Como si fuesen fábulas

María Teresa Andruetto

Fragmento

Como si fuesen fábulas

Soldados

CATRIHUAL, CATRILAF, CAYUPÁN, CAUCAMÁN, COLIPÁN, CURAPIL, CURIMA, CANIULLÁN, CURIQUEO, CHAUQUE, CHAUQUEO, GUANCA, HUANQUI, HUECHE, HUENUQUEO, HUIRCAPÁN, HUIRIQUEO, LINCOMÁN, LONCOPAN, LLANTÉN, MANQUEPÁN, MANQUIAN, MELIQUEO, MELICA, MILLALIPE, MILLAMÁN, MILLAN, MILLAPÍ, MILLAQUEO, NAHUELCHEO, NAHUELQUIR, NEIHUAL, PAILLALAF, PAINEPIL, PANELLAO, PILLANCAR, PILQUIMÁN, PICHULEF, QUILIAN, QUILILEO, QUILQUITRIPAY, QUILAHUEQUE, UINTUQUEO, RANINQUEO, YEFILAF, YACANTE.

No se trata de una intervención poética ni de un mensaje encriptado. Son apellidos de soldados mapuche que pelearon en la guerra de Malvinas. Tomé algunos de una lista que se va expandiendo hacia los que siéndolo no tienen apellido mapuche, porque les ha sido borrado, y hacia los hijos de madre mapuche y padre de otra procedencia.

¿Qué es la patria? ¿Quiénes son sus dueños? Un país que no se ve, ¿existe? ¿Qué son la bandera, el himno, para un pueblo al que se lo despoja de su territorio? ¿Qué es ese suelo manchado de sangre para quienes son —como su nombre dice— gente de la tierra? Cuando el 12 de octubre se llamaba Día de la Raza, dibujábamos carabelas y un Colón hincado ante hombres desnudos. También dibujaban eso los alumnos en las escuelas del sur y había entonces y hay ahora mismo calles, instituciones y pueblos con nombres de exterminadores.

Día de la Raza. Lo que se cifraba en ese nombre era el oprobio, y hubo que esconderlo, así que cambiamos el nombre oprobioso por el correctísimo Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Pero dos por tres olvidamos honrar el nombre nuevo para que no sea ruido sino palabra en la que se cifre lo nombrado. En la semana de la diversidad cultural, mujeres del pueblo mapuche fueron encarceladas, una de ellas con cuarenta semanas de gestación, otra con una criatura de un mes, algunas trasladadas a una cárcel a más de mil kilómetros de sus casas. En una cárcel de la Policía Aeroportuaria, en Bariloche, detenida con su bebé, está Betiana Colhuan Nahuel, autoridad espiritual de la Lof Lafken Winkul Mapu. La machi, de veinte años, es prima de Rafael Nahuel, asesinado el 25 de noviembre de 2017 de un disparo en la espalda por un efectivo del grupo Albatros de la Prefectura. Las mujeres de la comunidad están en huelga de hambre como medida de protesta para exigir la liberación de todas, la desmilitarización del territorio y el cese de la persecución a su pueblo. Nuestra relación con el territorio es muy fuerte, dicen, imposible pensarnos lejos de él. El territorio es nuestra vida, el lugar donde decidimos traer a nuestros hijos, donde proyectamos nuestro Kvme felen, el sistema de vida del pueblo mapuche, que implica estar en equilibrio con uno mismo y con los demás, ser parte de la tierra. La cosmovisión de este pueblo reconoce la dinámica de la naturaleza como sistema mayor y preexistente al sistema social humano, lo cual reafirma que el derecho de la naturaleza es anterior al derecho de las personas.

La antropóloga Laura Kropff nos recuerda que muchos agentes de las fuerzas policiales que reprimieron a la comunidad en 2017 y en represiones posteriores pertenecen por origen de sangre, por apellido o por cultura ancestral a la comunidad, y entonces ella se pregunta si esas personas pueden expresar lo que sienten, si pueden obrar según su identidad, si tienen posibilidad de reflexionar sobre aquello que los mandan a hacer, si pueden oponerse a reprimir a los suyos propios. El fondo de todo es la propiedad de la tierra. En Río Negro, y seguramente en otras provincias, se encontraron expedientes de tierras mal vendidas o vendidas a precio vil por parte del Estado a los privados; los casos que ganan mayor visibilidad y los que llegan a través de los medios son los de los grandes terratenientes, como Lewis o Benetton, pero hay una cuestión estructural, de base, más profunda y cotidiana que tiene que ver con tierras no tan extensas. Para lograr consolidar la tenencia de la tierra sobre campos pequeños se privilegió a descendientes de inmigrantes europeos o sirio-libaneses por sobre el poblador indígena que las venía ocupando desde siempre. Se trata del apoderamiento de las tierras y los recursos, para lo cual es necesario el corrimiento, cuando no la aniquilación, de las poblaciones originarias porque el Estado argentino debe su consolidación territorial a la ocupación de tierras de los pueblos originarios, cuestión que se logró mediante un genocidio. Violencia encarnada en los cuerpos, convertidos en objetos de museo o en vidas destinadas a la servidumbre.

