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¿Los príncipes visten vaqueros?

Mirian Rico Mateo

Fragmento

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1

«El vuelo UX 3391 de Air Europa con destino Nueva York cerrará su puerta de embarque en quince minutos».

Cuando oí el mensaje por megafonía entreabrí los ojos. Por un momento, sentí un ligero desconcierto y llegué a la conclusión de que una relajación extrema se apoderaba de mí mientras me hallaba sentada y con los pies encima de la maleta. Mis extremidades se habían adormecido, por lo que me costó volver a mi ser. Miré a mi alrededor y vi un montón de gente de aquí para allá aprovechando los últimos minutos antes de que el avión despegara. Otro avión salía a la misma hora que el mío y la gente estaba embarcando. Aún tenía tiempo, me lo tomé con tranquilidad. Junto a una de las paredes del aeropuerto había un pequeño piano de color rojo, era de adorno. Una chica que volaba en el avión que estaba embarcando por la puerta de al lado con destino Polonia se sentó en el taburete que tenía debajo y colocó sus dedos encima de las teclas. Cerré los ojos, empezó a sonar una melodía única del compositor francés Yann Tiersen. Me dejé llevar, todo se paró a mi alrededor, el sonido de aquellas notas hizo que mi cuerpo se relajara de un modo breve, hasta que acabó. Saqué el móvil del bolso para leer el WhatsApp y vi que Kim me había escrito.

Kim: «¿Cuándo vuelves de España? Un día de estos tenemos fiesta en el hotel Hoorts y no podemos faltar. Vamos a ir todas, Sarah, Grace, Allison, Lori, Leanne, tú y yo».

Éramos un grupo de siete amigas, estudiamos juntas en la facultad y nos habíamos hecho inseparables. Kim era la más extrovertida, siempre resultaba que conocía a alguien para que fuéramos a las fiestas de los diseñadores más importantes de la ciudad. Como estábamos solteras nos lo pasábamos muy bien siempre y teníamos mil historias que contarnos. Cuando terminé de contestar a Kim, aproveché para mandar un mensaje a mi madre, quería decirle que iba a montar en el avión. ¡Madres! Cuando llegara Nueva York la tendría que llamar. Apagué el móvil y entré en el avión, tuve suerte de que no iba mucha gente y me pude desplazar bien con el equipaje por el pasillo. Una azafata amable me ayudó a colocar la maleta. Me puse cómoda, saqué un libro para leer que había comprado en Madrid llamado La chica del tren y unos cascos por si ponían una película interesante. El avión despegó y pensé en el verano que había pasado con mis padres disfrutando de las playas y visitando diferentes lugares. Era la ventaja de poseer una casa de vacaciones en España; con eso de la crisis económica, los precios estaban tan baratos que mis padres decidieron que querían estar en un lugar alejado de la civilización para poder descansar de verdad. La casa estaba situada en un municipio llamado Marbella, en el sur del país. Tenía piscina y estaba a diez minutos andando de la playa. Allí había conseguido hacer amigas, porque la verdad era que ir de vez en cuando sola a los sitios era bastante aburrido. Alba y Violeta eran dos chicas que vivían a dos calles de mi casa y Alba salía todas las mañanas a pasear a su perro, el resto del día paseábamos por el puerto para ver los yates y aprovechábamos para ver si algún chico nos invitaba a su fiesta privada. También visitábamos los centros comerciales e íbamos al cine. Me acomodé mejor en el asiento y recordé el día que conocimos a Álvaro.

Un día estábamos sentadas en una terraza tomando un cóctel, cuando se nos acercó un chico que pasaba por allí. Llevaba unos pantalones blancos y una camisa azul marina, era delgadito y tenía el pelo un poco largo engreñado.

—Hola, buenas noches, mi nombre es Álvaro, trabajo en la discoteca Explict. Esta noche damos una fiesta y me gustaría invitaros —dijo él. Alba se sonrojó y yo con mucho interés contesté:

—Allí estaremos, muchas gracias, Álvaro.

Acto seguido nos entregó unas tarjetas y unos flyers de la discoteca.

—Preguntad por mí o decid que vais de mi parte. Espero veros. ¡Hasta luego! —Nos guiñó un ojo.

Mientras se alejaba, Alba no pudo contener las ganas y empezó a reírse a carcajada limpia. Violeta empezó a contagiarse de su risa.

—¿Qué pasa? ¿Por qué os reís? —pregunté.

—El año pasado anduvo detrás de mí y una noche, cuando entré en el portal de mi casa, me lo encontré esperándome desnudo de cintura para abajo. Estaba apoyado en la puerta que hay dentro, como si fuera un cuadro de Miguel Ángel o El Hombre de Vitrubio de Leonardo da Vinci.

