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Prisma

Belén Sancho

Fragmento

Prisma

Capítulo 1

Había una silla vacía en la cafetería.

Podía ser tan simple como que la persona que la ocupaba todavía no había llegado o había decidido no ir ese día. Pero para mí, cualquier silla vacía significaba dolor, desesperación y culpa. Me hacía recordar quién era y lo que había hecho.

—¿Y a ti que te pasó? Te ves terrible —me preguntó Bria, sentándose en la silla vacía.

Mi amiga siempre era la primera en llegar a la cafetería antes de que empezaran las clases, porque su madre entraba temprano al trabajo y ella odiaba el autobús. Cuando yo llegaba, Bria ya iba por su segundo café del día.

—Nada. Solo me dormí tarde anoche.

Apoyé mi mochila sobre la mesa y cuando vi a Lucas pasar con la bandeja le dije que me trajera lo de siempre.

—No me digas que otra vez te quedaste escuchando el informe presidencial.

El hartazgo en la voz de mi amiga ya no me irritaba como al principio. Logré entender que teníamos intereses distintos y no me importaba. Mientras ella me hablaba de quién había sido infiel en la fiesta del viernes, yo le contaba sobre lo extraño que me parecía que el presidente no tuviera ninguna pista de quién estaba detrás de las desapariciones. Contando a la mujer que desapareció ayer, era la tercera de la semana.

—No puedo entender cómo hay una persona tan inepta liderando el país. No puede no saber nada sobre un tema tan importante.

—Y postúlate tú —dijo bromeando—. Además, no es por defenderlo ni mucho menos, pero todos los que desaparecen vuelven sin una sola lesión.

—¿Y no te parece extraño?

—Claro que no. Mi vecina Tina pensó que su padre había desaparecido para siempre y a los dos días descubrieron que se había ido a un bar y de lo borracho que estaba se quedó dormido. —Hizo una pausa para añadir dramatismo y luego susurró—: La gente tiene muchos problemas.

—En eso tienes razón.

No podía negarlo porque yo formaba parte de esa gente. El abandono de mi padre me había afectado más de lo que quería admitir. Todo comenzó con llantos desenfrenados e interminables, sentimientos de vacío e insuficiencia hasta llegar a ataques de agresividad extremos, que sigo padeciendo hasta el día de hoy. Mis notas habían bajado y no tenía amigos ni quería tenerlos. Aunque no era que muchos quisieran tener de amiga a una bomba a punto de explotar. Todavía no podía entender cómo, después de todo lo que vio, Bria seguía siendo mi amiga.

Si bien los ataques habían mermado, seguían ahí. Mi madre había intentado todo lo que estaba a su alcance para que sacara toda esa ira que tenía contenida en un cuerpo tan pequeño. Probó con terapia familiar e individual, extensas sesiones con psiquiatras que dieron diferentes diagnósticos y hasta llegó a llevarme a esas charlas en grupo sobre el manejo de la ira. Sin embargo, aunque estuve medicada un tiempo, nada, absolutamente nada, funcionó.

Hacía diferentes deportes que me ayudaban a descargarme, pero no a superar del todo que, a los 12 años, mi padre hubiera decidido que yo no valía la pena, que no era importante en su vida.

Creo que un abandono así nunca se supera.

—Aquí tienes, Alison —dijo Lucas, dejando un café con crema frente a mí—. No quedaron más de las cajas de chocolates que llevas siempre. Si llega el proveedor más tarde te aviso.

Antes de que pudiera responder, Bria dio un pequeño salto en la silla.

—Oh, hablando de cajas… —Comenzó a buscar algo dentro de su mochila—. Un chico me dio esto para ti hoy a la mañana.

Depositó una pequeña caja negra en la mesa y me miró con una sonrisa pícara, como esperando que le contara de algún novio secreto. Spoiler: no lo había.

—¿Un chico? —dije y extendí la mano para ver la tarjeta que colgaba de la caja.

El corazón se me detuvo por un instante y sentí cómo se me cerraba la garganta. Abrí los ojos en señal de pánico y Bria supo al instante lo que estaba por ocurrir. Me había visto así muchas veces.

—¿Qué pasa, Alison? Por favor, dime qué hacer.

Su tono fue suave, como alguien que se encuentra con un oso en el bosque e intenta evitar un posible ataque. Mi pecho comenzó a subir y a bajar con rapidez mientras intentaba respirar profundo sin éxito.

—Y-yo… Llévatela. Tírala. —Mi voz sonaba temblorosa y cuando intenté llevarme la mano a la frente noté que ya se sacudía incesantemente.

Mi amiga todavía no había tocado la caja. Su mirada desconcertada se posaba en mi mandíbula, que había comenzado a temblar, y en el ritmo cada vez más rápido con el que inhalaba y exhalaba intentando contener lo inevitable.

—¡Que te la lleves! —le grité, pero ella no se movió. Cerré los ojos para intentar calmarme, aunque fue en vano. En cuanto mi vista se volvió a detener en la tarjeta que decía “Para Peach”, solté el gruñido frustrado y gutural que estaba conteniendo. Con un movimiento brusco, tomé la caja y la arrojé con todas mis fuerzas al otro lado de la sala.

No había nadie tan cerca como para salir lastimado, pero sí pude ver cómo algunos estudiantes se cubrieron con las manos para evitar cualquier herida. Los ojos de mi amiga se abrieron con asombro cuando escuchamos el sonido de cristales rotos seguido de varias ráfagas de aire y exclamaciones de sorpresa a nuestro alrededor. Lo que sea que había dentro de la caja, ya estaba hecho pedazos.

Me encontré con miradas extrañadas y ceños fruncidos y, sin prestarles atención, incliné mi cabeza para ver dónde había caído la caja. Uno de los estudiantes se paró y señaló un punto en el suelo mientras su amigo intentaba contener la risa. Muchos en la cafetería estaban expectantes a lo que iba a pasar. Seguro pensaban que verían un espectáculo digno de hacer viral en alguna red social.

