Rafaela

Mariana Furiasse

Fragmento

Rafaela

10

Hoy, decididamente no fui al colegio. A mamá le dije que no me sentía bien, que me dolían los ovarios. No dijo nada porque cada vez que a ella le viene está tirada en el sillón del living, con una almohadilla eléctrica sobre la panza como una hora y pico. Siempre, cada mes, la misma escena. Me preguntó si quería la almohadilla. Le dije que no. De hecho ni siquiera me duele algo pero no le conté a ninguna de las dos lo que pasó. Y hoy, después de revolearle el papel al amigo de Gastón, no quiero ni pisar el colegio. Es viernes. En el fin de semana espero que todos se olviden. Y se me curen un poco las rodillas. Y se me aclaren los moretones que me quedaron. Hermosa estoy, divina.

Aitana pasó por mi habitación, asomó la nariz:

—¿Qué te pasa, nena?

—Nada —le dije.

—A la noche hablamos —me dijo sin convencerse demasiado—. Ya sé que no te vino —acotó.

Esperé simplemente que no se lo contara a mamá en el trayecto que tenían juntas hasta la facultad. Y me quedé en la cama. Estaba lloviendo. Sigue lloviendo en este momento.

Me quedé leyendo y toqué el violín. Y lloré un poco. A las 11 y pico llegó Tina. Me mimó bastante. Con Tina me llevo genial. Tiene muchos hijos pero sé que me siente como una más. Le conté de la caída; lo otro no, porque es capaz de salir corriendo a buscar al que me haga mal. A falta de padre, buenas son las Tinas.

Al mediodía pasó Rosario. Las chicas tenían que preparar un examen de inglés. Tania y Wanda van a la tarde al mismo lugar.

Rosario me dijo que no podía ser que me metiera para adentro, que sí, que me entendía pero que el lunes, si no iba al colegio, me llevaba de los pelos. Eso fue lo primero que me dijo. Lo segundo me lo dijo riéndose. Estábamos esperando que Tina terminara la comida sentadas en el sillón. Yo, en piyama y pantuflas. Estos datos son más que importantes para que quede claro el grado de desgracia que atravieso en este momento.

—Hoy en el último recreo (las cosas importantes parecen pasar cerca de la salida, antes estamos muy dormidos) vino Simón a hablar conmigo.

—¿Qué?

—Escuchá —me dijo Rosario y continuó—. Vino al curso. Se acercó y me dijo que se llamaba Simón y que quería saber cómo estabas de tu caída y qué te pasó que lo trataste así ayer.

—¿Qué? ¿Y para eso fue?

—Y sí. Para preguntar por vos…

—Ah, ¿todavía la siguen?

—Rafaela, te juro que no. Estaba serio. Parecía tan serio. No creo que te esté jodiendo. Me parece que si alguien se cae por la escalera, yo también me preocuparía.

O sea que Simón preguntó por mí. Rosario le dijo que estaba bien, pero que por lo del día anterior hablara conmigo el lunes. Yo no pienso hablar, ¿qué le voy a decir? Si fue con buena intención, le digo “gracias” y listo.

Mamá llamó a la tarde para preguntarme cómo estaba y si necesitaba que comprara comida porque a la noche tenía el cumpleaños de Ornella, compañera de la facultad, una de las chicas, de las separadas. Que no comprara nada, le dije. Y que estaba bien. Tina me trajo del supermercado unas Chocolinas, dulce de leche, queso crema, para hacer una chocotorta para la noche. Y eso hice. Seguro que mañana el jean no me entra pero de todas formas no lo pienso usar. Seguro que mamá protesta porque comí chocotorta, pero algo bueno hoy me tiene que pasar.

Aitana llegó como a las 7 y dele preguntarme todo el tiempo qué me pasaba. Que no es tonta, que me conoce, que aunque no hablemos mucho, me veía rara. Le conté lo de Gastón y lo de Simón. Se sacó. Ya dije que cuando se enoja tiene esa mirada que lastima. Seguro que por eso Simón fue a hablar con Rosario porque mi mirada lo taladró. En eso somos muy parecidas. Y después de decir de todo del imbécil de Gastón, se enojó conmigo porque no entendí que el gesto de Simón fue bueno, sincero. Que se guarde la sinceridad, él también se rio cuando el imbécil me dijo “vaca”.

Me preguntó si quería empezar una dieta. Me paré delante del espejo junto a ella. Gran error. Sola me veo bastante bien. Con Aitana compruebo que soy el doble. Le dije que no quería dieta, que me parecía una estupidez no poder comer cosas ricas. Me dieron ganas de llorar y me metí en mi cuarto tras un portazo. Aitana gritaba del otro lado de la puerta. Tina avisaba que se iba. Y llegó mamá. Como habíamos pactado no comentar nada delante de ella, bajamos. Yo me tragué las lágrimas, la comida, la bronca.