Nos pusimos a reír.

—¿Y qué hiciste? —dije con curiosidad.

—Me quedé con la boca abierta y no supe reaccionar, subí a casa corriendo y le cerré la puerta. Estuvo un rato suplicándome detrás de la puerta hasta que desistió y se fue por donde vino. El perro empezó a ladrar detrás de la puerta como un loco, hasta despertó a todos los vecinos ¡Menuda noche pasé! —añadió Alba.

—Pobre, parece buen chico. Tal vez sea un buen partido y te trate mucho mejor que otros con los que hayas estado. A mí nunca me ha pasado eso, pero sí he tenido alguna situación embarazosa. Un buen día sales de fiesta y el alcohol te hacer ver a todo el mundo guapo; al día siguiente cuando te das cuenta de que no es como creías, lo único que deseas es morir y desaparecer de la faz de la Tierra —comenté riendo.

La fiesta era a las once. Me puse un vestido blanco ceñido en la cintura, unos zapatos blancos y un bolso de mano rojo que tenía mi madre por ahí guardado y que no usaba. Me alisé el pelo y me maquillé como yo sabía hacerlo, hacía dos años que había hecho un curso de maquillaje. Me miré en el espejo, estaba preparada para la ocasión.

Vivíamos en una urbanización a cinco kilómetros del centro, allí la mayoría de las casas era de gente que iba a veranear, el resto del año permanecían vacías. Hasta se rumoreaba que alguna de ellas podía ser de algún futbolista de élite. Ya me imaginaba yo como si fuera su musa, disfrutando de la vida con ese hombre y gastando mucho dinero; soñar era gratis. Decidimos ir y venir en taxi para poder beber alguna que otra copa todas; aunque era poca distancia, no tendríamos que cargar con responsabilidades; además, allí hacían muchos controles cada día por ser una zona costera y con tanto turismo. El taxi nos dejó en la puerta de la discoteca, había un cartel enorme en la entrada, lleno de luces. Como aún era pronto dimos un paseo por el puerto; las tiendas seguían abiertas, aunque había alguna que era inaccesible para nuestro bolsillo. Había coches y yates lujosos, aquella era la parte alta de la ciudad. Volvimos a la discoteca y había una cola para acceder que llegaba casi hasta el final del edificio. Todo el mundo estaba deseoso de pasar y había gente a la que le cobraban la entrada. Cuando llegamos a la puerta había un portero que recogía los tickets y organizaba la afluencia de público. Aquella discoteca tenía aforo limitado y lo tenían muy controlado, la policía los vigilaba cada noche.

—Las entradas por favor —nos dijo el portero.

—Venimos de parte de Álvaro, él nos dio esta tarjeta esta tarde —susurré.

Alba se echó a reír otra vez al nombrarlo. El vigilante estuvo revisando las tarjetas al detalle, hizo una serie de comprobaciones.

—¿Me dejas tu carné de identidad? —me preguntó dudoso.

No era la primera vez que alguien me pedía el carné de identidad para entrar en una discoteca. Tenía veinticinco años, aunque aparentaba menos edad, tenía la piel radiante, apenas tenía arrugas y mi sonrisa era de anuncio. Siempre lo llevaba encima, lo saqué del bolso y se lo mostré. Acto seguido quitó la cuerda de seguridad y dijo:

—¡Pasad!

Había que atravesar un pasillo un poco oscuro para llegar a la sala principal. Aquello era enorme, pude ver tres barras con tres camareros en cada una. Allí dentro fuimos hacia la barra directas, pedimos unos gin-tonics y subimos a la primera planta para estar un poco más tranquilas. En la parte de arriba había sofás y mesas, y apenas había gente. Era un ambiente muy íntimo, la luz era muy tenue, la decoración era estilo asiático y era algo más pequeña que la planta baja. Poco a poco la discoteca se fue llenando, esa tranquilidad que teníamos al principio fue despareciendo; fuimos a la planta de abajo a bailar un poco.

—Voy al baño chicas, ahora vengo —dije.

Me puse de puntillas para elevarme entre tanta cabeza y poder ver donde estaba el cartel indicador del baño. Solo tenía que cruzar un pasillo, pero se me hizo eterno al tener que empezar a esquivar a la gente. Y peor aún, los baños eran mixtos y era un desastre; algo malo tenía que tener, como todo. Como tuve que esperar un rato, me lo tomé con tranquilidad. De pronto se me acercó un chico moreno, alto, con bonita sonrisa, musculado. Era mi prototipo de hombre, o eso creía, porque todos los chicos con los que había estado en ocasiones anteriores tenían cosas diferentes; ni si quiera sabía si podía sacar parecidos.

