Vistmond

La Bala

Fragmento

Título

cap1

Las pesadillas y los sueños

—¿Cuánto habré caminado? —se preguntó agotado Yael en medio de… ¿dónde?—. ¿Dónde estoy? —Trató de orientarse en la oscuridad a pesar del miedo. Entrecerró los ojos para ver si así podía distinguir algo. Oyó un ruido de insectos, como si un enjambre se acercara. Yael empezó a sentir desesperación y quiso correr, pero las piernas no le respondían. Paralizado, sólo le quedaba gritar para pedir auxilio… Pero la voz tampoco salió. El zumbido se acrecentaba, amenazador, y se mezclaba con los latidos de su corazón. Extendió los brazos para palpar si había algo o alguien cerca de él. Nada, no había nada. Trató de dar un paso y de nuevo las piernas se quedaron ancladas. Comprendió que era inútil tratar de ver algo en medio de aquella penumbra, cerró los ojos para aislarse del zumbar de las abejas. Tomó aire y se concentró en un nuevo intento por moverse…

img10

—Resiste y ven conmigo —pidió la voz en un susurro tan cerca del oído que sintió su aliento. Lleno de terror, intentó correr de nuevo. Dio un paso, luego otro, y entonces Yael cayó. El descenso le pareció altísimo. Quiso gritar de nuevo, pero un sobresalto le hizo abrir los ojos.

Estaba en su cuarto, recostado sobre la cama. Su balón de futbol se encontraba en el piso. Sobre la repisa estaban sus libros favoritos y las filas de coches que coleccionaba desde niño. La luz de la luna entraba por la ventana y un ligero viento movía la cortina. «¡Qué alivio!», pensó, sintiendo todavía los fuertes latidos de su corazón. Revisó el celular para ver si ya tenía que ir a la escuela. Eran las tres de la mañana. Se quedó quieto y comenzó a pensar si cerraba de nuevo los ojos para tratar de dormir… «Y ¿si vuelve la pesadilla? Papá dice que él sueña muchas veces lo mismo, pero la verdad es que yo no. Son las tres de la mañana, ni modo que me quede así, despierto, hasta las seis», pensó.

Yael miró otra vez hacia la ventana y se tapó con las cobijas casi hasta la nariz; todavía no quería salir de la tibieza de su cama.

Cerró los ojos.

—Yael, ¿resolviste el problema dos de la tarea? —le preguntó la maestra de Matemáticas.

—Sí, bueno, en realidad no —contestó Yael.

—¿Sí o no, Yael? —insistió la maestra sin dejar de mirarlo fijamente.

—Bueno, es que yo tengo una duda…

—¿Una duda?, una duda tengo yo sobre ti, Yael. A ver, dinos, por favor, ¿por qué estás en piyama y qué hace ese osito de peluche en tu mochila?

Una carcajada general y la vergüenza que le provocó despertaron a Yael.

De nuevo con los ojos abiertos, intentó recordar qué había cenado como para tener esos sueños: «¿Quesadillas?, ¿leche?, ¿de dónde habrá sacado mi maestra que tengo osito de peluche? ¿Hice toda la tarea de Matemáticas?».

Yael se preguntaba todas estas cosas porque, más de alguna vez, escuchó que si cenas mucho o te quedas con alguna preocupación o emoción fuerte del día, puede aparecer en los sueños. Pasado un momento se rio de sí mismo imaginándose en piyama en la escuela. Volvió a consultar la hora: apenas las cuatro. Todavía podía dormir un par de horas más.

Se hizo ovillo y volvió a cerrar los ojos. El equipo lo estaba dejando todo en la cancha de futbol; jugaban la semifinal. Yael era delantero, y un muchacho muy alto, del equipo contrario, lo tenía bloqueado todo el tiempo. En más de una ocasión lo agredió con empujones o metiéndole el pie, pero Yael esquivaba todos los golpes. En ese momento, el otro equipo tenía posesión de la pelota, pero un defensa de su equipo la pateó para enviarla cerca de la portería.

—¡Yael! ¡Yael, es tuya! —le gritó. Yael siguió el balón con la mirada como si lo viera en cámara lenta. Se adelantó y, tras recibirlo con el pecho, lo dirigió hacia la portería. El balón se elevó más de lo que esperaba; en lo alto, se convirtió en una enorme bola de fuego que salió expelida hasta muy lejos. Cuando su mirada regresó a sus compañeros, los encontró convertidos en piedra. Además del susto, el silencio era absoluto. En medio de la oscura desolación, una luciérnaga se hizo notar a lo lejos. Sin saber qué hacer, comenzó a caminar para retirarse de la cancha. Una mano fría y dura lo tomó del brazo. Yael volvió a abrir los ojos con sobresalto, sintiendo que el corazón de nuevo quería salírsele del pecho.

«No, ya no me vuelvo a dormir», pensó aterrado y abrió la puerta de su cuarto con la esperanza de que entrara su perro Bico y se acostara al pie de la cama. Al oír la puerta de Yael abrirse, Bico lanzó un gruñido gustoso y entró para echarse sobre un tapete cerca de su amo. Desde la cama, Yael bajó el brazo y lo acarició para agradecerle la fiel compañía tranquilizadora. Así, sobándole el lomo, se quedó dormido.

La alarma sonó a las seis y media; no podía apagarla porque estaba demasiado dormido y no le atinaba a la pantalla de su teléfono. Abrió los ojos y lo primero que vio fue un montón de plumas suspendidas frente a su cara. La sorpresa lo hizo parpadear con rapidez. Con la vista más clara, Yael encontró, colgado de la lámpara, un atrapasueños con una piedra cristalina en el centro. Era hermoso; se mecía suavemente con el aire que entraba por la ventana, y la claridad del amanecer jugaba con los cortes de la piedra reventando la luz en destellos de distintos colores. Cuando extendió la mano para sentir la suavidad de las plumas y el tejido del atrapasueños, una corriente de aire lo hizo bailar y agitar sus cuentas de colores. Pero era la piedra del centro la que más atraía su mirada con ese juego de luces para la vista. Las plumas eran café claro con rayas más oscuras. «Podrían ser de águila», pensó.

—¡Yael! ¿Ya estás listo, hijo? —preguntó su mamá desde la cocina.

—Ya, mamá. Ya voy.

Yael salió de su recámara.

—¿Todavía en piyama, Yael?, ¿ya viste la hora?

—Es que te quería preguntar…

—Me preguntas después, hijo. Cámbiate, por favor, no vas a llegar a tiempo a la escuela. Hoy puede llevarte tu papá, apúrate por favor.

Yael tuvo que ignorar el aroma a huevos con tocino y regresó a su recámara para cambiarse. El atrapasueños era hermoso. Hizo un repaso de todas las pesadillas que había tenido y el atrapasueños no estaba ninguna de las veces que se despertó en la madrugada; si hubiera estado, se habría dado cuenta. «¿Quién lo trajo?», se preguntó, y recordó que a mamá le gustaban ese tipo de cosas.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos