Sanar en el alma, curar en el cuerpo

Sara Gloria Levita

Fragmento

Prólogo II

Por el Dr. Rogelio D’Ovidio*

En muchas culturas orientales se menciona la diferencia entre ideas y pensamientos. Un pensamiento es un producto de nuestra mente que puede ser creado por nosotros o provenir del exterior. Si yo le digo que imagine un elefante rosado con lunares verdes y usted lo consigue visualizar, entonces lo ha creado con su mente porque ese tipo de elefante no existió nunca.

Las ideas, en cambio, son otra cosa. El Maestro Tibetano menciona en varios de sus libros que las ideas nos llegan del plano de la intuición. Las ideas son sembradas en el planeta por seres de elevada jerarquía espiritual. Una idea “flota” sobre el planeta y es captada por nosotros los humanos en distintas partes del planeta Tierra. Existen innumerables ejemplos de ideas captadas por ciertas mentes y que fueron sembradas mucho tiempo antes. Solo como ejemplo, podemos citar al lema de la revolución francesa “libertad, igualdad y fraternidad”. Estas ideas fueron sembradas siglos antes, y así fueron sumando seres y más seres, hasta que, en un momento dado, se produjo una masa crítica en Francia que desembocó en la revolución francesa.

Era bastante común que, en la era previa a la globalización de la comunicación, distintos grupos de investigadores siguieran una misma vía investigativa sin saberlo entre ellos. Si esto no es una idea captada por distintas personas en distintos lugares…

No es de extrañar entonces que cuando leí la biografía de la Lic. Sara Levita, ¡me encontré que había otra persona que había seguido un recorrido bastante parecido al mío! Sin saberlo ninguno de nosotros dos, a lo largo de años fuimos buscando por uno y por otro camino aquello que nos completara, que nos devolviera esa sensación de unión perdida que, sin saberlo todavía, no era más que la unión de nuestra personalidad con la propia alma.

Estamos asistiendo a un momento planetario muy interesante. Muchas personas sienten algo así como un llamado desde su propio interior. Lo que antes alcanzaba, ya no alcanza. El paradigma que sirvió a una generación anterior, ya no le sirve a la nuestra. Las escalas de valores impuestas nos resultan incompletas a muchos. Por aquí y por allá están surgiendo voces que quieren algo distinto, más auténtico, más inclusivo, más elevado, con un sentido más abarcativo, y eso no es más que el holismo, el todo como conjunto.

El concepto de holismo tiene siglos de historia. Sin embargo, recién en las últimas décadas ha cobrado importancia en nuestra cultura occidental.

El prefijo holo es griego y su significado es totalidad. Cualquier enfoque que se denomine holístico tiene que contemplar al hombre como una totalidad. Y justamente, cuando hablamos de una totalidad sobre el ser humano, ¿de qué estamos hablando concretamente?

Nosotros poseemos una compleja estructura integrada por los cuerpos físico, emocional, mental y cuatro cuerpos espirituales. Dentro de esos cuatro cuerpos espirituales vamos a encontrar (en distintos planos) al alma y al espíritu. Alma y Espíritu no son sinónimos. El espíritu es lo más elevado que posee nuestra estructura. El alma, en cambio, posee mucha menor vibración que el espíritu, y lo refleja en su totalidad.

El alma refleja al espíritu, y la personalidad debería reflejar al alma. Esta es la secuencia de la armonía espiritual. Pero el problema es que esta secuencia es la que “debería” ocurrir.

Nuestra alma siempre refleja al espíritu y jamás hace lo contrario a los dictados que provienen de él. En cambio, nuestra personalidad, que debería reflejar de manera literal o textual a nuestra alma, ¡muchas veces no lo hace! Y es justamente esto lo que genera un punto de fricción entre la personalidad y el alma, que es muy difícil de encontrar y disolver. Y ya lo dice la primera ley de curación espiritual cuando enuncia que “toda enfermedad es el resultado de la inhibición de la vida del alma. Esto es verdad para todas las formas de todos los reinos…”.

Vemos entonces que cuando nuestra personalidad impide la libre expresión de nuestra alma, surge la fricción primordial que puede permanecer en su propio plano determinando un conflicto psicológico intra o interpersonal, o bien precipitar hasta el cuerpo físico, condicionando la aparición de una enfermedad física.

La tarea de re-descubrir esta separación o fricción entre nuestra personalidad y nuestra alma es ardua, y necesita de distintas herramientas para abordarla. Cuando un recurso no resultó eficaz, entonces habrá que buscar otro hasta encontrar aquel que nos brinde la llave para acceder al conocimiento y descubrimiento de esa fricción.

Otras veces, la fricción no proviene de nuestros errores personales e individuales, sino que está relacionada a un problema transgeneracional que nos incluye por pertenecer a ese grupo familiar particular. En este caso, y como estamos hablando de un grupo, deberíamos pensar en el concepto de un pensamiento colectivo, de una mente grupal, con su consiguiente inconsciente grupal también (al que Sara Levita denomina alma grupal), que determina a lo largo de generaciones el traspaso de información que no necesita ser verbal. Por el solo hecho de nacer en determinada familia, recibimos una “herencia” verbal y no verbal de toda su historia. Y justamente es esa historia no verbal de fricciones, la que es objeto de estudio en las constelaciones familiares.

Resulta importantísimo, entonces, que existan seres como la Lic. Sara Levita que prosigan con la investigación sobre la eficacia de técnicas como las Constelaciones Familiares para la resolución y cura de estos conflictos no resueltos de orden transgeneracional.

Lo invito a usted, amigo lector, a que estudie cada una de estas páginas que ilustran distintos casos donde se aplica esta técnica tan ampliamente utilizada en la actualidad.

*Médico Holístico.

Reconocimientos profesionales

“Elegí ser médico con el propósito de curar la enfermedad y ayudar a las personas a aliviar el sufrimiento. En el devenir de mi profesión, comprendí que en la mayoría de las consultas los síntomas y signos referidos por los pacientes eran expresiones físicas de trastornos emocionales subyacentes. Pero no fue hasta que llegó a mis manos el primer l

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