No me importaba lo que hicieran o cuánta gente estuviera pendiente. Solo podía pensar en el significado de ese extraño regalo.

¿Por qué ahora, papá? ¿Por qué así?

Todavía temblando, y con los puños apretados a ambos lados de mi cuerpo, caminé unos pasos hasta que la vi. Reposaba intacta en el suelo, como si alguien la hubiera dejado allí a propósito. Solo se había roto lo que fuera que había dentro. Sentí como si el corazón se me saliera del pecho. Quería gritar, voltear todas las sillas del lugar y salir corriendo, pero a la vez necesitaba saber qué tenía para decirme ese hombre después de tantos años.

—Alison, calma. Aquí estoy —dijo Bria apoyando una de sus manos en mi hombro, pero me alejé. No sabía cómo iba a reaccionar cuando abriera la caja y no quería que ella estuviera cerca cuando sucediera.

Tomé dos profundas bocanadas de aire intentando calmarme.

No pude.

La habitación comenzó a dar vueltas y sentí que el desayuno amenazaba con volver a mi garganta. Puse una de mis manos en el pecho y solté un grito de frustración con mis dientes apretados que hizo eco en toda la cafetería.

Se podían escuchar susurros de todos los presentes. Algunos reían, otros parecían estar preocupados, mientras otro grupo solo se dedicaba a apuntarme con el teléfono. La gente ya comenzaba a prestar más atención a mi exabrupto en espera de que haga algo más que valiera la pena comentar el resto de la mañana.

Bria volvió a acercarse y tomó mi mano.

—¿Qué contiene la caja? —me preguntó susurrando.

—No lo sé —dije con la respiración entrecortada—. No sé qué contiene, pero sé de quién es.

—¿De quién es? —Ante mi silencio me soltó y se acercó a ella —. ¿Quieres que yo la abra?

—¡No! ¡No quiero que la abras, no quiero que hagas nada! —escupí mientras me pasaba la mano por la cabeza. Intenté respirar hondo.

—Solo quiero ayudarte, Ali. Soy tu amiga. Por favor, déjame ayudarte.

—¡No lo hagas! —interrumpí gritando—. ¡No voy a abrir la estúpida caja! ¡Ya se rompió lo que sea que contenía! Solo quiero irme a casa.

—Como digas, pero debes calmarte. Estás haciendo una escena y me estás asustando.

Lo dijo entre dientes, como una madre que reta a su hijo intentando no mover los labios. En contraste conmigo, a Bria sí le importaba lo que las otras personas pensaban de ella, y tener una amiga que grita y revolea cosas en el medio de una cafetería no ayudaba mucho a su reputación.

—Es que no lo entiendes —exclamé con el corazón latiéndome a mil por hora.

—¿Qué es lo que debo entender?

Su pregunta quedó flotando en el aire. Intenté respirar para calmar mi furia, pero sentía la necesidad de romper algo, de golpear lo que sea. Mi corazón casi estaba saliéndose de mi pecho y seguía un poco mareada.

Mi mente estaba confundida. No quería abrir la caja y a la vez quería saber qué contenía.

Los seres humanos somos contradictorios.

Cerré los ojos y respiré hondo unos treinta segundos. Era una de las técnicas que me habían enseñado en los numerosos cursos. Sentí cómo mis puños se aflojaban y mi cuerpo dejaba lentamente de temblar. La nube de ira finalmente se había disipado para dar lugar a una lluvia de intriga.

Me arrodillé frente a la caja y alcé la cabeza cuando sentí a alguien frente a mí. Bria me miraba perpleja. Hacía un minuto estaba gritando y tirando cosas, y ahora estaba sentada tranquilamente en el suelo como si nada hubiera pasado.

Saqué la cinta que envolvía la caja y la abrí lentamente. Los ojos se me llenaron de lágrimas cuando vi los pedazos de porcelana de lo que había sido la taza favorita de mi niñez. Sostuve uno en mi mano, pero lo solté rápido cuando vi el sobre que reposaba debajo de la taza rota.

Era una carta. Una carta de mi padre, nada más y nada menos.

Ni siquiera había tenido la decencia de verme en persona. Quería matarlo. Juro que si lo veía, iba a asesinarlo.

Con las miradas de media universidad sobre mí y la habitación sumida en un silencio expectante abrí el sobre. La carta no tenía más de tres líneas y estaba dirigida a Peach, que era el apodo que mi padre usaba cuando yo era niña. Las primeras lágrimas ya llegaban hasta mi barbilla, seguidas por muchas más que no parecían dejar de caer.

Querida Peach:

Sé que probablemente me odies y estás en todo tu derecho de hacerlo. No te he acompañado en todo este tiempo y no merezco ni siquiera que me llames papá. Pero como todo en la vida tiene una explicación, si quieres conocer la mía, ven a la calle Simbure 1800, hoy a las 16:00 pm.

Te quiere,

Papá

Pasé el dorso de mi mano por mis mejillas para evitar que las lágrimas siguieran cayendo y guardé todo dentro de la caja. Todavía en sollozos, me paré y, mirando a la multitud de rostros asombrados, grité:

—¿Qué es lo que tanto miran, eh?

Sentí algunas miradas rezagadas sobre mí y luego, con murmullos inteligibles, los alumnos continuaron sus conversaciones como si nada hubiera ocurrido. En unos días todo volvería a la normalidad y este episodio quedaría en el olvido para ser reemplazado por el siguiente, del que esperaba no ser protagonista.

Los problemas para controlar mi ira habían disminuido bastante desde la terapia, pero que esto se tratara de mi padre, la razón por la que todo empezó, me hizo volver al punto de partida.

A no tener control alguno.

Me agaché para agarrar la mochila del suelo e irme de allí. Bria intentó detenerme, pero había una única persona con la que necesitaba hablar de esto y no estaba aquí.

Cerré los ojos con fuerza y, dejando escapar la que juraba que sería la última lágrima que derramaba por el ser repugnante que era mi padre, me subí al auto.

Prisma

Capítulo 2

Mi madre se sobresaltó cuando entré a casa hecha una furia.

