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Antología errante

Armando Uribe

Fragmento

PRÓLOGO DEL AUTOR

PRÓLOGO DEL AUTOR

No me interesa escribir sobre la poesía que he hecho. Iba a decir «que echo». La verdad que no es más que como sale, secreción del cuerpo que intenta pasar por obra de psique o alma; pero es carnal (incluye algo de psique la carne) mientras al alma, ¡cosa de Dios!, dejémosla tranquila.

¿En qué estoy? Tonteando con un tema que desconozco e ignoro como ignaro: o sea, me hallo lejos de los auxiliares «haber» y «ser» (¿son ésos?…). ¡Qué hacer! Mis o los quehaceres del que escribe. Poner punto final. Al párrafo. Queda bastante página en blanco.

Con todo o por ende el ente pendiente del diente del que carezco, pues soy del todo desdentado desde hace años de vejez en que solo y de encía soy (también en poesía)… Puede decirse lo que sigue:

Eres agrio desaliento.

Eres obvio

eres fuerte,

Oigo tu sordo lamento

anticipo de la muerte

cuando el proceso lento

de la injusticia humana

me llena del desaliento

que de mi alma emana.

Son de 1948, a los catorce años.

Esta «octavilla», como la llamó Roque Esteban Scarpa —profesor de castellano en el colegio St. George—, tenía otra palabra en quinto lugar y no «obvio». Ésta la conocía desde muy niño, tanto que se la presté antes de nuestros ocho años a mi amigo de Primaria J. Vicuña, que tuvo éxito al ofrecérsela a la señora Pilar, nuestra docente (que había sido profesora de primeras letras de mi abuela materna). Además, yo sabía entonces las palabras «sandez» y «sendos» y era pedante gustador de palabras difíciles o que parecieran raras —pero no, ¡por favor!, «siúticas», como era para nosotros decir o conocer el término «cursi».

Mi madre sabía y nos decía cuentos y coplas en versos de tradición oral suya de familia. Mi hermana María Isabel Uribe ha recogido un buen número de ellos en su libro De rimas a traba- lenguas (2013), como el maravilloso de poesía «La hormiguita y el ratón Pérez», cuyos funerales son de lo más bello que conozco en verso; y —para dar un ejemplo de lo que me influye lo más a fondo desde que oí poesía hasta hoy— la siguiente obra maestra (que yo sepa anónima):

En París hay una plaza

en la plaza hay una casa

en la casa hay una pieza

en la pieza hay una cama

en la cama hay una dama y

en la dama hay una flor.

Ni la flor está en la dama

ni la dama está en la cama

ni la cama está en la pieza

ni la pieza está en la casa

ni la casa está en la plaza

ni la plaza está en París.

¡Qué más quieren!

Si mis versos no duran —como creo (y aún… deseo, para disfrutar de falsa modestia)—, creo mejor estos transcritos aquí por mí: ¡sí!, que sean leídos.

Y por lo tanto me prologan superiormente.

Para justificar un grupo de poesías reunido por alguien de muy buena voluntad, que no soy yo pues no la tengo para esto.

¿Diría algo yo? Ganas no me dan. No simpatizo con lo que he escrito (ni con lo que estoy escribiendo aquí así). Los versos me dan vergüenza. Un hombre viejo que los ha hecho desde los catorce años y sigue insistiendo a los ochenta y dos…

Iba a poner signos de interrogación; corresponde de exclamación. ¡No para aparentar sorpresa! Es por el ridículo hecho durante la vida casi entera. Pérdida de tiempo y papel ajeno no excusado. Más que obscenidad, cochinada: nada. Juego de palabras sin chiste: chistar para pasar la vergüenza… (Decir ahora pedante: chiit.)

¿A qué fin o con cuál mal castellano se le pondría «Prefacio»?

Ya lo dije: a una nada.

(No estoy deprimido, sino aburrido.)

Primera parte. INFANCIA Y ADOLESCENCIA

Primera parte

INFANCIA Y ADOLESCENCIA

DE TRANSEÚNTE PÁLIDO. (1954)

DE TRANSEÚNTE PÁLIDO

(1954)

Ay mi niñez lejana,

¿qué es lo que te hace dócil a mis garras de hoy día?

Hoy rasmillo tus partes ocultas,

bajo tu almohada lloran mis ojos como bocas;

este joven monstruo que ahora te mira

perdió para siempre tu difusa verdad.

Y no quiero hablar hoy, como entonces no hablaba,

en amor del vestigio de niñez que recuerdo.

Pero no digo estrellas porque no quiero estrellas;

y no quiero los solos ni la niñez de rayos

pues ciego siempre el pozo con lágrimas adultas.

* * *

Como un aromo que desgarra el día

con sus brazos amarillos y amarillos

pienso tener la niña entre mis brazos

y con ella morir en un suspiro.

Amor, mil veces amor, y me hago cruces

de verme solitario y cada vez más viejo.

Y asusto mi deseo con una brizna verde

diciéndole: Ya ves, la muerte no es tu novia.

* * *

A solas, me complazco en no mirar ofensas,

en no ver blanco de ojo en transeúnte pálido,

a solas se reabren las tiendas melancólicas

que venden la genciana con el clavo de olor.

Todo revuelto. Vida, sugestión, oro falso,

monedas antiquísimas ya sin valor, de piedra,

como amores de niña de menos de quince años,

sin valor, sin blandura, tropezantes y a solas.

Solo ya, desterrado, mejilla sin ojos,

muero como un almendro en casa de bandidos.

