La maestra

Victoria Bayona

Fragmento

La maestra

—¿Qué tal el primer día? —María, una de las amigas de mamá, me prepara la leche.

—Bien, pero la maestra es rara.

—¿Como qué?

—Tiene ojos de loca.

Se ríe. Mamá entra a la cocina con Sofía en brazos. Sofía es mi hermanita de dos años.

—¿Querés una tostada o estás bien con las galletitas?

—Una tostada, porfa.

María es alta, buena. Las amigas de mamá siempre están en casa. Creo que para dar una mano, porque papá trabaja mucho. A veces llega cuando estamos ya durmiendo y se va tan temprano que ni lo vemos. Las tías —así llamamos a las amigas de mamá— son cinco. Eran compañeras del secundario. Ahora son familia, insisten. María me entrega mi tostada con manteca. Es la madrina de Sofi. Después está la tía Elena, que vive en La Pampa y no la vemos mucho, pero cuando viene nos trae regalos. La tía Carla también vive lejos. En el sur. La vamos a visitar en vacaciones y jugamos con sus hijos, que son un poco salvajes porque viven en medio de la naturaleza. Y quedan la tía Sol, que es la madrina de Cata, mi hermana mayor, y Violeta, que es mi madrina. Igual mamá nos dice que las madrinas son madrinas de todos. Que la que está de turno ocupa el puesto. Mis hermanas hacen un escándalo bárbaro cuando alguna de sus madrinas falta. La mía está casi siempre porque es la única soltera y vive acá cerquita.

—Francisco dice que la maestra tiene cara de loca —le comenta María a mi mamá.

—¡Pobre! Debe haber tenido cara de loca por tener que empezar las clases. —Mi mamá es directora de una escuela, sabe lo que dice.

—No, ma. En serio. Esta señorita es rara.

—Todas las maestras son raras, gordo. Yo me incluyo.

Suena el portero.

—¡Subo! —se escucha una voz al otro lado del tubo. Es mi madrina.

Violeta tiene rulos. Rulos lindos, no como los de Sabrina. Vive acelerada. Entra y deja cinco bolsas en una de las sillas. Me revuelve el pelo y se saluda con María y con mamá. Sabe que me molesta que me den besos. La quiero por eso, porque no me obliga a que la salude. Me revuelve el pelo y con eso basta. Nosotros nos entendemos.

Cata llega corriendo con un papel en la mano.

—¿Ni siquiera me vas a saludar? —la reta mi madrina.

Cata le da un beso, se le cuelga.

—¿Qué querés? —le pregunta Violeta agarrando la hoja.

—Quiero que me dibujes esto —le da una página de revista.

—¿Y este quién es?

—¡¿Cómo “quién es”?!

Parece que mi hermana se va a desmayar.

—Es Harry Styles. Están todas muertas con él —le explica mi mamá.

—¿Y qué querés que haga?

—Quiero que me lo dibujes, así lo pego en el corcho.

—¿Y por qué no pegás la foto y listo?

—Porque la foto la voy a pegar en la carpeta de dibujo. ¡Además vos dibujás increíble y me va a quedar genial!

Su cara de boba me da arcadas.

Mi madrina sonríe.

—Ok, traeme un lápiz.

Esto se repite cada vez que Violeta llega a casa. Lo que pasa es que de verdad todo le sale bien y a Cata le gusta que le haga dibujos para poner en las paredes o regalarles a las amigas. Antes yo también le pedía. Autos, dinosaurios. Ahora me parece que es cosa de nenes.

Mi mamá le prepara una mamadera a Sofi. María lava las cosas que estaban en la pileta y Violeta le dibuja a Cata.

—¿Qué tal el colegio? —me pregunta.

Va por la nariz...

—Dice que la maestra tiene cara de loca —le cuenta María antes de que yo llegue a contestar.

—¿Loca como qué? —se interesa y deja de dibujar.

—Tiene cara de... de estar pensando cosas malas todo el tiempo.

—Opa. Eso es grave.

—¿Podés no incentivarle la locura? —se enoja mi mamá.

—Si Franchu dice que está loca, por algo será —me defiende mi madrina—. De hecho, está rodeado de gente desequilibrada; que note que alguien está por sobre nuestro nivel de locura es preocupante. ¿Cómo se llama?

—Sabrina.

—Tiene nombre de loca.

—¿La cortás? —la reta—. ¡Después el chico va a la escuela y repite!

—Ay, por favor, ¡ni que tuviera cinco años!

—¿Y mi dibujo? —Cata reclama atención.

—No seas tirana, querés —le dice mi madrina, sonríe y se pone a dibujar.

Yo termino la tostada y me voy al cuarto. Intento jugar a la play pero los ojos de Sabrina vuelven a mi mente. Pienso en que voy a estar atento a lo que ella haga a partir de ahora. Eso. Tengo que estar atento.

La maestra

Pasan varios días desde el comienzo de clases y Sabrina no se enoja. Es tranquila. Amable. Sonríe con esa sonrisa perfecta a diario. Nos tiene como hipnotizados. Yo intento no caer en sus redes. Me recuerdo todo el tiempo que algo no está bien, que no puede ser tan buena, tan amorosa.

—Francisco, ¿por qué no abriste tu cuaderno? —me pregunta.

“Porque estoy tratando de sacarte la ficha”, respondo en mi cabeza. Al rato, copio la consigna con fastidio.

—¿Qué te pasa? —Patricio me codea.

Sabrina deja de escribir, se da vuelta y clava sus ojos en los míos. Se me hiela la sangre.

—A ver quién puede resolver este problema… —dice con una voz rara, como de serpiente.

Me mantiene la mirada hasta que se sienta frente al escritorio.

“¿Qué fue eso?”, me pregunto. “¿Una provocación?”.

Termino de copiar y me concentro en el problema. Es difícil. Muy. El resto del grado se dispersa. Los números dan vueltas en mi cabeza: de pronto se ordenan y todo se hace claro. Sumo, resto, multiplico. Siempre fui bueno para las matemáticas. El año pasado gané las olimpíadas a nivel regional. En mi escuela querían que participara de las nacionales, pero yo no quise. Las iba a ganar y no quería. Cuando te destacás en algo los demás chicos empiezan a mirarte raro, como si fueras un bicho. Por eso trato de no sobresalir, no quiero que me llamen nerd. La realidad es que tengo que hacer u

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