PRÓLOGO
por Santiago O'Donnell1
Si sos periodista lo tenés que leer, si no lo sos igual te va a gustar y te va a servir. Becerra y Lacunza escriben muy bien, con un lenguaje rico, denso, lleno de ideas. Al principio hay que ir despacio, prestando atención, pero después te enganchás, porque el libro funciona de espejo. A través de Wikileaks, la filtración más grande del mundo, miles y miles de cables de las embajadas estadounidenses, los autores te muestran lo que no te contaron los diarios. Y claro, lo que no te contaron son todos los negocios que tienen los diarios, los tipos a los que los diarios protegen porque les conviene, y cómo tapan todo con una puesta en escena y un discurso de “periodismo independiente.” Eso que vos ya sabés, pero no sabés cómo funciona, porque nadie te lo mostró porque los diarios no muestran eso. Historias divertidas y también muy importantes.
Como la de la oposición a Lula, que fue a llorar a la embajada porque O Globo no apoyaba al candidato de ellos. O sea, Serra, el de la derecha. ¿Cómo? ¿No era que los monopolios están con la derecha? Bueno, es más complicado y divertido, y ellos te lo explican. ¿Querés saber cuánto lobby metió Microsoft en Brasil para frenar el software libre y cómo le fue? Es una batalla que se repite en todo el planeta y que afecta tu futuro. Vos podés influir en esa disputa con acciones concretas, pero no hiciste nada porque no te enteraste porque los diarios no te lo cuentan, o te lo cuentan mal. Claro que cuando hablamos de diarios acá, es una forma de decir. Estamos hablando de los diarios, las radios, los canales de televisión y de los portales de internet que difunden información, de las grandes bocas que nos van contando la historia. Bocas de grandes conglomerados con múltiples tentáculos, que mutan, se enamoran, se pelean, se juntan para procrear y se canibalizan. Son como pulpos pero con bocas en la punta de los tentáculos, gritándote todas al unísono, pero desde distintos ángulos, lo que tenés que pensar. Así producen metamensaje para su consumidor, que venís a ser vos.
¿Querés saber por qué los yanquis, aunque los buscaron de los dos lados, no se metieron en la pelea por la ley de medios en la Argentina? ¿O qué dijeron los dueños del centenario diario La Nación cuando fueron a la Embajada de Estados Unidos a quejarse del gobierno? Acá te lo cuentan. El libro pregunta, te lleva a preguntar: ¿Por qué se quejan en la Embajada pero no lo cuentan en sus diarios? Tontos no somos. Ellos tampoco. ¿Entonces por qué no lo cuentan? Porque que los medios se han transformado en extremos, extremos de grandes corporaciones. Los pulpos han copado el espacio público con su metamensaje. Se pelean a gritos y ahogan las demás voces, las que intentan ocupar un espacio intermedio que ya no existe, o es cada vez más chiquito, ese espacio del ágora, del libre debate de las ideas y los principios al que tanta importancia le daban las primeras democracias.
Entonces no pueden contar. No por ellos, no por los dueños del diario, que al fin y al cabo solo son una boca. No pueden porque va en contra de los intereses políticos y económicos de la corporación, va en contra del metamensaje. País por país, este libro te muestra cómo los dueños de las bocas no cuentan que van a quejarse a la Embajada, no porque no sea importante o noticioso, sino porque queda mal. Debilita la imagen. Ayuda al adversario en la pelea. Por eso los “medios” (para mí extremos) cuentan cada vez menos. Por eso tenés que recurrir a libros piolas para enterarte. Porque una vez que tenés alguna idea de lo que está pasando, entonces podés empezar a preguntarte qué pensás al respecto y formarte una opinión. Si no te la forman los pulpos.
El tema de la televisación digital, un negocio multimillonario donde la transferencia de tecnología juega un papel clave, también ayuda a entender cómo se mueven las cosas en esta parte del mundo. Las embajadas empujaron la norma estadounidense en todo el continente, pero fracasaron. ¿Querés saber por qué todos los países de la región menos Colombia eligieron la norma japonesa? Leéte el capítulo de Brasil y te vas a enterar. ¿Querés saber por qué Colombia eligió la norma europea, a contrapelo de sus vecinos, en plena negociación con Estados Unidos para firmar un tratado de libre comercio? Buscalo en el capítulo colombiano.
