
Hay veces que me odio. Odio mi manera de ser, en quién me convierto cuando quiero agradar, las cosas que hago, digo y cómo las digo. Odio mi manera de moverme, mis gestos y hasta mi apellido. ¿Por qué no pude haber tenido un apellido más común, al que nadie le cueste pronunciar?
No, claro. Lo mío siempre tiene que ser complicado, difícil, extraño, o llamar la atención por algo.
Cuando, en la clase, el profe de Matemáticas pasa la lista y llega a mi apellido, Vukovarsko, es en fija que se le va a trabar la lengua y va a decir cualquier cosa. Como uno que una vez dijo «Busco vaso» y se reía él mismo. De terror, el hombre… Yo encima tuve que levantar la mano.
Y, como ya es rutina, los chicos de la clase se van a reír y va a pasar igual en cada una de las clases nuevas que tenga, con cada uno de los profes con los que me toque. Sí, ta, es gracioso. Puede ser motivo de risa, qué bien. Pero a mí eso ya me tiene harta, además que risa, lo que se dice risa, no me provoca. No se me mueve un músculo de la cara y menos de la boca. No entiendo la gente que se ríe de cualquier estupidez.
Si tuviera que describirme, diría que soy un poco ácida y —debo reconocerlo— creída y altanera cuando soy Soff. Me enferma andar riéndome de chistes idiotas solo para quedar bien, como pila de personas hacen.
Así que volviendo al temita este de mi apellido, que se suma a otros asuntos que me dificultan la existencia, ninguno me creería si digo que por momentos yo, posta, posta, quisiera pasar desapercibida. A un Gómez, a un Ramírez, a un Gutiérrez nadie le da bola, quiero decir, a nadie le llama la atención, no se fijan, porque es parte de lo «normal». Seguís de largo, como quien dice. Pero Vukovarsko… ¡Fua!
Encima que detesto andar dando información, mi apellido me genera otra cosa: que la gente empiece a preguntar, y que yo tenga que responder, como un loro:
—Pero, ¿de qué origen es tu apellido? ¿Ruso?
—No. Croata. —Y por las dudas de que no sepan qué es ser croata, aclaro—: Es de Croacia.
—¡Ah, qué interesante, de la ex Yugoslavia!
(¡Pfffff! Ya se quiere hacer el que sabe de historia, ¡OMG!)
—Sí y no. Croacia ahora es un país libre, independiente de Yugoslavia. Igual, hace pila que vinieron mis bisabuelos, o sea, los abuelos de mi padre, así que no me pregunte más nada de ese país porque mucho no sé.
Mentira, sé, pero no me voy a poner a explicar cosas que para los demás son una masa absoluta. Toda la historia de cómo los serbios y los croatas estuvieron en guerra hasta hace relativamente poco, y cómo la gente sufrió verdaderas pesadillas.
Pero ta, lo que quiero decir es que un simple apellido trae un torbellino de diálogos que no me interesan en lo más mínimo, y me revienta tener que andar charlando con profesores o gente que se hace la sabihonda con respecto a la historia mundial.
También puede resultar difícil de creer que con tanta gente que me sigue en Twitter y los cientos y cientos de amigos que tengo en Facebook, más todas esas chicas del liceo que quieren ser como yo, que me persiguen por todas partes como un fiel séquito, que me piden consejos, que me idolatran…, en realidad esté más sola que un perro. Porque hasta los perros están acompañados y son queridos, pero sacando a Lele, es decir, a mi abuela Celeste, ¿con quién cuento, en realidad? ¿A quién le puedo confesar todo esto que me pasa? ¿Quién —de mi edad— me conoce de verdad-verdad como para ser mi soporte? ¿En el hombro de quién puedo llorar tranquila sin que me dé vergüenza de que se me desfigure la cara o de que las lágrimas me corran el rímel que a veces me pongo para parecer mayor?
