Historias paranormales

Héctor Rossi

Fragmento

Historias paranormales

INTRODUCCIÓN

Hola, querido lector. Gracias por tener este libro en tus manos. Es un honor y me siento muy agradecido de que te hayas interesado en él. Seguramente muchos se preguntarán quién soy, por qué escribo y con qué se van a encontrar; más allá de que puedan hacer trampa y adelantar y hojear alguna de las páginas.

Me llamo Héctor Rossi, soy locutor y productor de radio y televisión. Desde siempre me apasionaron los temas sobrenaturales, los paranormales, la espiritualidad, y el saber o tratar de descubrir qué sucede después de la muerte física; si seguimos existiendo en algún lugar o en algún plano.

La realidad es que en 2014 sufrí la muerte de mi padre, de eso también voy a hablar en este libro. Fue la primera vez que la muerte estuvo cerca de mí, y ocurrió de un modo muy doloroso y trascendente. Hasta la muerte de mi papá, la partida de mis seres queridos o amigos no me había marcado tanto. Con su muerte pude darme cuenta de que efectivamente la gente se moría, y entonces me pregunté: “¿Dónde están? ¿Cómo están? ¿Qué pasa cuando nos morimos?”.

Ese mismo año, me convocaron de Radio Pop para hacer el programa llamado Trasnoche Pop. El director de la radio de ese momento me dio libertad total para acompañar a la audiencia de madrugada con el contenido que quisiera agregarle a una playlist musical.

Desde chico me interesaron estos temas; en los campamentos, de adolescente, yo era siempre quien contaba los cuentos de terror. Esto se vio reforzado por la experiencia que había vivido con la muerte de mi padre y, aunque pueda parecer extraño, con la muerte de Gustavo Cerati. En 2014, fallecieron mi padre y Cerati, y como yo era muy fan de Gustavo, su muerte también me impactó, casi al mismo nivel que la de mi viejo. Vino la propuesta de la radio, tuve la libertad de generar un contenido extra y abrimos un bloque paranormal dentro de la Trasnoche Pop. Fue un éxito rotundo: el programa pasó de medir 2 puntos de encendido a 22. La radio, que antes ocupaba el puesto número 13 en la madrugada, pasó al número 1 y se convirtió en el espacio radial más escuchado de la Argentina. El bloque paranormal fue creciendo hasta transformarse en un programa completo y ahí surgió Trasnoche paranormal.

Este programa me abrió las puertas únicamente a experiencias positivas. Con la excusa de contar historias paranormales, empecé a acercarme cada vez más a la espiritualidad, a la luz, y a las historias trascendentes de seres queridos que vuelven para darnos un mensaje, de ángeles encarnados en la tierra, y de fenómenos como el déjà vu, la clarividencia y la clariaudiencia. Entrevisté a tantos profesionales del rubro que hoy me considero casi un experto en estos temas. Por ejemplo, no sabía qué era la transcomunicación instrumental hasta que pude ponerla en práctica: grabar con un ruido blanco de fondo, hacer preguntas a un ser querido desencarnado y registrar la grabación para escuchar respuestas. Esto es real, a mí me pasó. Yo lo viví.

Este libro llega como corolario. Llega como la frutilla del postre de uno de los mejores momentos de mi vida, y sé que es la primera frutilla de varias que van a venir. Mientras lo escribo, estoy debutando en el teatro con Trasnoche paranormal, cara a cara, disfrutando del éxito del programa de radio, que continúa como el más escuchado de la noche en la Argentina, y estoy rodeado de afecto y de gente que me cuenta sus historias: de amor, de amor después de la muerte, de terror, de espiritualidad y de misticismo. Pero, además, con 45 años he vivido un montón de historias sobrenaturales, y este libro termina siendo algo inevitable: contarles a los que me siguen por la radio mis propias historias paranormales.

La pregunta que más me hacen es: “Héctor, ¿a vos te pasó algo paranormal?”. Bueno, aquí daré a conocer algunas de mis experiencias. Además, después de haber escuchado y leído tantas historias, muchas de ellas también las siento propias. Hoy me convocan de programas de televisión, radio y canales de streaming para que las cuente, y siempre termino compartiendo una mía y una de la audiencia.

