...Y que se rompa todo corazón

María Moreno

Fragmento

cap-1

I

“Nunca llames hada a una bruja” he dicho pegada a tu flanco (naturalmente es de noche). No contestaste. Lo he dicho con los ojos cerrados. Ahora los abro sobre el cielorraso. Él es la pampa, me imagino, y yo galopo sola hacia la frontera, en pelo, en cueros. (“Adiós querido, me voy a los indios”). Así me ha dejado tu silencio. Lloro porque acompaña. Las lágrimas son vendas. Calientan: tu flaco, en cambio, es cálido pero egoísta. Se guarda sus irradiaciones, las avaricia. Entonces me pongo a mirar mis pies de mártir cristiana como debe verlos el muerto en su ataúd, si mirara, si pudiera ver. Cada poro es un oído abierto, atento, porque ese es el mundo del celoso, caliente de signos, sin vacío, obsesionante.

Nunca llames hada a una bruja porque solo una bruja puede hacer medicina al revés, filosofía al revés, muerte-vida, sólo ella sabe ir hasta el borde de sus dones, sin traicionarse ni rodar. No tú.

Tú eres tan estúpido que supones que una vulva es más repugnante que una orquídea, ignorando que son mortalmente idénticas. Tú (te trato de tú porque yo sólo voceo a mis semejantes) a quien, si yo dijera que mi matriz es una tarántula, correría a ponerse un antídoto. Tú, que no sabes que un filósofo desea convertirse en una perra y arrastrarse en la orina de los mingitorios para respirar el secreto de todas las noches que se ha prohibido. Piensa y teme. Piensa y teme. Yo clavo mis uñas en tu flanco, trazo el surco que se cerrará sin recibir semilla. Simiente, eso quiero, aunque no puedo resistir la biblicidad de esta palabra sin estallar en carcajadas. Bajo, me hundo. Naturalmente, como te decía, es de noche bajo las sábanas y en la tumba, en la gruta y en el antes de haber nacido, porque bajar es anochecer. Saltando sobre tu flanco (no quiero decir hacia el bosque donde vive el gran cíclope, el cabezudo hombrecillo hambriento, detesto la lírica de las hechizadas, la lengua con sordina de las locuaces del corazón) ya no veo el lino plegado como un abanico, pero menos simétrico, sus bordes iluminados por la luna. Aquí, bajo las sábanas está Antígona dándose placer por última vez antes de acostarse junto a sus muertos. Y Juana buscando en las voces que oye el hilo de Eros, la hoguera antes de la hoguera.

Y la que yace en el fondo del río sin cruz y sin nombre, pero cuyos espasmos duran en el museo del oído del novio en la simple noche intermitente de los vivos. Pero lo que yo hago es de otra patria.

Nunca llames hada a una bruja porque sólo una bruja puede no saber lo que dice, hacer sin reconocer lo que hace y querer habiendo olvidado lo que quería, y todo vivido con un aire, al mismo tiempo sagrado y repugnante y tan trivial…

A ti te gusta penetrar en la primera boca, en la más alta, porque así puedes yacer imaginándote hembra y cegar la vía de mis burlas y de la voz que caliento para mí misma dejándote solo, con ese sexo angustiado y llorón. No, yo no mamo, trabajo. Aunque tú te niegues a saberlo. Eros es, en última instancia, química, alquimia si te suena más cerca del verso: lo blando devendrá duro, lo sólido devendrá líquido. Pasajes (no grites).

¿Ves? Fue muy sencillo. Pero debo pedirte perdón. Tu chorro quería la fuerza de un surtidor, la altura del cielo (a pesar de estar destinado a las profundidades). Y yo lo he deslizado hacia abajo, hacia la cloaca del cuerpo (ya ves que clase de mujer soy). Ahora lo tengo, pero no siento su gusto, las parótidas, ellas también trabajan ¿viste que tienen nombre de musas? Si tuvieras un aparato de rayos x lo verías bajar por la tráquea, anillo por anillo. Es como la cuajada de las películas porno (ese símil), sin transparencia. ¿Ves? Me distraigo, ya he empezado a sufrir. ¿Por qué no habrás sido el pecho fatigado del héroe que, al esperar que en su musgo caiga mi cabeza, me separe de mi sufrimiento? Dios no es justo.

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