—¿Qué pasó? ¿Te olvidaste…

—¿Qué es lo que pretende? —le grité arrojando la caja arriba de la isla de la cocina.

—¿Qué pretende quién? ¿Qué pasó?

—Ryan pasó. ¿Qué es lo que quiere? ¿Piensa que puede aparecer ahora después de tanto tiempo y que voy a hacer como si nada?

Las lágrimas seguían ganándole a mi razón mientras una sonrisa pequeña aparecía en los labios de mi madre. No entendía cómo, después de tantos años, seguía sonriendo ante la mención de su nombre. Sabía que lo seguía amando y no podía tolerarlo. ¿Cómo se puede amar a alguien que no le interesa saber de ti, que no sabe si estás viva o muerta, que no entiende o no le importa todo el dolor que te ha causado?

—¿Tu padre te ha escrito? ¿Qué es lo que quiere?

—Verme. Después de todo este tiempo, me manda una carta de tres oraciones diciendo que quiere contarme por lo que ha pasado…

—Siéntate —dijo mi madre con tono tranquilizante, pero yo continúe hablando:

—Cinco años desapareció de mi vida y ahora piensa que puede volver y que voy a perdonarlo…

—Alison, siéntate —repitió mi madre un poco más alto mientras yo seguía con mi discurso—. ¡Siéntate ya!

Nunca en estos dieciocho años había escuchado a mi madre gritar. Nunca me había levantado la voz. Ni siquiera cuando sabía que tenía la razón.

La miré confundida e intentando calmar mi respiración me senté despacio frente a ella. Sus ojos verdes, idénticos a los míos, se fijaron en mí, poniéndome nerviosa.

—Tu padre… —comenzó con más dudas que certezas—. Tu padre no es un mal hombre. Es solo que hay demasiadas cosas que tiene que explicarte. Todo este tiempo él estuvo…

Levanté la mirada hacia ella y la vi contraer los labios cuando entendió su error.

—¿Tú sabías dónde estuvo todo este tiempo y no me dijiste?

Mi tono era de reproche y sabía que ella esperaba que viniera un ataque. Sin embargo, no estaba furiosa. Estaba decepcionada.

Muy decepcionada.

Cuando la persona en la que más confías y por la que darías tu vida te traiciona, no sientes enojo sino decepción.

—Hija, las cosas no son tan simples como parecen —se defendió sin variar su entonación. Estaba demasiado calmada, como si esta conversación la hubiera planeado durante años—. ¿Recuerdas cuando eras más chica y te gustaban los acertijos en los que nada es lo que parece? Este es uno de esos casos. —Creo que notó la confusión que comenzaba a gestarse en mi rostro porque intentó tomar una de mis manos con suavidad. No la dejé. —No puedo decirte mucho. Solo que hay una razón por la que no hemos sabido de él durante todo este tiempo.

—Ninguna razón es suficiente para dejar a una hija tirada por cinco años, mamá. Ninguna —sentencié.

—No, en eso tienes razón, aunque sí hay algunas buenas razones que vale la pena escuchar. Todos hacemos las cosas por un motivo. Podemos equivocarnos y tener toda la culpa. Pero hay otras… hay otras que son situaciones en las que nos pone la vida y que están más allá de nosotros. La razón de tu padre es una de esas.

La miré un momento evaluando sus palabras hasta que me detuve en sus ojos. Ahí fue cuando lo vi. Amor. Eso reflejaban cuando hablaba de mi padre. Solté una risita con sorna y negué levemente con la cabeza.

Ya no podía creerle.

No era un tema en el que fuera experta, estaba muy lejos de eso. No obstante, sabía reconocer a una persona enamorada y cuando se está en ese estado sobrenatural se defiende todo lo que el otro hace, muchas veces hasta lo imperdonable.

—Tus palabras no tienen ningún valor, mamá —dije al fin y ella frunció el ceño—. Lo sigues queriendo, se te nota. No entiendo cómo a pesar de todo puedes seguir enamorada de un hombre que nos dejó y…

—No importa lo que yo sienta. Creo que todos nos merecemos que nos escuchen. No te pido que lo perdones, ni que lo quieras. Tampoco te pido que lo dejes entrar en tu vida. Solo que no lo odies y escuches lo que tiene para decirte.

—No lo odio, mamá. El odio es un sentimiento demasiado fuerte para sentirlo por alguien que no conoces y yo a Ryan no lo conozco.

—Con más razón, entonces. Si lo ves como a un desconocido, escúchalo y luego toma una decisión.

Tardé un tiempo en considerarlo. No es que tuviera miedo de verlo, sino que tenía miedo de creerle. De querer perdonarlo. Era mi padre después de todo. Me aterraba que su razón para dejarme fuera buena o tuviera sentido.

Más tarde entendería que todos esos miedos se convertirían en realidad. En ese momento solo atiné a decir:

—No iré. Fin de la discusión.

Me encerré en mi cuarto por el resto del día y no pude evitar dormir. Mi madre no intentó sacarme de allí porque sabía que quería estar sola. Necesitaba pensar, pero no podía hacerlo con los recuerdos de mi infancia abarrotándose en mi mente.

No recordaba mucho acerca de mi padre, tal vez inconscientemente me esforzaba por olvidarlo, y me irritaba el hecho de que lo que sí recordaba fuera tan positivo. Podía vernos jugando en el parque, yendo al cine o de vacaciones. Recordaba abrazos y risas, juegos y hasta frases. Pero el recuerdo del que no me podía desprender era la primera vez que me llamó Peach.

Era un día de invierno y habíamos ido a un restaurante a comer pastas. Mi madre, como siempre, me había abrigado más de la cuenta. Así que cuando ya llevábamos como una hora en el lugar bien calefaccionado, mi padre comenzó a reírse sin parar. Dijo que mis mejillas estaban teñidas de un tono entre rojizo y anaranjado y, por la forma de mi rostro y mis prominentes pómulos, parecía un durazno.

Como no le sonaba bien decirme “duraznito”, nombró la palabra en todos los idiomas que conocía: francés, pêche, descartado. Alemán, pfirsich, más descartado aún. Ruso, персик, realmente impronunciable. Así que se decidió por el inglés, peach.

De ahí en más, todos en la familia comenzaron a llamarme de ese modo.

Hasta que él se fue.

Cuando mi madre se dio cuenta de que ese apodo disparaba mi agresión, le prohibió a todos usarlo. Y hasta el día de hoy no había notado cuánto me afectaba.

Eso no fue lo único que hizo de este día uno de los peores de mi vida. Cuando bajé a buscar un vaso de agua a la cocina, miré mi teléfono. Tres llamadas perdidas de un número desconocido. Pensé que sería mi padre, que de alguna manera había conseguido mi número y llamé con intención de comunicarle que no me interesaba saber nada de él, pero cuando escuché la voz angustiada de la madre de Bria del otro lado mi corazón se congeló.

Mi madre entró en la cocina y vio cómo mi rostro se volvía serio. Me hizo un gesto, preguntando qué había pasado, aunque las palabras no parecían poder dejar mis labios.

—N-no —le respondí a la madre de Bria mientras sostenía mi teléfono con fuerza, rezando que todo fuera una pesadilla—. No está conmigo. No la veo desde esta mañana, en la cafetería de la universidad.

La preocupación de la mujer se sintió como una puñalada directo al corazón. Me dijo que nadie había sabido de ella desde que salió de la universidad al mediodía y que su teléfono estaba apagado. Ya había llamado a todos sus amigos. Me preguntó si se me ocurría dónde podía estar, pero estaba tan confundida que no podía pensar con claridad.

Mi madre se acercó para sostenerme por los hombros, mi cuerpo ya estaba temblando.

—¿Lo reportaron a la policía? —alcancé a preguntar.

—No —me respondió—. Nos dijeron que deben pasar 24 horas para poder hacerlo.

Claro, la policía y sus reglas de mierda.

Intenté mantener la compostura. Le dije que llamaría a todos los que conocía y que me uniría a ellos si salían a buscarla. Una vez que corté el teléfono, rompí en llanto como si tuviera la confirmación de que algo terrible había pasado.

Bria había sido mi mejor amiga desde los siete años y éramos inseparables. Ella era todo lo que yo no: sociable, amable y divertida. Le gustaba salir a fiestas, emborracharse, bailar y siempre, siempre tenía una sonrisa en el rostro. Simplemente amaba la vida.

Ella me había salvado. Fue la única que había estado ahí cuando mi padre se fue; la única que me entendió y aceptó mis cambios, mis problemas. Y aunque sé que no le gustaba mucho que tuviera esa clase de episodios en público, sabía que no podía controlarlos y nunca iba a dejar de ser mi amiga por eso. Estaba segura por la cantidad de veces que había intentado alejarla y ella se resistió.

Sin duda, no se podía haber ido por su cuenta y pensar que alguien pudiera haberle hecho algo me helaba la sangre. No era típico de ella salir sola y menos tener el celular apagado. Vivía para las redes sociales, así que siempre llevaba un cargador normal y otro portátil en su cartera, solo por si acaso.

Me sentí rara al anhelar que su desaparición fuera como todas las otras y Bria apareciera sana y salva. Aunque sentía que las apariciones eran tan raras como las desapariciones.

Estuvimos buscándola toda la noche. Fuimos a los lugares que frecuentaba, hicimos millones de llamadas y le preguntamos a todas las personas con las que nos cruzábamos en la calle. Nadie la había visto.

Se había esfumado de la faz de la Tierra.

Mi madre también ayudó en la búsqueda y me llamó la atención que repitiera incansablemente: “Tranquila, va a aparecer. Te juro que va a aparecer”.

No dormí nada esa noche. Llegamos a casa alrededor de las nueve de la mañana y mi madre se fue a dormir. Yo sabía que no iba a poder pegar un ojo así que me senté a ver el noticiero con un café. Estaban hablando de una señora que había desaparecido y después había aparecido dos semanas atrás. El titular decía: “Sobrevivió a la caída de un décimo piso”.

—¿De un décimo piso? —susurré para mis adentros con incredibilidad cuando escuché que me había llegado un mensaje. Me apresuré a agarrar el teléfono por si era la madre de Bria, pero había un mensaje de un número desconocido.

Si no vienes por mí, hazlo por Bria.

(Simbure 1800)

Ryan

Prisma

Capítulo 3

Miré de nuevo a la dirección en mi teléfono y levanté la vista hacia el gran galpón gris frente a mí. Sin duda esta era la dirección. ¿Es que Ryan se había equivocado? ¿Por qué me citaría en una fábrica abandonada?

Ya me estaba arrepintiendo de esto, pero solo venía por Bria. Si cabía la posibilidad de que mi padre supiera dónde estaba, no la iba a desperdiciar.

Solté un gran suspiro y me encaminé hacia lo que parecía ser un portón corredizo. Supuse que era la entrada. Agarré la manija oxidada y tiré hacia la derecha con fuerza. Un fuerte crujido me indicó que probablemente esa puerta no se abría desde el 1800. Y por lo que encontré dentro, no me equivocaba.

Estaba rodeada de máquinas oxidadas, algunas tapadas con sábanas que alguna vez fueron blancas, y mucho, pero mucho polvo. Mientras avanzaba, mis pisadas se marcaban en el mugroso suelo y el olor a gasolina penetraba cada vez más en mis fosas nasales.

La oscuridad y el secretismo del lugar hizo que me sintiera dentro de una película de suspenso: la bella protagonista entrando sola a una fábrica abandonada sin ninguna clase de protección y, para sumar al paralelismo o quizá solo para meterme en personaje, cometí el acto más cliché de ese tipo de películas cuando exclamé el nombre de mi padre.

Sí. Oficialmente era la protagonista sin cerebro de una película de suspenso.

Como nadie contestaba, seguí avanzando hasta el final de la fábrica, donde había una puerta que supuse que llevaba a lo que antes eran las oficinas.