Hay más historias. En Bolivia los medios viven quejándose del Gobierno en la Embajada. Reconocen que hay libertad de expresión, pero dicen que Evo Morales los presiona. Los norteamericanos, por otra parte, también se la pasan quejando. Pero no se quejan en los medios bolivianos porque no quieren provocar a Evo. Parece que para los empresarios de los medios está bien pedir ayuda a un Gobierno extranjero, siempre y cuando no se sepa. Y para los diplomáticos está bien criticar y escuchar quejas, pero también, siempre y cuando nadie pueda enterarse. Bueno, acá te enterás, que es lo que ellos no querían.
En Chile hay un cable jugoso que dice que ese país está lleno de pluralismo informativo, está lleno de diversidad, hay una prensa vibrante pero… los periodistas no cuentan mucho porque el chileno es por lo general tímido y retraído. Sin embargo nuestros autores no se quedan con la explicación de la Embajada. Señalan y demuestran que los periodistas chilenos contarán poco, no porque sean tímidos, sino porque Chile tiene la estructura de medios más concentrada de la región. La gran mayoría de los medios son afines al actual gobierno derechista de Sebastián Piñera, pero tampoco criticaron a los gobiernos socialdemócratas que lo precedieron, porque fue bajo esos gobiernos que se armó la estructura de medios en Chile. Suena complicado y contradictorio, pero explica mucho mejor lo que pasa con la información en ese país, que los balbuceos de psicología social que aparecen en los cables.
Otro capítulo fundamental de este libro se refiere a Venezuela. En ese país, explican los autores, la relación entre el Gobierno y los principales medios no oficialistas está muy empiojada porque algunos de esos medios y sus directivos alentaron y apoyaron un Golpe fallido en contra de Chávez en el 2002. Por su parte la Embajada considera que estos medios opositores son medios independientes. Además, según los cables citados en este libro, Estados Unidos financia una serie de proyectos e instituciones con el objetivo declarado de perjudicar al Gobierno chavista. Leyendo esto uno entiende mejor por qué Chávez se la pasa criticando a los grandes medios y acusando a Washington de querer voltearlo. El libro también te muestra lo que los autores denominan “artillería estatal”, el contraataque de Chávez para crear y cooptar su propio pulpo mediático a través del dinero y el poder del Estado. ¿Está bien que Chávez haga eso? ¿Está bien que los medios sean actores políticos y apoyen Golpes? ¿El canal de aire RCTV es un medio periodístico independiente que fue cerrado por Chávez en un acto de censura, o se trata de un canal golpista al que se le venció la licencia? Eso lo decidís vos. Acá te la cuentan, bien, con todos los detalles, para que vos decidas.
Tras recorrer los distintos países del continente los autores concluyen que las embajadas estadounidenses ya no hacen campañas en contra de los gobiernos a través de la prensa, como sí lo habían hecho en el Chile de la época de Allende. Más bien han tendido a moderar a los empresarios y periodistas que visitaron las embajadas, con el argumento de no provocar represalias. En los cables de Venezuela los diplomáticos todo el tiempo se están agarrando la cabeza por las barbaridades que dicen los medios opositores, incluyendo incitaciones abiertas al golpismo. Y cuando viene la respuesta chavista, la Embajada no sale a defender a los medios opositores, sino que escribe en los cables que ese rol le corresponde a las ONG que ellos discretamente financian. O sea, la Embajada defiende a los medios opositores en Venezuela, pero no quiere que te enteres.
El capítulo mexicano habla mucho del magnate de las telecomunicaciones Carlos Slim, el dueño de Telmex, uno de los hombres más ricos del mundo, y del imperio audiovisual Televisa de la familia Azcárraga. Habla de las prácticas monopólicas de estos grupos, que a los diplomáticos estadounidenses les parecen un horror; de las peleas entre ellos por el control del triple play y de cómo influyen sobre los políticos de todos los partidos, tanto en el Congreso como en la Casa de Gobierno.
Los demás capítulos también están llenos de perlas. Becerra y Lacunza incluyeron un capítulo sobre Honduras porque justo hubo un Golpe ahí hace poco, en 2009, y tanto la Embajada como los medios jugaron un rol clave para que pudiera llevarse adelante. La Embajada, cuenta el libro, se la pasó criticando al presidente democrático, Zelaya, igual que los medios tradicionales muy vinculados en Honduras a una pequeña elite. Pero cuando el Golpe llegó, la Embajada se despegó y hasta parecía en los cables que se ponía del lado de Zelaya, aunque al final Estados Unidos permitió que el golpe se consumara. Los principales empresarios de los medios hondureños no fueron tan ambiguos. Según la Embajada, formaron parte del núcleo duro de los golpistas.