Y, por sobre todas las cosas, ¿quién podría entender, sin juzgar, el secreto que guardo en mi casa y en el fondo de mi corazón, que además me lo va destruyendo de a poquito cada día que pasa? Ese secreto que solo Lele y yo conocemos. Que para Lele tal vez sea más fácil de digerir pero para mí es todo, con mayúsculas, TODO. Ese secreto que es esa puerta cerrada del altillo donde se esconde lo que necesito y no puedo tener.
No. No tengo a nadie que pueda comprender lo que siento… Mis compañeros me ven y piensan en mi vida perfecta, porque, claro, por fuera soy tan impecable, tan «diosa», «tan segura de ella misma», como dicen…
Me envidian el pelo largo, castaño, y de rulos que me llegan como resortes mágicos hasta la cintura. Los labios carnosos, los ojos rasgados de un verde profundo y claro, la nariz respingona y el cuerpo delgado, musculoso y ágil, que en invierno escondo bajo ropa divina y, por supuesto, de marca. Jamás me pongo algo que sea de la feria. ¡No, no, no! ¡Antes, muerta! Me fijo que las prendas combinen entre sí y con los accesorios. Es parte de lo que soy, de lo que creé y de lo que me protege del mundo exterior. No lo puedo descuidar. Envidian mi manera de caminar, de ser, de hablar por mi iPhone, incluso las palabras que mecho del inglés. Les encanta. Y me imitan. En el fondo, me gusta, bah, me gustaba…, me hacía sentir que era importante, que era famosa, que era una diva, que era un ejemplo a seguir…
Pero… ¿cuándo es que me di cuenta de que todo eso no era más que una farsa? ¿Que en realidad estoy completamente sola, que me carcome mi vida maltrecha, mi familia desintegrada, mi secreto del altillo y mi falta de respeto hacia mí misma que me llevó a estar con algunos chicos por el simple hecho de mostrarme capaz de conquistarlos?
A veces pienso si fue cuando me hice «amiga» de Elena, la besta de esa nenita malcriada de Camila que se las da de sencilla… Ajjj, ¡la odio! ¡Pensar que ella tiene tanto, tanto, tanto! Se nota que adora a su hermano (aunque, cuando lo veo, es un chiquilín tan imbancable que ¡mamita querida, no sé cómo lo aguanta!), tiene a su mejor amiga, además de otras que le son re fieles como Paola, como Florencia… y, por sobre todo esto, tiene a su madre.
Una vez la escuché hablar de ella con tanto orgullo que casi se me atragantó el corazón. Estábamos en las gradas del club, esperando que terminase de jugar al volley el equipo del otro cole, y ellas no me habían visto, pero yo había llegado hacía un ratito y tanto Florencia como Camila estaban sentadas dos gradas por debajo de mí, así que se escuchaba perfecto lo que charlaban:
—Se lo conté todo a mi mamá —decía Camila—. Mi madre es lo más, Flor, te juro que la admiro tanto… O sea, vos capaz no te das cuenta de pila de cosas porque tus padres están juntos, entonces como que supongo que se dividen las tareas de la casa y eso…
—Bueno, sí, maso… A veces mi viejo hace más que mi madre —le contesta Florencia, que se la pasa haciendo chistes. Es fanática del humor y hasta hace caricaturas que, confieso, están bien cool—. La ropa la plancha papá y también lava los platos. Yo le digo a Fede que tiene que aprender de él porque si un día nos casamos tiene que hacer todo eso.
—Ta, pero fuera de broma, mi madre, aparte de trabajar mil horas en el laboratorio, no sé cómo hace pero tiene tiempo para escucharme y aconsejarme, consolar a mi hermano, ayudarlo con los deberes…
—Sí, es divina tu vieja.
—¡Ja! Dejá que le diga que le dijiste «vieja». —Se ríen.
—No, pero en serio, tiene re buen corazón.
