Refugiados

Mariano Beldyk

Fragmento

Prólogo
BAD HOMBRES

“¡Den la vuelta, no podemos aceptarlos!”. El hombretón de impecable traje azul, con corbata y camisa a tono que contrastan con la gorra de béisbol rojo rabioso y las siglas USA bordadas en blanco, gesticulaba ante los cientos de solicitantes de asilo que aguardaban por un turno para pedir protección humanitaria a Estados Unidos, al otro lado de las rejas de El Centro. Abría y cerraba sus brazos frente a la hilera de agentes de la Patrulla Fronteriza, que disimulaban su mirada con lentes oscuros bajo el inclemente sol californiano, y vociferaba a los cuatro vientos como si los fantasmas que se apretujaban a la distancia, a la espera de su turno para pedir clemencia tras recorrer miles de kilómetros y soportar todo tipo de penurias, pudieran entender alguna de sus palabras.

“El sistema está lleno, no podemos aceptarlos, ya sea por asilo o lo que sea que quieran. No podemos aceptarlos, así que lo siento, pero den la vuelta —los intimó el presidente de Estados Unidos, en abril de 2019, durante una de sus tantas excursiones al límite con México—. El Congreso tiene que actuar. Tienen que deshacerse de todo el sistema de asilo, porque no funciona. Y, francamente, también deberíamos deshacernos de los jueces. No podemos tener un caso judicial cada vez que alguien pone un pie en nuestro territorio”. Del otro lado de la línea demarcadora, en Mexicali, unas doscientas personas que estaban al tanto de la visita de Donald Trump se habían organizado y portaban pancartas: “Deja de separar las familias”, decía una de ellas; otra, mucho más enfática: “Si tú construyes el muro, mi generación lo va a tirar”.

Desde 2015, cuando el empresario declaró la guerra a los miles de inmigrantes, a los que bautizó como “Bad hombres” y asoció con los delitos más aberrantes, y un año después, cuando hizo de ello una bandera de campaña, la misma que ondeaban otros dirigentes internacionales antes que él y que levantaron otros tantos más solo por ver cuán bien les funcionaba, el drama humanitario no hizo más que empeorar. Y ni los insultos ni los uniformes, en ninguna parte del mundo, bastaron para detener a este sinfín de desesperados expulsados de sus países de origen por una diversidad de causas que se resumen, en última instancia, en su instinto por sobrevivir. Paradójicamente, muchas de las crisis que aquejan las coordenadas más calientes del planeta, cualquiera sea la forma como se presenten —de guerras a devastaciones socioambientales—, guardan, por lo general, algún tipo de relación en sus raíces con el accionar exterior de las mismas potencias que desdeñan esa ola de desahuciados que luego llaman a sus puertas por ayuda.

Este libro comenzó a escribirse mucho antes de nacer como proyecto, allá por 2015, con el primer reportaje para la revista Caras y Caretas, que llevó por título “La nación de los refugiados”. Visto a la distancia, ese primer contacto con los protagonistas de este fenómeno, que ya entonces conmovía por su magnitud en plena explosión de la guerra siria, fue el punto germinal de esta investigación posterior, mucho más extensa en testimonios e información. Si algo cambió entre aquel momento y enero de 2020, fecha en la que se cerró este trabajo, no fue para mejor: la magnitud del drama humanitario se potenció de la mano de la desaparición de cualquier atisbo de respuesta internacional de líderes como Trump y los que buscan emularlo, a lo largo y ancho del planeta. Si la confesión que me hizo la haitiana Marie Fatramise Bien Aimé en nuestra entrevista en un bar porteño, “una vez intenté matarme”, me estrujó tanto el corazón que la escogí para abrir la nota hace cinco años, lo que desenterré más tarde, en las docenas de testimonios recogidos de manera directa e indirecta para este libro, no fue menos apabullante. Y, pese a todo, la tenacidad en seguir adelante, la capacidad de resiliencia, de adaptación y la esperanza —mayormente— intacta es el rasgo que prefiero rescatar y lo que admiro de cada uno de ellos.

El libro se estructura en tres frentes que, entre 2018 y 2019, determinaron los mayores movimientos de personas a nivel internacional, aunque no los únicos, por supuesto. La crisis venezolana fue el rasgo novedoso ante la evolución histórica de los otros dos y se va aproximando lenta pero consistentemente por la magnitud de millones y millones de expulsados al drama sirio, con causales distintas, pero consecuencias similares, tanto para la propia nación bolivariana que pierde a casi una generación completa en el exterior como por el efecto sobre la periferia y países más alejados. Hacia el norte, la frontera del río Bravo constituye el segundo foco de análisis en esta investigación, una línea que separa mucho más que dos países: divide dos mundos, el de la violencia del crimen organizado que desbordó hace ya una década a las naciones del Triángulo Norte centroamericano para engullir a México, y el de Estados Unidos y todo lo que representa como una suerte de seudoparaíso terrenal para miles y miles de hombres y mujeres, de todas las edades, que arriesgan sus vidas para alcanzarlo, aun sin la promesa de ser recibidos al llegar. Por último, el Mediterráneo es la tercera frontera, una de aguas por las que se aventuran las embarcaciones precarias que zarpan desde África y desde Asia, sin saber si el destino de sus pasajeros será un buque de socorro, un calabozo o el fondo del mar.

Con énfasis en estos tres frentes, el libro se plantea tres ejes troncales sobre los cuales girar la discusión: uno, nadie es refugiado por opción, como algunos líderes pretenden argumentar con el fin de que el asilo, una institución de carácter humanitario e internacional, se vuelva selectivo; dos, la actitud que adoptan los diversos gobiernos sobre el fenómeno migratorio es netamente política y no humanitaria, como debiera; tres, no importa cuán placenteros sean el viaje, el recibimiento y la adaptación posterior —que rara vez lo es—, el destino final de refugio nunca es la casa para el refugiado: el deseo de volver persiste. Las respuestas a estas cuestiones se deben rastrear a lo largo de las múltiples voces que conforman este escrito, de académicos a funcionarios, locales e internacionales, representantes de las ONG vinculadas al tema y miembros de organismos internacionales que lo monitorean y trabajan, con más vocación que recursos, para sofocarlo. Y, por sobre todas las cosas, en las emociones que destilan las palabras de sus verdaderos protagonistas, las que intenté preservar con la mayor fidelidad posible, fueran recopiladas por mí o por algún otro colega en su labor periodística. Los ejes conceptuales atraviesan las tres partes en las que se estructura este libro, que llevan como títulos “Fronteras”, “Crisis” y “Muros”, porque, como bien me dijo Patricia Iacovone, mi editora y agente, en una de sus acertadas devoluciones, “todas tienen algo de cada uno, en eso radica la naturaleza de este drama global”.

Una última palabra, antes de que nos adentremos juntos en esta aventura, referida al uso de la p

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