Con el permiso de cada uno de los protagonistas, cuyos nombres reales hemos modificado para resguardar su identidad, hemos creado este libro que tenés en tus manos. Historias paranormales son también aquellos relatos que escuché, que me contaron, que me enviaron muchas personas anónimas que desinteresadamente quisieron ser parte de esto. Desde ahora y hasta el final, voy a compartir la selección que hice de las experiencias que han formado parte de Trasnoche paranormal y que más me impactaron.

Quiero desearte un buen viaje al sumergirte en cada una de ellas. Estas páginas te pueden despertar un poco de miedo, mucha reflexión y también amor. Estoy convencido de que vamos a abrir un portal y ese portal se abre cada vez que leemos estos relatos. Ojalá te transporte a estas experiencias de miedo y esperanza, intuyendo que hay algo más allá, del otro lado de la vida terrenal. Las historias paranormales empezaron a seguirme; ya no eran solamente los eventos que yo vivía, sino las experiencias de cada una de las personas que comenzaron a involucrarse en el ritual radiofónico, como me gusta llamar al programa que hago en la Pop desde 2013.

Espero que disfrutes estas historias reales y me hagas saber a través de alguna de mis redes sociales cuál te impactó más. Si querés enviarme la tuya, la propia, podés hacerlo a mi correo electrónico, que siempre está abierto para todos: trasnocheparanormal@gmail.com

Bienvenidos y bienvenidas al misterio.

HISTORIAS PARANORMALES QUE ME CONTARON

La red de contención

Una pareja de oyentes me contó este particular suceso que les ocurrió con el departamento al que estaban por mudarse. Era un piso alto, en el barrio de Recoleta; aunque tenía sus años, estaba reciclado a nuevo. Como la pareja tenía gatitos, habían tomado la precaución, antes de mudarse, de mandar a colocar una red de contención en el balcón para evitar riesgos de caída. La empresa que instalaba la red iba por la mañana, y cada tarde, cuando alguno de los dos iba a chequear el trabajo, encontraban un corte horizontal que abría la red de par en par. Esto ocurrió al menos tres veces, y justo cuando estaban a punto de instalarse definitivamente, la red se “cortó” sola.

Una tarde, de manera involuntaria, el encargado del edificio los escuchó hablando del tema, y los interrumpió para contarles la historia del departamento. Parece que la dueña original del inmueble, una inmigrante italiana, casada con un banquero, un día descubrió que su marido la engañaba sistemáticamente con distintas mujeres que trabajaban para él. En un brote de furia, decidió quitarse la vida arrojándose desde el balcón. Murió en el acto.

La pareja entendió que la red de contención “se cortaba” porque el alma errante de la dueña repetía una y otra vez su fatal desenlace. Decidieron llamar a un pastor que “limpió” espiritualmente el departamento y rezaron para que el espíritu de la señora pudiera elevarse. Desde entonces, la red de contención nunca más volvió a romperse.

“Mi hija vendrá a peinarse”

Mientras escribía este libro, tuve la oportunidad de hablar con Sonia, una alumna de mis cursos de locución, que es peluquera. Ella me relató una historia real que vivió en su peluquería.

En un sábado gris de invierno, mientras trabajaba, una mujer entró desesperada, en un aparente estado de shock. Preguntó hasta qué hora atenderían porque su hija iría más tarde y necesitaba hacerse un peinado especial. Sonia y su asistente le contestaron que el local estaría abierto hasta las 21, y la mujer les pidió que por favor peinaran a su hija.

Un par de horas después, una joven de unos veintitantos años llegó solicitando un lindo peinado para una ocasión especial. Sonia le mencionó que más temprano había estado su madre anticipándole que ella vendría por ese peinado y que ya habían pensado varias opciones. La joven, un poco confundida, le dijo a Sonia que era imposible que su madre hubiera estado ahí, ya que había fallecido hacía un día y la estaban velando en una cochería de la misma manzana. Cuando Sonia le describió a la mujer, la joven sacó una foto de su billetera y era la misma que había entrado allí unas horas antes.