—Con el tiempo que tenemos que esperar aquí me da tiempo a invitarte a una copa. Me llamo Álex y ¿tú? —me dijo directamente.

—Yo me llamo Kate. —Sonreí.

Cuando salí del baño busqué a mis amigas, que estaban en medio de la pista con más copas dándolo todo con la típica canción de Enrique Iglesias, o La Bicicleta de Shakira, aunque la odiaba por momentos. Vimos a Álvaro, que nos saludó con efusividad, mientras Aba para disimular se ponía a hablar con el camarero.

—¿Lo estáis pasando bien? Gracias por venir. Espero que disfrutéis de la fiesta, si necesitáis algo, estaré por aquí —dijo Álvaro intentando llamar la atención de Alba.

—Chicas he conocido a un chico guapísimo y he quedado luego con él —dijo Alba Bea cuando se fue Álvaro.

—No le haces caso, pobrecito, lo tienes como un corderito detrás de ti —me mofé.

Las horas iban pasando, las copas iban subiendo y se iban acumulando, cuando nos quisimos dar cuenta encendieron las luces, era la señal de que nos teníamos que ir.

Salimos a la calle riéndonos y tarareando las canciones que aún seguían sonando, pero no como antes.

—¿Me vas a dar plantón? Tenemos una copa pendiente. ¿Me acompañas? Prometo llevarte hasta la luna —oí desde atrás.

Me di la vuelta y vi a Álex apoyado en la pared con la cara sonriente. Sonreí y asentí con la cabeza. Me gustaba, su aroma era indescriptible y no perdía nada por conocerlo. Alba se fue con su chico misterioso que había conocido y Violeta se fue con otras amigas a tomar la última copa.

—Bueno, empecemos por el principio, me llamo Álex, tengo veintiséis años, soy divertido, risueño y un loco del amor. Estoy aquí de vacaciones y quiero agotar los últimos días que me quedan para estar con la chica que me ha hipnotizado con sus ojos y su sonrisa —dijo mientras comenzamos a caminar tranquilamente

—Yo me llamo Kate, tengo veinticinco años, soy divertida, cariñosa, una loca de la vida y viajera de nacimiento. Llevo todo el verano aquí de vacaciones, en unos días tengo que volver a mi ciudad, el trabajo me reclama —dije apenada.

Íbamos andando por el paseo marítimo, solos y con la brisa del mar que nos acariciaba la cara. Nos descalzamos y nos adentramos en la arena. Me vino muy bien porque tenía los pies destrozados de tanto bailar y me dolían mucho. El único sonido era el romper de las olas. Solo nos iluminaba la luz de la luna llena; de repente, me besó. Me gustó y seguí el juego en el que me había metido. Estuvimos allí un buen rato, nos reímos, contamos historias, nos conocimos y allí permanecimos hasta que vimos amanecer. Una de las cosas que más me gustaba de esta ciudad era aquello, los amaneceres sobre el mar; daba la sensación de que el sol aparecía desde el infinito y era una de las cosas más bonitas que había visto en la vida. A partir de ahí nos vimos todos los días. Álex tenía alquilado un apartamento de vacaciones en las afueras de la ciudad y muchas veces iba a dormir con él allí. Otros días íbamos a lugares poco concurridos, hacíamos snorkel y surf; o por lo menos lo intentábamos. Los días pasaron y yo cada vez estaba más ilusionada, aunque sabía que tarde o temprano aquello se acabaría y quedaría como un recuerdo más en mi lista de hombres que me habían conquistado. Los dos lo sabíamos y queríamos aprovechar el tiempo al máximo. Al día siguiente Álex me pidió que lo acompañara al aeropuerto. Volvía a su casa. Vivía en Madrid y era militar. No supe cuándo nos volveríamos a ver, pero con el Skype y todas las redes sociales que había entonces estaríamos en contacto. Me daba pena de verdad porque me había gustado mucho, pero era demasiada la distancia, yo tenía que volver a Nueva York y tenía mi vida allí hecha. En ese momento deseé volver a verlo la siguiente vez que viajara a España. Antes de pasar el arco de seguridad me dio un beso de película.

—¡Cuídate mucho, Kate! ¡Eres increíble! —me dijo.

Y con las mismas se fue. Permanecí en el aeropuerto hasta que vi despegar el avión. Me quedé entristecida, apática y desanimada. Volví a casa, me eché un rato en la cama y cuando desperté olía de maravilla, mi madre estaba haciendo la comida. No era porque fuera mi madre, pero era la mejor cocinera del mundo. Por la tarde quedé con las chicas para ir a la playa un rato, no las había vuelto a ver desde la noche de la fiesta.

—¿Qué tal lo pasaste con ese chico tan misterioso, Alba? —pregunté con interés.

