrar lo que cobraba hace veinte años, me parece un poco heavy.

En este punto se produce una digresión socioeconómica que nos trae en una especie de túnel del tiempo al más rabioso presente:

Los sueldos han bajado y hay que aceptarlo. Por suerte, para entenderlo mejor, me ayuda mucho tener un punto de vista distinto del mío. El de mi marido, Pedro Larrañaga. Pedro es productor de teatro. Él comprende al productor, lo entiende. Yo no. Pedro me dice: «Ten en cuenta que esa gente merecerían una medalla

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