Prólogo
JOHN GRISHAM
En 2006 publiqué El proyecto Williamson, una historia real sobre la condena injusta de Ron Williamson y lo que estuvo a punto de ser su ejecución. Hasta entonces, nunca me había planteado escribir no ficción —me divertía demasiado con las novelas—, pero la historia de Ron me cautivó. Desde el punto de vista puramente narrativo, era irresistible. Llena de tragedia, sufrimiento, corrupción, pérdida, cercanía de la muerte, una pizca de redención y un final que no puede considerarse feliz pero podría haber sido mucho peor, aquella historia estaba esperando a un escritor. No tardé en tomar conciencia de que cada condena injusta merece su propio libro.
Desde entonces he conocido a muchos exonerados, además de sus familias, defensores, abogados y antiguos compañeros de celda. Como grupo son increíbles, porque de alguna manera sobrevivieron a pesadillas que el resto de nosotros no podemos ni imaginar. La mayoría disfruta contando sus historias y todos están decididos a cambiar un sistema judicial ineficaz y a evitar más condenas injustas. Docenas de ellos han escrito acerca de sus calvarios y varios me han pedido que lo haga yo.
Durante mucho tiempo me he planteado recopilar algunas de las mejores historias, pero la investigación se interpuso en mi camino. Es desalentador. Miles de páginas de transcripciones de juicios, informes policiales, declaraciones de testigos que siempre parecen variar de una fase a otra, expedientes penitenciarios, pruebas forenses y peticiones, mociones, alegatos y autos redactados por abogados y jueces y aparentemente archivados a montones. Los novelistas podemos ser perezosos porque simplemente nos inventamos las cosas. La no ficción es despiadada, ya que el proceso de documentación debe ser meticuloso. Uno no puede permitirse cometer errores.
Conocí a Jim McCloskey hace unos quince años, cuando me pidió que hablara en una gala anual de Centurion Ministries celebrada en Princeton. A los diez minutos de estrecharnos la mano estábamos contando historias de personas condenadas injustamente. Las de Jim siempre son mejores, porque él las vivió y forma parte de ellas. Hizo posible las exculpaciones recorriendo las calles de costa a costa en busca de la verdad. Centurion ha participado en unas setenta exoneraciones y Jim normalmente se encontraba frente a las prisiones cuando los inocentes salían corriendo a abrazar a sus seres queridos. Estaba allí cuando saboreaban la libertad, y él era la razón de que la hubieran conseguido.
Hace unos años empezamos a hablar de esta colección. La idea era sencilla: yo seleccionaría algunas de mis historias favoritas y Jim haría lo propio. El primer reto era elegir solo diez, ya que hay muchas. El segundo reto era limitar cada historia a unas diez mil palabras. Dado que cada una de ellas podría ocupar una biblioteca, sabíamos que la tarea sería formidable. Acordamos que cada uno escribiría por su cuenta, con aportaciones limitadas del otro.
Y nos pusimos manos a la obra.
Nuestro propósito con este libro es concienciar sobre las condenas injustas y, de alguna manera, ayudar a evitar que se produzcan más. Es un esfuerzo por sacar a relucir algunas tácticas terribles y abusivas que utilizan las autoridades para condenar a personas inocentes.
Si como sociedad tuviéramos el coraje político de cambiar las leyes, prácticas y procedimientos injustos, evitaríamos buena parte de las condenas erróneas.
JIM McCLOSKEY
Como señala John, nuestra asociación y amistad se remontan a hace quince años. Nos unió nuestra preocupación y compasión por los hombres y mujeres de todo Estados Unidos que eran víctimas de un sistema de justicia penal sumamente fallido y que fueron condenados falsamente a cadena perpetua o a muerte. John se ofreció generosamente a escribir el prólogo de mis memorias, When Truth Is All You Have [Cuando la verdad es lo único que tienes], publicadas por Doubleday en 2020. Ese libro relata cuarenta años de encuentros de Centurion Ministries con el sistema judicial estadounidense en nombre de los inocentes condenados, así como el viaje personal que me llevó a ese trabajo.
Naturalmente, me sentí honrado cuando John me invitó a escribir Inocentes con él. Al poco tiempo acordamos que cada uno escribiría cinco historias de casos reales en los que gente inocente, para su sorpresa e incredulidad, fue declarada culpable de delitos con los que no tenía absolutamente nada que ver. Las cinco que escribí yo son casos en los que trabajé como gestor e investigador principal. Elegir a esas víctimas de entre las cerca de setenta personas que Centurion ha conseguido liberar fue un reto digno de Salomón. Al escribir, tuve la suerte de poder consultar los voluminosos archivos internos de Centurion, recopilados durante muchos años de trabajo invertidos en cada caso. Esas fuentes incluyen, entre otras, transcripciones de juicios, informes policiales, escritos jurídicos, opiniones judiciales, actas de tribunales y partes de investigación de Centurion.
El subtítulo de Inocentes es Increíbles casos de true crime y condenas injustas. Puedo asegurar a los lectores que, sea cual sea su experiencia, su reacción al leer cada una de estas historias será: «¿Eso ocurrió de verdad?», a lo que nosotros, los autores, diremos: «Sí, ocurrió, y sucede mucho más a menudo de lo que imaginas». Nuestra intención y esperanza es que estos relatos no solo sean una lectura cautivadora, sino que al mismo tiempo representen un microcosmos de lo que está sucediendo en las salas de justicia de Estados Unidos. Es nuestro intento por sacar a la luz los fallos sistémicos del sistema judicial que prov