—Cogió su coche y me llevó a su casa, nos tomamos la última copa y nos reímos un rato. Solo tiene una cosa mala, es hermano de Álvaro, pero me da igual, no creo que vuelva a pasar. No me voy a volver a ir con él —contó. Violeta y yo la miramos sorprendidas.

«Y yo que soy una enamoradiza, ojalá pudiera no tener sentimientos, ojalá pudiera olvidarme rápido de todo. Álex no será el último chico con el que me quedaré hipnotizada», pensé.

Antes de irme de España les prometí a las chicas que estaríamos todo el día en contacto, creamos un grupo de WhatsApp llamado «Survivers», así nos contaríamos todo lo que nos pasase.

—Disculpe, ¿pasta o pollo? —me preguntó la azafata.

Me sobresalté, estaba tan cómoda que, si hubo turbulencias, no me había percatado. Tenía marcada la cara de estar apoyada en la ventana. Las comidas de los aviones no eran buenas en particular, siempre daban lo justo y recalentado, los pasajeros no podíamos pedir mucho más. Existía gran variedad de cosas, pero había que pagarlo. Quedaban un par de horas para llegar al destino, así que lo mejor sería que me pusiera a leer un rato, me habían recomendado el libro y tiene muy buenas críticas. También pusieron la película A Todo Gas 7 en las pantallas que había en la parte de atrás de los asientos. Cuando aterrizó el avión ya noté el clima tan diferente que teníamos, allí hacía mucho más frío que en Marbella. Mi hermana Nichole me estaba esperando en el aeropuerto. Ella era la única hermana que tenía, estaba casada desde hacía un par de años con Lewis y tenía ganas de que pronto me hicieran tía.

—¿Qué tal te lo has pasado? ¿Me has echado de menos? —me preguntó sonriente

—Mamá y papá te mandan recuerdos. Dicen que vayas pronto —respondí mientras nos fundimos en un abrazo.

Levanté el equipaje del suelo, en donde la había dejado, junto a mis pies, para abrazar a mi hermana. Nos marchamos de aquel lugar. Mi hermana vivía tres calles más arriba que yo. Me bajé del coche y todo seguía como lo había dejado hacía casi un mes. Cuando abrí la puerta de mi apartamento, estaba todo tirado, la cama medio desecha y tenía una montaña de ropa para planchar apilada en la silla del salón. Olía a cerrado, así que supuse que mi hermana no había pasado por allí para comprobar que todo estuviera bien.

Encendí el móvil, tenía un montón de whatsapp, tanto de mis amigas de allí como de las chicas de Marbella y de mis padres. También tenía un mensaje de Robert diciéndome que me pasase por la oficina para ponernos al día de todo. Cuando acabé de leerlo estaba tan cansada que me quedé dormida.

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2

Me desperté temprano, ya no sabía lo que era el ruido de la ciudad, los coches, las obras, los trenes..., todo. Abrí la nevera, solo había una botella de agua y una cerveza, no tenía muchas opciones y, después del verano que me había pegado, no me apetecía beber alcohol, así que bajé en un momento a la panadería a por algo rico para desayunar. En la panadería que más cerca tenía de casa, hacían cosas deliciosas. No era tan famosa como otras de la ciudad, pero siempre estaba repleta de gente. Su especialidad eran las empanadas.

—Benditos los ojos que te ven, ¿ya has vuelto? —preguntó Margaret.

Ella era mi vecina, era una anciana de 80 años que vivía con su gato y no necesitaba nada más. Sus hijos vivían fuera y solo venían a visitarla en Navidad y por su cumpleaños. Estaba muy bien para la edad que tenía y se cuidaba mucho. Se preocupaba mucho por mí y siempre ha sido como una segunda abuela para mí. De todas formas, yo también la ayudaba mucho, alguna vez la había llevado a la consulta del médico y si necesitaba que la llevara a algún sitio, lo hacía.

Cuando subí encendí el ordenador, abrí el correo electrónico y revisé todos los emails. No había nada interesante, solo publicidad. Tenía la costumbre de registrarme en los sitios y la parte mala era que se me llenaba el ordenador de publicidad y al final siempre debía que crear una cuenta de correo nueva.

Kate: «¿Quedamos luego para comer?».

Teníamos un grupo de WhatsApp para poneros al día de todo, ya que era muy difícil quedar todas juntas, y así cotilleábamos un poco también, nos contábamos nuestras alegrías, nuestras penas, nos pedíamos consejos y nos apoyábamos en todo. Éramos más que amigas.

Kim, Lori y Leanne sí que podían, las demás tenían que trabajar. Como aún era pronto, me acerqué a la oficina. Yo trabajaba en la planta sesenta del Rockefeller Center. Tenía unas vistas increíbles de la ciudad, pero sobre todo del Empire State, incluso podía apreciar la cantidad de turistas que recibía todos los días. Además, cada noche lo iluminaban de un color diferente y quedaba muy bonito, yo creo que era el emblema de la ciudad.

