78. Historia oral del Mundial

Matías Bauso

Fragmento

Corporativa

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Penguin Random House

Para Vero. Por todo.

Como siempre. Por siempre.

Para Valen y Juli, Batatita y Paquetito.

Por la felicidad permanente. Por hacernos mejores.

Esta historia real, tan extraña como para perder tiempo con la fantasía.

JOSEPH CONRAD

El pasado es arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente.

“Todos los ayeres, un sueño”, JORGE LUIS BORGES

2 de agosto de 1914. Alemania le ha declarado la guerra a Rusia. A la tarde fui a nadar.

Diarios, FRANZ KAFKA

De esta fiesta mundial de la muerte, de esta mala fiebre que incendia en torno de ti el cielo de esta noche lluviosa, ¿se elevará el amor algún día?

La montaña mágica, THOMAS MANN

Estimo altamente estas dos pequeñas palabras: no sé.

WISLAWA SZYMBORSKA

Nadie pudo ver que el tiempo era una herida.

“Reloj de plastilina”, CHARLY GARCÍA

Para poder entrar hay que saber salir.

CÉSAR LUIS MENOTTI

Introducción

Nunca supe dibujar. Ni una persona, ni una casa, ni siquiera un árbol. A veces creo que escribo para no tener que sufrir esos tests a los que someten a los postulantes en las empresas: jamás los pasaría. En jardín de infantes, cuando nos tocaba dibujo libre, con líneas titubeantes, algo parkinsonianas, me las rebuscaba con una cancha de fútbol. Todas las proporciones estaban mal, el círculo central era un óvalo y a veces apenas quedaba espacio para el punto de penal entre una deforme área chica y la línea del área grande. Parecían estadios diseñados por Pollock. Pero al menos las maestras reconocían que no me faltaba nada de un campo de juego profesional. Desde los túneles hasta los carteles de Thompson & Williams. En primer grado encontré un escape perfecto. Cada vez que la maestra decía “dibujo libre”, yo dividía la hoja rectangular en cuatro y después cada uno de esos rectángulos en otros cuatro. De ahí en más solo era cuestión de memoria —la mía, al contrario de mi pulso, era buena— y de tener varios lápices de colores. Con velocidad, pero desprolijidad, pintaba las dieciséis banderas de los equipos participantes del Mundial 78, que se disputaba ese año, divididos en los cuatro grupos que había deparado el sorteo. Solo encontraba dificultades —nunca bien resueltas— en la media luna invertida y la estrella de Túnez y en el león que blandía una espada en la franja del medio de la que era en ese entonces la bandera de Irán.

Salvando las enormes distancias, el Gauchito del Mundial 78 siempre fue para mí lo que la magdalena para Proust. Mi infancia, mi hermano dibujando el primer gol de Kempes la mañana antes de la final, la primera vez que vi llorar a mi papá, los abrazos de mi abuelo luego de cada gol, mi mamá abrigándonos antes de los partidos, la primera gran alegría futbolística (una de las pocas: soy de Racing). Luego, con los años y las lecturas, esa imagen mítica y cristalizada comenzó a resquebrajarse. El brillo de aquellas victorias se fue apagando. El contexto en el que se había disputado el torneo se fue imponiendo. La que yo había vivido como una hazaña futbolística quedó opacada por las sospechas y los crímenes. La dictadura y sus atrocidades tomaron toda la narrativa del Mundial. Pero así como es inválida una lectura que prescinda del Proceso, lo mismo sucede con una que subsuma todo a su presencia. La intención de este texto es recuperar esos días de junio, entender la manera en que se vivieron, comprender el modo en que sucedieron los hechos, qué sentían y pensaban los protagonistas, políticos y público en general, analizando la mayoría de los factores posibles.

Este libro nació siendo algo que pronto dejó de ser: una historia oral de los campeones del mundo del 78. Apenas me sumergí en la historia, se impuso una obviedad. Es imposible contar el Mundial solo desde su aspecto futbolístico. El contexto político y el intentar realizar un fresco de la sociedad de esos días conforman un entramado indisoluble con el hecho deportivo. Conviven de esta manera la decisión de la Junta de continuar con la organización, la situación de los detenidos-desaparecidos, los intentos por desplazar a Menotti, la dificultad para comprar las entradas, las Madres de Plaza de Mayo, la convocatoria de Alonso, el nacionalismo rampante, los partidos en pantalla gigante y a color, los goles de Kempes, el frío y la erradicación de las villas. Estos elementos se entremezclan y brindan una visión tridimensional de ese tiempo.

Sorprende que todavía no h

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