—Tal cual, por eso te digo que cuando le conté todo lo que me pasaba con Ele, que nos habíamos distanciado y eso, pensé que capaz para ella era una estupidez y que no me iba a dar bola. ¡Venía de trabajar casi diez horas! Pero nada, se hizo un café, se sentó conmigo en la cocina y me empezó a contar sobre un caso parecido que tuvo ella cuando tenía mi edad y…
Tuve que salir para el corredor e irme derechito al baño, trancar la puerta y sentarme a respirar profundo. No lloré, pero hice un esfuerzo enorme. Odio llorar, porque me hace sentir que soy débil, que no tengo control sobre mí misma, y no lo aguanto…
Lele es una mujer tan fuerte… Ella dice: «Llorar es para los débiles, hay que actuar». A veces me pregunto si salí a ella o más bien a mi mamá. Me aguanté sin soltar una lágrima… Pero, ¡ay!, no sé…, a veces de verdad quisiera decirle a Lele: «¡Necesito llorar, necesito que me escuches llorar y me consueles!».
Igual sería como hablarle a una pared, idéntico-idéntico. Ella es una mujer criada de otra manera, donde los sentimientos tienen que esconderse, taparse, ignorarse… Así fue con mi abuelo, así fue con mi madre y, obviamente, así es conmigo. A esta altura de su vida, cambiarla sería como la película Misión imposible que le copa a mi padre. ¡Uf! También esas pelis de acción le gustan a John… ¡y yo las detesto!
John… ¿por qué lo traigo a mi memoria? ¿Acaso no me juré olvidarlo de una vez y para siempre, después de todo lo que me hizo sufrir? ¿Después de creer que yo era el gran amor de su vida, de que íbamos a tener una relación en serio? ¿Después de lo que me denigró como persona, como ser humano? Pero… no puedo olvidar, no. Me enamoré como una tonta por primera vez en mi vida, y fue como quien dice «amor a primera vista».
Recuerdo el momento exacto en el que lo vi entrar al liceo. Me parecía estar dentro de la película High School Musical, en uno de esos corredores con casilleros en los costados (en la peli estaban todos pintaditos, pero en el liceo de Brooklyn eran un desastre total), yo siendo Gabriella y viendo entrar, como en cámara lenta, a Troy Bolton. Claro, ni yo soy Gabriella ni me parezco, ni él es Troy ni se le parece. De hecho, si lo tengo que comparar físicamente a algún famoso, diría que es un calco de Cody Simpson, pero más alto, más fornido…
Y aunque me juré olvidar todo lo que pasó allá con él, que fue mucho, John sigue colándose en mis pensamientos, haciéndose un hueco en mi cabeza y atornillándose en mi cerebro. Encima, a lo que está lejos, peor. Más cerca lo siento, o sea, es un disparate, pero parece que está más al lado mío ahora que cuando de verdad estábamos juntos, en Estados Unidos…
¡Basta! Tengo tanto en que pensar y estoy tan cansada… Pero la mente se me divaga viaja, viaja, viaja en avión hasta esa ciudad en la que vive mi papá…, viaja hasta Brooklyn, Nueva York. Y me obligo a parar. Tengo que dormir, mañana hay escrito de Biología y tengo que estar descansada.
Miro en la semioscuridad y aunque veo poco conozco cada detalle y cada mueble. Mi cama es estrecha, pero cómoda. La cama de Lele es la que está más cerca de la puerta, y en medio de ambas tenemos una mesita de luz que compartimos. Ella apoya sus libros de cocina, y yo mis esmaltes, mi MP5 y las chucherías de siempre.
Delante, tenemos un ropero bien grandote, y como Lele no tiene mucha ropa, es casi todo mío, lo mismo que el espejo que cuelga en la pared con la cómoda debajo, que está frente a la ventana. El cuarto es antiguo, de techos altos, como toda la casa… Mis abuelos lo habían pintado de verde agua, un color que se usaba antes, y todavía sigue así, con varias manchas de humedad aquí y allá.
Mi cama está debajo de la ventana que da a la calle, y tengo un pedacito de pared en el que colgué un póster de Miley Cyrus, porque me sirve de inspiración. De una u otra forma, la serie que hizo durante años Hannah Montana se parece bastante a lo que es mi vida…, dos personalidades y una misma persona. Sofien casa y Soff en el liceo.