—¡Hola, Robert! ¿Qué tal? ¿Me has echado de menos? —pregunté. Robert era mi compañero de trabajo, él era el arquitecto y yo la diseñadora de interiores. Siempre hacíamos trabajos para gente importante, nos complementábamos bien y éramos buenos trabajando. Robert siempre ha sido un arquitecto bastante reconocido en Nueva York, antes de que yo empezara a trabajar con él, escribía artículos en los periódicos e incluso alguna vez hizo una entrevista en televisión. Cuando terminé de estudiar, vine a ofrecerme para trabajar con él. No sé qué le habría gustado de mí, pero al rato de irme me había llamado encantado. Siempre decía que tenía mucho potencial.

—Bien, tengo un montón de trabajo preparado para ti; tenemos que empezar por rehacer la mansión de Andrew Harrison —respondió.

Andrew Harrison era conocido por haber revolucionado el mundo de la organización y el gobierno. Aparte de dedicarse a la política, tenía varias multinacionales a su nombre. Hace unos años fue muy polémico, no a todo el mundo le gustaban sus ideas, pero poco a poco se fue alejando de la presión mediática. Ahora se dedicaba más al cuidado de sus empresas.

—¿Dónde está Hannah? —murmuré.

—Se ha bajado a tomar un café, de todas formas, no tardará en irse a comer —señaló.

Hannah era nuestra secretaria, tenía la sensación de que ya se había ido. Ella había ido a buscar trabajo cuando estábamos solos Robert y yo, lo que pasaba era que habíamos crecido tanto a nivel empresarial que la habíamos tenido que contratar porque se nos desbordaba el trabajo y era difícil empezar a organizarnos. Me dio por mirar el reloj y me di cuenta de que se me hacía tarde, había quedado en media hora para comer. Salí pitando de ahí. Cuando llegamos al restaurante Jean Means en Central Park, habían llegado Kim y Lori, faltaba Leanne.

—Sé que llego tarde, lo siento —las saludé.

Mientras llegaba Leanne fuimos tomando algo. Nos gustaba mucho este restaurante, se comía muy bien y estaba al lado del lago, además, tenía un precio asequible.

—Este verano en la ciudad ha dado para mucho, he estado trabajando en el bar de mi madre y allí conocí a Chris, es DJ, así que tenemos aseguradas las entradas de todas las discotecas —dijo Lori sonriente.

—Pues yo he empezado a trabajar en un gimnasio de monitora, tengo un compañero que se llama Anthony y como sabía que venías Kate, esta noche he quedado con él y con un amigo que ha venido de Europa para que le des una alegría al cuerpo. —Rio Kim.

—Vale, me has organizado una cita a ciegas, te devolveré la jugada algún día, aunque me gusta la idea de que lo hayas hecho. —La miré con cara desafiante.

De repente llegó Leanne, ella era la única del grupo que tenía novio, también era la más mayor y la que tenía la cabeza más asentada.

—Pues yo estoy buscando piso con Daniel, hemos pensado en dar el siguiente paso —confesó.

Aplaudimos todas como locas y la dimos la enhorabuena. Llevaba ya un par de años saliendo con él y se complementaban a la perfección, así sabrían si estaban hechos el uno para el otro. Nos pusimos a comer, sin parar de hablar, cotilleando hasta que nos dieron las cinco de la tarde. Cogí un taxi y llegué a mi apartamento, me puse a planchar y a ver una peli de esas romanticonas, me acordé de Álex. ¿Qué estaría haciendo, seguiría pensando en mí o no? Solo había estado en España un mes y ya había cogido la costumbre de dormir la siesta, ¡qué bien me sentaba! Esa gente sí que sabía disfrutar de la vida. Me despertó el sonido del teléfono.

—¡Hola, hija! ¿Qué tal? ¿Has llegado bien? Como no me has dado señales de vida... —preguntó mi madre.

—Hola mamá. Bien, estoy bien, Nichole me trajo del aeropuerto. Es que me quedé dormida nada más llegar y ya se me pasó avisarte ¿Qué tal estáis? —respondí.

—Pues bien, tu padre está en la piscina dándose un baño y yo estoy hablando con las vecinas. Bueno, hablamos otro día, que las llamadas son muy caras —replicó.