En Ecuador tenés una pelea entre el presidente Correa y los medios opositores que se viene calentando cada vez más. ¿Y qué dijeron los estadounidenses de Correa? ¿Y que dijeron los medios del intento de Golpe que sufrió el presidente ecuatoriano en septiembre del 2010? Podés imaginártelo pero no hace falta porque está todo en este libro. Como lo de Humala en Perú. Mientras algunos medios peruanos, especialmente el grupo El Comercio, le hacían la vida imposible al hoy presidente peruano, ¿qué hacía, qué decía la Embajada?
Es importante saber todo esto porque habla del rol de Estados Unidos y de los grupos mediáticos en nuestra región. El libro no refiere exclusivamente a los cables de Wikileaks, aunque pivotee alrededor de estos documentos. El relato se completa con un mapa de medios muy detallado de cada país y con una síntesis de lo que venía pasando en la política y la economía de cada lugar mientras los diplomáticos estadounidenses escribían sus cables.
Así podés ver y contrastar los dos lados del espejo: lo que es y lo que se refleja. Y vas a ver que lo que es se parece bastante a lo que se refleja, pero cuando te acercás y tocás el vidrio, te das cuenta de que la imagen es una cosa y la realidad, otra bien distinta. Y aunque muchos mienten, no hace falta. Para deformar la imagen de la realidad alcanza con iluminar un poquito más por acá, opacar un poco por allá, cambiar el foco, cerrar el cuadro. Por eso nos la pasamos tratando de entender cómo se construye la imagen, el relato, el metamensaje. Porque queremos saber. Y Becerra y Lacunza nos lo cuentan.
1. Santiago O'Donnell es autor de ArgenLeaks: los cables de Wikileaks sobre la Argentina de la A a la Z, Sudamericana, 2011. Se desempeña como editor jefe y columnista de la sección “El Mundo” del diario Página 12.
PARTE I
Una pintura sobre las elites políticas y mediáticas latinoamericanas
INTRODUCCIÓN
Han pasado un año y varios meses desde que se disparó la megafiltración de más de 250 mil cables intercambiados entre el Departamento de Estado norteamericano y sus embajadas en todo el mundo.
Los textos puestos al descubierto por la organización WikiLeaks motivaron crisis de gobiernos, renuncias de ministros, expulsiones de embajadores y tropiezos finales para la carrera de muchos personajes públicos. Algunos árabes encontraron en los documentos desclasificados más motivos para salir a las calles a pelear por cambios en el régimen político. Deberá pasar mucha agua bajo el puente para que ciertos lazos, ya sea entre países, figurones o figuritas de la política internacional, vuelvan a ser lo que fueron.
Como los despachos diplomáticos se concentran especialmente en el lapso 2004-2009, el material liberado brinda una magnífica oportunidad para analizar la perspectiva que, desde Estados Unidos, se construye sobre la novedosa y heterogénea realidad política y económica de América Latina. Queda expuesta una trama irresistible a ser contada, pese a lo cual, algunos diques vinculados a los medios de comunicación han resistido el aluvión de información con extraordinaria eficacia.
La navegación sobre los 32.000 despachos diplomáticos originados en ciudades latinoamericanas ilumina la actuación de empresarios periodísticos, funcionarios encargados de fijar políticas de comunicación y cronistas, y el abordaje que de ellos hace el Departamento de Estado. El contraste con lo publicado sobre WikiLeaks por importantes medios latinoamericanos termina de pintar un fresco sobre las elites políticas y económicas, sus ideas e intereses, que es difícil hallar de forma integral en estudios académicos más sistemáticos.
WikiLeaks funciona desde 2007 y se define como una organización sin ánimo de lucro dedicada a difundir noticias e información de carácter sensible al público: “Proveemos un modo innovador, seguro y anónimo para que fuentes independientes alrededor del mundo filtren información a nuestros periodistas”. Esta información es colocada en su portal en internet o en sitios espejo. En cinco años, el grupo de Assange difundió cerca de un millón y medio de documentos secretos de gobiernos, la mayoría de ellos de la esfera de la Casa Blanca.
