Torres de Malory 2. Segundo curso

Enid Blyton

Fragmento

1. Vuelta a Torres de Malory

Vuelta a Torres de Malory

—¡Me lo he pasado genial estas vacaciones! —exclamó Darrell mientras subía al coche de su padre, impaciente por emprender el viaje de vuelta a su colegio—. Pero me alegro de poder volver a la escuela. ¡Ya hace ocho semanas que me fui de allí!

—¡Vaya…! ¡Parece realmente terrible! —opinó su padre—. ¿Viene tu madre o doy un bocinazo? Es increíble que sea siempre yo el primero en estar listo. Ah, mira, ¡ahí está!

La señora Rivers bajó apresuradamente los escalones.

—Oh, cariño, ¿llevas mucho rato esperando? —preguntó—. El teléfono se ha puesto a sonar en el último minuto. Era la madre de Sally Hope, Darrell. Quería saber a qué hora pasaríamos a recoger a Sally.

Sally Hope era la mejor amiga de Darrell. El señor Rivers, el padre de Darrell, iba a llevar a las dos niñas a Torres de Malory, el internado de Cornualles donde ambas estudiaban. Tenían que salir muy temprano para poder estar allí al anochecer, y Sally iba a ir con ellos.

—Me sabe mal dejaros, pero ¡me muero de ganas de volver a la escuela! —exclamó Darrell—. Este será mi segundo curso en Torres de Malory, mamá… ¡Segundo! ¡No es ninguna tontería!

—Bueno, ya tienes trece años, cariño. Ya no estarás en el curso de las pequeñas —observó su madre acomodándose en el asiento del copiloto—. Ahora mirarás a las de primero por encima del hombro, ¿verdad? ¡Te parecerán bebés!

—Supongo que sí —reconoció Darrell, echándose a reír—. Bueno, las de tercero nos miran así a nosotras… y así todas nos mantenemos en nuestro lugar.

—¡Mira, tu hermanita te dice adiós con la mano! —observó su padre mientras el coche descendía por el camino de grava—. Te echará de menos, Darrell.

Darrell agitó el brazo frenéticamente.

—¡Adiós, Felicity! —gritó—. ¡Algún día tú también irás a Torres de Malory, y haremos este viaje juntas!

El coche abandonó el camino y se incorporó a la carretera. Darrell contempló su casa una última vez. No volvería a verla hasta al cabo de tres meses. Se sintió algo triste. Pero era una niña sensata y, en lugar de dejarse llevar por las emociones, concentró sus pensamientos en Torres de Malory y enseguida se sintió mejor. Después de su primer curso, había acabado cogiéndole mucho cariño a la escuela, y estaba muy orgullosa de formar parte de ella. Llevaba a sus espaldas varios meses con la señorita Potts y tenía todo el curso de segundo por delante.

Al cabo de una hora, llegaron a casa de Sally. La niña los estaba esperando fuera, con la maleta de la escuela y la bolsa de viaje a sus pies. Su madre estaba junto a ella y, en el otro lado, agarrándose con fuerza de la mano de Sally, había una niña de unos dieciocho meses.

—¡Hola, Sally! ¡Hola, Daffy! —gritó Darrell, emocionada—. ¡Qué bien, ya estás lista!

Colocaron la maleta de Sally en el maletero del coche, junto a la de Darrell. La bolsa de viaje la ataron con una correa en el portaequipajes y el palo de lacrosse de Sally lo encajaron como pudieron entre los demás bultos. Luego Sally entró en el coche.

—¡Yo también quiero ir! —gimió Daffy con los ojos anegados en lágrimas al ver que su querida Sally estaba a punto de partir.

—¡Adiós, mamá! ¡Te escribiré en cuanto pueda! —dijo Sally—. Adiós, mi querida Daffy.

El coche arrancó de nuevo, y Daffy empezó a berrear. Sally parecía disgustada.

—No soporto tener que separarme de mi madre —musitó—, y ahora tampoco soporto separarme de Daffy. Es un encanto: ya se pasea por todas partes, y habla la mar de bien.

—¿Te acuerdas de lo mucho que la odiabas cuando aún era un bebé? —le recordó Darrell—. Seguro que ahora no podrías vivir sin ella. Es genial tener una hermana.

—Sí, me porté muy mal con ella —reconoció Sally, recordando—. El primer trimestre en Torres de Malory lo pasé fatal… Me sentía tan mal. Estaba convencida de que me habían mandado al internado para alejarme de casa y hacerle sitio a Daffy, mi nueva hermana. Y a ti tampoco te soportaba… ¿Verdad que es curioso?

—Y ahora eres mi mejor amiga —comentó Darrell con una sonrisa—. Oye, Sally, ¿quién crees que será la responsable del segundo curso este trimestre? Katherine está en tercero, así que no podrá ser ella. Tendrá que ser otra.

—Tal vez Alicia —opinó Sally—. Creo que es de las mayores.

—Sí, pero ¿crees que sería una buena responsable de curso? —preguntó Darrell con aire dudoso—. Es muy inteligente, y saca buenas notas en todo, pero ¿no te parece que hace demasiadas tonterías?

—Puede que dejara de hacerlas si fuera responsable del curso —observó Sally—. Creo que lo que Alicia necesita es asumir alguna responsabilidad. No quiere comprometerse a nada. El último trimestre le pidieron que se encargara de dirigir las excursiones de la clase de naturales, y se negó. Además, se me ocurre otro motivo por el que no sería una buena responsable de curso.

—¿Cuál? —preguntó Darrell, encantada de charlar sobre sus antiguas compañeras de clase.

—¡Pues que no es lo bastante comprensiva con las demás! —repuso Sally—. No se molestaría en ayudar a alguien que se encontrara en apuros, ni en ser amable con las demás: se limitaría a dar órdenes a diestro y siniestro y a esperar que se cumplieran, eso es todo… Pero todas buscamos algo más en una responsable de curso, ¿verdad?

—Supongo que sí. Entonces ¿quién crees que tiene las cualidades para ser la responsable? —quiso saber Darrell—. ¿Qué me dices de ti? Enseguida calas a las personas, y siempre te ocupas de la gente cuando tiene problemas. Y eres muy… muy juiciosa. No pierdes los estribos como me ocurre a mí, ni te dejas llevar por las emociones cuando te entusiasmas por algo. Me encantaría que fueras tú.

—Pues a mí no me gustaría serlo —replicó Sally—. Además, no creo que tenga ninguna oportunidad. Creo que la encargada de curso deberías ser tú, de verdad que sí: todas te quieren y confían en ti.

Por un momento, Darrell dejó volar su imaginación y pensó en la posibilidad de salir elegida. Era verdad: la mayoría de las niñas, salvo una o dos, la querían y confiaban en ella.

—Pero a veces no puedo controlar mi mal genio —reconoció con pesar—. Recuerda cómo me enfurecí con Marigold cuando se confundió y me riñó por una falta que no había cometido. Es verdad que yo no sabía que se había confundido, pero me puse a gritarle como una loca, arrojé la raqueta al suelo y me largué. No entiendo cómo pude comportarme así.

—Ese día hacía un sol de justicia, Darrell —la reconfortó Sa

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