¿Quién es patriota y quién es forastero en esta tierra? ¿Dónde se gesta la violencia? En el Museo del Fin del Mundo, en Ushuaia, uno de los empleados, referente del pueblo yagán, dice que cuando era niño en la escuela se hablaba de los yaganes en pasado, una etnia y una lengua desaparecidas, pero él volvía a su casa y hablaba con sus abuelos en esa lengua que no existía y entonces había un desacuerdo entre los libros y nuestra vida, pero no nos animábamos a decir que éramos lo que éramos. Es que un genocidio exitoso logra borrar sus huellas, obliga a las víctimas a callarse. Hay personas con padecimiento mental que cuando están sufriendo hablan en mapudungún, y los medicamos, no nos preguntamos si ese padecimiento mental es en realidad un padecimiento social, dice la antropóloga.

Andrei Tarkovski escribe en Esculpir en el tiempo: A veces me parece que, si todos los días repitiéramos la misma acción, como un ritual, de manera sistemática e inmutable, exactamente a la misma hora, el mundo cambiaría. Algo cambiaría. No podría dejar de cambiar.

Repitamos entonces:

CATRIHUAL, CATRILAF, CAYUPÁN, CAUCAMÁN, COLIPÁN, CURAPIL, CURIMA, CANIULLÁN, CURIQUEO, CHAUQUE, CHAUQUEO, GUANCA, HUANQUI, HUECHE, HUENUQUEO, HUIRCAPÁN, HUIRIQUEO, LINCOMÁN, LONCOPAN, LLANTÉN, MANQUEPÁN, MANQUIAN, MELIQUEO, MELICA, MILLALIPE, MILLAMÁN, MILLAN, MILLAPÍ, MILLAQUEO, NAHUELCHEO, NAHUELQUIR, NEIHUAL, PAILLALAF, PAINEPIL, PANELLAO, PILLANCAR, PILQUIMÁN, PICHULEF, QUILIAN, QUILILEO, QUILQUITRIPAY, QUILAHUEQUE, UINTUQUEO, RANINQUEO, YEFILAF, YACANTE.

Escribe también Tarkovski: Del hombre me interesa sobre todo su disponibilidad para servir a algo superior, su rechazo a conformarse.

Nueces en los bolsillos

En Epitafio para la tumba de Adolfo Báez Bone, Ernesto Cardenal escribió:

Te mataron y no

nos dijeron dónde

enterraron tu cuerpo,

pero desde entonces

todo el territorio

es tu sepulcro;

o más bien

en cada palmo

de territorio nacional

en que

no está tu cuerpo

tú resucitaste;

creyeron que te

mataban con una orden

de ¡fuego!

creyeron que te

enterraban

y lo que hacían

era enterrar una semilla.

El poema habla de una represión en Nicaragua, pero bien hubiera podido hablar de la represión en cualquier otro lugar del mundo. Con algunas variantes, la frase Quisieron enterrarnos y no sabían que éramos semillas está en boca de uno de los personajes de la película La promesa, sobre el genocidio armenio, y sintetiza el sentir de ese pueblo, de las víctimas directas y de sus descendientes. También ese fue un lema de lucha en una España con Franco recién muerto, durante la larga huelga obrera a la empresa catalana Roca Radiadores, que tenía por entonces cuatro mil setecientos obreros, lucha que recuperaba, en medio del continuismo franquista, lo que cada día la dictadura les había negado, los derechos de reunión, de expresión, de manifestación, de huelga, cuando todavía estaban prohibidos y prescritos. Y esa misma frase, o una muy parecida, acompaña la lucha por los normalistas mexicanos de Ayotzinapa.

