Prefacio
Mi madre, Pearl S. Buck, estuvo trabajando en esta novela durante los años anteriores a su muerte, que la sorprendió a los ochenta años de edad en Danby, Vermont, el 6 de marzo de 1973. Sus asuntos personales en esos últimos años de su vida habían sido caóticos: se había mezclado con personas que codiciaban su fortuna y que la habían alejado de su familia, amigos, empleados y editores. Estaba prácticamente arruinada. Sus siete hijos adoptivos, entre los cuales me cuento, no tuvimos acceso a sus bienes y alguien escamoteó el manuscrito autógrafo y una copia mecanografiada de El eterno asombro, de los que nadie más tuvo noticia durante cuarenta años.
Después de su muerte, mis hermanos y yo sumamos fuerzas para recuperar lo que quedaba de su legado literario y de su patrimonio personal, y al cabo de unos años finalmente tuvimos éxito. Me convertí en el albacea literario de Pearl S. Buck. Sin embargo, antes de que la familia pudiera hacerse con el control de su patrimonio, desaparecieron muchos de sus bienes, como sus textos, cartas, manuscritos y propiedades personales. La familia jamás fue informada de la existencia de su última creación literaria. En los años que siguieron a su muerte, la familia pudo recuperar otros objetos que habían sido sustraídos. En 2007, el manuscrito original de la novela más célebre de Pearl S. Buck, La buena tierra, fue recuperado. Una antigua secretaria de mi madre lo había hurtado y escondido en alguna fecha de mediados de la década de 1960.
En diciembre de 2012, tuve noticia de que una mujer había adquirido el contenido de un trastero de alquiler en Fort Worth, Tejas. Como no se estaba al corriente de pago, la empresa propietaria de los trasteros estaba facultada legalmente para subastar su contenido. Cuando la compradora examinó el trastero, halló entre otras cosas lo que parecía ser el manuscrito autógrafo de una novela de Pearl S. Buck, de poco más de trescientas páginas, junto a una copia mecanografiada. La mujer deseaba vender los textos y la familia los adquirió después de negociar con ella.
Ignoramos quién se llevó el manuscrito de Danby, Vermont, en qué momento lo hizo, o las circunstancias por las que terminó en un trastero de alquiler en Fort Worth.
Mi madre nació en el matrimonio formado por Absalom y Caroline Sydenstricker en Hillsboro, Virginia Occidental, el 26 de junio de 1892. Su padre era misionero presbiteriano y había viajado por primera vez a China en compañía de su esposa en 1880. A sus padres se les concedía un permiso de regreso a casa cada diez años y fue en una de esas estancias, que se vio algo alargada, cuando nació Pearl. En noviembre de 1892, la familia regresó a China. Pearl volvería con sus padres a Estados Unidos en agosto de 1901, durante uno de sus permisos que se prolongó hasta agosto de 1902; luego regresaría de nuevo para cursar sus estudios universitarios, entre 1910 y 1914, y una vez más entre 1925 y 1926 para cursar un máster en la Universidad de Cornell. No se instaló de manera definitiva en Estados Unidos hasta 1934. Así pues, durante la mayor parte de sus primeros cuarenta años de vida, mi madre tuvo su hogar en China.
Conocía el país, sus gentes y su cultura de manera íntima. En 1917, se casó con John Lossing Buck, un misionero agricultor cuyo trabajo le llevó en compañía de su esposa a remotas regiones de China. Fue allí donde Pearl adquirió un conocimiento profundo de las condiciones de vida de los campesinos chinos, sus familias y su cultura. Dicho conocimiento se haría patente en La buena tierra. En 1921, el matrimonio Buck se trasladó a Nanjing donde ambos darían clases en la universidad.
Pearl supo desde la infancia que quería ser escritora. Ya de niña, vio publicados algunos de sus primeros textos en el Shanghai Mercury, un periódico en lengua inglesa. Siendo alumna en la universidad femenina Randolph-Macon, escribió varios cuentos y piezas de teatro, ganó concursos literarios e ingresó en la sociedad estudiantil Phi Beta Kappa.
A finales de la década de 1920 publicó su primera novela, Viento del este, viento del oeste. Envió el libro a una agencia literaria de Nueva York, la cual lo remitió a su vez a una serie de editoriales que lo rechazaron, principalmente porque versaba sobre China. A la postre, en 1929, Richard D. Walsh, presidente de la editorial John Day, aceptó la novela y la publicó en 1930.
Walsh le dijo que continuara escribiendo. Su siguiente libro, publicado en 1932, fue La buena tierra. La novela se convirtió en un éxito de ventas de la noche a la mañana y dio fama y desahogo económico a su autora. También supuso el inicio de su historia de amor con Richard Walsh, con quien contraería matrimonio en 1935 después de divorciarse de Lossing Buck y de que Walsh hiciera lo propio con su primera mujer, Ruby. La sociedad literaria entre Walsh, su editor y corrector, y la escritora Buck resultaría enormemente productiva y afortunada. Hasta su muerte en 1960, Walsh editó y publicó todos los libros de Buck.
Mis padres adoptivos, Pearl Buck y Richard Walsh, formaron su hogar en el condado de Bucks, en Pensilvania. También mantenían un apartamento en Nueva York, donde la editorial John Day tenía su sede. Cuando contrajeron matrimonio, Pearl ya tenía dos hijas: Carol, una niña que nació con severas discapacidades, y una hija adoptiva, Janice. Walsh tenía tres hijos mayores de su primer matrimonio que no vivían con él.