Y sin más me colgó. Me reí. A mi madre le gustaba mucho hablar por teléfono, pero cuando llegaba luego la factura se enfurecía un montón. Me acicalé para la ocasión que me había preparado Kim. Me vestí sencilla, casual, quería demostrar que era una chica natural, capaz de adaptarse a cualquier situación. Me puse unos vaqueros rotos, una camisa de cuadros y unos zapatos bien altos. Ya estaba lista. Esperaba dar buena impresión. Kim pasó a buscarme con el coche, para moverse por la ciudad utilizaba un MINI, pequeño y fácil de aparcar, aunque la mayoría de las veces tuviera que ir en busca de un parking subterráneo.

—Vamos a ir a tomar algo a un karaoke, así nos reímos un rato y rompemos el hielo, ¿qué te parece? —dijo Kim.

—Canto fatal, que lo sepas —susurré.

—Es igual, yo también, el caso es pasarlo bien y hacer algo diferente. ¿No crees? —prosiguió.

Cuando llegamos al local había poca gente, la mayoría de los que estaban iba a cantar porque le gustaba y lo hacía bien; además, una vez al mes organizaban concursos y sorteaban algo de dinero. A lo lejos, en la barra pude ver a dos chicos tomando una cerveza. Uno era un poco bajito, muy moreno de piel y muy musculoso, supuse que ese sería Anthony, el compañero de Kim. El otro era más rarito, rubio, delgado, muy blanquito de piel, parecía norteño, tipo alemán, ruso o canadiense, nada que ver con Anthony. Eran el día y la noche.

—Bueno, estos caballeros tendrán que invitar a unas bellas damas ¿no? —dijo Kim. Nos saludamos y nos presentamos.

—Yo soy Kate, amiga de Kim desde hace unos cuantos años —dije riéndome.

—Yo soy Justin, amigo de Anthony, he venido a pasar unos días por aquí —dijo sonriente.

A Justin se notaba que le gustaba cantar, cantó Angels, de Robbie Williams y por un momento me pareció atractivo, por un momento me sentí cautivada, nunca supe qué tenían los hombres que cantan, que nos hechizan a las mujeres sin darnos nosotras cuenta; pero de igual forma creí que no era mi tipo.

—Es un partidazo, está pendiente de grabar un disco en Canadá y está buscando alguien que lo promocione, esperemos que tenga suerte, se lo merece y vale para ello —confesó Kim.

Llevábamos una cerveza de más, Kim y yo nos animamos a cantar. ¿Qué tendrá el alcohol que te hace perder la vergüenza? Nuestra canción fue Wannabe, de las Spice Girls, como recuerdo a nuestra infancia. Cuando cerraron el bar Anthony gritó:

—¡Vamos a mi casa a tomar la última!

Como ninguno estaba en condiciones de conducir, cogimos un taxi. Anthony vivía en un adosado dentro de una urbanización a las afueras de la ciudad. Llegamos allí, la casa estaba muy bien, se notaba que pasaba poco tiempo en ella. Nos sentamos en el sofá, eran blancos, bastante cómodos. Sacó botellas de ron y whisky, estuvimos hablando y bebiendo un buen rato. Anthony y Kim se miraban y sonreían mucho, se notaba que había feeling entre ellos. Eran las seis de la madrugada y ya no podíamos más con la vida, yo estaba dando cabezadas, era imposible no dormirse.

—Quedaros a dormir aquí con nosotros, tengo dos habitaciones, yo quiero compartir habitación con Kim, tenemos que debatir sobre unos asuntos pendientes—insinuó Anthony.

Kim y yo nos miramos y sonreímos.

—Estaría bien —prosiguió Kim.

Yo me quedé atónita, con la boca abierta por su respuesta. Kim y Anthony se metieron en una habitación. En la habitación de al lado había dos camas individuales, supongo que sería la habitación de invitados. Justin se metió en una cama y yo en la otra. Aunque me amoldaba a cualquier situación, debía confesar que de vez en cuando me daba por roncar mientras dormía, pero poder hacerlo de una manera inconsciente con alguien al lado que solo conocía de una noche me cohibía aún más.

—Y nosotros, ¿qué? ¿Follamos? —me preguntó Justin.

¿Hola? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Por qué? No tenía ningún espejo a mano, pero me hubiera gustado ver mi «cara de póker». No sabía dónde meterme, no sabía qué hacer, me quedé paralizada. Era la primera vez que me lo decían así tan natural, ni un tanteo, ni piropos, ni halagos. Yo no terminaba de creer lo que estaba pasando. ¿Era una cámara oculta? Aquello sí que era ir directo al grano.

—Lo siento, pero no —contesté—, es que no me siento atraída por ti.

—¿De verdad que no quieres? Nos lo podemos pasar bien. como Kim y Anthony —volvió a preguntar.

—Seguro —dije entre dientes.

—Pues tú te lo pierdes —susurró.

