Pasaron cosas

Pedro Rosemblat

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

AGRADECIMIENTOS

Pude escribir este libro gracias a la compañía incondicional de Soledad Guarnaccia y Nicolás Bondarovsky, las charlas con Pedro Saborido, la curaduría de Juan Diego Incardona, las lecturas que me recomendó Gabriela Borrelli, la responsabilidad iniciática de Nicolás y Donato Spaccavento, las horas felices en la unidad básica de la calle Olleros y en el patio de Simona, el marco teórico de La Rucci, el apoyo de mi familia, el aliento de mis amigos y el cariño de Carla.

A ellos, ellas y ustedes que me siguen y me bancan: muchas gracias.

Lectores y lectoras, todos los relatos que componen este libro son de ficción. Están escritos con animus iocandi,

es decir que se trata de un libro de humor.

PRÓLOGO

Suele escucharse, tanto como “la información es poder” y “en la moto la carrocería sos vos”, una frase que dice “el humor es síntoma de inteligencia”. Dudosa. La debilidad y la desgracia del prójimo suelen ser motivos de risa, y esta risa, una actitud entre psicópata e imbécil. Se podría decir que hay inteligencia aplicada en actitudes psicópatas e imbéciles, pero en ese caso, entonces, la inteligencia no sería ninguna virtud, sino apenas un triste instrumento.

De la misma manera, se le otorgan al humor cualidades imposibles de verificar: desde propiedades terapéuticas hasta formidables aptitudes para luchar y vencer a los poderosos. Grandes exageraciones ambas. Nadie se cura una pancreatitis mirando a Gasalla ni derrota una dictadura a base de memes.

¿Pero qué es y para qué sirve entonces el humor? Podríamos acordar que es un compañero, un amigo, un analgésico, un arma efectiva pero no determinante; a veces, la más amable y suave forma de la violencia, y otras, una festiva modalidad de la venganza. Puede servir para atacar y desgastar algo o a alguien, desacreditándolo frente al resto: nadie quiere o sigue gente, cosas o causas de las que es fácil reírse. Y también es una forma agradable de la impotencia, porque uno se ríe del que lo oprime y de lo que no puede cambiar. Ponerle un apodo o imitar al profesor hijo de puta de la secundaria es lo mismo que reírse de la muerte: el único consuelo frente a lo inevitable.

¿Qué hace Pedro Rosemblat entonces? Todo lo anterior, pero más. Porque Pedro, además de humorista, es un militante. Su humor no solo tiene la cuota de lógica trastocada y averiada que debe tener cualquier chiste, sino que apunta en una dirección. Rosemblat se ríe de lo que quiere vencer.

El humorista político más vulgar es el automático. Uno que siempre toma el lugar de la gente como víctima del poder de turno. Siempre el poder es malo. La política es mala. Entonces, mejor ni acercarse a la política, ni pensar en ejercer el poder: mejor dejárselo a otros, para ser víctimas. Así se completa su círculo perfecto: son todos lo mismo, vamos a reírnos de todos. El humor de la víctima, el humor del resignado. Un tipo de humor que es la muestra más suave de la autoinfligida impotencia.

En esta serie de relatos, Rosemblat vuelve a cambiar el registro: es el mismo pero distinto que cuando está en la televisión, en las redes, en el teatro. Es el mismo y es distinto cuando su personaje vive en un libro. Un pibe sin edad, el amigo de tu hijo, tu sobrino, tu amigo, el novio piola de tu hija o el de tu hermana. Tu amigo de ahora que sos joven o el de cuando lo eras. Pedro ocupa ese lugar tan necesario con excelencia y eficacia.

La primera vez que vi a Pedro en un teatro, con el genial Rechimuzzi, fue en Avellaneda. Por el entorno o por lo que sea, cuando terminé de ver lo que hacía y lo que provocaba en la gente, le dije: “No sé si vi una obra de teatro, un acto político o una misa”.

Para mí Pedro en ese momento es todo eso: un humorista, un militante y un sacerdote. El libro, en lo formal, más que la radio, la tele o las redes, es quizá el medio donde, supuestamente, más se aleja del teatro. O en realidad donde este se termina de completar. Porque acá Pedro nos hace vivir todos estos relatos que van en un crescendo de absurdo y delirio para terminar en una fabulosa aventura final que, por supuesto, tiene sentido político.

El libro es una forma de viajar por todo este tiempo de otra manera. Nos hace volver a momentos inolvidables de lo que pasamos con estos tipos. Es una forma de revivir todos estos años de sueños raros en los que nos hablaron todo el tiempo de un túnel y una os

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