Recién casados y con un hogar nuevo, los Walsh decidieron adoptar a más niños. A primeros de 1936, adoptaron dos niños de corta edad, y pasados catorce meses un recién nacido (yo) y una niña. Más adelante, a principios de la década de 1950, adoptarían a dos muchachas adolescentes. La vida familiar giraba alrededor de la finca familiar, que Pearl bautizó con el nombre de Green Hills Farm, una hacienda de unas doscientas hectáreas que comprendía una antigua alquería adaptada holgadamente a las necesidades de la familia y varias granjas en funcionamiento, cuyos empleados, bajo la dirección de un gerente, criaban ganado y explotaban las tierras de cultivo. Desde 1935, Pearl Buck residió y trabajó en Green Hills Farm, hasta que se mudó a Vermont, donde pasó los tres últimos años de su vida.
En noviembre de 1938, Buck fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura. Considerado por muchos el más alto honor que puede recibir un escritor, le fue concedido por el conjunto de su obra, que en ese momento constaba de siete novelas y dos biografías, además de varios ensayos y artículos. Muchos críticos juzgaron que Buck, a los cuarenta y seis años de edad, todavía era demasiado joven y que su obra no era bastante «literaria», siendo por el contrario demasiado «fácil de leer» y «accesible».
Pese a los críticos, el premio convenció a Buck de que era una escritora excelente, que a los envidiosos era preciso ignorarlos y que en adelante se dedicaría a lo que más le gustaba: ¡escribir historias! Cuando terminó sus días, su obra constaba de cuarenta y tres novelas, veintiocho libros de no ficción, doscientos cuarenta y dos cuentos, treinta y siete libros para niños, dieciocho guiones para cine y televisión, varios textos dramáticos y guiones de musicales, quinientos ochenta artículos y ensayos y miles de cartas.
Tenía un año y medio cuando mi madre ganó el Premio Nobel. No guardo ningún recuerdo de la emoción que mis padres debieron de sentir. El único souvenir que conservo del acontecimiento es una gastada postal que mi madre me envió desde Suecia después de la ceremonia de entrega.
Nuestra vida familiar en Green Hills Farm durante los últimos años de la década de 1930 y los primeros de la de 1940 era serena, privada y resguardada. La Segunda Guerra Sino Japonesa, que había empezado con la invasión japonesa de la remota Manchuria en septiembre de 1931 —preámbulo de la guerra sin cuartel que Japón libraría contra China y, andando el tiempo, contra Estados Unidos—, no perturbó la quietud de los campos de Pensilvania. Cuando nuestro país entró en guerra contra Japón y Alemania en diciembre de 1941, esas batallas quedaban ya muy lejos. Es cierto que nos vimos obligados a abandonar nuestra casa de vacaciones en Island Beach, Nueva Jersey, cuando varios barcos fueron torpedeados frente a la costa y el fueloil de los petroleros hundidos ensució las playas.
Lejos de las bombas y los campos de batalla, Pearl Buck fue una feroz defensora de la intervención militar y humanitaria en favor de la población y de los ejércitos de China. Pese a que su país se hallaba sumido en un desafío a vida o muerte contra los ejércitos del Imperio Japonés, a menudo abogó en sus artículos por no perder de vista que el pueblo llano japonés se había visto conducido al desastre por unos líderes criminales. Hoy día, en el siglo XXI, el gobierno y el pueblo de China honran la memoria de Pearl S. Buck por su labor de socorro en favor de China durante la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, sus libros ambientados en Japón dan fe de la humanidad y la cultura que caracterizan a la buena gente de aquel país.
Durante mi infancia, nuestra casa siempre estuvo llena de libros, pues mi padre traía las obras de otros autores a los que editaba y Pearl recibía libros nuevos, cuyos autores tenían la esperanza de que les escribiera un breve texto promocional para ayudarlos. Hombres y mujeres fascinantes frecuentaron la casa: africanos, chinos, europeos e indios. Hubo escritores, intelectuales, diplomáticos y de vez en cuando algún político. De entre las personas que nos visitaron, las que recuerdo mejor son Lin Yutang, que vino acompañado de su mujer y sus tres hijas preciosas, y el acuarelista Chen Chi, quien pintó varias vistas de nuestra casa durante sus visitas. Entre los invitados más fieles destacaría al embajador de la India en Estados Unidos, así como la hermana del primer ministro indio Nehru, Vijaya Lakshmi, a quien acompañaban sus tres hijas. Nuestros vecinos eran, entre otros, Oscar Hammerstein, James Michener, David Burpee y la colonia de artistas y escritores instalada en la cercana localidad de New Hope, en Pensilvania.
Una de las alas de nuestra casa, que estaba unida a las dependencias principales por un corredor acristalado, contenía tres despachos. Mis padres tenían cada uno el suyo y el otro estaba reservado a sus secretarios. En el despacho de mi madre había un escritorio, un hogar y unos confortables butacones, y destacaba un gran ventanal con vistas a nuestras rosaledas, estanques con nenúfares y los campos de la granja donde pacían nuestras vacas guernsey. También se veían a lo lejos los tres arcos de piedra del puente por el que pasaba la carretera.
Pearl S. Buck escribió sin desmayo en la quietud de los campos del condado de Bucks. Después del viaje a Suecia en 1938 con ocasión de la entrega del Premio Nobel, no volvió a salir de Estados Unidos hasta finales de la década de 1950. Llevaba la casa y se ocupaba de dirigir a los empleados y criar a sus hijos con mano firme. Todas las mañanas dedicaba cuatro horas a la escritura creativa. Por la tarde, solía responder a las cartas de sus admiradores y se ocupaba de los negocios. Siempre disponía de tiempo para ayudar a sus hijos con los deberes o las clases de piano, y para exigirnos que diéramos lo mejor de nosotros mismos. La ociosidad era anatema. Sus años en China, que la familiarizaron con la pobreza de la mayor parte de la población a caballo de los siglos XIX y XX, le infundieron la convicción de que el trabajo duro era la única manera de que u