La situación era surrealista, no me podía estar pasando a mí. Además, me dijo que yo me lo perdía, como si fuese él un adonis. Como si no hubiera más hombres en la faz de la Tierra. Con las mismas así lo dejé, me di media vuelta para no roncar y cerré los ojos, estaba tan cansada que me quedé dormida en el acto.

Los rayos del sol me pegaron en la cara hasta que conseguí despertarme. Me dolía la cabeza, no sabía qué hacía allí, esa no era mi casa, el aliento me olía y sabía fatal de la mezcla de alcohol y tabaco. Me miré la ropa y seguía igual que la noche anterior. Miré a mi alrededor, vi a Justin en la otra cama, seguía dormido. Me levanté despacio y fui de puntillas hasta la puerta para no despertarlo. Cuando cerré la puerta tras de mí, Kim y Anthony ya se habían levantado, estaban en la cocina bebiendo algo para desayunar, aunque miré la hora del reloj y ya era casi la hora de comer. Cuando Anthony se metió en el baño, fui corriendo hacia Kim.

—¿Qué ha pasado anoche? ¡Cuéntame! —pregunté muy intrigada.

—Hemos estado hablando toda la noche, ya sabes cómo soy, nos hemos reído contando muchas historias, nos hemos conocido mejor personalmente —dijo con efusividad riéndose.

—¿Y tú qué tal? —me preguntó ella.

De repente salió Anthony del baño y aproveché para ir yo, no aguantaba más.

—Luego te cuento —dije.

Me miré en el espejo y parecía un «oso panda», tenía los ojos negros borrosos y el pintalabios a trozos. Me lavé la cara lo mejor que pude, me peiné y me perfumé un poco. Cuando salí Justin ya se había levantado también.

—¿Por qué no os quedáis a comer? —preguntó Anthony.

La verdad era que no teníamos nada que hacer, así que nos quedamos. En la casa de un adicto al deporte, ya sabíamos lo que podíamos esperar, tampoco había mucho de donde elegir. Preparamos un arroz blanco con verduras, aunque verduras había más bien pocas. Estábamos en pleno julio y decidimos comer en la terraza que tenía, además, allí se estaba muy bien, casi no había vecinos.

—Si queréis, después nos podemos dar un baño en la piscina —añadió Justin.

—A mí sí que me gustaría, pero no tenemos bañador —dije cabizbaja.

—No te preocupes, vamos a mi casa, que pilla más cerca, y cojo unos bañadores —dijo Kim.

—Si no recuerdo mal, anoche vinimos en taxi ¿cómo lo hacemos? —pregunté.

—Llévate mi moto y ya está, Kim —comentó Anthony.

—Quédate si quieres con ellos, Kate, tardo cinco minutos —dijo Kim.

Cuando Kim salió por la puerta, nos quedamos en la cocina tomando un refresco.

—La verdad es que Kim es una chica extraordinaria, a mí me encanta y me gustaría que esto que tenemos, que aún no sé lo que es, saliera adelante. Es el tipo de chica con el que siempre he querido estar, es atenta, trabajadora y lo da todo por los demás, no obstante, de vez en cuando es muy cabezona. De todas formas, estoy un poco rayado, creo que aún no tengo superado que mi ex novia me dejara, creo que aún sigo pensando en ella. ¿Tu qué opinas? —me confesó Anthony.

—Es mi amiga, ¿qué te voy a decir de ella? Se desvive por las personas que la rodean, no tengo palabras para describirla. Pero solo te pido una cosa, ella es más sensible de lo que aparenta, los hombres le han hecho mucho daño y siempre lo pasa muy mal, lo que quiero es que pase lo que pase, no le hagas daño. Si estás convencido de que lo vas a intentar de verdad, adelante, pero no le hagas perder el tiempo, ni lo pierdas tú —respondí a la confesión.

Justin nos miraba perplejo, no sabía si se acordaba de lo de anoche, pero tenía cara de avergonzado.

—Oye... lo de ayer... lo siento, fui muy bruto, no sabía lo que decía, espero no haberte ofendido —se lamentó.

—No pasa nada —respondí.

Kim llegó con los bikinis y salimos a la piscina comunitaria. No había nadie, estábamos nosotros solos. Kim y yo nos pusimos a tomar el sol, mientras Anthony y Justin se daban un baño.

—Bueno, ¿qué pasó anoche? Que no has tenido tiempo de contármelo —preguntó Kim intrigada.

—Pues nada, no pasó nada, él me preguntó si nos enrollábamos, pero le dije que no. Es que no me atrae, no me gusta —respondí. Kim se echó a reír.

Al final nos dimos un baño con ellos; hacía mucho calor y estuvimos los cuatro divirtiéndonos en el agua toda la tarde. Cuando cayó el sol nos despedimos, habíamos pasado un buen día. Fuimos a recoger el coche a la puerta del karaoke, donde lo habíamos dejado la noche anterior; estaba abrasando porque llevaba todo el día al sol. Kim me llevó a casa.

