Animal rarísimo

Ana María Shua

Fragmento

Gaspar paseaba por el zoológico con Martín, su hermano mayor.

A Gaspar todos los animales le gustaban. No solamente los que estaban enjaulados o separados de la gente por fosos o por barreras de plantas pinchudas. También le gustaban mucho los gatos que andaban sueltos. El zoo está lleno de gatos y Gaspar suspiraba viendo gatos, gatazos y gatitos que hubiera querido tener en su casa. Sólo que sus padres no querían saber nada de mascotas en el departamento.

De pronto Martín, el hermano grande de Gaspar, vio a una chica comiendo un helado. Y empezó a seguirla.

Gaspar no entendía nada.

Un mono pelando un maní es muy interesante.

Una serpiente tragándose un ratón es más interesante todavía.

Pero ¿una chica comiendo un helado? ¿A quién le interesa?

En ese momento llegaron a un foso donde había un animal extrañísimo.

–¡Martín, mirá! –dijo Gaspar–. ¿Qué es esto? ¡Explicame!

–Es un perro grande –dijo Martín, siempre distraído con la chica.

Gaspar volvió a mirar.

Para perro, era demasiado grande. Ni siquiera una perra embarazada tiene una panza así.

Después le miró las patas: las más raras del mundo. Las de adelante tenían cuatro dedos como cascos. ¡Las de atrás tenían solamente tres dedos!

Ningún perro tiene patas así.

¡Y la cabeza!

El animal tenía pelo en la parte de arriba como si fuera un indio hurón de las películas. O un muchacho punk.

También tenía una especie de trompita. ¿Sería algún tipo especial de elefante enano?

Pero las orejas eran redondas. Chicas. Y cómicas.

Gaspar dibujó en su cabeza una larga lista de orejas conocidas. Nunca había visto algo así.

El bicho comía sólo pasto y hojitas tiernas y verduritas. Nada perruno.

Gaspar vio un cartel en letras de imprenta. Decía: T A P I R.

Pero no alcanza con saber cómo se llama un animal para saber qué clase de animal es.

También hay que saber de quién es pariente. El tapir ¿era una clase de perro, de elefante, de chancho salvaje?

En ese momento pasó una cosa buena y una mala.

Cosa mala: Gaspar buscó a Martín y no lo vio. ¡Estaba perdido!

Cosa buena: un empleado del zoológico hablaba sobre el tapir.

Gaspar pensó: “Martín siempre dice que si me pierdo, me quede quieto donde estoy, que él me va a encontrar”. Y se quedó escuchando.

El señor del zoológico decía cosas muy interesantes. Gaspar se enteró de todo lo que tenía ganas de saber sobre el tapir. Pero Martín seguía tardando.

Mil años después, apareció Martín.

Gaspar estaba asustado y enojado y le quiso dar una piña. Pero Martín estaba contento. Lo esquivó, lo abrazó y le compró pochoclo.

–¡No era un perro grande como dijiste vos! –dijo Gaspar–. Se llama TAPIR. Y es pariente del caballo, de la cebra y del rinoceronte. ¡Y se come! ¡Y vive en la Argentina! ¡Y le gustan las verduritas!

Entonces Martín contó que la chica se llamaba Romina, que iba al Normal 4, que vivía en el barrio de Caballito, y que le gustaban mucho los helados de limón.

Después se volvieron en colectivo

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