Parecía más nueva y, al abrirla, no escuché un chirrido como el que había hecho el portón, lo que me dio el indicio de que quizá había sido instalada mucho después del cierre de la fábrica.

—¿Ryan? ¿Estás aquí?

Caminé hacia uno de los escritorios y de repente sentí algo moverse detrás de mí y una mano se apoyó en mi hombro derecho.

Sin entrar en pánico, agarré la mano del desconocido con ambas manos y la retorcí hacia la derecha mientras giraba mi cuerpo. Antes de hacer contacto visual con el chico de cabello rubio, mi antebrazo ya presionaba con fuerza su nuez de Adán.

—¿Quién eres? ¿Dónde está Ryan? —escupí.

Vi cómo el chico se retorcía y señalaba su garganta, de la que solo salían sonidos guturales. Lo miré por un segundo. Sus manos intentaban librarse de mi agarre mientras continuaba haciendo gestos, pero pese a tener una gran contextura física, no había intentado hacerme daño para escapar.

No iba a hacerlo, solo estaba queriendo hablar. Por eso lo solté.

El chico estaba todavía recuperando el aire cuando lo increpé:

—Habla. ¿Quién eres y dónde está Ryan?

Él curvó sus labios en una media sonrisa mientras se masajeaba la garganta.

—¡Mierda! En serio eres su hija —exclamó antes de incorporarse—. Luke Rivers, trabajo para tu padre.

Extendió la mano, pero me negué a tomarla. No iba a fraternizar con un desconocido.

—Y tan desconfiada como tu padre. —Chasqueó la lengua con disgusto y me dio la espalda, indicándome que lo siguiera. Me aseguré de que no hubiera otra persona en el lugar y fui tras él.

Entramos en una de las oficinas de la fábrica. Todo estaba desprolijo y desordenado. Había papeles y carpetas tiradas. Las sillas estaban salidas de su eje y los estantes llenos de polvo habían cedido ante el peso que soportaban.

Luke me hizo una seña para que me sentara mientras esperábamos a que el señor robusto con barba detrás de uno de los escritorios terminara de hablar por teléfono. Decidí quedarme parada. No pensaba estar ahí por mucho tiempo.

Cuando se volteó y notó nuestra presencia, sostuvo el dedo índice en el aire indicando que esperáramos un segundo a que terminara la llamada.

Lo único que me faltaba. Me cita luego de cinco años y ni siquiera puede colgar el teléfono cuando llego. Volví a mirar a Luke molesta, pero él estaba atento a la pantalla de su celular. Tenía el cabello rubio con un corte típico adolescente, más largo arriba y más corto a los lados. Su rostro era cuadrado y sus facciones firmes. Sin embargo, sus cándidos ojos contrastaban toda la rudeza de sus facciones haciéndolo parecer inocente y joven, lo que me dificultaba determinar bien su edad. Su figura era delgada pero tonificada y la camisa ceñida que llevaba puesta demostraba que se ejercitaba, aunque solo lo suficiente.

Aparté la mirada antes de que notara que lo inspeccionaba justo cuando se escuchó el ruido del celular de mi padre apoyándose contra el escritorio.

Cuando me dijo que me sentara, me crucé de brazos y lo miré fijo sin mover un músculo. Entonces, rindiéndose ante la situación, evaluó mi rostro con precisión, quizá intentando entender qué clase de sentimientos tenía hacia él en ese momento.

La respuesta: ninguno.

—¿Qué sabes de Bria? —Mi padre cruzó miradas con el chico a mis espaldas, pero no dijo nada—. ¿Y bien? ¿Cinco años y no vas a dignarte a dirigirme la palabra?

Para mi sorpresa, mi padre sonrió.

—¿Cómo estás, hija? ¿Cómo va la universidad?

No pude determinar si su tono era sincero o irónico.

—¿Es broma, no? Sabía que no debía venir. —Me di la vuelta para irme, pero el rubio bloqueó la salida con los brazos cruzados—. Te conviene moverte si no quieres que desfigure tu linda carita.

Él sonrió, pero no se movió.

—Hija… esto también es difícil para mí —escuché decir a mi padre a mis espaldas.

Me giré con una ceja levantada.

—¿Difícil para ti? Yo soy a quien dejaste tirada cinco años. Solo vine para saber qué información tienes sobre la desaparición de Bria.

—Te tengo que explicar muchas cosas para que entiendas lo de Bria. Por favor, siéntate y escucha lo que tengo que decir. Luego, si quieres te vas y no tienes por qué volver a cruzarte conmigo.

Mi corazón latía con rapidez mientras mis ojos se posaban en la mirada cansada y triste del hombre frente a mí. Era una versión demacrada y avejentada del hombre que solía conocer. Había engordado un poco. Las arrugas alrededor de sus ojos y su cabello salpicado de canas delataban el paso del tiempo. Parecía abatido y casi sentí lástima por él.

—Por favor… —suplicó señalando la silla. Me senté de mala gana. Él tomo aire antes de comenzar a hablar—: Todos estos años he estado trabajando en un proyecto muy importante.

Hizo una pausa pero no dijo nada más, como si esa oración bastara para explicar su ausencia. Abrí los ojos impaciente pero él seguía sin continuar con la historia. Parecía no saber cómo seguir.

—¡Ay, claro! Perdóname. No sabía que estabas con trabajo —dije sarcástica y antes de que pudiera comenzar a hablar seguí—: ¡No me malentiendas, eh! Es una muy buena excusa, créeme. Quizá le agregaría algo más, como que… no sé… te mandaron a Arabia Saudita para una misión y fuiste secuestrado por un jeque árabe.

Mi sarcasmo hizo que el empleado de mi padre soltara una pequeña carcajada. Ryan le dedicó una mirada de advertencia.

—¿Qué? —se defendió el chico—. No me va a decir que no fue ocurrente.

Y con eso ya me caía un poco mejor. Mi padre suspiró cansado y se pasó la mano izquierda por el rostro con frustración.