Cuando soy Sofi, detesto a Soff, y si soy Soff ni siquiera me acuerdo de quién es Sofi. Esa mezcla soy yo. Y me odio por eso.


En puntitas de pie, para no hacer ruido, saqué el uniforme al estar y fui al baño, que está pegado a nuestro dormitorio. Del otro lado del baño está el cuarto de mamá. Pero ese no se toca. Solo lo abrimos para ventilar, para que no quede olor a encierro. Prefiero dormir con Lele, aunque no tenga intimidad…, porque me siento acompañada, que alguien está conmigo y me cuida. Estuve tan sola en la vida, excepto por la presencia de mi abuela, que supongo que es normal elegir estar con ella en el cuarto en vez de tener uno solo para mí. Y a Lele le da lo mismo, de hecho prefiere que duerma con ella porque no quiere tocar el cuarto de mamá. Dice que es de mamá y mío. Pero yo lo siento como de mi mamá, para nada mío, así que me quedo donde estoy y punto.
Como todas las mañanas, fui a la cocina, hice un café con leche y me lo tragué rápido, sin azúcar. Iba a prepararme dos tostadas pero no sentí hambre. Si Lele se entera, me acogota. ¡Ella, que me vive repitiendo que el desayuno es la comida más importante del día…! Hace un tiempo le pedí que no se levantase tan temprano. Me costó convencerla y tuve que decirle que con sus desayunos majestuosos siempre llegaba tarde al liceo, y que me dejase ser independiente por un rato. Al principio se ofendió, pero logré que se quede un rato más en la cama… Yo sé que necesita descansar, porque se pasa todo el día haciendo las cosas de la casa. Levanté la mochila del living-comedor, donde la dejo siempre, al lado de la puerta, y salí disparada para el liceo, que me queda a unas diez cuadras de casa.
En el camino, suelo seguir mi rutina de belleza: me suelto el pelo, me enrollo la pollera hasta transformarla en una mini tableada, me suelto la camisa para que tape el rollo que se forma del doblez, y estoy pronta. Rímel incoloro ya me pasé en casa, y por supuesto que no me olvido de la base, una que me traje de Estados Unidos que está genial, te la ponés y parece que no te hubieras maquillado, pero te queda la piel como bronceada y pareja durante todo el día. Eso hace que contraste más mi pelo, y mis ojos verdes parezcan bien brillantes. En verdad, todo el mundo piensa que tengo una piel perfecta, pero no, sin la base, mmm… ¡Lo que pasa es que tengo varios truquitos para parecer impecable! Este proceso lo tengo que hacer así porque si no tendría problemas con Lele todos los días, porque ella dice que no estoy en edad de maquillarme. ¡Pobre Lele! ¡Es de otra generación! ¡Mirá si no voy a estar en edad de pintarme! Tengo catorce años y medio, o sea, ¡encará!
Hoy no estoy en mi mejor día. Antes de salir de casa había visto que la puerta del altillo seguía cerrada, como hace una semana, y eso siempre me pone, no sé cómo describirlo…, mal. Me angustia salado y hace que me transforme más en Soff.
—¡Sooooff!, ¡Sooooff! —escucho que grita una chica a mis espaldas.
Me doy vuelta re paspada. Cosa que me revienta es que me llamen Soff con O, como hace esta nenita, cuando les tengo advertido que es Soff pero pronunciado como si fuese en inglés, o sea «Saaaff», con A.