* * *

La desesperación de mi soledad,

angustiada como una piedra

y seca como un ojo pálido

y como un beso de lejana sorpresa

y un trueno de luz

y un vestíbulo de bocas novedosas

y un amargo sol que alumbra todavía.

Y el último suplicio,

el grito de los bárbaros ciudadanos,

el ángel de la furia,

y el amor sollozante que cae de los hombros,

y el tiempo solitario como una boca,

me hacen temblar, pensando en mi pureza.

* * *

Abriendo los ojos como vasos y tomando el agua

dulce

y viviendo en la frescura y en el aire,

llego a existir sin fiebre, humanamente.

Pero en los ojos caen las estrellas

como las horas en la tarde,

y las estrellas sufren en el pozo de la vida,

turbias y melancólicas.

Tú estás viviendo y el alma polvorienta

abraza la pasión de sufrir y la muerte,

y yo amo tanto el alma que a su sombra

deposito el regalo de mi cuerpo.

* * *

Por los huesos morimos, como estatuas de cal,

y adoramos el agrio mensaje del olvido,

y sellamos el júbilo con un sello de pena

(una cara de león llorando eternamente)

y en todas mis palabras hay un ojo canoro.

¡Vida mía! Mis manos se hacen ojos de muerte,

mi sangre arrima un ojo al Belén de las sienes,

y reprime la nuca un salto hacia el vacío,

el ojo de la nuca se cierra dulcemente.

* * *

Abriendo la ventana hay una rama pálida

de joven primavera.

En la noche, abriendo la ventana,

encima de las flores

cae la luz.

Mi vida no es la rama;

es tronco, es hoja a veces

u hojarasca.

Mi envidia, dentro de la pieza,

alumbra como lámpara.

Las flores se deshojan a su sol

y sus rayos

hacen de aquella rama una corona augusta.

Me corono con rabia y gusto de la flor.

* * *

Mi amor se aquieta entero

como un cubo de hielo.

En mi amor no hay destello sino luz que reparte

en dosis blanca y lila su inestabilidad.

Ay ángel del color, el más ingrato ángel,

admíteme en tu seno

revuelto y melancólico.

Mírame despojado

de cuanto Amor ensalza:

la cara, el brío, el ojo

soñador y las ansias.

Ay ángel sin pasión,

ángel de los poetas,

mira este tonto bueno,

límpialo…

Y yo me anuncio el día

cuando la Gran Señora

me diga que ha perdido al Ángel del color.

* * *

Lo visto por mis ojos es un fraude,

descomunal parque infantil, prado de florecillas,

pero las florecillas rodeadas por insectos,

moscas pequeñas, nubes silenciosas.

Y una mosca me confunde con una flor enorme,

putrefacta tulipa esperando su polen,

y me ronda la mosca y me prefiere.

Ah ser de las alturas, casi arcángel,

mi pureza es la pureza de la tumba.

* * *

Mi cuerpo, dulce,

mi sentido, puro,

mi blanco sueño diurno,

mi camisa de duque.

Los seres que me miran,

celestes como tibios,

alfajores, manjares,

sin boca y sin palabra.

Mi noción de placeres

como un marino muerto;

más lleno de iniciales,

más contento.

Y el sueño de vestirme,

vestir de frac y gloria,

como una perla oculta

al fondo de mi boca.

Y el destino, el destino,

corriente como carta,

titánica dulzura

en tu jardín de plantas.

Y en el fin, en el fondo,

esta farsa dormida,

esta garza desnuda

parpadeando de sueño.

* * *

Todo lo que viene y va,

es trasunto de mi vida,

entrada a mi costumbre,

mérito y acabóse.

Lámina transparente hasta la nada

es el corazón de estaño,

el río es de sangre patética,

la muerte es colérica.

* * *

El tiempo es extraño,

el tiempo simple, víctima del reloj,

tiene pies y no anda, ojos de vidrio,

y alma de niño que ríe y saca la lengua.

¿Cómo no mirarte, reloj, con llanto y pena?

Se sabe que la muerte ronda tu corazón.

El alma de las horas se esconde y los segundos

defienden su prestigio mirando fijamente.

* * *

Oh milagro del día

congrio azul que te agitas

en las aguas de miel sobre nuestras cabezas

como medusas tristes de un color ahumado.

El sol. La luna triste. Y la riente amapola.

* * *

La tarde es un amigo

que no existe, una novia.

A qué seguir diciendo «que no existe»:

La moza está desnuda en la ventana,

soy yo quien no la mira.

Y todo está llorando por verla o asirla.

* * *

Llámame, en medio de la noche, llámame,

cuando las lámparas alumbren tu dejadez

y el pelo caiga suave como una orquídea.

Yo te llamaré, triste junto a los olmos,

o en medio de una orquesta en la ciudad.

Mi voz dirá tu nombre e iniciales

de dulzura caerán sobre mi pecho.

* * *

Tú no eres un Jacinto que yo mire

mas yo miro tus párpados violetas

y en la víbora cruel de mi mirada

tú eres sol desteñido o dulce pelo.

Yo no quise morir junto a tu cuerpo,

los juncos de tu cuerpo, tus sentidos

que están mojados, pasos en la arena,

país de junco o lluvia, y yo a tu lado.

* * *

Mi estilo de la tarde es el miedo,

y la blanda mejilla de una novia,

y el tiempo que ha pasado, el viaje, un buque,

todo ese mar cansado de recuerdos.

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