Un fantasma en pleno vuelo

En 2023 viajé a Chile para comprar una camarita que usaría luego para crear contenido en mi canal de YouTube. Volé por la empresa Sky, y, mientras me acomodaba en mi asiento, se acercó una azafata y me dijo: “Te escuchamos siempre, aguante paranormal”. Realmente me llena de amor y orgullo personal que tanta gente conozca el programa. Se llamaba Javiera, tenía una sonrisa hermosa e irradiaba simpatía, así que no fue difícil que empezáramos a conversar.

En el momento en que sirvieron las bebidas, me alcanzó la Coca Zero que le pedí y me confesó: “Tengo una historia para contarte, una historia de un fantasma en pleno vuelo”. Obviamente, me explotó la cabeza y, como ella me había encantado, le di mi Instagram en una servilleta. Cuando volvió a pasar a retirar los residuos, le insistí: “Escribime y contame todo”. Unas horas después, ya en suelo chileno, recibí varios audios de ella contándome esto que ahora comparto aquí.

En uno de los vuelos cotidianos, al momento de terminar de embarcar para cerrar las puertas del avión y partir, un hombre ofuscado fue a quejarse ante ella para decirle que su asiento estaba ocupado. Cuando Javiera y el pasajero se acercaron al asiento en cuestión, notaron que estaba vacío. Una mujer ocupaba el asiento de al lado. En ese momento se dio un intercambio de palabras, ya que el pasajero aseguraba que apenas unos segundos antes un hombre canoso, de anteojos y barba, estaba en su lugar. La pasajera no pudo contener las lágrimas porque, según lo que ella dijo, la descripción coincidía con la figura de su padre, que había fallecido unas horas antes. De hecho, la mujer regresaba del entierro. ¿El fantasma del padre la estaba acompañando y se dejó ver? Yo creo que sí.

Cuando se te pegan los muertos

Mucha más gente de la que uno podría imaginar siente que los muertos los persiguen para atormentarlos o que son enviados para hacerles daño. Los ven caminar por su casa, los encuentran en su camino, e incluso interactúan con ellos. Por ejemplo, la historia del hombre que lleva a una chica a su casa, se olvida un abrigo y cuando él quiere devolvérselo al día siguiente, lo recibe la madre de la joven explicándole que ella estaba muerta hacía años. Esta historia tiene un origen antiguo, similar al que inspiró al guionista indio M. Night Shyamalan para escribir Sexto sentido.

En el pasado, en Europa, la gente solía esconderse en las iglesias. ¿De qué se escondían? De personas malintencionadas que querían arrestarlos o hacerles daño. Pedían asilo en los santuarios para estar a salvo.

“Ellos no se ven entre sí. Solo ven lo que quieren ver. No saben que están muertos. ¿Con qué frecuencia los ves? Todo el tiempo. Están en todas partes. A veces los sentís por dentro como si estuvieras cayendo muy rápido, pero en realidad estás de pie. Sentiste cosquillas en la parte de atrás de tu cuello. Y los pelos de los brazos se te paran solos. Son ellos. Cuando se enojan. Todo se pone frío. Déjame ver. Quita la mano. Dios”. Estas son algunas de las frases que forman parte del guion original de la película Sexto sentido. ¿Y si estuvieran basadas en hechos reales?

Un dato: una de las preguntas más frecuentes en Google es “¿Qué hacer cuando se te pegan los muertos?”. Evidentemente le pasa a mucha gente, en todo el mundo.

Esta historia comienza en 1984, en el boliche Nanday, en San Miguel, ubicado en la exruta 23, entre Cramer y Conesa. Nanday fue testigo de grandes amores que nacieron y evolucionaron bajo la bola de boliche. La frase más común entre los asistentes era: “Allí conocí a quien hoy es mi esposo o mi esposa”. Una fría noche de julio de 1984, Juan Carlos llegó al boliche. Fiesta, alcohol y bandas en vivo. En esa época, la gente realmente bailaba sobre el parlante. Una tarima enorme con bafles a los costados era el lugar donde las chicas bailaban. Una de ellas llamaba la atención de todos y de todas. Pelirroja, hermosa, con un escote que para esa época era una verdadera provocación. Juan se quedó toda la noche merodeando el parlante hasta que ella bajó y él logró invitarla a una copa. Charlaron toda la noche, después la invitó a su casa. Llegaron, siguieron tomando otros tragos y finalmente hicieron el amor.