Los normalistas son estudiantes de magisterio de corte socialista y asambleario, como lo es la escuela rural Raúl Isidro Burgos, donde estudiaban los cuarenta y tres alumnos desaparecidos en Iguala el 26 de septiembre de 2014. El centro educativo es un internado que recibe a estudiantes de las zonas más pobres del país y se describe como una institución formadora de hombres libres, íntegros, dignos representantes de la carrera magisterial. Las escuelas normales, los centros educativos que imparten la licenciatura de Magisterio, nacieron con la Revolución Mexicana, cuando el país era todavía una sociedad fundamentalmente campesina. Entre 1921 y 1924, el gobierno de la revolución emprendió una cruzada por la educación basada en los maestros rurales, a quienes eligió como figuras para expandir el espíritu revolucionario. Se pretendía dar a los mexicanos sentido de país. El maestro enseñaba lo mismo a leer y a escribir que a hacer jabón o carpintería. A lo largo de la historia que vino después, muchas veces quisieron cerrarlas, pero no era una tarea sencilla, porque también representaban la única oportunidad para la gente del campo.

El 26 de septiembre se cumple el aniversario de la desaparición de los cuarenta y tres estudiantes de magisterio del estado de Guerrero; cuando apenas habían sucedido las desapariciones, escuché en la Feria del Libro de Guadalajara a Estela de Carlotto, que había viajado a apoyar la búsqueda y acompañar a los familiares, hablar de la dimensión temporal de la lucha. La larga lucha. No mucho más tarde, uno de los estudiantes desaparecidos, Alexander Mora Venancio, fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense, que analizó los restos encontrados cerca de un basurero en Cocula, estado de Guerrero. El sitio oficial de la Escuela Isidro Burgos, donde estudiaban los normalistas, puso un mensaje como si el que hablara fuera el estudiante mismo: Compañeros, a todos los que nos han apoyado, soy Alexander Mora Venancio. A través de esta voz les hablo. Soy uno de los cuarenta y tres caídos del día 26 de septiembre en manos del narco gobierno. Hoy, 6 de diciembre, le confirmaron los peritos argentinos a mi padre que uno de los fragmentos de los huesos encontrados me corresponde.

Mora Venancio, de diecinueve años, era originario de El Pericón y cursaba el primer año de Magisterio. De acuerdo con su padre, Ezequiel Mora, desde hacía años el joven había decidido ser maestro. Era un buen muchacho, nosotros somos campesinos y él nos ayudaba en el campo. El padre confirmó que el cuerpo de su hijo fue quemado y que los peritos argentinos lo identificaron por un fragmento de hueso y una muela que localizaron en Cocula. Un hueso a orillas de un río. Huesos que brotan de la tierra para decir su verdad.

En un libro de entrevistas a la documentalista chilena Carmen Castillo1, Diego Tatián cuenta que Horacio González cuenta que el poeta René Char (quien fue partisano de la resistencia francesa) contó que cierta vez tuvieron que disponer de un campo para que aterrizaran aviones ingleses que apoyaban a los partisanos. El dueño del campo al que pertenecía el suelo apropiado puso como condición que no se derribara un viejo nogal. Pero la condición era imposible de cumplir y el campesino terminó aceptando que quitaran el árbol y así resulta que el árbol cae. Los hombres escarban para desenterrar la raíz principal y advierten que esa raíz —profunda, por cierto— llega —los lleva— hasta el fémur de un guerrero enterrado ahí desde la Edad Media. Había sido sepultado con su armadura y una nuez en el bolsillo. Y de esa nuez había nacido el nogal.

Dice Tatián que dice González que dice Char: Supondremos que los muertos inhumados tienen nueces en los bolsillos y que algún día fortuitamente el árbol surgirá.

1 Carmen Castillo, Lo que nos toca. Conversaciones con Diego Tatián y Alejandro Cozza, Córdoba, Caballo Negro Editora, 2021.

Fotografías

Vivian Maier trabajó como niñera de ricos un par de años en Nueva York y después el resto de su vida en Chicago, un empleo que, además de darle casa y comida, le permitió recorrer cámara en mano las calles desde 1950 hasta poco antes de su muerte, a los ochenta y tres años. Cuatro décadas de registro callejero. Casi no reveló sus fotos, tal vez porque no tuvo dinero o tiempo o ganas o incluso porque le bastaba, drogada de calle, con fotografiar el mundo. Casi nada se sabe de ella. Algunos dijeron que tenía un lado oscuro, otros que era misteriosa y muy reservada y que recortaba artículos sobre episodios siniestros en los diarios. Por lo que se ve, a veces revolvía basura o capturaba maniquíes sin cabeza, recorría las zonas pobres de la ciudad o llevaba a los niños de excursión a un matadero de ovejas. Sin embargo, sus fotos muestran empatía y una alerta instantánea a las tragedias humanas; en cualquier caso, era una vigilante increíble, una persona muy observadora.