En el caso latinoamericano, la filtración de “los papeles del Departamento de Estado”, como se conoció a la tanda liberada en noviembre de 2010, reúne elementos ideales en cuanto a su noticiabilidad. La trama refiere al Gobierno más poderoso del planeta, pero al mismo tiempo involucra a los políticos y dirigencias locales, proveyéndoles así el imprescindible ingrediente de proximidad que reclaman los manuales de la noticia; combina pasado y presente, aludiendo a hechos de la historia reciente que, en muchos casos, repercuten en la actualidad; amenaza con socavar los cimientos de algunas viejas certezas del oficio periodístico, como la necesidad de intermediación profesional para la difusión de información, pero no alcanza a quebrarlas; remite ingeniosamente al imaginario tecnológico digital, con su secuela fetichista que consiste en proyectar sobre la sociedad el funcionamiento reticular de Internet, como si la sociedad fuese una “sociedad-red” y, en consecuencia, induce a muchos a inferir que la conexión equivale a participación y la difusión de la verdad a conocimiento público; repone desde un lugar novedoso la compleja discusión sobre el rol de los grandes grupos de comunicación, sus diversos intereses económicos y sus sesgos y juicios editoriales.
Claro que todos esos ribetes combinados también afectan los intereses de grandes grupos económicos y de líderes políticos, lo que en la práctica sesgó la difusión masiva de los cables estadounidenses hacia los aspectos más espectaculares, pero no necesariamente más incómodos para la imagen pública de los líderes políticos o para el interés corporativo de los medios.
Con su indiscreción, la organización de Julian Assange atizó un debate histórico, pero que venía alcanzando un voltaje inusitado en América Latina. ¿Quién informa? ¿Con qué criterio? ¿Con qué intereses? Y, sobre todo, ¿qué se oculta?
Más a la derecha o a la izquierda, con mayor o menor rigor, muchos medios han sido vehículo de la filtración que disparó el indiscreto australiano, pero en contadísimas excepciones, esas mismas organizaciones periodísticas se atrevieron a publicar documentos diplomáticos que pudieran perjudicarlas, o menos aún, que tan solo aludieran a ellas.
En ciertos países, hasta septiembre de 2011, cuando Wiki-Leaks facilitó su base de datos para todo el mundo a través de servidores públicos en internet, algunos medios privilegiados tuvieron en exclusividad los textos diplomáticos y fueron abriendo la canilla según les dictaba su conciencia o sus alianzas. En otros casos, la divulgación alcanzó mayor riqueza al involucrar a más de un diario, revista o sitio web.
Para dar a conocer los 251.287 cables del Departamento de Estado a los que accedió y dio difusión, WikiLeaks eligió, en una primera instancia, a cinco medios entre los más renombrados del mundo desarrollado, y que a su vez cubrieran los idiomas más difundidos en los países occidentales.
En el plano ideológico, los aliados de Julian Assange fueron periódicos ubicados en la franja del centro liberal hacia la centroizquierda moderada. Se repartieron el botín cuatro medios europeos y uno norteamericano: los matutinos The Guardian, del Reino Unido; El País, de España; y The New York Times, de EE.UU.; más el vespertino Le Monde, de Francia; y la revista Der Spiegel, de Alemania.
Si bien ninguno de ellos enarbola una identificación partidaria explícita, los europeos, a excepción del semanario centrista alemán, tienen ostensible afinidad de pensamiento con la corriente socialdemócrata; en tanto que The New York Times suele pronunciarse a favor del Partido Demócrata en las elecciones presidenciales.
La asociación con estos diarios permitió a WikiLeaks maximizar la difusión de la megafiltración a niveles que no hubieran tenido lugar sin la transferencia de prestigio editorial, oficio periodístico y credibilidad en la comunidad de profesionales y lectores, que reprodujeron en otros medios la información. Así, en lugar de reemplazo tecnológico, fue la colaboración entre el uso de internet como sinónimo de velocidad y de manejo de gigantescos volúmenes de datos, y los viejos medios con sus competencias editoriales y sus rutinas secuenciales, la que se conjugó como estrategia de alto impacto.
La filtración demuestra así que el mundo digital, previsto como relevo de los medios tradicionales, necesita nutrirse de la credibilidad y el oficio editorial de los grandes periódicos para alcanzar impacto público. Pero la alianza entre lo viejo y lo nuevo, atravesada por intereses corporativos, no es serena.