Todo fue rápido. A la mañana siguiente, Juan abrió los ojos y se sentía muy cansado y dolorido. Se incorporó en la cama y descubrió que la chica ya no estaba. No sabía ni su nombre. Toda la noche le dijo “hermosa” y ella no quiso revelar su nombre cuando él se lo preguntó. Revisó toda la casa y no encontró rastros de aquella mujer. Un detalle inquietante: la casa estaba ordenada y solo había una sola copa sucia en la mesada de la cocina. ¿Cómo podía haber brindado con ella? Enseguida pensó que aquella mujer extraña y hermosa lo había drogado, lo había dormido y le había robado. Nada de eso. Es más, la puerta estaba cerrada con las llaves puestas y el pasador del lado de adentro. Todo era muy extraño. ¿Había sido una alucinación? Se sentía como si estuviera volviéndose loco. No se animó a contarle a nadie esa historia en ese momento, pero desde esa semana, extraños sucesos empezaron a ocurrirle. Su salud empeoraba día a día: gripe, tos, neumonía. Todo eso lo obligó a quedarse en cama. Sentía un intenso dolor en su espalda y en la nuca, como si llevara el peso de una mochila colgada. Una de esas noches, se despertó por un sonido: pequeños golpes y rasqueteos sobre la madera de la puerta del ropero. Con la claridad de la luna que entraba por la ventana, pudo ver que venían del interior del ropero. Se quedó mirando. Y como cuando éramos chicos, decidió taparse con la frazada y darse vuelta para seguir durmiendo, como si eso pudiera protegerlo. A los pocos segundos, la puerta del ropero se abrió. Juan volvió a darse vuelta. Parecía en cámara lenta. Y entonces la vio: una anciana encorvada salía del ropero. Lo señaló, levantó la cabeza y apartó la madeja de pelos largos y canosos que cubrían su cara.

—Acostumbrate a verme. En todos lados. Y de todas formas. Me mandaron a tentarte. Y vos caíste.

En ese momento, Juan reconoció las facciones de la mujer con la que se había acostado, la chica del boliche, pero era como si hubiera envejecido sesenta años de golpe. Tuvo una reacción extraña: agarró la frazada y se la tiró encima a la vieja, pero la frazada cayó al piso. Encendió las luces y cuando estaba por tomar la frazada, notó que había algo debajo, algo que se movía, algo que respiraba. Con mucho miedo levantó la frazada y una paloma negra salió volando por la ventana entreabierta. Juan empezó a enloquecer. Recorrió curanderos y todos le decían lo mismo: “Alguien te mandó un muerto para hacerte daño”. ¿Era esa mujer una mujer fallecida? ¿Pero quién era? Se obsesionó y comenzó a recorrer cementerios.

Una tarde de domingo soleado, en el cementerio de Chacarita, mirando los nichos, Juan vio acercarse por uno de los pasillos a la mujer. Era ella otra vez, joven como cuando él la había conocido. Se quedó paralizado, no podía gritar. Estaba congelado como cuando uno sufre parálisis del sueño. La mujer se le iba acercando y cuando estuvo al lado, le dijo: “No me vas a encontrar porque yo no estoy muerta. Yo soy la muerte”. Vio cómo se llevaba la mano sobre la cara, apretaba y se le salía la piel con la misma facilidad que se le sale al pollo cuando está cocido, mostrando su cráneo sin ojos y una sonrisa macabra. Juan se desmayó.