—Alison, yo entiendo que me odies, pero solo…

—Ahí es donde te equivocas. El odio es una emoción muy fuerte como para sentirla por alguien que te es indiferente. No tengo ninguna clase de sentimiento hacia ti. Eres un desconocido para mí, Ryan.

Mi padre asintió con tristeza y miró hacia Luke con lo que parecía ser vergüenza.

—Este proyecto es muy importante a nivel mundial —continuó, ignorándome—, pero las cosas se han complicado mucho. La organización para la que trabajo no recluta agentes como…

—¿Ahora resulta que trabajas para la CIA o algo así? —dije soltando una risa irónica—. Creo que ya te pasaste con la mentira. Solo dime qué sabes de Bria.

Esta vez, el tono de mi padre fue de enojo cuando dijo:

—Si no vas a dejarme hablar, no podré…

—Jefe —interrumpió Luke—, creo que sería mejor que le muestre.

Sus ojos se movieron de Luke a mí, considerándolo. Luego de un momento asintió y se levantó de su silla. Sacó una especie de celular azul del bolsillo. Era mucho más grande que su mano, pero no del tamaño de una tablet. Mientras lo sostenía en el aire pude ver el símbolo que tenía grabado. Era una especie de triángulo que encerraba dos letras: DM.

—¿Y ahora qué? ¿Vas a abrir una puerta secreta que lleve a un laboratorio en el subsuelo? —me burlé mientras mi padre ponía su huella digital en el aparato.

—Bueno, no un laboratorio exactamente, pero estuviste cerca —dijo Luke que ahora se encontraba a mi lado con los brazos todavía cruzados. Lo miré frunciendo el ceño.

—¿Este niño trabaja para ti? —le dije a mi padre, señalando a Luke con el pulgar.

—Oye —dijo el rubio mientras Ryan seguía absorto en el aparato.

—Es uno de nuestros mejores agentes.

—¿En serio? ¡Qué bajo nivel! Lo reduje en menos de cinco segundos.

—Eso es porque tenía la orden de no atacarte —se defendió Luke.

Le dediqué una sonrisa de suficiencia.

—Sí... claro. Si te hace sentir mejor.

Escuché un estruendo que interrumpió nuestra conversación y vi a mi padre mirar hacia el suelo. Ladeé la cabeza porque el escritorio me obstruía la visión. Donde antes había estado su silla ahora había un agujero cuadrado con una pequeña escalera que desaparecía en la oscuridad. Ryan descendió sin decir una palabra y yo miré a Luke desconcertada.

—Después de ti, princesa.

Ensayó una fingida reverencia que me hizo soltar un bufido antes de descender.

Cuando llegué abajo, crucé la puerta de acero que mi padre ya había abierto, supuse que con un código o con su huella digital, y descubrí que Luke tenía razón.

Había estado cerca.

No era un laboratorio, pero sí unas oficinas subterráneas. Las paredes eran de un gris oscuro y la mayoría estaba repleta de pantallas, láminas y paneles de control. Había escritorios llenos de botones y computadoras, si es que podían llamarse así. Los monitores parecían ser finas láminas transparentes y se podía ver a través de ellos. Las pantallas mostraban mapas de todos los rincones del mundo con puntos rojos titilantes y varias fotografías de personas. A algunas las reconocí por las noticias. Eran los desaparecidos.

Continué caminando mientras oía el ruido de alarmas, pitidos, llamadas y murmullos de conversaciones. Las personas que estaban trabajando eran casi todas mujeres perfectamente arregladas que ni notaron nuestra presencia. Mi atención se fijó en una de ellas. Su pelo negro azabache estaba recogido en una cola de caballo tirante, su tez era muy blanca y tenía los labios pintados de rojo. Llevaba puestos unos diminutos auriculares con un micrófono que reposaba sobre su mejilla derecha por donde daba órdenes en un tono cortante y, sin duda, aterrador.

—Ella es Brenda, la jefa de las reguladoras —susurró Luke en mi oído mientras seguíamos caminando detrás de mi padre.

—¿Las reguladoras? —pregunté con confusión. Antes de que él pudiera contestar, mi padre se detuvo y le hizo señas a Luke para que se acercara.

Estaba frente a una mesa octagonal en el centro del lugar y deslizaba los dedos sobre la superficie. Cuando me acerqué, noté que, en realidad, era una gran pantalla. Observé cómo Ryan tocaba puntos, abría y cerraba ventanas hasta que encontró una carpeta. Sostuvo sus dedos índice y pulgar juntos, y luego los separó rápido para abrirla.

La carpeta tenía mi nombre.

Tragué saliva y mi respiración se entrecortó. ¿Por qué tenían una carpeta con mi nombre en este lugar? ¿Qué clase de información contenía? ¿Qué sabían de mí? ¿Estarían al tanto del incidente? ¿Sabían lo que había hecho?

—Comencemos por el principio… —dijo mi padre mientras señalaba algo detrás de mí.

Giré y vi una silla de escritorio, que seguro había traído alguna de las mujeres que seguían trabajando como si no existiéramos. Apreté mis puños y traté de calmar mi corazón. Me aterraba lo que sea que mi padre fuera a decir.

—Comencé a trabajar en este proyecto antes de que nacieras. Todo parecía ir muy bien y estábamos casi llegando a nuestro objetivo cuando algo ocurrió y lo cambió todo. En ese momento tuve que desaparecer de tu vida y de la de tu madre.

Lo miré confundida ante su vaga explicación. Entonces miró a Luke, que solo se encogió de hombros. Parecía como si ninguno de los dos encontrara las palabras adecuadas.

—Hija, tú sabes que no somos los únicos en este mundo, ¿verdad? —dijo y no pude evitar soltar una carcajada.

—¿Me estás diciendo que trabajas en un proyecto de extraterrestres?

Mi padre parecía querer hablar, pero sus palabras no salían y realmente no entendía qué tenía que ver todo esto con Bria.

—Se llaman doppelgangers —escuché decir a Luke con seguridad.

—¡Luke! —lo regañó mi padre.

—Perdone, jefe, pero no estaba yendo al punto.