En efecto, la asociación entre WikiLeaks y los cinco grandes periódicos podría leerse como un peculiar pacto fáustico en el que lo viejo y lo nuevo se alternan en el rol de Fausto y Mefistófeles, y los dos creen compensar sus riesgos con los beneficios del acuerdo. En la versión de Assange, la asociación permitió desplegar una estrategia promocional sin mácula para el alma de su ONG, que necesitaba de una cobertura institucional mayor dada la magnitud de los documentos a difundir; para los medios asociados, se trató de reponer el lugar de la edición periodística para ordenar el desconcierto que promueven los torrentes de bytes digitales.
Corresponde decir que la tarea de ambos (WikiLeaks y las empresas periodísticas) fue facilitada por la óptima factura estilística de muchos de los cables, con lo que la diplomacia estadounidense (vapuleada por su insegura red de comunicación interna) exhibe, gracias a la filtración, competencias como capacidad de síntesis, identificación de fuentes, fina ironía y suficiencia redactora; cualidades que no son tan frecuentes, por ejemplo, en el campo del periodismo.
En febrero de 2011, la luna de miel entre Assange y sus primeros socios mediáticos se terminó. La causa de la ruptura revela hasta qué punto las viejas industrias culturales, como en la fábula del escorpión y la rana, llevan en “su naturaleza” la traición de sus ídolos cuando resulta un buen negocio priorizar la venta de “su” historia, aun cuando esta incluya la divulgación de cuestiones agraviantes para el personaje.
The Guardian Media Group, editor del diario The Guardian, anunció la publicación del libro Wikileaks - Julian Assange’s War on Secrecy, que ventila discusiones entre el megahacker y los editores del diario y describe a un Assange vacilante entre convertirse en un luchador por la libertad de información o en un delincuente sexual. Tras el anuncio del libro, el australiano rompió el acuerdo de exclusividad con su socio londinense y, despechado, cerró trato con el conservador Daily Telegraph. Por supuesto, la temprana ruptura de la sociedad no solo ilustra sobre la “naturaleza” de las industrias culturales, sino que se convierte en toda una moraleja acerca de qué tan consecuente con los principios políticos puede ser el discurso de la transparencia metaideológica.
El caso WikiLeaks demuestra, pues, que la profecía sobre la muerte del periodismo analógico, estructurado por la edición de noticias en diarios, luego amplificadas por radio e instaladas como imágenes por la televisión, está lejos de cumplirse. Si bien es cierto que en términos absolutos el mercado mundial de venta de periódicos disminuye año tras año, con excepciones significativas en países densamente poblados y crecimiento macroeconómico como China, India o Brasil, la influencia de la prensa es reivindicada en todos los estudios contemporáneos sobre construcción de agenda y liderazgo de opinión.
WikiLeaks precisó aliarse con las mencionadas corporaciones periodísticas y este pacto tuvo costo en la independencia editorial. Un ejemplo evidente fue la selección de cables que presentó en los primeros diez días de la megafiltración el diario español El País, del grupo Prisa, con intereses económicos en varios países de América Latina en empresas editoriales, radios, TV y prensa, como lo ilustran los capítulos de este libro referidos a Argentina, Bolivia, Chile, México o Colombia1.
El lógico privilegio idiomático que correspondió al diario madrileño en la difusión del dossier latinoamericano no evitó que otros de los medios europeos asociados a Assange detectaran y difundieran algunos de los despachos más impactantes, por ejemplo, referidos a la Argentina2.
Los cinco primeros socios de WikiLeaks, los relevos que fueron hallando entre su competencia periodística así como su réplica por parte de muchos otros medios de comunicación, operaron como megaeditores que ampliaron y resignificaron en un mismo movimiento el impacto de la desclasificación.
De hecho, WikiLeaks decidió liberar la totalidad de los cables en septiembre de 2011, tras evaluar que las empresas periodísticas que intermediaban entre las audiencias y los datos realizaban un filtrado intencional, y no siempre representativo del contenido, en sus ediciones. Aún así, pese a la liberación de todos los textos, valiosa información que atañe a las industrias periodísticas y de las telecomunicaciones siguió topándose con el dique de los medios, no solo de los grandes.
Un comunicado conjunto de The Guardian, The New York Times, Der Spiegel, Le Monde y El País del 2 de septiembre de 2011 se refirió a la ruptura con WikiLeaks: “Lamentamos la decisión tomada por WikiLeaks de publicar sin editar los cables del Departamento de Estado de Estados Unidos, una acción que podría poner en peligro a las fuentes que en ellos aparecen citadas. Nuestras relaciones anteriores se basaron en la premisa de que solo publicaríamos cables sujetos a una edición conjunta e integral y a un proceso de autorización”3.