Veo una chica venir corriendo hacia mí, agitando los brazos como loca. Es Antonella, la que me atomiza todo el tiempo en el Twitter. Me pone pavadas onda «Soy tu fan número 1» o «Quiero ser como vos». ¡Ay, mirate un poco!, le diría yo. Bajita, de lentes grandes, peinada con media cola, y hasta sospecho que usa gel para que los pelitos no se le salgan de lugar. Toda una «señorita», dirían las viejas. ¡Uf! A esta le falta vida, rubor en los cachetes, una buclera, ¡yo qué sé! Además, lo más grave es que tiene hasta una postura encorvada, como si cargase con una joroba en la espalda, y para mí que es porque se siente menos que los demás. ¿Viste cuando te sentís inferior y como que te achicás frente al resto? Bueno, ella es tal cual, es así. O sea, alguien tendría que avisarle: «Hellooo! ¡A ver si entendés que la actitud es todo en esta vida!». ¿Pero, quién? Yo se lo podría decir, por supuesto, pero no voy a andar perdiendo el tiempo con ella, que la verdad poco me importa de su vida y de lo que vaya a hacer en su futuro. Ah, y de paso, con muchísimo gusto le diría: «Nenita, para fan estás bien; ahora, si querés parecerte en algo a mí, empezá por cambiar esa actitud de perrito faldero porque das asco».
Ya me hizo malhumorar, esta. Así que me paro en seco y la miro fijo a los ojos. La atravieso con la mirada, cosa que le quede bien clarito lo que le voy a decir.
—Dear, ¿todavía no aprendiste cómo se pronuncia mi nombre? ¿Qué te dije? ¿O es que tanto estudio te está comiendo las neuronas y no retenés más información? Te advierto una cosa: donde me vuelvas a llamar Soooff no te dirijo más la palabra, ¿okey? Y sabés perfectamente bien que eso significa que no te hable medio liceo, así que, ojito. Quiero que repitas hasta que te entre en ese cerebro, que mi nombre se pronuncia Saaaafff, ¿captaste? —le digo, con mi voz más grave.
Antonella mira para abajo, desorientada y avergonzada. Es muy consciente de la diferencia que existe entre ella y yo. Estamos a una cuadra del liceo y los autos me tocan bocina. A mi lado, parece una niñita de escuela, le faltan un chupetín y dos colitas. Pero, como todo, que se maneje. Si luce así es porque quiere, y punto, que no me vengan con excusas.
—Yo… yo… —empieza a tartamudear.
—¿Quéeee? Me paspa, si querés decir algo, DECILO, pero no me andes con «Yo… yo…». La gente como vos tendría que hacer de forma obligatoria un curso de autoestima, darling —le zampo, repodrida. Aparte, admito que cuanto más sumisa se muestra, más ganas me dan de mandonearla y de que sufra—. ¡Basta con tanta estupidez! Estoy harta de repetir lo mismo. ¿Qué querés ahora?
Antonella dudó.
—Bueno, yo…, eh…, yo…
—¿Qué, nena? —y miro el reloj, como para que se apure a hablar.
—Solo quería que llegáramos juntas al liceo.
Me muerdo el labio inferior y miro al cielo, fastidiada.
—Ah, era eso. ¿Y por eso gritabas como demente por la calle? Vamos, entonces, porque hoy hay parcial de Biología y sería el colmo que llegara tarde porque alguien me grita como desaforada y encima pronunciando mal my name! —le dije, arrancando a caminar a paso rápido.
—Yo…, perdón.
—Okey, okey, listo, pero ya sabés para la próxima —le digo, suavizando la voz y pasándole un brazo por los hombros.
La desgraciada queda feliz con ese simple gesto, ¡qué poca autoestima! Y es que tampoco me sirve tenerla en contra, porque es de las que siempre me pasan los apuntes. ¡Es terrible traga! Ni una baja se llevó el año pasado y en lo que va de este año tampoco. Y como yo no soy reeee destacada en los estudios, digamos que me va bien, y punto, tampoco puedo desperdiciar a gente como Antonella que me da todo en bandeja, ¿no? Mi padre me re controla con las notas, y Lele también. Por suerte tengo un carisma especial y los profes me aman, ¡me han salvado de cada una! Pero también hay otros a los que les choca que vaya arreglada al liceo. Me acuerdo, hace poco, de la tarada de la profe de Literatura que me hizo pasar a dar un oral, así como así, y yo no había estudiado. Y delante de toda la clase, conmigo parada frente al pizarrón, dijo:
—Mucho tiempo para tener las uñitas pintadas y poco para agarrar un libro, ¿no, querida?