—Ryan, realmente no entiendo nada —dije cansada—. Es mejor que dejemos todo aquí, no me interesa qué hiciste estos años. Solo vine porque dijiste tener alguna información sobre Bria, pero veo que era mentira.

—No puedes irte.

—Claro que puedo. No puedes decirme qué hacer.

—Es que eres una de las elegidas —dijo Luke con tono firme.

—¡Luke! —volvió a regañarlo mi padre.

—¿Qué quiere que haga, señor? No está siendo claro con ella. Explíquele, como lo hizo con nosotros.

—¿De qué diablos está hablando el imberbe este? —dije mirando con frustración a mi padre.

—¡Oye, de imberbe nada, eh! Soy más grande que tú.

—No con esa cara de bebé —le espeté y luego giré hacia mi padre—. Me voy de aquí.

Comencé a caminar hacia la salida, pero me frené en cuanto escuché lo que dijo Ryan.

—Las desapariciones —explicó solemne— no son casualidad y, como tu amiga, cualquiera de nosotros puede ser el siguiente.

Prisma

Capítulo 4

Mis ojos pasaban de la pantalla a mi padre y luego a Luke. Mi mente se debatía entre creer que mi padre había enloquecido o considerar la locura que salía de sus labios.

—¿A ver si entendí bien? —dije en tono de pregunta—. Me están diciendo que hay un universo paralelo con personas exactamente iguales a nosotros que lograron entrar a nuestro mundo y están secuestrando gente.

—A sus dobles —dijo Luke mientras ambos asentían—. Están secuestrando a sus dobles.

No pude contener la risa, que retumbó en toda la habitación.

—Ustedes están mal de la cabeza. ¡Esto es absurdo!

Mi padre había pasado casi veinte minutos explicándome de qué se trataba el proyecto Doppelganger. Estaba al tanto de la teoría que decía que todos tenemos un doble en alguna parte, pero entre eso y que existiera un mundo paralelo lleno de ellos había un abismo.

Ryan dijo que se había descubierto la posibilidad de que existieran universos paralelos, lo cual no me parecía tan descabellado. La NASA había estado investigado esa posibilidad por años y se sabía que podía ser real. Sin embargo, de existir, era casi imposible poder acceder a ellos.

Según mi padre, unos años antes de mi nacimiento un científico de la DM, que ahora sabía que era el nombre de la organización para la que trabajaba mi padre, cuyas siglas significaban Doppelganger Management, había logrado abrir un portal hacia la otra dimensión. Mi padre fue uno de los elegidos para cruzarlo junto con otros agentes. Por años exploraron su mundo y trajeron información. Descubrieron que esa dimensión era un reflejo de la nuestra, pero con varias diferencias y se llegó a pensar en implementar en la Tierra algunas costumbres e inventos de ese mundo. En algunos aspectos eran más evolucionados que nosotros, pero esa dimensión estaba totalmente destruida, por lo que vieron a los humanos como una salida a la desgracia y un ticket hacia el paraíso. Comenzaron a preguntar cada vez más sobre nuestro mundo y manifestaron el deseo de conocerlo. Esto alertó a la organización, que decidió sacrificar la investigación para evitar un desequilibrio o una futura confrontación con estos seres.

El portal se cerró, previniendo así que muchos de ellos ingresaran.

Hasta ahora.

Los doppelgangers habían encontrado la forma de entrar a la Tierra. Y como no podían establecer una nueva vida aquí sin levantar sospechas, comenzaron a buscar a sus dobles y a tomar su lugar. Todavía no sabían qué les hacían, suponían que se los llevaban a su dimensión para luego tomar su lugar en la nuestra.

Sin duda, todo esto era mucha información para procesar y, de ser verdad, aunque no creía que lo fuera, no entendía para qué me lo contaba mi padre. Respiré hondo y hablé tratando de sonar segura.

—¿Me estás diciendo que los que vuelven de las desapariciones no son humanos sino dope… dopejanglers?

Sabía que estaba utilizando un tono burlón, pero esto era lo más absurdo que había escuchado.

—Doppelgangers —aclaró mi padre—. Y sí. Es exactamente lo que estoy diciendo. Tu amiga no va volver, va a volver su doppelganger.

Esto ya había llegado un poco lejos.

—No, bueno. Gracias por todo…

Me levanté de la silla, pero Luke me volvió a sentar empujando de mis hombros hacia abajo.

—Estamos diciendo la verdad —afirmó.

—Tengo un psiquiatra que es muy bueno con…

—Hija, por favor.

—No, de verdad es muy bueno. Quizá…

—¿Podrías pretender por un minuto que nos crees? —rogó mi padre.

Realmente podía estar haciendo algo mejor con mi tiempo, como buscar a mi amiga. Sin embargo, no podía negar que las desapariciones me parecieron extrañas desde el principio y había una pequeña voz en mi interior que se preguntaba: ¿y si te vas ahora y resulta que todo esto era real?

Decidí darle una oportunidad a esta locura.

—Ok. Supongamos que hipotéticamente te creo que es verdad que existe un mundo paralelo y estos… seres secuestran humanos, ¿qué tiene que ver eso contigo o con tu desaparición?

—Cuando entramos por primera vez a su mundo comenzamos a mezclarnos con ellos. Anotábamos todo lo que veíamos para luego reportarlo. Comenzamos a estudiarlos y a mandar misiones casi todo el tiempo para que los agentes se mezclaran entre ellos y continuaran investigando. Todo iba bien hasta que cometimos un error. Bajamos la guardia. Nos hicimos sus amigos y quisieron cruzar a nuestra dimensión. No podíamos permitir que eso pasara porque generaría un desequilibrio en la Tierra.

No daba crédito a nada de lo que me estaba diciendo, pero, por alguna extraña razón, no podía dejar de escucharlo. Tenía una imaginación admirable. Mis ojos se posaron en Luke que estaba impasible mientras escuchaba el relato atentamente. Cuando me vio, solo me dedicó una pequeña sonrisa y asintió, como incitándome a hacer la pregunta que tenía en la punta de la lengua.