Es decir, el acuerdo entre esos medios y WikiLeaks había implicado un umbral sobre hasta qué punto sería conocido el contenido de los documentos. Fijado el techo de la “información sensible”, cada uno aplicó su criterio editorial.
Durante diciembre de 2010 y enero de 2011, los periódicos del hemisferio norte elegidos por el grupo de Assange impactaron en la agenda noticiosa global con un poder para capitalizar las primicias que fue envidiado por el resto de las redacciones del mundo. Los diarios de América Latina, a excepción de Brasil, solo pudieron dedicarse a editar lo ya editado o, en el mejor de los casos, a bucear algo novedoso en los despachos que se iban liberando y que los cinco grandes no habían considerado noticiable, o que habían disimulado ex profeso. Tal dinámica dio lugar a que, en países en los que predomina una lógica política-mediática más bien binaria, tuviera lugar un sesgo indisimulado en la difusión de las wikiesquirlas.
Este libro, centrado en la relación entre medios y política en América Latina a través del prisma excepcional que ofrece la Embajada, reúne un material cuya lectura resulta imprescindible para comprender los cambios y las continuidades de la política y la economía en la América Latina del siglo XXI. Justamente, el eje de las transformaciones en curso combina novedades en materia de economía política y también, de regulación del mercado de la comunicación, junto a la creciente importancia de la convergencia entre medios, telefonía y transmisión de datos, botín que destaca en los intereses de Estados Unidos por tratarse de negocios muy lucrativos que, a la vez, incluyen una dimensión cultural y geopolítica.
Al analizar los despachos de las embajadas estadounidenses en América Latina, se constata la circularidad que existe entre medios de comunicación y política: la diplomacia norteamericana se sirve del testimonio de un arco llamativamente amplio de periodistas y políticos en reuniones reservadas como fuente noticiosa, y a su vez constituye una de las más calificadas fuentes del periodismo. Al mismo tiempo, los diplomáticos citan la publicación de noticias en los medios, noticias que ellos mismos en algunos casos motivaron como fuente informativa, para evitar que los cables sean puramente subjetivos. Aunque como se ve, se trata en muchos casos de una subjetividad tercerizada.
Los roles se alternan y se confunden: los medios de comunicación y los políticos o diplomáticos pueden ser fuente y recolector de información indistintamente, retroalimentando las versiones que se originan en esos círculos herméticos. En términos de eficacia sistémica, el margen de error en la validez de la información que circula es muy alto por la endogamia que practican los agentes protagonistas.
Los cables de las embajadas en América Latina fueron recibidos por una quincena de medios. No obstante, hay despachos que ningún medio de comunicación publicó, como bien testimonia el libro ArgenLeaks, de Santiago O'Donnell4.
El trabajo de O’Donnell, como otras ediciones sobre WikiLeaks en el mundo5, es testimonio de que la labor editorial sigue siendo fundamental para permitir el acceso de la sociedad a la información, porque el acceso a un océano de cables liberados por WikiLeaks es arduo y requiere de criterios de búsqueda, selección, asociación y contexto.
El presente libro está estructurado en cinco partes. La primera, introductoria, presenta en este capítulo el marco en que se produjo la filtración y analiza sus potencialidades, y en el siguiente, las diferentes formas en que los textos del Departamento de Estado fueron encontrando sus puertos de llegada en los medios de la región, a partir de enero de 2011.
La segunda parte está dedicada en exclusividad al dossier argentino, que presenta varias singularidades en el contexto regional e importante información que permaneció inédita hasta la publicación de este libro6.
En primer lugar, los textos de WikiLeaks confirman que para la Casa Blanca, Argentina no se inscribe en ninguno de los dos grandes ejes que estructuran su relación con América Latina, sean enemigos chavistas/populistas, o amigos promercado.
Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner no le han garantizado tranquilidad a EE.UU. ni han activado los instintos defensivos u ofensivos más primarios del Departamento de Estado. En todo caso, la lectura de la carpeta argentina deja claro que Washington prefiere no hacer olas que exacerben un conflicto y que existen más áreas de cooperación que las que ambas partes admiten en público. En esto, la política exterior de Washington con la Argentina se asemeja a la que aplica hacia Brasil.