Nació en Nueva York en 1926; abandonada por su padre a los cuatro años, pasó parte de su niñez en Francia, de donde era su madre. Ambas convivieron un tiempo con una pionera de la fotografía, la surrealista Jeanne J. Bertrand, y seguramente la fascinación de la pequeña Vivian por las cámaras empezó ahí. Al regresar a Estados Unidos trabajó en un taller clandestino antes de convertirse en niñera. En 1952 compró en Nueva York una Rolleiflex y dos años más tarde se mudó a los suburbios de Chicago, de donde salió solo una vez para hacer un viaje por Asia. Sacaba sus fotos con la cámara a la altura del pecho (o sea que encuadraba sin mirar por el objetivo), con lo cual los fotografiados tienen un leve aire de superioridad, y así cumplen esa premisa de que lo observado sea siempre más importante que el observador. Durante su vida realizó más de cien mil negativos. Como al crecer los niños debía cambiar de casa, alquiló un espacio para guardar sus fotos. Ya jubilada, no pudo pagar el alquiler del depósito, de modo que sus pertenencias fueron llevadas a remate. En 2007, por menos de 400 dólares, alguien compró en una subasta lo contenido en el locker, y al revelar las fotos se encontró con asombrosas escenas de calle, décadas de vida urbana, fragmentos de una narración que resume la gran fotografía americana del siglo XX con una mirada tan propia que se vuelve difícil de clasificar.

Cuando murió en una casa para ancianos nadie imaginó que sus fotos acabarían exhibiéndose en los museos más importantes del mundo. Probablemente pasara inadvertida (una mujer blanca, de aspecto anodino), y eso fue fantástico para su trabajo. Como la necesidad es buena consejera, era muy cuidadosa en los encuadres antes de disparar; curiosa, exploraba las escenas en busca de alguna peculiaridad y —ya hemos dicho que pocas veces revelaba— no hacía las fotos para verlas, o tal vez no sabía cuándo podría verlas, mucho menos para mostrarlas, porque nunca las mostró a nadie, o sea que su obra es producto de una demanda interior muy profunda: las hacía porque necesitaba salir a la calle, necesitaba observar, encuadrar, registrar.

Particulares1, como los cigarrillos de otros tiempos, es un libro de formato pequeño con breves historias ligadas al acto de fumar, que el cordobés Federico Lavezzo escribió a partir de una caja de fotos de contacto en blanco y negro encontradas en la casa de un tío solterón que vivía en Nueva York. Escarbar en la intimidad del otro, imaginar lo que no sabemos, es un buen acicate para la escritura.

En otro libro que se llama justamente Las fotos2, y que no es tanto un libro de fotos sino de historias escondidas tras algunas fotografías, Inés Ulanovsky cuenta que el 18 de julio de 1994, cuando explotó la bomba en la AMIA, ella se encontraba en su casa, ubicada justo frente al edificio y que, entre el terror y el temblor, hizo unas tomas desde su ventana. Una década más tarde, en medio de una mudanza, las encontró y entonces vio en una de ellas, apoyado en la ventana de otro edificio, a un fotógrafo con el rostro semiescondido detrás de su cámara. Ese hombre al que le había sacado una foto varios años antes de conocerlo ahora era su marido.

La historia de esa foto o la de dos hombres de vacaciones en distintos lugares del país que ella encontró en un container, dos hombres que imagina tenían un amor oculto. O la otra historia, más conmovedora, la de un fotógrafo de una ciudad balnearia que durante dieciocho años fotografió a un hombre que vivía en un auto abandonado, un hombre que no hablaba y que nadie sabía quién era, una especie de mito de la ciudad. Fotógrafo y fotografiado entablaron una amistad en la que el primero registró todos los lugares por donde el otro pasó: aquel auto, una tapera, una pensión, la calle y finalmente el geriátrico municipal, y después hizo un documental, y así fue como aparecieron dos hermanos; tenían una sola foto de cuando los tres eran chiquitos y este hombre era aquel que estaban buscando desde hacía cincuenta y cinco años, porque venía

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