—¡Mañana nos vemos! ¡Hablamos por WhatsApp! —dijo.

Cuando llegué a mi apartamento me puse cómoda. No tenía casi hambre, así que apenas cené. Encendí el ordenador, entré en el Facebook y tenía un mensaje de Álex. Me puse contentísima, lo echaba mucho de menos y me apetecía mucho hablar con él.

«Hola, Kate, no sé cómo explicarme, pero he tomado la decisión de que no quiero nada más contigo. Hay mucha distancia entre nosotros y los dos sabemos que las relaciones a distancia no se llevan bien, no quiero hacerte daño. Solo quiero que seamos amigos, espero que lo entiendas. Aun así, cuando vengas a España avísame si quieres. Un abrazo. Álex».

Mi cara cambió de color, era lógico que eso ocurriera, pero no me había hecho a la idea de que llegara ya. Pensé que no se rendiría tan pronto, que cabría una remota posibilidad de que lo nuestro funcionara. Me puse a mirar su Facebook, había una chica con la que salía en la mayoría de las fotos. Era más que evidente que estaba con otra. En parte lo entendía, pero... ¿no hubiera sido más fácil decirme que había conocido a otra? El caso sería quedar como un señor y no como algo peor. Tenía dos grupos de WhatsApp, así que lo puse en los dos.

Kate: «Chicas, mirad lo que me ha escrito Álex».

Mandé un pantallazo con el mensaje.

Lori: «¡Oh! Madre mía, qué hijo de su madre».

Sarah: «Yo os invito a todas al bar y así ahogamos las penas en botellas».

Allison: «Otro más a tu lista de amores fracasados».

En el otro grupo de WhatsApp también puse el pantallazo del mensaje.

Violeta: «Él se lo pierde, hay más peces en el agua».

Alba: «Pues claro que sí, Kate, no te desesperes. Yo el otro día conocí a uno, pero no nos entendimos muy bien; me tuve que ir a casa, sola y descompuesta. Por cierto, Violeta cuenta que tienes nuevo ligue».

Violeta: «Pues sí, me estoy viendo con un chico, se llama José. De momento estamos muy bien, lo conocí de copas, a mí me gustaría que saliera adelante, seguiremos así».

Kate: «Pues me alegro, chicas, tú y tus historias Alba, algún día tendrás que escribir un libro con todas tus aventuras, o podríamos hacer una novela de televisión».

Puse caras de risa.

Alba: «Si yo escribiera un libro, quitaría el puesto número uno a Bridget Jones, te lo aseguro».

Me reí y me puse a ver la televisión, no había nada interesante, salió un anuncio en de páginas web para conocer gente por internet.

«¿Eso será para gente como yo? ¿Podría, así, olvidarme de Álex? ¿Conocería a alguien interesante?», pensé.

Lo único que sabía seguro era que al día siguiente tendría que ir a trabajar otra vez.

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Sentí que era hora de volver a la rutina, era hora de dejar el verano atrás, olvidarme de Álex y empezar otra vez con mi vida diaria. Él ya había rehecho su vida o nunca había dejado de hacerlo, yo debería hacer lo mismo con la mía. Empecé a correr otra vez, salía a correr por lo menos tres veces a la semana y era el día. Me puse los cascos, cogí el móvil por si me llamaba alguien y puse las canciones de Coldplay. Además de ser uno de mis grupos preferidos, me motivaba mucho la canción Viva la vida, como cuando un entrenador de fútbol motivaba a sus jugadores. El recorrido que hacía era ir hasta Central Park, estaba por allí un rato y después volvía; por las mañanas había poca gente y me gustaba alejarme por un momento de las vías principales de la ciudad; me ayudaba mucho a desconectar y me despejaba la mente. Me gustaba pasar por el edificio Dakota y recordar a grandes personas que aportaron buenos momentos a la vida. Volví a casa, me di una ducha rápida y me fui al trabajo.

—Te estaba esperando, tenemos que ir a la casa de Andrew Harrison. Iremos en mi coche si te parece bien —dijo Robert.

Cuando llegamos allí la casa no pasaba desapercibida, era como una mansión. Cogimos todo el material del maletero y nos adentramos por el jardín, había un paseo largo hasta llegar a la puerta. El jardín estaba muy bien cuidado, tenía fuentes con piedras y se podía oír el sonido del agua cuando rompe n las rocas, como si fuera un jardín zen, era bastante relajante. Al otro lado tenía una piscina bastante grande también, tenía un pequeño jacuzzi y los empleados la estaban limpiando. Alrededor de la piscina había unas cuantas tumbonas para poder tom

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