Un segundo factor que marca la particularidad del caso argentino vino dado por la legislación de medios. El proceso de sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual nº 26.522 sacudió la agenda de la Embajada y obligó a sus funcionarios a un análisis que, por momentos, logró alejarse de proclamas binarias. En líneas generales, los empresarios de medios, periodistas, editores, columnistas líderes de opinión y políticos golpearon la puerta de la delegación norteamericana para discutir, hacer lobby, pedir auxilio y reclamar sobre la regulación mediática. Los cables diplomáticos lo cuentan con un detalle que no se registra en ningún otro país de la región. Muchos visitantes de la sede norteamericana en el barrio de Palermo se victimizaron pero, en ocasiones, la Embajada relativizó la gravedad de lo escuchado y ensayó largas (a veces lúcidas) explicaciones del contexto.
El análisis de los cables revela, además, que la Embajada en Buenos Aires no solo no operó políticamente contra la llamada ley de medios sino que articuló con altos funcionarios gubernamentales parte de su contenido para que no fuese contrario a los intereses de las empresas de medios estadounidenses.
La tercera parte del libro refiere a países de la región con los que Estados Unidos cultiva una relación privilegiada y que, por ello mismo, abordan el vínculo con el sistema de medios con un perfil mucho más bajo. Son gobiernos con intereses convergentes o amigos de los empresarios mediáticos y de la Embajada. Chile y Perú (con el incentivo de desactivar una amenaza “chavista”) se destacan al respecto. En Colombia, el alumno más disciplinado, sobre todo durante las presidencias de Álvaro Uribe Vélez (2002-2006 y 2006-2010), la representación norteamericana funcionó como una suerte de confesionario, en el que distintas voces oficiales saldaban sus disputas con el arbitraje de la diplomacia estadounidense, que ofició de tutora durante el último decenio en aquella república vecina de Venezuela y Ecuador. En todos estos casos sobresale un abordaje de los respectivos sistemas de medios desprovisto de intención crítica. Se da, en los países mencionados, un nivel de concentración poco edificante para una democracia, amén de otras severas disfuncionalidades como la endogamia entre propietarios de medios y la conducción política del país, pero rara vez las embajadas en cuestión tienen ojos para dar cuenta de ello. A los “amigos” no se los critica.
La cuarta parte cubre los países en los que existen gobiernos a los que la óptica del Departamento de Estado ve irremediablemente hostiles: Venezuela, Bolivia y Ecuador. También se incluye a Honduras, donde la posición de la Embajada durante el Golpe de Estado que desalojó de la Presidencia a Manuel Zelaya el 28 de junio de 2009 confirma que, en determinadas circunstancias, la diplomacia estadounidense ha sido menos agresiva, más contemporizadora, y desde luego que prefiere opciones menos radicales que las elites locales cuando se hallan frente a gobiernos democráticos de signo populista, nacionalista o izquierdista. No obstante, las embajadas de EE.UU. que en los países “amigos” funcionan como polea de transmisión de mensajes entre fracciones de las elites, en los “hostiles” articulan a la disidencia e incluso intentan seducir a sectores de los propios gobiernos, para quebrarlos. Los cables filtrados por la organización de Julian Assange demuestran que las embajadas estadounidenses, por ejemplo, en Tegucigalpa y Caracas, no siempre midieron bien las consecuencias de coordinar estrategias con ciertos aliados mediáticos. La fábula de la rana y el escorpión que apareció en el frustrado pacto entre los grandes medios y WikiLeaks vuelve a asomar con las delegaciones norteamericanas como compañeras de viaje de organizaciones periodísticas que juegan a todo o nada contra gobiernos adversos. Los textos desclasificados lo cuentan con tal crudeza que parece un sincericidio.
Por último, la quinta parte refiere a Brasil y México, dos países que por su envergadura política, económica y demográfica, y también por su ubicación, sobresalen en el escenario latinoamericano, aunque con realidades muy distintas. México, en su calidad de vecino y socio (en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte), a la vez que el mercado hispanohablante más grande del mundo. La agenda revelada por WikiLeaks permite indagar en el abordaje norteamericano sobre las migraciones, el narcotráfico, la concentración económica en muy pocas familias (hasta un nivel que llega a irritar a la Embajada) y una corrupción estructural que horada la acción de gobiernos que desde la última década del siglo XX son aliados puros de EE.UU. Las agrias descripciones que realiza la Embajada estadounidense sobre la concentración en el negocio de las telecomunicaciones y la irrestricta capacidad de lobby de los principales actores mexicanos gracias a la protección estatal y, en particular, judicial, podrían llegar a entusiasmar a muchas de las voces latinoamericanas más críticas del establishment.