Cuando volvió a abrir los ojos, habían pasado veinte años de ese suceso. Había estado en coma todo ese tiempo. Julio, su amigo de la infancia, estaba ahí. Hace veinte años, Juan le había contado muy por encima lo de la chica del boliche y pensó que le estaba mintiendo. “Juan siempre fue muy jodón”, confesó su amigo. Esa tarde de 2004, en la habitación 132 del Hospital Iriarte de Quilmes, a plena luz del sol, Juan le había contado todo. Delirio de su amigo o realidad. “Mi amigo murió en 2008, las secuelas del coma lo habían dejado paralítico, y poco a poco, perdió el habla. Estuvo postrado y terminó en un geriátrico. No tenía familia”, agregó Julio. El día del sepelio, mientras esperaban el cortejo en Chacarita, su amigo sintió que alguien silbaba. El silbido venía de la capilla del cementerio. Entró y vio a una mujer que era igual a la que Juan había visto. Esa mujer se paró, lo señaló, salió caminando y se perdió entre las tumbas. Desde ese momento, Julio empezó a verlos seguido. Aprendió a vivir con ellos. “Les aseguro que no es fácil. No es fácil vivir cuando se te pegan los muertos”.

Ataúd 33

Esta historia ocurrió en Barcelona, España, en 1989. Enrique, un argentino que vivió allí hasta 2005, consiguió su primer empleo en una famosa funeraria de la ciudad. Sin embargo, el protagonista de este relato es José Luis, el cuidador nocturno y su compañero de trabajo.

Enrique cubría el turno de 7 de la tarde a 3 de la mañana, mientras que José Luis lo hacía de 3 a 11 de la mañana. Siempre le tocaba quedarse con el cadáver para prepararlo para el cortejo fúnebre del cementerio. Desde que Enrique empezó a trabajar allí, José Luis solía contarle historias espeluznantes, pero una en particular llamaba mucho la atención: la del Ataúd 33.

En España, y precisamente en esa casa velatoria, a los muertos se los velaba en féretros especiales, no en aquellos destinados para el entierro. En esa cochería había 33 ataúdes distintos, todos destinados a velar cuerpos. La diferencia era el material y el diseño llamativo del ataúd. Enrique nunca entendió por qué muchas personas de dinero optaban por ataúdes grandes, cómodos y vistosos, incluso algunos con luces de neón en los bordes. Pero el que importa acá es el Ataúd 33. Era de madera de arce y tenía algo especial. Se decía que habían hecho algún tipo de trabajo sobre ese ataúd, aunque se desconocía si se trataba de brujería o magia negra. El primer suceso paranormal que vivió José Luis fue la primera noche que le tocó estar con un cuerpo en ese ataúd.

Eran las 4 de la mañana. Ya no quedaba nadie en la funeraria. Los pocos familiares del difunto se habían ido a dormir. El Ataúd 33 contenía a una mujer de 45 años que había fallecido de cáncer. Su madre había estado llorando desconsoladamente toda la noche. Cuando también se fue su madre y José Luis se quedó solo con la muerta, empezó a observarla detenidamente. Parecía que quería abrir los ojos, que hacía fuerza. Sus párpados temblaban, y si bien sabía que los tenía pegados y que la boca estaba sellada con pegamento, por un momento pensó que estaba viva. “Es imposible”, se dijo, además ya le habían realizado la autopsia. José Luis se acostó a dormir una siesta en la sala de al lado. Apagó las luces y dejó solo la de la cruz de neón que iluminaba a la difunta y la sala. Justo cuando estaba por conciliar el sueño, vio por el rabillo del ojo que la muerta estaba sentada y lo señalaba. Al mirar fijamente, ella yacía acostada de nuevo. Decidió tapar el cajón. Puso la parte de arriba del ataúd y volvió a acostarse; obviamente no pudo dormir. A los diez minutos, en medio del silencio sepulcral, comenzó a escuchar sonidos de la madera. No era el crujido habitual, era como si estuvieran golpeando desde adentro. Fue a la sala donde estaba la muerta y los sonidos cesaron. Cuando giró para irse, vio una sombra moverse entre la cruz de neón y él. “Es imposible”, volvió a repetir. No había nadie más. Se le erizó la piel de todo el cuerpo y un escalofrío recorrió sus brazos. Se quedó inmóvil, y entonces escuchó detrás de él…

—No te asustes. Todavía estoy acá. Es el ataúd. Es un portal que nos deja despedirnos. Vos tenés el don. Decile a mi mamá que la amo. Y la perdono. Por no haberme contado lo de Carlos.

Cuando la voz no se escuchó más, pudo empezar a moverse otra vez. Se dio vuelta y no había nadie.