¡Qué embole! Me dejó pegada feo. Pero ta, como para el escrito me estudié todo, no pudo ponerme baja en Literatura porque me sabía perfectamente cada uno de los temas. Incluso me fui hasta lo de Antonella para que me ayudase. Por eso digo, en contra, ¡no! Será pesada pero me la banco igual. Me conviene.
Apenas llegamos, sonó el timbre y fue un caos, como todas las mañanas a las 8 a. m. en punto. Mi grupo de seguidoras me espera fielmente, como corresponde, solo faltaban Fefe y Martu, que siempre llegan tarde. También veo al grupito de varones que se babean conmigo. Porque no voy a andar haciéndome la humilde: sé que soy linda y sé que los tengo muertos. Decir lo contrario sería fingir.
Hay uno que no está nada mal, Pablo, pero es muy chico. Tiene catorce años igual que yo, pero en los varones la madurez viene después así que para mí es apenas un niñito. Ya estoy para chicos más maduros.
Y los de sexto, porque estoy en tercero, no están ni ahí, o sea, ellos conmigo me siguen como si fuese la abeja reina, hay uno que no para de mandarme mensajitos y lo tuve que bloquear en el Face porque era insoportable, tenía mil ochocientas notificaciones, todas de él. ¡Un pesado mal!
Pero ta, por lo general esta es una llegada habitual al liceo, soy así, soy popular, y se supone que no me puedo quejar porque yo misma formé y fomenté esto cuando volví del extranjero. Quería que me aceptaran y no solo lo logré sino que además me transformé en la líder absoluta. Y eso en muy poquito tiempo porque volví de estar con mi papá en Estados Unidos a fines de año y arranqué en este liceo en marzo, así que ahora que estamos a mediados de año es como si viniera acá desde chiquita: no hay quien no me conozca.
Todos me dicen que soy una líder nata, hasta la adscripta me mira con cierto dejo de envidia y admiración, cada mañana me pasa algún chusmerío, así como quien no quiere la cosa…, información que a mí me sirve, por supuesto, como cuando me contó que el director ese día había decidido supervisar todos los uniformes y que iba a pasar clase por clase sin avisar. Ahí les dije a mis seguidoras y nos salvamos de una amonestación. Ellas saben que yo tengo poder y que lo sé usar. Que soy realmente cool.
Además, creen que porque viví en Estados Unidos y hablo inglés soy mejor que el resto. ¡Qué ignorantes! ¡Parecen bebitos! ¡Son tan pero tan fáciles de manejar! Pero bue, mientras a mí me beneficie, ¿qué más da? Cada persona puede darte algo. Lo inteligente es averiguar qué y sacarle jugo.
—¡Al fin llegaste, Soff! ¿Dónde estabas? —me pregunta Carmela, que viene corriendo a darme un beso.
—Ni me lo preguntes, ya tengo un malhumor que no estoy para aguantar a nadie —le contesto, mientras sigo caminando a mi clase, como si nada.
—¡Ay, Soff! Bueno, pero sabés que contás conmigo, si querés no te pregunto nada pero te acompaño, ¿dale? —Y me toca el pelo. Le encanta mi pelo—. ¡Estás tan linda! ¡Te juro que no sé cómo hacés para estar así, como una estrella, a las ocho de la mañana!
Le sonrío apenas y le digo, medio en broma, medio en serio:
—Carmu, las divas somos así.
Carmela es otra de las chicas que no se despega de mí y es una con la que mejor me llevo. ¡Bah!, ella se lleva conmigo, porque me copia en todo, hasta practica mis gestos frente al espejo del baño. ¡No miento! Ella mismita fue quien me lo contó. Está re obsesionada con parecerse a mí. Además, hizo terrible transformación desde que me conoció, por eso me debe mucho. Le enseñé unos cuantos trucos de belleza y por supuesto le sugerí que se lleve el m