En cuanto a Brasil, su liderazgo que desborda los contornos regionales para disputar espacios a nivel planetario, y las contradicciones propias de formaciones gubernamentales lideradas por cuadros de izquierda que promueven reformas capitalistas de carácter inclusivo, obligan al Departamento de Estado a actuar con una delicadeza extrema. Los negocios e intereses estadounidenses en una economía pujante como la brasileña orientan buena parte de la labor de los diplomáticos de la Embajada y explican el alto perfil que ostentaron los distintos embajadores en Brasilia. En Brasil, al igual que en la Argentina, existen destacados periodistas, editores y columnistas políticos que nutren el diagnóstico de los diplomáticos estadounidenses con frecuentes visitas a la Embajada en las que no ahorran una perspectiva corrosiva sobre los gobiernos caracterizados como “populistas”.
Ambas potencias del mundo “emergente” requieren una pluma precisa en las respectivas embajadas para abordar la dimensión social, política y económica de los principales grupos de las telecomunicaciones de América Latina (Televisa, Telmex y Globo).
1. Entre los activos del Grupo Prisa se encuentra la editorial Santillana, una de las principales de Iberoamérica en textos escolares. Otros de sus sellos editoriales son Aguilar y Alfaguara. Prisa también es propietaria de los diarios españoles El País (generalista), Cinco Días (económico) y As (deportivo); las revistas españolas Cinemanía y Rolling Stone, y la portuguesa Lux. Posee 15 por ciento de las acciones del vespertino francés Le Monde y mantiene una alianza con el matutino mexicano El Economista y el argentino La Nación. En cuanto a radios, maneja, entre otras emisoras, las españolas Cadena Ser, Los 40 principales, Cadena Dial, Radiolé, Máxima FM y M80. Fuera de España, el grupo es dueño de Radio Caracol, W y Bésame (Colombia); ADN, Pudahuel y Corazón (Chile); Radiópolis (junto a Televisa), W, Kebuena y Bésame (México); Continental (Argentina); ADN (Costa Rica); Panamá (Panamá); W y Caracol (EE.UU.); Los 40 principales (Ecuador); y Comercial, Cidade y M80 (Portugal). Prisa también declara la propiedad de 250 páginas de Internet. También tiene en su cartera los canales de TV Vime (EE.UU.), TVI (Portugal) y TVI24 (Portugal, noticias). En Bolivia, el grupo vendió los diarios La Razón (La Paz) y Nuevo Día (Santa Cruz de la Sierra), y el canal de TV ATB. En 2010, a raíz de una deuda exorbitante que llegó a superar los 5.000 millones de euros, Prisa debió desprenderse de activos e incorporar al fondo de inversión Liberty Acquisition Holdings. Mediaset, de Silvio Berlusconi accionista mayoritario del canal Telecinco, absorbió en 2010 el canal de TV Cuatro y pasó a ser accionista, junto a Telefónica y Prisa, del servicio de TV paga Digital Plus con Canal + Liga que ofrece partidos de fútbol español.
2. Por caso, en la primera oleada del dossier argentino, uno de los despachos más ricos, tanto por su contenido como por la ornamentación de los diálogos transcriptos, fue el de las confesiones de Sergio Massa, cuando todavía era jefe de Gabinete del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, en una comida con la embajadora Vilma Socorro Martínez, que salió a la luz en el diario Le Monde el 29 de noviembre de 2010.
3. El País (2011), “Wikileaks anuncia la publicación de todos sus cables diplomáticos sin proteger a sus fuentes”, edición del 2 de septiembre, disponible en http://www.elpais.com/articulo/internacional/Wikileaks/anuncia/publicacion/todos/cables/diplomaticos/proteger/fuentes/elpepuint/20110902elpepuint_3/Tes
4. O'Donnell, Santiago (2011), ArgenLeaks: Los cables de WikiLeaks sobre la Argentina, de la A a la Z, Sudamericana, Buenos Aires.
5. Ver por ejemplo el libro de Bergareche Borja (2011), Wikileaks confidencial, 800 Books, Madrid.
6. Algunos cables referidos a Argentina incluidos en el capítulo correspondiente son inéditos. Otros fueron divulgados o mencionados en el libro de O’Donnell y en los diarios El País, Página 12 y La Nación (los medios qu