Así lo relató José Luis. Resulta que aquel mensaje sin sentido aparente tenía significado. Al contárselo a la madre de la fallecida, la mujer estalló en un llanto desgarrador. Cuando finalmente se calmó, confesó que Carlos era un hermano extramatrimonial de su hija fallecida, que había muerto hacía tres años; un hijo de ella del que nunca le había hablado. Era el dolor de esa madre: no haber podido contarle, ya que su hija había estado en coma un año antes de morir. ¿Cómo lo sabía José Luis? Efectivamente, el Ataúd 33 tenía algo especial. Cada vez que alguien era velado en ese ataúd, José Luis recibía información. A veces escuchaba, otras veces sentía el impulso de escribir automáticamente. Y otras, mediante telepatía. Pero siempre les daba mensajes a los familiares de los muertos. Siempre.

Hasta que, en marzo de 1999, ocurrió la tragedia. Esa noche había mucha gente, una de las pocas veces que la sala no cerró. Un famoso empresario español había sido asesinado; se rumoreaba sobre un ajuste de cuentas, le habían pegado un certero tiro en la nuca, justo cuando entraba a su casa. Todos lloraban. Había quienes incluso en esa situación intentaban hacer lobby. Cuando la viuda llegó, todos se callaron. Se quedó llorando junto al Ataúd 33, que ahora contenía el cuerpo de su esposo. Enrique también estaba presente. José Luis entró como siempre, a pesar de que no era su turno, pero tenía la mirada perdida. Se paró al lado del ataúd —algo prohibido mientras la familia estuviera presente—, miró a la viuda y, con otra voz, le dijo:

—Me mataste vos. Contale a la gente que me mandaste matar. Para quedarte con el dinero.

Acto seguido, José Luis, con una fuerza sobrehumana, empezó a ahorcar a la viuda y la revolcó por detrás del cajón. La mujer murió desnucada al instante. Los familiares quisieron linchar a José Luis, quien terminó preso. Enrique volvió a Argentina, pero él sigue cumpliendo condena en la cárcel modelo. Las pericias concluyeron que tuvo un brote psicótico. Hace dos años se confirmó que hubo llamadas telefónicas cruzadas entre la viuda del empresario y el sicario que lo asesinó. José Luis sabía todo gracias al Ataúd 33.

¿Alguna vez te preguntaste cuál es el último lugar donde va a descansar tu cuerpo? En un ataúd, aunque te cremen. Primero en un ataúd.

Muchos ataúdes tienen trabajos hechos, trabajos de magia. Son portales. El Ataúd 33 permitía que el alma del fallecido entrara en contacto con este plano. Pero ¿por qué habían elegido a José Luis? Cuando lo detuvieron, allanaron su casa. Encontraron velas, muñecos y ataúdes. Muchos ataúdes. Lo único que no había contado era que el Ataúd 33 era suyo. Había hecho un trabajo y se le había vuelto en contra. No supo manejar la magia. No hay que jugar con las energías que no conocemos.

El Bosque de los Suicidios

Japón es uno de los países en donde el suicidio es una de las principales causas de muerte, especialmente entre los hombres. En el año 2014, alrededor de 24.000 personas se quitaron la vida y decenas de ellas lo hicieron en el mismo lugar: el Bosque Aokigahara, bautizado como “El Bosque de los Suicidios”.

Este bosque, también conocido como el Mar de Árboles, por su extensión de 35 kilómetros cuadrados, está ubicado en la base del monte Fuji, al sur de Japón. Siglos atrás, este lugar estaba relacionado con demonios de la mitología japonesa; se pensaba que los tengu, demonios con formas de ave, vivían en el bosque, maldiciendo a quienes se atrevieran a entrar en él. En el siglo XIX, las familias pobres que no podían mantener a sus hijos o ancianos los abandonaban allí, a su suerte, lo que a menudo resultaba motivo de su muerte. Surgieron historias que afirmaban que el lugar estaba embrujado por las almas de aquellas personas. El Mar de Árboles pasó a ser conocido como El Bosque de los Suicidios debido a la gran cantidad de personas que se adentran allí con ese fin.

En 2002, se hallaron setenta y ocho cadáveres en el Bosque

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