Mamá venía cruzada. Se le había quedado el auto. La remolcaron, no sé qué historia extraña. La cuestión era que se tenía que apurar para llegar relativamente temprano al cumpleaños y tenía que pedir un auto, que es un garrón, según ella. Ya dije que cuando mamá no está de buen humor, no hace sentir muy bien a los demás. Ni cuando está de buen humor, ni cuando está de mal humor, ni cuando no está. Abrió la heladera y al ver la chocotorta me miró y me dijo: “Rafaela, te vas a poner hecha un tanque”. La congelé con la mirada y me di vuelta. Me metí en la habitación hasta que se fue.

Mientras subía la escalera, escuché a Aitana decirle a mamá que no podía ser tan bestia de decirme algo así. Aitana sabe que estoy muy susceptible con el tema. De todas formas no es cosa para que te diga tu mamá. Minerva ladraba por los gritos. Y rogué que le llenara de pelos y de otras cosas el sillón.

Aitana se fue a encontrar con los chicos del secundario. Pero antes me pasó un papel por debajo de la puerta. Es raro que Aitana se fije tanto en mí, no sé por qué siento que hoy se dio cuenta de que ya no soy tan chiquita. Me dijo que le parezco la hermana más linda. Claro, si no tiene otra.

Estoy terminando de escribir para ir a cenar. Si no encuentro nada para ver, me pondré a escuchar música. No puedo dejar de pensar en qué estará haciendo Simón a esta hora. Si estará con el imbécil. Si estará en su casa. ¿Cómo será su familia? ¿Lo habrá hecho en serio lo del aro y la notita o fue una joda? No importa, igual jamás lo voy a saber.

Y tampoco sé por qué tengo que estar pensando y escribiendo sobre eso.

Rafaela

11

Hoy a la tarde me llamó Rosario. Habíamos ido al club a almorzar con los abuelos. Me llamó para decirme que a la noche se había cruzado con Gastón y los chicos, que también estaba Simón. Y que habló con Gastón y lo dejó del tamaño de una hormiga. Que le dijo de todo delante de los amigos. Que Rosario te diga de todo es algo humillante para cualquiera. Le dije que se había desubicado, que no soy una nena. Pero, en el fondo, me gustó que me defendiera. Me imaginé la cara de Gastón mirándola desencajado. Me dijo que la pasó bien, que volvió a bailar con el chico de la otra vez. Que casualmente no es más grande sino más chico, un año menos. Rosario tiene 17; él, 16.

Yo ni quería ir al club, todo bien con los abuelos, pero estoy casi sin hablarme con mamá desde ayer. Solo me dijo esta mañana: “Rafaela, no tenés otra cosa que ese jean y las zapatillas para ir al club, ¿no?”. Ni esperó que le contestara. Y ni le contesté. El almuerzo estuvo silencioso. La abuela se dio cuenta. Y no dijo nada. Aitana estaba medio dormida, el abuelo charló más con los conocidos que con la familia y mamá se hizo la superada. Siempre siento que lo hace para conseguir clientes para el estudio y un novio. Para sepultar eterna y definitivamente el vacío que dejó papá cuando se fue. Yo apenas abrí la boca. Todavía tenía la excusa del dolor de ovarios.

Cuando subimos al auto, la abuela me dijo que después me llamaba para charlar. La vuelta fue más silenciosa que la ida. Mamá entró y avisó que se iba al cine. Aitana me miró de reojo y me dijo: “Esta mujer no para, es una adolescente”. Y ella tampoco paró. Salió con las chicas de la facu.

Y otra vez con la casa entera para mí. Me quedó un poquito de chocotorta pero no me pienso hacer nada más. Tampoco comer como una bestia.

Estoy triste. Las chicas también salían. Me llamaron. Ni ganas tenía de ir. Me veo horrible. Sí, al fin y al cabo tengo que felicitar a Gastón. No por la forma de decirlo, pero es el único que dice la verdad. Parecerá muy frívolo y no me importa, pero me estoy dando cuenta de que no hay beneficios en este mundo para las mujeres de caderas anchas.

Ya es tarde. No encontré nada para ver, nada que me enganchara, abrí la compu y me puse a escuchar música. Fui a buscar la porción de chocotorta que había quedado y me serví un café. Minerva dormía al lado de la mesa.

Cuando volví me di cuenta de que tenía un mensaje de Rosario que decía: “Rafita, perdoname si te molesta que le haya pasado tu mail pero él quería hablar con vos y me pareció mejor que pasarle tu contacto. Le pasé el correo del colegio” .

Para colmo, me pone “Rafita”. Lo hace a propósito, sabe que lo detesto, parece propio de un capo de la mafia. Ni le contesté.

Aparte, ¿mi mail? ¿quién quería hablar conmigo? Lo chequeo muy de vez en cuando, ni siquiera lo tengo configurado en el teléfono. Entré y había un correo nuevo sin asunto, de Simón. Me quedé dura y un pedazo de torta se me atoró en la garganta. Para rafaela.rivera@spg.edu.ar de parte de simon.oliveira@spg.edu.ar

O sea que ella le había pasado mi dirección al amigo del imbécil.

Lo abrí:

Rafaela, por lo menos así no vas a insultarme. ¿Puedo saber cómo estás y por qué me trataste así?

Simón (el que te dejó el aro con el papel)

Como si conociera 800.000 Simones. Además, ¿qué lo llevaba a pensar que por mail no lo iba a insultar? Como si me

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