—Ok, voy a seguir con el juego. ¿No generaba un desequilibrio que ustedes cruzaran a su dimensión?

—Supongo que sí —respondió mi padre—. Pero nosotros éramos unos pocos, ellos querían cruzar en masa.

—¿Entonces? —dije meciéndome en la silla de escritorio, todavía reacia a su delirio.

—Entonces, me encomendaron una última misión para cerrar el portal. Debía llevarme a todos los agentes, aunque algunos se habían involucrado tanto con los doppelgangers que quisieron quedarse allí.

—¿Y qué más? Ya te inventaste un mundo paralelo para justificar tu ausencia. ¿Qué más tienes para inventar? Me intriga saber hasta dónde puede llegar tu imaginación.

Antes de que mi padre pudiera hablar, Luke interrumpió:

—¿Puedes dejar de comportarte como una niña pequeña y escucharlo?

Su tono era de hastío, como si encontrarse conmigo hubiera sido lo peor que le había pasado en el día.

Le dediqué una mirada furiosa, avancé hasta donde se encontraba y lo agarré del cuello de la camisa. Era un poco más alto que yo, pero mi agarre hizo que agachara su cabeza para mirarme.

—¡Tú no eres quién para meterte o decirme qué es lo que tengo que hacer! —dije furiosa.

Mi padre se interpuso entre nosotros e hizo que lo soltara.

—Me secuestraron, Alison —dijo con tristeza.

—¿Qué? —dije perpleja.

—Hace cinco años, cuando estaba a punto de volver, fui secuestrado por su rey. —Negué con la cabeza sonriendo ante lo absurdo que sonaba eso. A la vez mi mente daba vueltas considerando sus palabras. Lo que decía no podía ser verdad—. Estuve secuestrado durante cinco años. Hace solo tres meses logré escapar y hablé con tu madre. Yo sé que quieres que exista otra realidad en la que soy una basura que las abandoné, pero esta es la única verdad.

Intentó acercarse y tomarme de los hombros, pero me aparté todavía en shock.

—La única verdad que inventaste. Tú … te estás burlando de mí. Me estás tomando el pelo. ¡Yo no puedo creer esto! ¡Es absurdo! ¡Tú eres absurdo, todo esto es absurdo! —grité señalando a mi alrededor. Me acerqué a una de las chicas de los micrófonos y le saqué los auriculares con fuerza—. ¿Cuánto te pagó? —exclamé fuera de mí. La mujer me miró con confusión y un poco de miedo —. ¿Cuánto le pagaste a esta gente, Ryan?

—Hija… por favor, cálmate —dijo acercándose.

—¡No me calmo nada! ¿Qué tan lejos puedes llegar? ¡Esto es un delirio! Me voy de aquí. —Me di vuelta decidida para caminar hacia la puerta cuando choqué con Luke, quien tomó mis brazos y los juntó en mi espalda. —¡Suéltame o me vas a conocer!

Intenté liberarme de su agarre, pero muy a mi pesar lo que había dicho en la oficina de la fábrica era cierto. No se había defendido porque tenía orden de no hacerlo. Podía reducirme en menos de cinco segundos. Ya lo había hecho. Me retorcí e intenté que me soltara, pero su agarre era muy fuerte.

—Mírame —susurró Luke en mi oído.

—¡No puedo mirarte, idiota! Estás detrás de mí.

Él soltó una carcajada.

—Bueno, escucha entonces. Podemos probarlo. Podemos probarte que este mundo existe.

—Sí, bueno. Otro día será —dije y lo pisé con fuerza.

Luke soltó un gemido de dolor mientras yo ya corría hacia la salida.

—Okey, si así es como quieres hacerlo…

Antes de darme cuenta, estaba de nuevo detrás de mí y me alzaba por la cintura con un solo brazo—. ¡Suéltame, imbécil! ¡Te denunciaré!

—No lo harás —dijo riendo.

Me sostenía contra el lado derecho de su cuerpo como si pesara lo mismo que una pluma. Mi cuerpo estaba acostado paralelo al suelo mientras el rubio caminaba detrás de mi padre por un pasillo gris con paredes de metal, iluminado solo por enceguecedoras luces blancas, de esas que se usan en los hospitales. Yo me retorcía intentando pegarle a Luke en algún lado, pero él no parecía inmutarse. Cruzamos una puerta y nos encontramos en una gran habitación que solo tenía una mesa de reuniones con varias sillas. Todas las paredes tenían ventanales enormes, pero no se podía ver hacia afuera. Al lado de cada uno había una computadora.

Luke me bajó suavemente y cuando lo miré, me indicó con la barbilla el lugar donde estaba mi padre, quien escribía algo en la computadora del primer ventanal. Eché una mirada a la puerta, que ya estaba cerrada, y luego a Luke, quien negó suavemente con la cabeza con un gesto de advertencia en su rostro. Era en vano intentar huir.

La voz grave de mi padre hizo eco en la habitación.

—Será mejor que te sientes para ver esto. —Le dediqué una mirada de suficiencia y él se encogió de hombros—. Como quieras.

La luz del ventanal, que ahora entendía que era una vidriera, se encendió y ¡vaya que mi padre tenía razón! Cuando vi lo que había dentro, todo se volvió negro.

Prisma

Capítulo 5

Abrí los ojos y me encontré con la mirada azul de Luke, que agitaba un papel para darme aire.

—¿Estás bien? —preguntó y me di cuenta de que mi cabeza reposaba sobre su regazo. Lo más probable era que me hubiera atajado antes de caerme.

—Sí. —Apoyé las manos en el suelo para incorporarme lentamente.

Intenté pararme con su ayuda y me acerqué a la vidriera, que parecía una pecera. Pestañeé varias veces para dar crédito a lo que veía. Mis ojos se movieron de mi padre, que estaba al lado de la computadora, a mi otro padre, que estaba parado del otro lado. Cerré los ojos con fuerza y los volví a abrir, como si así el otro Ryan pudiera desaparecer. Pero no, ambos seguían ahí.

¿Cómo era posible?

Mi padre no tenía hermanos y mucho menos

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